17. EL MATRIMONIO
LOS MATRIMONIOS se conciertan en el cielo”: suelen
exclamar, con rabia y amargura, muchos casados. Pero esa frase también es
empleada hipócritamente por quienes están más alejados del cielo que ninguno
otro. La consecuencia natural es que los hombres se encogen de hombros ante ese
proverbio, se ríen de él, lo ridiculizan e, incluso, despotrican contra él.
A la vista de todos los
matrimonios que una persona puede observar a su alrededor en el transcurso de
los años, tal actitud es comprensible. Los irónicos tienen razón. Pero sería
mejor no mofarse del adagio, sino de los mismos matrimonios. Estos son los que, en su mayoría,
merecen no sólo la burla y el sarcasmo, sino también el desprecio.
Los matrimonios, tal como hoy son
y como han sido desde hace cientos de años, destruyen la verdad de la máxima,
impiden que se crea en ella. Salvo muy raras excepciones, esos matrimonios son,
desgraciadamente, estados de inmoralidad manifiesta, los cuales nunca podrán
ser eliminados tan de prisa como sería preciso para librar de esa vergüenza a
muchos miles, que se dejan arrastrar ciegamente por las costumbres de la época.
Imagínense que no puede ser de otra manera, ya que es corriente que así sea. A
esto hay que añadir que, precisamente en los tiempos actuales, todo está
encaminado al impudor, a turbar y sofocar todo puro sentimiento. Nadie piensa
siquiera en hacer de la personalidad lo que ella debería ser, lo que ella
podría y habría de ser, respetando igualmente su naturaleza corporal.
El cuerpo, lo mismo que el alma,
es algo precioso, y, por tanto, algo intangible, que no debe ser exhibido como
medio de seducción. Por tal razón, el cuerpo no puede ser separado del alma
durante la vida terrenal: en este caso particular, tampoco. Es preciso respetar
y conservar simultáneamente esa intangibilidad, a fin de que ambos conserven su
valor. Si no, se convierten en desechos inmundos, que no merecen otra cosa que
ser arrojados a un rincón, para ser entregados, a un precio vil, al primer
ropavejero que pase.
Un ejército de tales ropavejeros
y vendedores ambulantes, esparcido sobre la Tierra, encontraría cantidades
ingentes de esos desechos. A cada paso hallaría montones de ellos ya preparados
para ser llevados. Verdaderas legiones de esos traperos y traficantes andan
ambulando ya por el mundo. Son los enviados y los instrumentos de las
Tinieblas, los cuales recogen ávidamente esos baratos despojos para hundirlos
triunfalmente, cada vez a una mayor profundidad, en su tenebroso imperio, hasta
que queden sumidos en la oscuridad más absoluta y no puedan volver a encontrar
el camino de la Luz.
No es de extrañar, pues, que
todos se rían en cuanto alguien dice seriamente que los matrimonios se
conciertan en el cielo.
El matrimonio civil no es otra
cosa que un trivial trámite comercial. Los contrayentes no lo verifican para
emprender seriamente una obra en común, lo cual serviría para realzar sus
valores internos y externos, incitándolos a acometer elevadas empresas y
alcanzando así, para sí mismos, para la humanidad y para toda la creación,
bendiciones sin cuento. El matrimonio es, para ellos, un simple contrato que
les proporciona una mutua seguridad material y les permite entregarse
corporalmente uno al otro sin preocupaciones de orden económico.
El lugar asignado a la mujer está
desprovisto de toda dignidad. En ochenta casos de cada cien, la esposa se
alquila o se vende al servicio del marido, el cual no busca en ella una
compañera con igualdad de derechos, sino que, para él, no es más que un objeto
para exhibir, una administradora dócil y poco costosa, que sabe hacer acogedor
el hogar y con la cual pueden ser satisfechos sus instintos carnales sin ser
molestados, ocultándolo bajo la capa de una pretendida honorabilidad.
Cuántas veces, por las razones
más nimias, jóvenes muchachas abandonan la casa paterna para contraer
matrimonio. Unas veces, porque están hartas del ambiente familiar, anhelan un círculo
de acción en el que puedan decidir por sí mismas. Otras veces, las seduce la
idea de representar el papel de mujer joven, o esperan poder tener más libertad
en la vida. Puede ser que también crean poder conseguir una mejor situación
económica.
Existen otros casos en que
algunas jóvenes se casan por capricho, sólo para contrariar a uno cualquiera.
También los instintos puramente carnales pueden inducir a contraer matrimonio.
Mediante malas lecturas, malas conversaciones, y por frivolidad, fueron despertados
y excitados artificialmente.
Muy raras veces es el verdadero
amor espiritual la razón que mueve a dar ese paso, el más trascendental de
todos los de la vida. Por lo visto, fielmente asistidas en ello por muchos
padres, las jóvenes se consideran “demasiado listas” como para dejarse conducir
por los puros sentimientos, y así es como se precipitan en la desgracia. Muchas
de ellas pagan ya una parte de su superficialidad con el mismo matrimonio.
¡Pero sólo en parte! Las amargas experiencias del efecto reciproco,
consecuencia de esas falsas uniones conyugales, vendrán mucho más tarde; pues
la falta principal reside aquí en el hecho de haber dejado pasar, sin
reflexionar, la ocasión de un eventual progreso.
Cuántas vidas terrenales se han
perdido así completamente en lo que concierne a la finalidad propiamente dicha del ser espiritual en el hombre. Ello
ha provocado ya un grave retroceso que habrá de ser recuperado penosamente.
¡Qué diferente es el matrimonio
cuando está cimentado sobre bases justas y se desarrolla armoniosamente!
Gozosos, entregados voluntariamente al servicio mutuo, caminan unidos hacia su
ennoblecimiento espiritual, y se ayudan uno al otro para vencer las
dificultades de la Vida, enfrentándose a ellas con la sonrisa en los labios. Ese
matrimonio es un beneficio para todo lo existente, por la felicidad que emana
de él. Y esa felicidad lleva latente un impulso, no sólo para el individuo,
sino también para toda la humanidad.
Por lo tanto, ¡ay de los padres
que se valen de la persuasión, de la astucia o de la fuerza, para incitar a sus
hijos a contraer un matrimonio basado en erróneos razonamientos! Todo el peso
de la responsabilidad, que se extiende más allá de sus propios hijos, caerá
sobre ellos, más tarde o más temprano, con un ímpetu tal, que desearán no haber
tenido nunca esas “brillantes ideas”.
En cuanto al matrimonio
religioso, es considerado por muchos como una mera parte de una festividad de
orden puramente terrenal. Las mismas iglesias, o sus representantes, hacen uso
de las palabras: “Lo que Dios ha unido, que no sea separado por el hombre”.
En los cultos religiosos está
presente la idea fundamental de que los contrayentes, por la ceremonia
matrimonial, son unidos por Dios. Los “más adelantados”, en cambio, lo
interpretan en el sentido de que los contrayentes quedan unidos ante Dios. No obstante, esta segunda
interpretación está más justificada que la primera.
¡Pero no es ese el sentido que ha
de darse a tales palabras! Su significado es completamente distinto. En ellas
se pone de manifiesto el hecho fundamental de que los matrimonios son
concertados verdaderamente en el cielo.
Si esas palabras quedan
desprovistas de todo erróneo concepto y de toda falsa interpretación,
desaparecerá inmediatamente la causa de las risas, de las burlas y de los
escarnios, y el sentido de las mismas se presentará ante nosotros en toda su
gravedad y en su inmutable veracidad. Como consecuencia natural de eso, se
llegará a la conclusión de que los matrimonios deben ser de un carácter muy
diferente a los que actualmente tienen lugar; es decir, que el enlace
matrimonial debería realizarse en otras condiciones muy distintas, bajo muy
diferentes aspectos y convicciones, y con las intenciones más puras.
“Los matrimonios se conciertan en
el cielo”: estas palabras indican, en primer lugar, que toda persona, en el
mismo instante en que hace su entrada en la vida terrenal, trae consigo
determinadas cualidades personales, que sólo pueden desarrollarse armónicamente
mediante la influencia de aquellos hombres que posean facultades apropiadas
para ello. Estas facultades no son idénticas a aquéllas, sino que las complementan, alcanzando así la
plenitud de su valor.
En esa perfecta validez, todas
las cuerdas vibran según un armonioso acorde. Si una de las partes, gracias al
otro, llega a completar íntegramente sus facultades, ese otro, portador de
elementos complementarios, quedará también completado, y en la unión de ambos,
es decir, en la comunidad de su existencia y de su actividad, vibrará ese
armonioso acorde. Tal es el
matrimonio concertado en el cielo.
No quiere decirse con eso que
para cada ser humano exista solo y exclusivamente una persona determinada capaz de poder contraer con él un
matrimonio armonioso, sino que, en la mayoría de los casos, existen varios
seres humanos portadores de los elementos complementarios del otro.
Por tanto, no es preciso andar
errantes sobre la Tierra durante años y años para llegar a encontrar a la
persona adecuada, la que ha de servir de verdadero complemento. Es menester,
solamente, dedicarse a ello con toda la seriedad que el caso requiere,
manteniendo bien abiertos los ojos, los oídos y el corazón y, sobre todo,
prescindiendo de las exigencias que hoy son condición indispensable para el
matrimonio. Eso que suele hacerse actualmente es precisamente lo que hay que
evitar.
Un trabajo en común y fines
elevados son condiciones tan indispensables para un matrimonio sano como lo son, para la salud
corporal, el ejercicio y el aire puro. El que pretenda edificar esa vida en común sobre la base de la comodidad y
de la máxima despreocupación, no recogerá, en definitiva, más que enfermedad y
degeneración, con todas las consecuencias que de ello se derivan. Por tanto,
esforzaos en contraer matrimonios concertados en el cielo. ¡Así encontraréis la
felicidad!
Decir que ha sido concertado en
el cielo significa que, ya antes de nacer o en el mismo instante de hacer su
entrada en la vida terrenal, han sido predispuestos el uno para el otro. Esa
predisposición ha de interpretarse en el sentido de que cada uno posee
cualidades innatas capaces de completar por entero al otro. Esos tales se
corresponden mutuamente, o, expresado de otra forma, “están hechos el uno para
el otro”, es decir, se complementan verdaderamente. En eso consiste la
correspondencia.
“Lo que Dios ha unido, que no sea
separado por el hombre”.
La incomprensión de estas
palabras de Cristo ha sido, ya, causa de innumerables males. Muchos han vivido
hasta ahora en la creencia de que “lo que Dios ha unido” se refiere al
matrimonio, cuando, en realidad, se trata de una alianza concertada en el
cielo, en la cual se cumplen las condiciones requeridas para una perfecta
armonía. Que esa unión sea ratificada o no por la autoridad civil y
eclesiástica, no cambia en absoluto el estado de cosas.
Naturalmente, también es
necesario acatar el orden estatal establecido. Si una alianza tal va
acompañada, además, de una ceremonia nupcial de acuerdo con unos ritos
religiosos determinados y se asiste a ella con la gravedad que el acto exige,
entonces, naturalmente, esa alianza se hace más sagrada debido al estado de
ánimo de los contrayentes, y derrama sobre la pareja verdaderas bendiciones
espirituales. Ese matrimonio concertado en el cielo habrá sido, en verdad,
unido por Dios y ante Dios.
Pasemos ahora a la advertencia: …
¡que no sea separado por el hombre! Cuánto ha sido denigrado también el sentido
de estas palabras.
Y, sin embargo, la verdad que
yace en ellas es evidente. Dondequiera que exista una alianza concertada en el
cielo, es decir, allí donde dos seres se complementen de tal forma que su unión
se convierta en un acorde completamente armonioso, ningún tercero debe intentar
provocar la separación. Ya se trate de sembrar la discordia, de impedir esa
unión, o de conseguir la separación, la sola tentativa sería un pecado, una
injusticia, la cual, por el efecto recíproco correspondiente, caería
pesadamente sobre el causante, ya que, además de ser dos las personas
simultáneamente afectadas, esa forma de obrar redundaría en perjuicio de las
bendiciones que, como consecuencia de la felicidad de la pareja, se habrían
extendido por el mundo físico y por el mundo etéreo.
Esas palabras encierran una
verdad tan simple que es susceptible de ser reconocida en todos sus aspectos.
La advertencia no tiene otro fin que proteger esas uniones que, cumpliendo las
condiciones antes mencionadas, están concertadas en el cielo, como atestiguan
las cualidades innatas que sirven de mutuo complemento.
Entre esos seres, ninguna tercera
persona debe interponerse: ¡ni siquiera sus padres! De los mismos interesados
nunca saldrá la idea de una separación. La divina armonía que reina entre
ellos, fundamentada en sus comunes cualidades espirituales, no les permitirá
concebir un pensamiento semejante. Su felicidad y la estabilidad de su
matrimonio quedan, así, garantizadas de antemano.
Si uno de los cónyuges presenta
una solicitud de divorcio, aportará con ello la prueba más evidente de que su
matrimonio no está basado en la
necesaria armonía, y que, por consiguiente, no puede haber sido concertado en
el cielo. En tales circunstancias, el matrimonio debería anularse
necesariamente, a fin de elevar la individual consciencia moral de los cónyuges
que viven en tan malsano ambiente.
Esos matrimonios contraídos
erróneamente constituyen hoy la gran mayoría. Este lamentable estado de cosas
es debido, en su mayor parte, a la decadente moral de la humanidad y al culto
rendido al intelecto.
Pero “separar lo que Dios ha unido”
no concierne solamente al matrimonio, sino también al previo acercamiento de
esas dos almas que sólo pueden vivir en armonía complementándose mutuamente con
sus cualidades personales, es decir, que están destinadas una para otra. Si esa
alianza queda consumada y un tercero intenta entremeterse, usando de la
calumnia o de cualquiera de los procedimientos harto conocidos, la sola
intención equivale ya a un adulterio.
El sentido de las palabras: “Lo
que Dios ha unido, que no sea separado por el hombre”, es tan simple y claro,
que es difícil comprender cómo ha podido surgir una errónea interpretación de
las mismas. Sólo ha sido posible por haberse cometido la falta de separar al
mundo espiritual del mundo físico, lo cual hizo prevalecer una interpretación puramente
intelectual y limitada, que nunca, hasta ahora, ha sido capaz de engendrar
ningún valor real.
Esas palabras proceden de la espiritualidad, y, por
consiguiente, sólo en el plano espiritual serán susceptibles de ser explicadas
debidamente.
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Esta conferencia fue extractada de:
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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