viernes, 16 de diciembre de 2022

18. LOS DERECHOS DE LOS HIJOS RESPECTO A LOS PADRES

 

18. LOS DERECHOS DE LOS HIJOS RESPECTO A LOS PADRES

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UCHOS HIJOS, en lo que respecta a sus padres, viven en una nefasta ilusión que puede causarles los mayores daños. Creen poder cargar a sus progenitores con la responsabilidad de su propia existencia terrenal. A menudo se escucha la observación: “Naturalmente que mis padres tienen que cuidarme; ellos son los que me han traído al mundo. Yo no tengo la culpa de haber nacido”.

No podría decirse algo más insensato. Todo hombre ha venido al mundo por su propio deseo, por culpa propia. Los padres ofrecen, sólo y exclusivamente, la posibilidad de la encarnación. Y toda alma encarnada debería estar agradecida de que se le haya ofrecido tal posibilidad.

El alma de un niño no es más que un huésped de sus padres. Este mero hecho es razón suficiente para poder comprender que, en realidad, los hijos no pueden hacer valer derecho alguno respecto a sus padres: derechos espirituales, no tienen ninguno. Los derechos materiales, sin embargo, han nacido simplemente del orden social puramente terrenal, y han sido estipulados por el Estado para desligarse a sí mismo de toda obligación.

El niño es, desde el punto de vista espiritual, una entidad personal íntegra. A excepción del cuerpo físico, instrumento necesario para su actividad sobre la Tierra, no ha recibido nada de sus padres. Su cuerpo, por tanto, no es más que una morada dispuesta para el alma previamente independizada.

No obstante, la procreación lleva inherente la obligación de los padres de cuidar y conservar esa morada así creada, hasta que el alma, al tomar posesión de ella, pueda hacerse cargo de tales menesteres. El momento preciso en que esto tendrá lugar lo determinará el desarrollo natural del propio cuerpo. A partir de ese instante, todo lo que hagan los padres por él será un regalo de su parte.

Por tanto, hora es ya de que los hijos se abstengan de contar con la ayuda de sus padres. Harán mejor en buscar la manera de poder valerse por si mismos lo más pronto posible.

Como es natural, tanto da que su actividad se realice en el seno de la casa paterna como fuera de ella. Lo que importa es que esa actividad exista realmente, si bien no debe consistir en diversiones y en el cumplimiento de las llamadas obligaciones sociales, sino que ha de ser un cumplimiento real de un deber útil y determinado, un deber que, de no ser realizado por el hijo, tendría que ser encomendado a otra persona especialmente designada para ello. Sólo entonces podrá hablarse de una provechosa vida terrenal dedicada a alcanzar la madurez espiritual.

Pero, lógicamente, si un hijo, sea del sexo que sea, realiza esas labores dentro de la casa paterna, deberá recibir también, por parte de los padres, la misma remuneración que sería asignada a una persona extraña si se hiciera cargo de tales labores. En otras palabras: el hijo debe ser considerado, en el ejercicio de sus funciones, como una persona verdaderamente independiente, y ha de ser tratado como tal.

Cuando padres e hijos están unidos por especiales lazos de amor, confianza y amistad, ello redunda en un mayor beneficio para todos; pues, entonces, se trata de una alianza voluntaria basada en la íntima convicción, y, por tanto, de un valor mucho más alto. Sincera como es, mantiene también íntima relación con el más allá, lo que es causa de evolución y de mutuo gozo.

Sin embargo, algunas obligaciones y costumbres familiares resultan malsanas y condenables cuando los hijos han rebasado una cierta edad.

Naturalmente, tampoco existen los pretendidos derechos de parentesco, tantas veces reclamados por tías, tíos, primos, primas y cuantas personas forman parte del linaje familiar. Esos derechos de parentesco son, precisamente, los que constituyen un condenable abuso capaz de producir repugnancia a todo hombre consciente de sí mismo.

Desgraciadamente, a causa de las tradiciones, eso se ha convertido en una costumbre, hasta tal punto que, generalmente, el hombre ni siquiera se toma la molestia de observarlo desde otro punto de vista, y lo acepta tácitamente, si bien con adversión. Pero el que se atreva a dar ese pequeño paso y reflexione, libre de prejuicios, sobre el particular, sentirá en lo más profundo de su alma lo ridículo y deplorable de tales costumbres, y se rebelará, indignado, contra tales pretensiones.

¡Es preciso acabar de una vez con este estado de cosas tan antinatural! En cuanto una generación sana y lozana llegue a ser consciente de su individualidad espiritual, tales abusos ya no serán tolerados en modo alguno, pues son una negación de todo sentido coman.

De semejantes deformaciones artificiales del sentido natural de la Vida nunca puede surgir nada verdaderamente grande, pues el hombre pierde mucho de su libertad. En esas cosas aparentemente secundarias se oculta un servilismo demasiado pronunciado.

Ahí ha de imponerse la libertad despojándose el individuo de esas indignas costumbres. La verdadera libertad se basa en el exacto conocimiento del deber, íntimamente ligado al voluntario cumplimiento del mismo. ¡Sólo el cumplimiento del deber crea derechos! Esto también concierne a los hijos, cuyos derechos no pueden derivarse más que del fiel cumplimiento de sus deberes.

Pero también existen, para los padres, toda una serie de imperiosas obligaciones, que no tienen nada que ver con los derechos de los hijos.

Toda persona adulta tiene que ser consciente de lo que la procreación implica verdaderamente. La despreocupación, la irreflexión y los falsos conceptos que siguen reinando todavía en este terreno, se han vengado ya de manera terrible.

Os haréis una clara idea de ello si tenéis en cuenta que un gran número de almas esperan anhelantes, en las regiones inmediatas al mundo terrenal, la ocasión de poder reencarnarse sobre la Tierra. En la mayoría de los casos, se trata de almas humanas que, retenidas por los hilos del destino, buscan el modo de hallar la redención en una nueva vida terrenal. En cuanto se presenta la ocasión propicia, se aferran a los puntos en que tiene lugar una procreación, y permanecen allí esperando a que el cuerpo humano adquiera el grado de evolución adecuado para poder hacer de él su morada. Durante esa espera, van tejiéndose los hilos etéreos, recíprocamente, entre el cuerpo en desarrollo y el alma. Esta se mantiene obstinadamente en las cercanías de la futura madre, y, una vez que el cuerpo ha alcanzado una cierta madurez, los hilos entretejidos, haciendo de puente, permitirán que ese espíritu extraño procedente del más allá entre en el joven cuerpo, tomando inmediatamente posesión del mismo.

Un extraño huésped entra así en la familia, y, debido al karma que lleva consigo, puede ser causa de grandes preocupaciones para los educadores. ¡Un extraño huésped! … ¡Qué pensamiento más desapacible! Que el hombre lo tenga presente en todo momento. No debe olvidar nunca que puede contribuir a hacer una selección entre las almas que esperan encarnarse, si es que, por abandono, no deja pasar inútilmente el tiempo de que dispone para tal fin.

La encarnación siempre está sometida a la ley de la atracción de las afinidades. Pero no es absolutamente necesario que uno de los polos lo constituya una especie idéntica a uno de los progenitores, sino que, a veces, puede tratarse de una persona cualquiera muy próxima a la que va a ser madre.

Cuánto mal podría evitarse si el hombre llegara a conocer la realidad de todo el proceso y se ocupara de él con plena consciencia. Pero, actualmente, los hombres pierden el tiempo en frivolidades, frecuentan espectáculos y bailes, dan recepciones y no se ocupan apenas del importante acontecimiento que se está preparando entretanto, ese acontecimiento que, más tarde, influirá poderosamente durante toda su vida.

Consecuentemente, deberían conseguir con sus oraciones — que siempre están basadas en un ardiente deseo — influenciar ciertos factores, atenuar la maldad, intensificar el bien. Entonces, el extraño huésped que fuera a entrar en su hogar bajo la forma de niño, poseería una naturaleza tal, que sería bien acogido bajo todos los aspectos. Se desvaría mucho a propósito de la educación antes del nacimiento, siguiendo la mala costumbre de entender a medias o interpretar equivocadamente cuantos acontecimientos se ponen de manifiesto.

Pero también aquí, como tantas y tantas otras veces, las conclusiones que sacan los hombres de sus observaciones son falsas. No existe posibilidad alguna de una educación anterior al nacimiento, pero sí en lo que se refiere a una influencia de la atracción, cuando tiene lugar a su debido tiempo y con la seriedad que el caso requiere. La diferencia está en que las consecuencias se dejan sentir mucho más allá de lo que ninguna educación prenatal podría conseguir.

Quienquiera que, a pesar de haber comprendido claramente lo anterior, persista en procrear despreocupada e irreflexivamente, no merece otra cosa que se introduzca en su círculo familiar un espíritu humano capaz de no dejarle ni un solo momento de sosiego y, tal vez, de traer la adversidad sobre él.

Para todo hombre espiritualmente libre, la procreación debe ser una prueba de que está dispuesto a acoger en la familia, como huésped permanente, a un extraño espíritu humano, para darle ocasión de redimirse y alcanzar su madurez sobre la Tierra. Únicamente cuando el íntimo deseo de realizar ese fin es común a los esposos, la ocasión de procrear es propicia.

Si, tomando como base los hechos anteriormente expuestos, nos fijamos en padres e hijos, ¡qué aspecto más diferente tomarán muchas cosas por sí mismas! Tanto el comportamiento mutuo como la educación se basarán en principios muy distintos, más graves que los corrientemente usados hoy día en las familias. Habrá más consideración y más respeto entre todos. Se pondrá de manifiesto un sentimiento de independencia personal y un afán de hacerse responsables, de lo que se derivará un encumbramiento natural y social del pueblo.

En cuanto a los hijos, pronto perderán la costumbre de querer hacer valer unos derechos que nunca han existido.


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Esta conferencia fue extractada de:

EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio

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