18. LOS DERECHOS DE LOS HIJOS RESPECTO A LOS PADRES
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UCHOS HIJOS, en lo que respecta a sus
padres, viven en una nefasta ilusión
que puede causarles los mayores daños. Creen poder cargar a sus progenitores
con la responsabilidad de su propia existencia terrenal. A menudo se escucha la
observación: “Naturalmente que mis padres tienen que cuidarme; ellos son los
que me han traído al mundo. Yo no tengo la culpa de haber nacido”.
No podría decirse algo más insensato. Todo hombre ha venido
al mundo por su propio deseo, por culpa propia. Los padres ofrecen, sólo y
exclusivamente, la posibilidad de la encarnación. Y toda alma encarnada debería
estar agradecida de que se le haya ofrecido tal posibilidad.
El alma de un
niño no es más que un huésped de sus
padres. Este mero hecho es razón suficiente para poder comprender que, en
realidad, los hijos no pueden hacer valer derecho alguno respecto a sus padres:
derechos espirituales, no tienen ninguno. Los derechos materiales, sin embargo,
han nacido simplemente del orden social puramente terrenal, y han sido
estipulados por el Estado para desligarse a sí mismo de toda obligación.
El niño es, desde el punto de vista espiritual, una entidad
personal íntegra. A excepción del cuerpo físico, instrumento necesario para su
actividad sobre la Tierra, no ha recibido nada de sus padres. Su cuerpo, por
tanto, no es más que una morada dispuesta para el alma previamente
independizada.
No obstante, la procreación lleva inherente la obligación
de los padres de cuidar y conservar esa morada así creada, hasta que el alma,
al tomar posesión de ella, pueda hacerse cargo de tales menesteres. El momento
preciso en que esto tendrá lugar lo determinará el desarrollo natural del
propio cuerpo. A partir de ese instante, todo lo que hagan los padres por él
será un regalo de su parte.
Por tanto, hora es ya de que los hijos se abstengan de
contar con la ayuda de sus padres. Harán mejor en buscar la manera de poder
valerse por si mismos lo más pronto posible.
Como es natural, tanto da que su actividad se realice en el
seno de la casa paterna como fuera de ella. Lo que importa es que esa actividad
exista realmente, si bien no debe consistir en diversiones y en el cumplimiento
de las llamadas obligaciones sociales, sino que ha de ser un cumplimiento real
de un deber útil y determinado, un deber que, de no ser realizado por el hijo,
tendría que ser encomendado a otra persona especialmente designada para ello.
Sólo entonces podrá hablarse de una provechosa vida terrenal dedicada a
alcanzar la madurez espiritual.
Pero, lógicamente, si un hijo, sea del sexo que sea,
realiza esas labores dentro de la casa paterna, deberá recibir también, por
parte de los padres, la misma remuneración
que sería asignada a una persona extraña si se hiciera cargo de tales labores.
En otras palabras: el hijo debe ser considerado, en el ejercicio de sus
funciones, como una persona verdaderamente independiente, y ha de ser tratado
como tal.
Cuando padres e hijos están unidos por especiales lazos de
amor, confianza y amistad, ello redunda en un mayor beneficio para todos; pues,
entonces, se trata de una alianza voluntaria basada en la íntima convicción, y,
por tanto, de un valor mucho más alto. Sincera como es, mantiene también íntima
relación con el más allá, lo que es causa de evolución y de mutuo gozo.
Sin embargo, algunas obligaciones y costumbres familiares
resultan malsanas y condenables cuando los hijos han rebasado una cierta edad.
Naturalmente, tampoco existen los pretendidos derechos de
parentesco, tantas veces reclamados por tías, tíos, primos, primas y cuantas
personas forman parte del linaje familiar. Esos derechos de parentesco son,
precisamente, los que constituyen un condenable abuso capaz de producir
repugnancia a todo hombre consciente de sí mismo.
Desgraciadamente, a causa de las tradiciones, eso se ha
convertido en una costumbre, hasta tal punto que, generalmente, el hombre ni
siquiera se toma la molestia de observarlo desde otro punto de vista, y lo
acepta tácitamente, si bien con adversión. Pero el que se atreva a dar ese
pequeño paso y reflexione, libre de prejuicios, sobre el particular, sentirá en
lo más profundo de su alma lo ridículo y deplorable de tales costumbres, y se rebelará,
indignado, contra tales pretensiones.
¡Es preciso acabar de una vez con este estado de cosas tan
antinatural! En cuanto una generación sana y lozana llegue a ser consciente de
su individualidad espiritual, tales abusos ya no serán tolerados en modo
alguno, pues son una negación de todo sentido coman.
De semejantes deformaciones artificiales del sentido
natural de la Vida nunca puede surgir nada verdaderamente grande, pues el
hombre pierde mucho de su libertad. En esas cosas aparentemente secundarias se
oculta un servilismo demasiado pronunciado.
Ahí ha de
imponerse la libertad despojándose el individuo de esas indignas costumbres. La
verdadera libertad se basa en el exacto conocimiento
del deber, íntimamente ligado al voluntario cumplimiento del mismo. ¡Sólo el cumplimiento del deber crea derechos! Esto también concierne a los
hijos, cuyos derechos no pueden derivarse más que del fiel cumplimiento de sus
deberes.
Pero también existen, para los padres, toda una serie de
imperiosas obligaciones, que no tienen nada que ver con los derechos de los
hijos.
Toda persona adulta tiene que ser consciente de lo que la
procreación implica verdaderamente. La despreocupación, la irreflexión y los
falsos conceptos que siguen reinando todavía en este terreno, se han vengado ya
de manera terrible.
Os haréis una clara idea de ello si tenéis en cuenta que un
gran número de almas esperan anhelantes, en las regiones inmediatas al mundo
terrenal, la ocasión de poder reencarnarse sobre la Tierra. En la mayoría de
los casos, se trata de almas humanas que, retenidas por los hilos del destino,
buscan el modo de hallar la redención en una nueva vida terrenal. En cuanto se
presenta la ocasión propicia, se aferran a los puntos en que tiene lugar una
procreación, y permanecen allí esperando a que el cuerpo humano adquiera el
grado de evolución adecuado para poder hacer de él su morada. Durante esa
espera, van tejiéndose los hilos etéreos, recíprocamente, entre el cuerpo en
desarrollo y el alma. Esta se mantiene obstinadamente en las cercanías de la
futura madre, y, una vez que el cuerpo ha alcanzado una cierta madurez, los
hilos entretejidos, haciendo de puente, permitirán que ese espíritu extraño
procedente del más allá entre en el joven cuerpo, tomando inmediatamente
posesión del mismo.
Un extraño huésped entra así en la familia, y, debido al
karma que lleva consigo, puede ser causa de grandes preocupaciones para los
educadores. ¡Un extraño huésped! … ¡Qué pensamiento más desapacible! Que el
hombre lo tenga presente en todo
momento. No debe olvidar nunca que puede contribuir
a hacer una selección entre las almas que esperan encarnarse, si es que,
por abandono, no deja pasar inútilmente el tiempo de que dispone para tal fin.
La encarnación siempre está sometida a la ley de la
atracción de las afinidades. Pero no es absolutamente necesario que uno de los
polos lo constituya una especie idéntica a uno de los progenitores, sino que, a
veces, puede tratarse de una persona cualquiera muy próxima a la que va a ser
madre.
Cuánto mal podría evitarse si el hombre llegara a conocer
la realidad de todo el proceso y se ocupara de él con plena consciencia. Pero,
actualmente, los hombres pierden el tiempo en frivolidades, frecuentan
espectáculos y bailes, dan recepciones y no se ocupan apenas del importante
acontecimiento que se está preparando entretanto, ese acontecimiento que, más
tarde, influirá poderosamente durante toda su vida.
Consecuentemente, deberían conseguir con sus oraciones —
que siempre están basadas en un ardiente deseo — influenciar ciertos factores,
atenuar la maldad, intensificar el bien. Entonces, el extraño huésped que fuera
a entrar en su hogar bajo la forma de niño, poseería una naturaleza tal, que
sería bien acogido bajo todos los aspectos. Se desvaría mucho a
propósito de la educación antes del nacimiento, siguiendo la mala costumbre de
entender a medias o interpretar equivocadamente cuantos acontecimientos se ponen
de manifiesto.
Pero también aquí, como tantas y tantas otras veces, las
conclusiones que sacan los hombres de sus observaciones son falsas. No existe
posibilidad alguna de una educación anterior al nacimiento, pero sí en lo que
se refiere a una influencia de la
atracción, cuando tiene lugar a su debido tiempo y con la seriedad que el
caso requiere. La diferencia está en que las consecuencias se dejan sentir
mucho más allá de lo que ninguna educación prenatal podría conseguir.
Quienquiera que, a pesar de haber comprendido claramente lo
anterior, persista en procrear despreocupada e irreflexivamente, no merece otra
cosa que se introduzca en su círculo familiar un espíritu humano capaz de no
dejarle ni un solo momento de sosiego y, tal vez, de traer la adversidad sobre
él.
Para todo hombre espiritualmente libre, la procreación debe
ser una prueba de que está dispuesto a acoger en la familia, como huésped
permanente, a un extraño espíritu humano, para darle ocasión de redimirse y
alcanzar su madurez sobre la Tierra. Únicamente cuando el íntimo deseo de realizar ese fin es común a los esposos,
la ocasión de procrear es propicia.
Si, tomando como base los hechos anteriormente expuestos,
nos fijamos en padres e hijos, ¡qué aspecto más diferente tomarán muchas cosas
por sí mismas! Tanto el comportamiento mutuo como la educación se basarán en
principios muy distintos, más graves que los corrientemente usados hoy día en
las familias. Habrá más consideración y más respeto entre todos. Se pondrá de
manifiesto un sentimiento de independencia personal y un afán de hacerse
responsables, de lo que se derivará un encumbramiento natural y social del
pueblo.
En cuanto a los hijos, pronto perderán la costumbre de
querer hacer valer unos derechos que nunca han existido.
* * *
Esta conferencia fue extractada de:
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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