19. LA ORACIÓN
PUESTO QUE se debe hablar de la oración, lo haremos, como es lógico, dirigiéndonos solamente a aquellos que se ocupan de ella.
Tanto el arrebatador
agradecimiento que surge de una gran alegría, como el profundo sentimiento de
dolor en el sufrimiento, son los mejores fundamentos para que una oración pueda
ser efectiva. En esos momentos, el hombre está penetrado de un cierto
sentimiento que se impone sobre todo lo demás: de aquí que la idea dominante de
la oración, ya sea una acción de gracias o un ruego, pueda adquirir una fuerza
inalterada.
Los hombres suelen hacerse una
idea completamente falsa de lo que acontece con la oración propiamente dicha y
con su desarrollo posterior. No todas las oraciones llegan hasta el supremo
Guía de los mundos. Al contrario: constituye una rarísima excepción que una
oración consiga alcanzar verdaderamente las gradas del trono. Una vez más, la
fuerza de atracción de las afinidades juega — aquí también — el papel
principal, como ley fundamental que es.
Una oración sincera y
profundamente sentida ejerce una acción atractiva sobre las especies afines, y
es atraída por ellas. Entra así en relación con una central emisora de energía
de naturaleza idéntica a la que posee el contenido fundamental de dicha
oración. Esas centrales pueden ser denominadas secciones, esferas, planos, o de
cualquier otro modo: en el fondo, todo va a concluir en lo mismo.
Entonces, el efecto recíproco
aportará el deseo fundamental formulado en la oración, proporcionando vigor,
solaz, solución para difíciles problemas, incluso haciendo surgir nuevos
proyectos del fondo del alma, y muchas otras cosas más. Siempre se obtendrá
algún beneficio, aunque nada más sea que un mayor sosiego espiritual, una mayor
concentración susceptible de conducir hacia la salida, hacia la salvación.
También es posible que esas
oraciones, una vez emitidas e intensificadas por el efecto recíproco de las
centrales de fuerzas análogas, encuentren un camino etéreo que conduzca hasta
otros hombres estimulándolos y proporcionándoles una cierta ayuda, cumpliéndose
así la verdadera finalidad de la oración.
Todos estos procesos se comprenderán
con facilidad si se observa la vida en el mundo etéreo; también en esto se pone
de manifiesto la Justicia en el hecho de que el elemento decisivo de la oración
lo constituye siempre la íntima disposición del que reza, la cual, según la
intensidad del fervor, determina la vitalidad y la efectividad de la oración.
En los grandes sucesos etéreos
del universo, todo sentimiento encuentra su correspondiente especie afín,
puesto que no sólo no es atraído por los otros, sino que es repelido por ellos.
Solamente cuando aparece una especie idéntica, tiene lugar una unión y una
intensificación.
Una oración portadora de
sentimientos diferentes, los cuales, a pesar de su pluralidad, aún llevan en sí
una cierta fuerza debida al gran fervor del que reza, atraerá también
afinidades diversas, y diverso será lo que el efecto recíproco hará recaer.
El éxito que pueda conseguir una
oración semejante dependerá exclusivamente de sus componentes, los cuales se
impulsarán o se obstaculizarán mutuamente. De todas maneras, al formular una
oración, es preferible no emitir más que un
solo pensamiento profundamente sentido, a fin de que no haya confusiones.
Cristo tampoco pretendió en modo
alguno que el Padrenuestro fuera rezado obligatoriamente de principio a fin,
sino que dejó compendiado en él todo lo que
el hombre debe pedir con preferencia, en la plena seguridad de conseguirlo si
lo hace con la voluntad más sincera.
En esas peticiones está contenido
todo lo esencial que el hombre
requiere para su bienestar corporal y para su ascensión espiritual. ¡Pero
ofrecen más aún!: indican, al mismo tiempo, las normas generales por las que han de regirse las aspiraciones que el
hombre debe tener durante su vida terrenal. Ese compendio de peticiones es una
verdadera obra maestra.
Por sí solo, el Padrenuestro
puede serlo todo para el hombre que
busca, si profundiza en él y lo interpreta en su verdadero sentido. Si así lo
hace, no tendrá necesidad de ninguna otra cosa. El Padrenuestro contiene en sí
el Evangelio entero en su forma más concisa. Es la llave que abre las puertas
de acceso a las cumbres luminosas cuando es vivido debidamente por el hombre.
Puede servir de báculo y antorcha para
todo el que sigue hacia adelante en su caminar ascensional. Tal es lo
inconmensurable de su contenido.*
Ya esa misma riqueza muestra la
verdadera finalidad del Padrenuestro. Con él, Jesús entregó a la humanidad la
llave del reino de Dios, la quintaesencia de Su mensaje. Pero Cristo no
quiso decir con eso que debía ser recitado en la forma expuesta por El.
Basta que el hombre considere atentamente la manera en que
ha rezado, para darse cuenta por sí mismo de cuánto se ha distraído y cuán poco
profundos fueron sus sentimientos mientras rezaba el Padrenuestro siguiendo el
orden consecutivo de las peticiones. Por muy acostumbrado que esté a hacerlo,
le resultará imposible pasar de una petición a otra manteniendo el fervor que
requiere una buena oración.
Por su modo de ser, Jesús lo hizo todo fácil para la
humanidad, tan fácil como si fuera para niños. Con insistencia, solía decir:
“¡Volvéos como niños!” Es decir, pensad tan sencillamente como ellos, sin
buscar complicaciones. Nunca esperó de los hombres algo tan imposible como es
la extraordinaria concentración que exige el rezo del Padrenuestro.
Este hecho debería convencer
necesariamente a los seres humanos de que Jesús quería otra cosa, algo más
grande. No fue una simple oración lo que nos legó, sino la llave del reino de
Dios.
Toda oración múltiple perderá
siempre mucho de su efectividad. Un niño tampoco se dirige a su padre con siete
peticiones al mismo tiempo, sino sólo con aquella que más oprime su corazón en
ese instante, tanto si es una pena como si es un deseo.
Así es, también, como el hombre
debe dirigir sus plegarias a su Dios, en los momentos de necesidad,
exponiéndole lo que le oprime. En la mayoría de los casos, sólo se tratará de una cosa determinada, y no de varias
juntas. Debe abstenerse de pedir aquello que no le apremia por el momento, pues
tal petición no puede constituir un sentimiento interior suficientemente
vivido, se convierte en una forma vacía, y, naturalmente, debilita la
efectividad de otros ruegos que pudieran ser verdaderamente imperiosos.
Por eso, sólo se debe pedir lo que se necesita ciertamente. ¡Nada de
fórmulas insustanciales, que nada más sirven para reducir energías y que, con
el tiempo, llegan a convertirse en hipocresía!
La oración exige el fervor más
profundo. Ha de rezarse con ánimo sereno, que intensifica la fuerza sensitiva,
y con pureza interior, que proporciona a esa fuerza la ligereza luminosa
necesaria para transportar a la oración hasta las cumbres de la Luz y de la
Pureza absolutas. Entonces, la oración redundará en beneficio del que la
pronunció, proporcionándole aquello que le es más provechoso, y dándole un
verdadero empuje hacia adelante en su caminar por la Vida. No es la intensidad de la
oración lo que es capaz de empujar o lanzar a ésta hacia arriba: únicamente la Pureza puede hacerlo por
razón de su ligereza, y esa pureza puede ser conseguida por el hombre, aunque
no en todas las oraciones, en cuanto cobre vida en él la imperiosa necesidad de
rezar. No es indispensable para ello, que haya vivido siempre puro. Eso no
puede ser impedimento para poder elevarse, por lo menos de vez en cuando y en
cuestión de segundos, gracias a una oración puramente sentida.
La intensidad de la plegaria, a
su vez, no sólo depende del recogimiento interior y de la mayor concentración
que de ello se deriva, sino también de la vehemencia de las emociones más
diversas, tales como la angustia, las preocupaciones, la alegría, etc.
No quiere decirse con esto que
los resultados de la oración deban coincidir siempre con el carácter terrenal de los deseos o
pensamientos concebidos, ni que se correspondan con ellos, sino que esos
resultados deben ser tomados en un sentido mucho más amplio, ya que sirven
solamente para mayor provecho del conjunto,
sin tener en cuenta el instante terrenal.
Muchas veces, después de haber
creído que la oración no ha sido acogida favorablemente, es preciso reconocer
que, efectivamente, ha dado los mejores resultados y los únicas que convenían,
por lo que el hombre se alegrará de que sus momentáneos deseos no hayan sido
cumplidos.
Ocupémonos ahora de la
intercesión. El auditor se habrá preguntado muchas veces, cómo es que el efecto
reciproco correspondiente a una intercesión, es decir, a una oración dirigida
en favor de otro, puede alcanzar a una persona que no ha pronunciado tal
plegaria, siendo así que la repercusión ha de recaer siempre sobre el punto de
partida: en este caso, sobre el mismo que rezó.
Tampoco aquí tiene lugar una
derogación de las leyes establecidas.
Mientras reza, el intercesor
piensa tan intensamente en la persona para la que van dirigidos sus ruegos, que
sus deseos acaban por anclarse o
anudarse fuertemente en ésta, emprendiendo desde allí su camino ascensional y,
por consiguiente, pudiendo refluir sobre esa persona circundada de los
vehementes deseos del que reza, esos deseos que ya han cobrado vida en ella.
Pero para que tal suceda, es preciso que el estado de ánimo de la persona por
la que se ruega sea terreno propicio y posea una afinidad apropiada para el
anclaje, es decir, que su naturaleza no sirva de impedimento.
Si el terreno es árido, si no es
propicio, la ineficacia de la oración intercesora pondrá de manifiesto, una vez
más, la maravillosa justicia de las leyes divinas, las cuales no pueden
permitir que, por mediación de otra persona, llegue ayuda de fuera y caiga
sobre un terreno estéril. Ese rebotar del anclaje deseado por un intercesor,
esa desviación que sufren sus deseos en pro de una cierta persona indigna por
su estado de ánimo, imposibilita por completo que le sea suministrada ayuda
alguna.
También aquí, en la simple
naturalidad y en el carácter automático del evento, se pone en evidencia una
perfección tal que el hombre se queda admirado al ver la minuciosidad y la
justicia con que son repartidos los frutos de todo lo deseado por uno mismo.
La intercesión de personas que
rezan sin sentir un impulso personal verdadero, no tiene valor ninguno, no dará
ningún resultado: es paja seca.
Pero la verdadera intercesión
surte, también, otro efecto de muy distinta naturaleza: un efecto indicador. La
oración asciende directamente y se orienta en dirección del que necesita ayuda.
Entonces, si un mensajero espiritual acude en su socorro siguiendo el camino
indicado, la ayuda que él pueda ofrecer quedará supeditada a las mismas leyes,
dependerá del grado de valor personal, es decir, según que la ayuda encuentre
buena acogida o sea rechazada.
Si el hombre en cuestión se
inclina interiormente a las Tinieblas, el mensajero enviado a instancias de aquella
intercesión no podrá ayudarle en modo alguno a pesar de sus deseos, no podrá
influir en él, y tendrá que emprender el camino de regreso sin haber podido
realizar sus propósitos. Así, pues, esa oración intercesora no podrá surtir los
efectos deseados por no haberlo permitido la viva actividad de las leyes.
Pero, si el terreno es apto, la auténtica intercesión será
de valor incalculable. Servirá de ayuda para el que la necesitaba, aunque él no
se percate de ello, o se unirá a los deseos expuestos en las oraciones del
mismo, dándoles así una mayor intensidad.
* Conferencia II–20: “El Padrenuestro”
* * *
Esta conferencia fue extractada de:
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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