21. LA PALABRA HUMANA
¡A vosotros, hombres,
concedió el Creador como gracia insigne la facultad de formar palabras, para
que pudierais llegar a la madurez en el plano de la materialidad densa! En
ningún momento habéis sido conscientes del verdadero valor de este don tan
notable, ya que no os habéis molestado en ello y lo habéis empleado con
ligereza. Ahora tenéis que sufrir amargamente por vuestra errada forma de
obrar.
Sufrís por ello, y no obstante
seguís sin reconocer las causas que
traen como consecuencia tales sufrimientos.
No se puede jugar con los dones
del Todopoderoso sin salir perjudicado: así lo exige la Ley que actúa en la
Creación, ley que no se deja nunca alterar.
Y si pensáis que esta posibilidad
de hablar, es decir, esa facultad que tenéis de formar palabras y de valeros de
ellas para imponer vuestra voluntad en la materia densa, es un don de
importancia extraordinaria otorgado por vuestro Creador, sabéis también que de
él se derivan ciertas obligaciones y una enorme responsabilidad; ¡pues con el
lenguaje, y a través de él, tenéis que obrar en la Creación!
Las palabras que formáis, las
frases, determinan vuestro destino exterior sobre esta Tierra. Son como
semillas que caen en el jardín que vosotros cultiváis a vuestro alrededor; pues
toda palabra humana pertenece a lo más vivo de todo lo que vosotros podéis realizar en la Creación para vosotros mismos.
He aquí lo que, a título de
advertencia, someto a vuestra reflexión: en cada palabra humana reside un poder
activo, puesto que todos los vocablos están firmemente anclados en las Leyes
primordiales de la Creación.
¡Toda palabra formada por el
hombre ha surgido bajo la presión de Leyes superiores, según el uso que se haga
de ella tiene que provocar su efecto, manifestándose de una manera determinada!
El hombre posee plena libertad
para emplear las palabras según su
libre albedrío, pero no puede ejercer influencia alguna sobre el efecto final
que, conforme a la Ley Sagrada, está dirigido de una forma severa y justa por
un poder aún desconocido al hombre.
¡He aquí por qué, al llegar el
momento final de rendir cuentas, cae la desgracia sobre todo hombre que ha
abusado de los misteriosos efectos de la palabra!
¡Pero dónde está el hombre que nunca ha pecado en ello! Todo el género humano ha incurrido
gravemente en esta falta desde hace miles de años. ¡Cuánta desgracia se ha
esparcido ya sobre la Tierra por el uso indebido del don de poder hablar!
Todos los hombres han sembrado
veneno mediante su palabrería perniciosa y frívola. La semilla creció
debidamente, llegó a su completa floración, y da hoy los frutos que vosotros
tenéis que recoger, tanto si queréis como si no; ¡pues lo que ahora recae sobre
vosotros no es más que la consecuencia de vuestras
acciones!
Nadie que conozca las Leyes de la
Creación se extrañará de que ese veneno tenga
que dar los frutos más repugnantes, pues tales Leyes no se rigen por la opinión
de los hombres, sino que desde un principio han seguido su curso
ininterrumpidamente y sin desviación alguna para proseguir así por toda la
eternidad.
¡Hombres! ¡Mirad a vuestro
alrededor con claridad y sin prejuicios: ¡Tenéis
que reconocer sin dificultad las Leyes divinas autoactivas procedentes de la
Santísima Voluntad, ya que ante vosotros se hallan los frutos de vuestras
semillas! ¡A dondequiera que dirijáis vuestra mirada descubriréis que hoy día
la grandilocuencia del lenguaje predomina, dirigiéndolo todo! La siembra tenía
que alcanzar enseguida su floración, a fin de que al madurar quedara al
descubierto su verdadera esencia, para sucumbir después como algo inservible.
Tenía que madurar bajo la aumentada presión procedente de la Luz, y
tiene que espigarse como en un invernadero, para hundirse al fin, falta de
apoyo y desprovista de toda utilidad; en su caída enterrará también a todos
aquellos que se acogieron a su protección depositando en ella una confianza
irreflexiva o con la esperanza de poder conseguir sus ambiciones.
¡Ha empezado ya el tiempo de la
cosecha! Todas las consecuencias que se derivan del mal empleo del lenguaje
recaerán en adelante sobre el individuo y sobre las masas humanas que
propiciaron tal palabrerío.
La madurez de la cosecha trae
consigo, como consecuencia natural y,
a su vez, como prueba de la severa lógica existente en todos los
acontecimientos que tienen lugar dentro de las Leyes divinas, que los mayores
charlatanes sean también hoy, al final, los que más gozan de influencia y de
poder. Es éste el apogeo y el fruto del constante mal empleo de la palabra,
cuyos misteriosos efectos ya no pueden ser reconocidos por la insensata
humanidad, ya que, desde hace mucho tiempo, mantiene cerradas sus puertas a
aquel saber.
No prestó oídos a la voz de
Jesús, el Hijo de Dios, cuando Él advirtió en ese entonces diciendo:
“¡Que vuestro lenguaje sea sí o
no, pues todo lo que pasa de esto, de mal procede!”
Estas palabras contienen más de
lo que pensabais: ¡porque llevan en sí el progreso o la decadencia de la
humanidad!
Dada vuestra propensión a hablar
mucho y en vano, habéis elegido la decadencia,
la cual ya es una realidad. Antes de que se produzca el desmoronamiento general
en el Juicio, esta decadencia os muestra, por último, con toda claridad, los
frutos a que por fuerza habéis dado lugar con vuestra forma errada de emplear
la palabra. Se os facilita así la posibilidad de obtener el conocimiento que os
puede salvar. La potencia del efecto recíproco eleva actualmente a los maestros
de vuestros propios pecados hasta una altura tal, que corréis el riesgo de ser
aplastados por ellos, de tal forma que, al tomar conciencia de todo esto, o
lográis liberaros, o perecéis a costa de ellos.
¡Esto es Justicia y ayuda al mismo tiempo, como sólo la Voluntad de Dios,
en Su Perfección, puede ofrecéroslo!
¡Mirad, pues, a vuestro
alrededor! Tenéis que daros cuenta de
ello a poco que os esforcéis. Y a los que dudan todavía, les será arrancado por
la fuerza, mediante sufrimientos aún mayores que los actuales, el velo que
ellos mismos pusieron ante sus ojos para tratar de no ver los frutos de su propio
querer. ¡Así será purificada esta Tierra del peso de vuestra gran culpa!
En ello ha colaborado la
humanidad entera, no sólo unos cuantos individuos. Son todos los actos errados
que florecieron en siglos pasados y que hoy, en el tiempo del Juicio, tenían que
madurar mostrando sus últimos frutos, para desaparecer con dicha madurez.
El parloteo frívolo, desprovisto
de todo sentido y de toda reflexión, ese hablar siempre falso que vibra en
contra de las Leyes primordiales de la Creación, tenía que acentuarse hasta
llegar a convertirse en la enfermedad general
actual, y ahora, sufriendo terribles accesos de fiebre, tendrá que dejar caer
sus frutos como en una tempestad… Caerán en el seno de la humanidad.
No es, pues, digno de compasión
el pueblo que tiene que sufrir y padecer por tales causas, ya que son todos
frutos de su propia voluntad, que
tienen que ser saboreados, aunque estén podridos y tengan un sabor amargo, y
aunque sean causa de perdición para muchos; porque si se siembra veneno, sólo
puede recogerse veneno. Ya lo dije en otra ocasión: ¡Si sembráis cardos, no
puede crecer trigo!
Es por eso por lo que nunca se
derivará nada constructivo de las difamaciones, de las burlas y de los daños
ocasionados al prójimo. Porque todo género y toda forma de ser no puede
engendrar más que algo similar, y
sólo pueden atraer lo que les es afín. ¡No debéis olvidar nunca esta Ley de la Creación! ¡Se cumple autoactivamente, y ninguna voluntad humana puede jamás oponerse a
ella de ninguna manera! ¡Jamás! ¿Lo oís bien? Grabároslo en vuestro interior, a
fin de que vigiléis siempre vuestros pensamientos, vuestras palabras y vuestras
obras, ya que de ello nace todo, incluso vuestro destino. ¡No esperéis, pues,
nunca otra clase de fruto que el que corresponda a la naturaleza de la semilla!
Esto no es, a fin de cuentas, tan
difícil, y, no obstante, es en eso precisamente en lo que pecáis una y otra
vez. El insulto no puede producir más que insultos, el odio sólo odio, y el
crimen sólo crimen. Pero la nobleza, la paz, la luz y la alegría no pueden
nacer nunca de otra cosa que de una noble
forma de pensar.
La liberación y la redención no
se encuentran en las vociferaciones de los individuos o de las masas humanas.
Un pueblo que se deja guiar por charlatanes tiene que hacerse necesariamente y
en justicia una mala reputación, caerá en la miseria y en la muerte, en la
desolación y en la aflicción; será arrojado con violencia al fango.
Y si bien hasta ahora ha sucedido
frecuentemente que el fruto y la cosecha no se han mostrado en el transcurso de
una misma vida terrenal, sino sólo en
vidas posteriores, de ahora en adelante será muy diferente; pues el
cumplimiento de la Voluntad Divina exige el desenlace inmediato de todos los eventos en la Tierra, y por tanto, también
el de todos los destinos de los individuos y de los pueblos. ¡Será, pues, un
arreglo de cuentas definitivo!
¡Cuidad, por tanto, vuestras
palabras! Haced uso de vuestro lenguaje con todo esmero, pues la palabra humana
también es acción; si bien es una acción que sólo puede crear formas en el
plano de la materialidad densa fina, las cuales actúan penetrando en todo lo
terrenal.
No esperéis que las promesas sean
cumplidas al pie de la letra y se tornen actos, si el que las hizo no lleva en
su alma las intenciones más puras.
Pues las palabras dan forma a aquello
que vibra simultáneamente con ellas desde lo
más íntimo del que habla. La misma palabra puede, por tanto, causar
diferentes efectos, y ¡ay, si en algún caso no vibra realmente en pureza
absoluta!
Descorro el velo que cubría hasta
ahora vuestra ignorancia, a fin de que en adelante podáis vivir conscientemente
tan fatales consecuencias y podáis así sacar provecho de ello para el futuro.
Pero os doy todavía algo más para
que os sirva de ayuda:
¡Medid vuestras palabras! ¡Que vuestro lenguaje sea sencillo y veraz!
Éste lleva consigo, según la Sagrada Voluntad de Dios, una facultad de formar,
que puede ser constructiva o destructiva, según la naturaleza de las palabras y
del que habla.
¡No desperdiciéis estos dones tan
eminentes, otorgados por la Gracia de Dios! Antes bien, intentad reconocerlos
verdaderamente en todo su valor. Hasta ahora, el poder de la palabra ha sido
para vosotros una maldición, a causa de aquellos que, cual secuaces de Lucifer,
han abusado de tal poder, como consecuencia nefasta de la deformación del
intelecto y de su desarrollo unilateral.
Por eso, ¡guardaos de los que
hablan mucho, pues llevan consigo la descomposición! ¡Vosotros, por el contrario, tenéis que ser constructores en la Creación, y no charlatanes!
¡Cuidad vuestras palabras! ¡No
habléis por hablar! ¡Hablad solamente cuando, como y donde sea necesario! En la
palabra humana debe existir un reflejo del Verbo Divino, el cual es Vida y
seguirá siéndolo eternamente.
¡Sabéis que la Creación entera
vibra en la Palabra del Señor! ¿No os da eso que pensar? En Ella vibra la
Creación entera, lo mismo que vosotros, como parte que sois de la Creación;
pues ésta nació de la Palabra y subsiste por Ella.
Ha sido anunciado claramente a
los hombres:
“¡Al principio era el Verbo! ¡Y
el Verbo estaba en Dios! ¡Y Dios era el Verbo!”
En esto radica para vosotros toda la
sabiduría, si tan sólo os esforzarais por alcanzarla. Pero vosotros lo leéis
superficialmente y no prestáis la menor atención. Os es dicho claramente: ¡El
Verbo procede de Dios! Éste era y es
una parte de Él.
Un débil reflejo del poder de la
Palabra divina, que es Vida, que
contiene todo en sí, que abarca todo lo que está fuera de Dios; un reflejo
débil de esa Palabra se encuentra igualmente en la palabra humana.
La palabra humana sólo puede
ejercer su acción en el plano de la materialidad densa fina. ¡Y esto es
suficiente para que se formen retroactivamente los destinos del ser humano y de
los pueblos aquí en la Tierra!
¡Pensad en ello! ¡El que habla mucho
se encuentra en el terreno del intelecto deformado y unilateralmente
hipertrofiado! Lo uno viene siempre acompañado de lo otro. ¡En eso lo
reconoceréis! ¡Son palabras pertenecientes a un plano terrenal muy bajo, las
cuales no pueden nunca ser constructivas! No obstante, según la Ley divina, la
palabra debe actuar de forma
constructiva. Dondequiera que no obedezca a esta ley, no podrá tener más que
efectos contrarios.
Por tanto, ¡medid siempre
vuestras palabras! ¡Sed fieles a
vuestra palabra! El verdadero camino os será mostrado cuando se establezca el
Reino de Dios aquí en la Tierra.
Primeramente tenéis que aprender
a reconocer el poder de las palabras, ese poder que hasta ahora habéis
despreciado con tanta ligereza e indiferencia.
¡Pensad solamente en la palabra
más sagrada que os ha sido dada, en la palabra: DIOS!
Habláis muy a menudo de Dios, tan a menudo, que ya no se nota esa
veneración que permite reconocer la rectitud de lo que sentís intuitivamente al
pronunciar esa palabra: la veneración que no os deja pronunciar este Nombre
sagrado más que en voz baja y con
gran recogimiento y entrega, para protegerlo afanosamente de toda profanación.
¡Qué es lo que vosotros, hombres,
habéis hecho del más sagrado de los conceptos que puede ser expresado por la
palabra! En lugar de preparar vuestro espíritu con humildad y alegría para
pronunciar el más sublime de los nombres, a fin de abriros con gratitud a la
indecible Fuerza de irradiación de la Luz que dimana de la insustancial
majestad del verdadero Ser, el cual os concede a vosotros y a toda criatura la
facultad de respirar, en lugar de eso habéis osado rebajar ese nombre sagrado
al bajo nivel de vuestro mezquino pensar, habéis osado emplearlo a la ligera,
como si se tratara de una expresión vulgar, la cual se convirtió para vuestros
oídos en un sonido vacío incapaz de encontrar acceso a vuestro espíritu.
Es, pues, evidente que este
nombre, el más sublime de todos, surta efectos diferentes sobre los que lo
pronuncian con verdadera veneración y reconocimiento.
Por eso, cuidad todas vuestras palabras; porque en ellas
se encierra para vosotros la alegría o el dolor. Construyen o destruyen,
proporcionan claridad o inducen a confusión, según la forma en que sean pronunciadas y utilizadas.
Más tarde os facilitaré también conocimiento acerca de esto, de modo que podréis dar gracias con cada palabra que el
Creador os conceda pronunciar todavía. Entonces seréis felices, incluso en el
plano terrenal, y la paz reinará sobre esta Tierra tan perturbada hasta los
días de hoy.
* * *
Esta conferencia fue extractada de:
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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