23. EL NOMBRE
ES LAMENTABLE
que los hombres pasen indiferentes ante cosas verdaderamente graves y que, en
la pereza de su espíritu, no se percaten de ellas más que cuando se ven obligados a ello. Mas esa pereza
mortal no es sino consecuencia del libre
albedrío de la humanidad, tan criminalmente empleado hasta el presente.
Todos los seres humanos están sometidos a la ley como
cualquier criatura; están rodeados y penetrados de ella, y ellos mismos han
sido creados por la ley y conforme a la ley. Viven dentro de ella y, mediante
su libre albedrío, tejen la trama de su destino, trazan sus propios caminos.
Al tener lugar encarnaciones en la Tierra, esos caminos que
ellos mismos trazaron les conducen indefectiblemente hacia los padres de que
tienen necesidad absoluta para su infancia. De este modo, entran también en el medio ambiente que les es útil; pues
en él recogerán precisamente lo que
haya madurado para ellos como fruto de los hilos de su propia voluntad.
Asimismo, las experiencias vividas que se deriven de ahí
les harán seguir madurando; pues si la volición anterior estuvo orientada hacia
el mal, los frutos que habrán de recoger ineludiblemente serán también de la
misma naturaleza. Al mismo tiempo, ese proceso, con todas sus ineluctables
consecuencias, constituye el constante cumplimiento de los deseos concebidos
anteriormente, esos deseos que están latentes y ocultos en toda voluntad, de la
cual son, en efecto, el elemento impulsor. Sucede frecuentemente, que esos
frutos se dan en el curso de una vida terrenal ulterior; pero se dan
inevitablemente.
Por otro lado, esas consecuencias lógicas constituyen, al
mismo tiempo, el desenlace de todo lo
que el hombre haya formado hasta entonces, sea bueno o malo. Tan pronto como
llegue al conocimiento de sí mismo sacando las enseñanzas pertinentes, tendrá
ocasión de elevarse en todo instante y de superar cualquier situación de la Vida; pues nada es tan grave que no pueda ser enmendado con una voluntad sincera hacia
el bien.
Tal es la ininterrumpida actividad que reina en toda la
creación en continuo movimiento; y, también continuamente, el espíritu humano,
lo mismo que toda criatura, teje, en los hilos de la ley, su propio destino, la
naturaleza de su camino. Cada impulso de su espíritu, cada fluctuación de su
alma, cada acción de su cuerpo, cada palabra, le anudan continua y
automáticamente — sin que él se dé cuenta — nuevos hilos, que se unen a los ya existentes, se enlazan con ellos y se mezclan entre sí. Todo se reduce a un
continuo formar. Incluso el nombre
terrenal que habrá de llevar en una vida ulterior en la Tierra es formado, ya,
de antemano, y lo llevará inevitablemente;
pues los hilos que él mismo ha tendido le tiran hacia allí decidida e
indefectiblemente.
Por consiguiente, también cada nombre terrenal está sujeto a la ley. No
es nunca una cosa fortuita, nunca se da sin que el mismo que lo lleva no haya
puesto la base para ello, dado que cada alma a punto de encarnarse se desliza
irresistiblemente por los hilos de su
propio tejido, que, cual si fueran raíles, la conducen al lugar exacto que
ha de ocupar conforme a la ley originaria de la creación.
Por último, a medida que aumenta la densidad material, los
hilos van concentrándose más y allí donde las irradiaciones de la materialidad
etérea densa tienen íntimo contacto con las irradiaciones de la materialidad
física sutil, estableciéndose una atracción
mutua, de naturaleza magnética, que las une sólidamente durante el tiempo
de duración de una nueva existencia terrenal.
La respectiva existencia terrenal durará hasta que se
modifique la intensidad inicial de las irradiaciones del alma, mediante cuantas
remisiones acaezcan en el curso de la vida en la Tierra, con lo que, al mismo
tiempo, esa fuerza de atracción magnética tenderá más hacia arriba que hacia
abajo, hacia la materialidad física, efectuándose finalmente, a su vez, la
separación — conforme a la ley — entre la materialidad etérea del alma y la
materialidad física del cuerpo, ya que entre ellas no puede establecerse nunca
una verdadera fusión, sino solamente una unión,
mantenida magnéticamente por una intensidad perfectamente determinada del
grado de calor de la mutua irradiación.
A eso se debe también que, si un cuerpo es destrozado por
la violencia, trastornado por la enfermedad o debilitado por la edad, el alma
haya de abandonarlo en el momento preciso en que dicho cuerpo ya no sea capaz de producir la intensidad de irradiación requerida para la actuación de la
fuerza de atracción magnética necesaria para contribuir a la sólida unión entre
cuerpo y alma.
De ahí se deriva la muerte terrenal: el despojamiento o
desprendimiento del cuerpo físico de la envoltura etérea del espíritu; es
decir, la separación. Es este un proceso que, conforme a las leyes
establecidas, tiene lugar entre dos especies que sólo pueden mantenerse unidas
mediante la irradiación engendrada a partir de un grado de calor perfectamente
determinado, pero sin poder fundirse entre sí, volviéndose a separar en cuanto
una de ellas no pueda cumplir las condiciones exigidas.
Incluso durante el sueño del cuerpo físico, se produce un
relajamiento en la sólida unión del alma; pues, durante el sueño, el cuerpo
emite otra irradiación que no mantiene tan sujeto como se requiere para una
sólida unión. Pero comoquiera que ésta existe aún, sólo se verifica un relajamiento, no una separación. Ese
relajamiento desaparece al despertar.
Ahora bien, si, por ejemplo, un hombre se inclina
exclusivamente a lo materialmente físico, como es el caso de los que se
denominan orgullosamente realistas o materialistas, es evidente que, por efecto
de ese afán, el alma de esos tales engendrará una irradiación especialmente
intensa con tendencia a la materialidad física. Este proceso tiene como
consecuencia una muerte terrenal muy penosa, puesto que el alma tratará de
aferrarse únicamente al cuerpo físico, y ese estado es lo que se llama una
penosa muerte terrenal. Así pues, la naturaleza de la irradiación es lo
decisivo en muchas cosas o, incluso, en todo lo de la creación. Todos los
acontecimientos encuentran ahí su explicación.
Ya he explicado en mi conferencia sobre el misterio del
nacimiento, cómo llega el alma al cuerpo físico destinado a ella
exclusivamente. Los hilos se anudan a los futuros padres por medio de las
afinidades, las cuales van acentuando su acción atractiva inicial hasta que los
hilos se juntan y se anudan al cuerpo en gestación al llegar a un cierto grado
de madurez, lo que obliga al alma a encarnarse.
Por otro lado, los padres también llevan el nombre que han adquirido según la
clase de hilos que ellos mismos tejieron. Por consiguiente, el mismo nombre
tiene que convenir igualmente al alma afín que se acerca con vistas a la
encarnación. Incluso los nombres de pila del neófito son dados, pese a una
aparente reflexión, conforme a la
afinidad, puesto que el pensamiento y la reflexión se adaptan siempre a la
especie determinada y sólo a ella. La especie
se reconoce siempre en los pensamientos con toda exactitud, al igual que en
las formas mentales pueden distinguirse clara y precisamente las especies a que pertenecen, pese a
las múltiples variedades que existen. Ya he hablado de esto al tratar de las
formas mentales.
La especie es
fundamental para todo. Por tanto, a pesar de todas las cavilaciones respecto al
nombre a dar al recién nacido, la elección se hará siempre de manera que esos
nombres estén de acuerdo con la ley y convengan a lo que la especie exige y
merece; pues el ser humano no puede obrar de otro modo a tal efecto, dado que
está sometido a las leyes, y éstas actúan sobre él en correspondencia con su
especie.
No obstante, todo eso no excluye en modo alguno el libre
albedrío, ya que, en realidad toda especie
humana es un mero fruto de la voluntad personal y efectiva que el hombre
lleva en sí.
Tratar de engañarse diciendo que no ha habido libertad de
decisión por el hecho de que se impongan las leyes de la creación, no es sino
una excusa de las más deplorables. Todo cuanto el ser humano ha de experimentar
en sí mismo obligado por las leyes, es fruto de la propia voluntad, que fue impuesta anteriormente tendiendo los hilos
que darían lugar a la maduración de los correspondientes frutos.
Así pues, cada ser humano lleva en la Tierra el nombre exacto al que él mismo se ha
hecho acreedor. Por eso, no sólo se llama como su nombre expresa; no sólo se
llama así, sino que es así también.
¡El hombre es lo que su nombre
expresa!
Ahí no tiene cabida la casualidad. De una manera y otra, se llega a la relación prescrita, dado
que los hilos siguen siendo irrompibles para el ser humano, en tanto no sean
eliminados, por los espíritus humanos afectados y pendientes de ellos, mediante
la experiencia vivida.
Es este un saber que la humanidad no conoce todavía; un
saber del que es muy probable que, incluso, se ría, como siempre sucede cuando
hay algo que no puede comprender. Pero esa humanidad tampoco conoce las leyes
divinas grabadas profundamente en la creación desde los primeros orígenes de la
misma; esas leyes a las que la creación debe su propia existencia y que actúan
también sobre el hombre en cada segundo, sirviéndole de ayuda y de juez en
todos sus actos y pensamientos, y sin las cuales no podría dar ni un solo
suspiro. ¡Y el ser humano desconoce todo eso!
No es, pues, de asombrarse que se niegue a reconocer en
muchas cosas las ineludibles consecuencias de esas leyes, y que, por el
contrario, trate de ridiculizarlas mofándose de ellas. Pero precisamente en
estas cosas que el hombre debía y tenía que saber, es inexperto por
completo o, dicho sin ambages, es más necio que cualquier otra criatura de la
creación, todas las cuales vibran sencillamente dentro de ella con todo su ser.
Y a esa necedad se debe solamente que
se burle de lo que no puede comprender. Esas burlas y mofas son la prueba y,
también, la declaración de su ignorancia, de la que se avergonzará en breve
cuando se apodere de él la desesperación a causa de su absoluta falta de
conocimientos.
Sólo la desesperación puede conseguir, aún, despedazar esa
dura corteza que rodea actualmente al hombre y que tan oprimido le tiene.
* * *
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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