24. LO SUSTANCIAL
No obstante, considero necesario
hablar, ahora, más detalladamente de todas las sustancialidades, a fin de que
el hombre tenga ocasión de representarse en su fuero interno el cuadro general
de esa actividad.
Lo “sustancial” es un término que
yo mismo os he dado, porque expresa del mejor modo lo que es capaz de daros una forma definida para vuestro concepto
de la actividad, así como también para el de la naturaleza de esta parte
constitutiva de la creación, tan importante para toda obra creadora.
Podemos designar, también, a lo
“sustancial” como lo “esencial” para la creación
o, mejor aún, como lo que “destaca visiblemente” en la creación; tal vez os
resulte así más comprensible lo que quiero expresar realmente con el término
“sustancial”.
También se pueden emplear otros
conceptos de vuestro vocabulario con el fin de darle una forma más precisa. Uno
de esos conceptos es la expresión: “elemento de enlace” o simplemente:
“elemento que ata” y que, por tanto, él mismo está “atado”.
Una vez expuestos estos términos
transitorios, podré hablar simplemente del “elemento constitutivo de formas”,
sin que vosotros entendáis que lo sustancial sea capaz de crear formas por su propia voluntad; pues eso sería
falso, ya que lo sustancial no puede constituir formas más que cuando es
impulsado por la Voluntad de Dios: la viva ley originaria de la creación.
Asimismo, podemos denominar a lo
sustancial: la fuerza motriz que da forma y mantiene lo formado. Creo que, con
esta definición, os resultará mucho más fácil dar a vuestra facultad
comprensiva un concepto que se aproxime al verdadero.
Sustancial, es decir, lo que
destaca visiblemente y, por tanto, puede ser reproducido en imágenes, es todo menos Dios. Sólo el mismo Dios es
insustancial, así llamado por contraposición al concepto de sustancial.
En consecuencia, todo lo que
existe fuera de Dios, fuera del Ser Insustancial, es sustancial y ha sido
formado.
Aceptad esto como concepto
fundamental para vuestra comprensión.
Así pues, sustancial es todo,
excepto Dios. Y como fuera de Dios no existe más que Su irradiación, se deduce
consecuentemente que lo sustancial es la natural e inevitable irradiación de
Dios.
Lo sustancial es, por
consiguiente, mucho más amplio y elevado de lo que os imaginasteis. Lo abarca todo a excepción de Dios, pero se divide
en múltiples gradaciones, cada una según el grado de enfriamiento y del
alejamiento de Dios que de ahí resulta.
Si conocéis bien el Mensaje, sabréis que ya hablé en él de lo
sustancial-divino, situado en la esfera divina, a la que sigue lo sustancial-espiritual,
que, a su vez, se divide en sustancial-espiritual originario y
sustancial-espiritual; mencioné, después, el plano de lo meramente sustancial,
seguido, en orden descendente, por la materialidad etérea y, finalmente, la
materialidad física con todos sus distintos planos de transición.
Mas como, a excepción del mismo
Dios, todo es sustancial, me he
reducido a llamar a las distintas especies simplemente: divinidad,
espiritualidad originaria, espiritualidad y sustancialidad; siguen después,
como gradaciones diferentes hacia abajo, la materialidad etérea y la
materialidad física.
Sin embargo, el conjunto presenta
solamente dos características fundamentales: insustancial y sustancial.
Insustancial es Dios, mientras que Su irradiación debe ser designada como
sustancial. Fuera de eso no existe nada, porque todo lo existente fuera de Dios
ha surgido y evoluciona únicamente a partir de la irradiación divina.
A pesar de que esto se deduce
claramente del Mensaje, si se le considera debidamente,
muchos lectores y auditores se imaginan, sin embargo, a primera vista, que
la sustancialidad no es más que la región de la creación situada entre la
espiritualidad y la materialidad etérea, la región de donde proceden los seres
elementales: elfos, ondinas, gnomos, salamandras; así como también las almas de
los animales, que, efectivamente, no llevan en sí nada espiritual.
Bien mirado, no era falso pensar
así hasta ahora; pues esa región entre la espiritualidad y la materialidad
etérea es el plano meramente sustancial, el plano de la sustancialidad
elemental, ya desprovisto de los elementos divinos, espirituales originarios y
espirituales. Es la más pesada de las capas que aún poseen movimiento propio.
Al seguir enfriándose, se desprende de ella la materialidad, que, a su vez,
continúa descendiendo, dando lugar, en su primer enfriamiento, a la densa
materialidad etérea, de la que aún se separa la masa de la materialidad física,
inmóvil en sí misma.
Pero también entre ambas
materialidades, extrañas mutuamente en su género, existen múltiples y
especiales gradaciones. Así tenemos, por ejemplo, que la Tierra no es la más
densa de ellas. En la materialidad física hay otras gradaciones mucho más
pesadas, mucho más densas, en las que, por consiguiente, el concepto de espacio
y tiempo es mucho más restringido, completamente distinto del de aquí, con una
movilidad más lenta — consecuencia de esa mayor restricción — y, por tanto, con
una facultad de evolución más reducida también.
Según las especies de la facultad
de movimiento, así se forman, en las distintas regiones, los diferentes
conceptos de espacio y tiempo; pues cuando la densidad y la pesadez se hacen
más grandes, no sólo son los astros los que se mueven más lentamente, sino que
también los cuerpos carnales se vuelven más torpes y compactos, con lo que los
cerebros resultan menos ágiles. En suma: todo es distinto cuando son distintos
los efectos y las especies de las irradiaciones mutuas, que infunden movimiento
y, al mismo tiempo, son las consecuencias de ese movimiento, después de
transformadas.
Precisamente porque todo lo de la
creación está sometido a una ley, las
formas y conceptos tienen que manifestarse de distinta manera en cada una de
las regiones, conforme a la clase de movilidad, que, a su vez, depende del
respectivo enfriamiento y de la densificación que de él resulta.
Pero, con eso, me desvío
demasiado del tema; pues, hoy, quiero, ante todo, ampliar algo más el concepto
de la sustancialidad.
A tal fin, recurro a una
expresión metafórica, ya empleada por mí anteriormente, y digo escuetamente:
Lo insustancial es Dios. Lo
sustancial es el manto de Dios. Fuera de eso, no existe absolutamente nada. Y
ese manto de Dios ha de ser conservado puro por quienes lo tejen o pueden
cobijarse en sus pliegues, entre los cuales también se cuentan los espíritus
humanos.
Fuera de Dios, todo es, pues,
sustancial. Por consiguiente, la sustancialidad se extiende hasta el interior
de la esfera divina. Más aún: la propia esfera divina ha de ser denominada
sustancial.
Es, pues, necesario hacer aquí
una distinción más sutil, para que no pueda sobrevenir error ninguno. Lo mejor
será establecer una separación entre los conceptos “lo sustancial o sustancialidad” y “los seres sustanciales o sustancialidades”.
“Lo sustancial” abarca todo a excepción de Dios, puesto que es la antítesis
de lo insustancial. Pero lo sustancial comprende todavía lo divino, la
espiritualidad originaria y la espiritualidad con todas sus especiales
gradaciones, a las que no me he referido aún porque, por el momento, eso
superaría demasiado la capacidad de comprensión. Es preciso, en primer lugar,
que los fundamentos exactos se
asienten inquebrantablemente en la consciencia del espíritu humano, a partir de
los cuales podremos ir ampliando poco a poco, paso a paso, hasta que la
posibilidad de comprensión del espíritu humano se haya dilatado
suficientemente.
Por tanto, en el futuro, cuando hablemos de lo sustancial, querremos decir: todo lo
que abarca la sustancialidad fuera de Dios. En el curso de conferencias
posteriores, os daréis cuenta de cuán amplio es todo eso; pues no sólo
comprende las gradaciones descendentes ya conocidas, sino que, junto a ellas, existen también múltiples
e importantes variedades, por cuya actividad evoluciona la creación.
Pero si hablamos de las sustancialidades en plural,
querremos decir: los seres
sustanciales que vosotros habéis venido considerando, hasta el presente, como
la sustancialidad propiamente dicha.
Están incluidos ahí todos los
seres que se ocupan de lo que los
humanos llaman muy superficialmente la naturaleza;
es decir: mares, montañas, ríos, bosques, praderas y campos; también la
tierra, las piedras, las plantas. Las almas de los animales, en cambio, ya son
algo diferentes, pero también proceden de la región de la sustancialidad
elemental.
Todo eso está perfectamente
definido en el término “entidad”. Elfos, ondinas, gnomos y salamandras son,
pues, entidades cuya actividad consiste simplemente
en ocuparse de la materialidad. Ahí encontramos, también, la posibilidad de
clasificación propiamente dicha.
Ahora bien, también existen
entidades que actúan en la espiritualidad, otras que obran en la espiritualidad
originaria, y otras que intervienen activamente hasta en la esfera divina.
Este conocimiento privará de todo
fundamento al concepto que habéis tenido hasta ahora; pues habíais imaginado
que el espíritu es superior a lo sustancial. Ahora bien, eso tiene validez para
una especie muy determinada de sustancialidades, cuya actividad se ejerce
exclusivamente en la materialidad, tales como los elfos, las ondinas, los
gnomos y las salamandras, ya mencionados, y también las almas de los animales;
pero no es válido para otras.
Seguramente os resultará
imposible imaginar que una entidad que actúa en la espiritualidad originaria e,
incluso, en la esfera divina, pueda ser inferior
a vosotros, espíritus humanos.
Para que podáis llegar a la
comprensión de estas cosas, es menester, primeramente, explicar con más
exactitud la diferencia existente entre espíritu y entidad sustancial, pues
sólo así puedo daros la llave de la verdadera comprensión.
Entre las criaturas espirituales
y las sustanciales no existe, a decir verdad, en la creación, ninguna diferencia en cuanto al valor. La diferencia estriba solamente
en la disparidad de la especie y en la necesidad de su actividad, que, por
efecto de esa disparidad, también es distinta en cada caso. El espíritu, que,
al fin y al cabo, también forma parte de la gran sustancialidad, puede seguir
los caminos de su propia elección y ejercer la correspondiente actividad en la
creación. La entidad sustancial, en cambio, depende directamente del impulso de
la Voluntad divina; no posee, pues, facultad de decidir por sí misma o, como
los hombres lo expresan, no tiene su propio libre albedrío.
Las sustancialidades son los
constructores y administradores de la casa de Dios, es decir, de la creación.
Los espíritus son los huéspedes de la misma.
Sin embargo, en la época actual,
todas las entidades sustanciales se hallan, en la poscreación, más altas que los espíritus humanos,
porque éstos no se han sometido voluntariamente a la Voluntad de Dios — como se
hubiera verificado por sí mismo en un proceso evolutivo normal — sino que dieron a su propio albedrío una dirección
distinta, se entrometieron perturbando la armonía y obstaculizando la
edificante labor, y siguieron otros caminos distintos de los queridos por Dios.
La naturaleza de la actividad es, pues, la única medida del valor de
una criatura en la creación.
Ahora bien, las pequeñas
sustancialidades activas en la materialidad se han resentido duramente de esa
labor perturbadora de los espíritus humanos mediante su falsa voluntad. Pero
ahora, beben ávidamente de la viva fuente de fuerza descendida a la Tierra con
la Voluntad de Dios, y todo el mal ocasionado por los espíritus humanos recaerá
sobre los causantes.
Pero también hablaremos de ello
más tarde. Hoy, se trata de dar forma al concepto que habrá de servir de base
para una comprensión más amplia.
Los arcángeles de la divinidad
son seres sustanciales, ya que, bajo la inmensa presión de la proximidad de
Dios, no sería posible otra volición distinta de la que vibra puramente y sin
deformación en la Voluntad divina.
Solamente a una distancia enorme
inconcebible para vosotros, en los mismos límites de la esfera divina, donde la
Mansión del Grial está arraigada en la divinidad como su polo opuesto — sólo
allí pudo formarse un Yo consciente personificado en los Seres eternos o, como
se les denomina frecuentemente, Ancianos, que son, al mismo tiempo, los
guardianes divinos del Santo Grial. Sólo el alejamiento de la presencia de Dios
ofrecía esa posibilidad.
Y a partir de ese punto fue
cuando, descendiendo constantemente y alejándose más y más de la presencia de
Dios, pudieron desarrollarse otras consciencias personales menos importantes;
pero, desgraciadamente, también perdieron con ello su verdadero punto de apoyo,
hasta que, por último, se apartaron de las vibraciones de la pura Voluntad de
Dios.
Asimismo, únicamente por el
alejamiento cada vez más grande, pudo cambiar Lucifer su naturaleza y, por su
propia voluntad, romper la ligazón con Dios, con lo que se abrieron
automáticamente grandes abismos que, con el tiempo, se hicieron infranqueables,
mientras que Lucifer, cada vez más tenebroso y pesado, fue hundiéndose más y
más profundamente. Así fue como, a consecuencia de la densificación y del
enfriamiento, se convirtió en espíritu dotado de libre albedrío y, adornado de
los inmensos dones que su origen le proporcionó, llegó a ser, por último, el espíritu más fuerte fuera de la
materialidad.
Su pérfida voluntad trajo la
desgracia sobre todo lo espiritual de la materialidad, que, primeramente, su
sintió atraído por ella y, después, sucumbió de buen grado a sus seducciones. De buen grado; pues, según la ley
de la creación, la decisión de su caída tuvo que ser tomada por los mismos espíritus humanos. Sin una
resolución personal, habría sido imposible que se hundieran y se perdieran,
como es el caso hoy.
Pero también aquí se cumplió la
perfecta ley con toda lógica.
Así pues, espíritus con voluntad
propia no pueden hallarse, en absoluto, en las inmediatas proximidades de Dios.
Así lo exige la ley, así lo impone la fuerza todopoderosa de la Luz viva.
Ahora bien, allí donde hay
arcángeles ha de haber también otros ángeles, como indica la misma palabra. De
ellos hay muchos en la divinidad, así como en la espiritualidad originaria y,
también, en los dominios de la espiritualidad; pero todos son entidades sustanciales.
Esos seres llamados ángeles vibran en la Voluntad de Dios y son Sus
mensajeros. Cumplen esa Voluntad, la propagan.
Pero, además de los ángeles, hay,
también, innumerables entidades que engranan entre sí como las ruedecillas de
un gran mecanismo y que, no obstante, trabajan fielmente, con aparente
independencia, en la construcción y mantenimiento de toda la creación; pues
están firmemente arraigadas en la ley. Por encima de todas ellas se encuentran
“guías tipo”, dotados de un poder inconcebible para los seres humanos; y por
encima de ellos se hallan otros guías aún más grandes y más poderosos, cuya
naturaleza siempre es diferente de la de los precedentes.
Así se continúa sucesivamente
hasta la esfera divina. Es como una cadena inmensa, cuyos indestructibles
eslabones se extienden por toda la creación causando gozosos efectos, cual
versos de un canto de alabanza que resuena en honor y para gloria de su Señor.
Tened presente que todo lo que
veis a vuestro alrededor no es más que una rudimentaria reproducción de lo que
está más elevado, lo cual toma una forma mucho más maravillosa, más noble y más
luminosa a medida que le es permitido acercarse más y más al círculo de la
divinidad. Pero en todos esos círculos, las entidades
sustanciales trabajan siempre exactamente de acuerdo con la Voluntad de
Dios que reposa en las leyes.
Todos los seres sustanciales
están al servicio de Dios, que es lo primero que los espíritus deben de aceptar
voluntariamente si quieren actuar en la creación proporcionando bendiciones. Si
toman el camino que se les ha trazado exactamente y que ellos pueden reconocer
fácilmente sólo con quererlo, irán por una senda de felicidad y alegría; pues
vibrarán, entonces, junto con las
entidades sustanciales, las cuales les ayudarán a allanar el recorrido.
Pero, para emprender un camino
erróneo, es preciso que los espíritus se obliguen mediante una decisión muy
particular. Entonces, su actividad es netamente perniciosa, se causan
penalidades a sí mismos, ocasionando finalmente la caída y la obligada
expulsión de la creación, para ser arrojados al cráter de la descomposición
como seres ineptos para el progreso evolutivo — querido por Dios y conforme a
la ley — de todo lo surgido hasta el presente.
Sólo la espiritualidad en
evolución ha orientado su desarrollo hacia el lado falso, convirtiéndose en
elemento perturbador de la armonía. Ahora, después del Juicio, se le dará un
nuevo plazo para enmendarse: el reino de los mil años querido por Dios. Si no
consigue mantener la absoluta constancia en el bien durante ese tiempo, será
preciso que la espiritualidad humana evolucionada sea retirada nuevamente hasta
el límite donde no pueda desarrollarse
con vistas a adquirir la consciencia de sí misma, para que, por fin, reine la
paz y la alegría entre todas las criaturas de los reinos de Dios.
Tú eres, pues, ¡oh hombre! el único que ejerce una
actividad perturbadora en la deseada
belleza de la creación, si se tiene en cuenta que ha de ser elevada al estado
de paraíso terrenal para proceder a la indispensable transformación.
¡Apresuraos! ¡El saber es lo único
que aún puede impulsaros hacia las alturas! Obtendréis la fuerza necesaria, en
cuanto abráis vuestras almas para recibirla.
* * *
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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