25. LAS PEQUEÑAS
SUSTANCIALIDADES
Así pues, tomemos primeramente las sustancialidades que se ocupan de la materialidad física. Estas
se subdividen en múltiples grupos especiales determinados por la naturaleza de
su actividad. Así tenemos, por ejemplo, grupos que actúan independientes por
completo de los espíritus humanos y que, conducidos únicamente desde arriba, se
dedican al continuo desarrollo de nuevos cuerpos cósmicos. Favorecen el
mantenimiento y el curso de los mismos, así como también su descomposición
cuando la sobremaduración lo hace necesario, a fin de que puedan resurgir bajo
distintas formas, conforme a las leyes originarias de la creación, y así
sucesivamente. Pero no son esos los grupos
que vamos a considerar hoy.
Es de las pequeñas
de quienes vamos a ocuparnos. Ya habéis oído hablar frecuentemente de
elfos, ondinas, gnomos y salamandras, que se dedican a la materialidad física
de la Tierra, visible para vosotros, y se ocupan también, dentro del mismo
dominio, de los restantes cuerpos cósmicos físicos. Son las sustancialidades
más densas de todas y, por eso, también las más fáciles de percibir por
vosotros.
Sabéis de
ellas; pero no conocéis, todavía, su verdadera ocupación. Creéis saber, al
menos, a qué se dedican; pero os
falta todo conocimiento del modo en que se lleva a cabo esa actividad y de cómo
se cumple en todo instante atendiendo a las leyes de la creación. Además, todo,
absolutamente todo lo que vosotros llamáis saber no es conocimiento real e
incontestable, sino simplemente un inseguro tanteo. Y qué griterío se levanta
cuando, alguna vez que otra, se descubre algo; cuando esos tanteos,
insignificantes para la creación y realizados sin método alguno, dan con un
corpúsculo cuya presencia suele constituir una sorpresa.
Pero tampoco voy a revelaros esto hoy, sino que
empezaré por hablar de lo que guarda
estrecha relación con vosotros
personalmente, con vuestros pensamientos y obras, de manera que, poco a
poco, desarrolléis la facultad de observar atentamente, por lo menos tratándose
de tales cosas.
Esos grupos de que os hablo hoy, pertenecen, también
a las pequeñas sustancialidades. Pero
no debéis olvidar que la más
insignificante de ellas es extraordinariamente importante, y que, en su actividad, es más meticulosa y segura que
cualquier espíritu humano.
El trabajo encomendado es llevado a cabo con una
exactitud que vosotros no podéis ni imaginar siquiera, porque hasta la más
insignificante — aparentemente — de esas sustancialidades es uno con el Todo y, por tanto, también
actúa a su través la fuerza del Todo, tras la que se oculta una voluntad que da impulso, refuerza,
protege y guía: ¡La Voluntad de Dios!
Tal es, en principio, la acción de toda la
sustancialidad. Tal podría y debería de ser
también, desde hace, ya, mucho tiempo, la vuestra, espíritus de la creación
llegados a la consciencia personal en el curso de la evolución.
Esa estricta coherencia tiene como consecuencia
automática que, si una de esas sustancialidades fallara alguna vez de cualquier
modo, sería expulsada inmediatamente por el impetuoso empuje del Todo,
quedando, pues, separada de él. Entonces, habría de perecer ineludiblemente, ya
que no afluiría a ella fuerza ninguna.
Por
ese procedimiento, todo lo débil es eliminado rápidamente antes de que tenga
alguna posibilidad de convertirse en un elemento nocivo.
De esos seres pequeños en apariencia pero tan grandes
en su actividad, que vosotros no conocéis, todavía, en absoluto y de cuya
existencia no sabíais nada hasta ahora, es de los que voy a hablar hoy.
Sin embargo, en mi Mensaje, ya habéis oído hablar de
su actividad, si bien no la habréis
relacionado con la sustancialidad, porque yo mismo no hice alusión a ello, dado
que, entonces, hubiera sido demasiado pronto.
Lo que, en aquel entonces, expuse objetivamente en pocas frases, os lo
expongo hoy en la realidad de su acción.
Ya dije más atrás, que las pequeñas sustancialidades
son influenciadas por los espíritus humanos y que, como consecuencia, pueden
obrar bien o, incluso, mal.
Pero esa influencia no se ejerce en el sentido que vosotros imagináis. No
significa que podéis ser dueños y señores
de esos seres sustanciales, que podéis dirigirlos.
En realidad, se podría designarlo así, hasta cierto
punto, sin decir nada falso; pues esa forma de expresión es correcta para vuestros conceptos y según vuestro
idioma, ya que lo véis todo bajo vuestro
punto de vista y juzgáis en consecuencia. Por eso, me he visto obligado muy
a menudo a hablaros de ese mismo modo en mi Mensaje, a fin de que me
comprendierais. Por otra parte, pude hacerlo tratándose de esta cuestión porque, en este caso, no suponía
diferencia ninguna para vuestro buen comportamiento.
Bajo el punto de vista intelectual, deciros que, con
vuestra voluntad, influís intensamente sobre cuantas sustancialidades os
rodean, y que éstas, a su vez, se rigen por vuestros pensamientos y obras,
puesto que sois seres espirituales, era mucho más asequible para vosotros, en
aquel entonces, porque se correspondía mejor con la orientación dada a vuestro
intelecto.
En sí considerado, todo eso sigue siendo literalmente
cierto, si bien la base es otra; pues la dirección propiamente dicha de todas
las criaturas sometidas a la ley de esta creación; es decir, de todas las
criaturas que viven conforme a la Voluntad de Dios, procede exclusivamente de arriba. ¡Y entre esas criaturas se
cuentan todas las sustancialidades!
Nunca — ni siquiera temporalmente — están sometidas a
voluntad ajena; tampoco allí donde así os lo parece.
Cierto que esas pequeñas sustancialidades a que me he
referido se rigen, en su actividad, por vuestra voluntad y vuestra forma de
obrar, ¡oh espíritus humanos! Pero, a pesar de todo, su acción depende
solamente de la Voluntad divina.
Aparentemente, esto resulta un enigma; pero su
solución no es tan difícil: basta con que os muestre, ahora, el lado opuesto
del punto de vista desde el que vosotros consideráis
todo.
Bajo vuestro punto de vista, influís sobre las
pequeñas sustancialidades. Bajo el punto de vista de la Luz, sin embargo, las
sustancialidades sólo cumplen la Voluntad de Dios, la ley. Y como toda fuerza
de acción — absolutamente toda — sólo puede emanar de la Luz, resulta que este
punto de vista opuesto al vuestro es
el justo.
No obstante, con vistas a una mejor comprensión,
consideremos primeramente esa actividad bajo vuestro punto de vista. Con vuestros pensamientos y obras, influís
sobre las pequeñas sustancialidades en virtud de la ley de que, en la
materialidad, el espíritu ejerce una presión con cada volición — también sobre
los pequeños seres de la sustancialidad. Entonces, esas pequeñas
sustancialidades dan forma, en la materialidad
física sutil, a todo lo que les trasmite esa presión. Digamos que, según
vuestro punto de vista, realizan todo lo que vosotros queréis.
En primer lugar, lo que vosotros queréis espiritualmente. Ahora bien: la volición
espiritual es sentimiento. Las
pequeñas sustancialidades le dan forma, en la materialidad física sutil, en
correspondencia exacta con la volición procedente del espíritu. Toman
inmediatamente el hilo brotado de vuestra volición y de vuestras acciones, y,
al final del hilo, dan forma a la configuración
que corresponde exactamente a ese hilo de la voluntad.
Tal es la actividad de las pequeñas sustancialidades,
que aún no conocéis en su verdadera acción.
De ese modo, crean o, mejor dicho, forman el plano de la materialidad
física sutil, ese plano que os espera cuando paséis al más allá, al mundo
etéreo. Es, para vuestra alma, el umbral en
que, según vuestra manera de expresaros, habrá de “purificarse” después de la
muerte terrenal, antes de poder entrar en la materialidad etérea.
La estancia del alma allí será más o menos duradera,
según su estado intrínseco y según que se incline más intensamente o más
débilmente a lo físico mediante sus pasiones y flaquezas.
Hasta el presente, ese plano de la materialidad
física sutil ya ha sido percibido por muchos hombres. Así pues, aún pertenece a
la materialidad física, y es formado por las sustancialidades, que preparan,
por doquier, el camino del espíritu humano.
Es muy importante que sepáis que las sustancialidades
preparan el camino al espíritu humano y, por tanto, también al alma humana y al
hombre terrenal — camino que habrá de
recorrer tanto si quiere como si no.
Esas sustancialidades son influenciadas y,
aparentemente, dirigidas por el hombre. Pero sólo aparentemente; pues, en este
caso, el verdadero guía no es el
hombre, sino la Voluntad divina, la
férrea ley de la creación, que puso en ese lugar a ese grupo de
sustancialidades y dirige su actividad según la vibración de la ley.
Por efecto de una actividad similar de las
sustancialidades, nacen, también, todas las formas mentales. Pero aquí entra en
funciones otro grupo y otra especie de sustancialidades, las cuales, junto con
las primeras, desarrollan igualmente un plano especial en la materialidad
física sutil.
Así surgen, también, paisajes, aldeas y ciudades. Así
surge lo bello y lo antiestético; pero, siempre, agrupándose entre sí las distintas
especies: lo bello con lo bello, lo antiestético con lo antiestético, en
correspondencia con la afinidad.
Esos son los lugares, los planos en que habréis de
moveros después de vuestra muerte terrenal, antes
de poder entrar en la materialidad etérea. Allí, lo más denso, lo terrenal
que aún se ciña a vuestra alma, será desechado, abandonado. Ni un solo
corpúsculo de ello podréis llevar con vosotros a la materialidad etérea: os
detendría hasta su desprendimiento; es decir, hasta el momento en que os liberaseis
de ello por la experiencia vivida.
Así habrá de seguir peregrinando el alma después de
la muerte terrenal, salvando lentamente un escalón tras otro; esto es, un plano
tras otro, en continuo reconocimiento de lo que haga suyo mediante la propia
experiencia vivida.
Penoso será el camino si las sustancialidades se ven
obligadas a construir, para vosotros, lugares oscuros o tenebrosos conforme a
vuestra voluntad aquí en la Tierra. Vosotros mismos dais lugar a ello en todo
momento.
Ya sabéis, pues, en qué consiste la actividad de las
pequeñas sustancialidades y cómo actúan influenciadas por vosotros. Así lo
exige la ley del efecto recíproco. Las pequeñas sustancialidades tejen, por
tanto, vuestro destino. Son los tejedores más diminutos que trabajan para vosotros,
porque nunca tejen sino tal como vosotros queréis mediante vuestro íntimo
sentimiento, así como también mediante vuestros pensamientos y obras.
Y sin embargo, a pesar de todo, no por eso están a
vuestro servicio. Sólo tres especies sustanciales se ocupan de eso: la primera
teje todos los hilos de vuestros sentimientos; la segunda, los hilos de
vuestros pensamientos; y la tercera, los hilos de vuestras obras.
No es, pues, un tejido único, sino tres, que, no obstante, están enlazados entre sí y se
enlazan también con muchas otras tramas diferentes. Todo un ejército está
dedicado a esa labor. Por otro lado, esos hilos tienen colores correspondientes
a las distintas naturalezas. Pero no conviene, todavía, ir más lejos en mis
explicaciones; pues llegaríamos a cosas aún incomprensibles para vosotros, por
lo que no obtendríais una idea clara sobre el particular.
Prosigamos, pues, por ahora, considerando al
individuo. De él parten, además de otras cosas, tres tramas de distinta especie, ya que sus sentimientos no siempre
son idénticos a los pensamientos, y éstos, a su vez, no siempre están en exacta
correspondencia con los actos. Además, los hilos de los sentimientos son de
naturaleza completamente distinta; pues penetran en la materialidad etérea e
incluso en la espiritualidad anclándose allí,
mientras que los hilos de los pensamientos permanecen solamente en la materialidad física sutil, y allí han de ser
vividos.
Los hilos de las acciones, sin embargo, son aún más densos y pesados, por lo que
quedan implantados en el lugar más próximo a la existencia terrenal; es decir:
después de la muerte terrenal, tienen que ser atravesados y extinguidos en primer término; pues, antes de eso,
el alma no tiene posibilidad ninguna de seguir adelante.
No podéis imaginar cuán largo resulta, ya, el camino,
para muchas almas, sólo para llegar a la materialidad etérea. No digamos nada
si se trata de alcanzar la espiritualidad.
En su superficialidad, el ser humano llama a todo eso
escuetamente: el más allá, y se queda tan satisfecho. En su pereza, lo mezcla
todo sin hacer distinciones.
Muchas almas, aún continúan atadas a la Tierra por
mucho tiempo, ya que penden de hilos compactos profundamente arraigados en esa
pesada materialidad física. Un alma así sólo puede desligarse de ellos mediante
la liberación que proporciona la experiencia vivida; esto es, cuando, en el
curso de su obligado peregrinar, reconozca que esas cosas no tienen el valor o
la importancia que ellas les asignaron; cuando reconozca que fue erróneo y vano
haberles dedicado tanto tiempo durante su estancia en la Tierra. Eso suele
requerir mucho tiempo y, a veces, resulta muy amargo.
Entretanto, muchas almas son atraídas nuevamente por
la pesada materialidad física y se reencarnan una y otra vez en la Tierra sin
haber conseguido llegar a la materialidad etérea. Esas almas están obligadas a
permanecer en la materialidad física sutil por no haber podido desligarse de
ella tan rápidamente. Y, en este caso, no cabe usar de la astucia para
deslizarse a hurtadillas.
Muchas cosas posibles, para el hombre, en la Tierra,
resultan imposibles después de su paso al más allá. Entonces, queda sometido
estrictamente a la ley de la creación y vive todo directamente, sin que se
interponga una pesada envoltura física de efectos retardantes. Por razón de su
compacta pesadez e impermeabilidad, la envoltura terrenal puede retardar, pero nunca evitar. Por
consiguiente, la expiación de una cosa puede ser demorada, pero jamás se
excluirá nada.
Todo cuanto
el hombre haya pensado y sentido en la Tierra, incluso las estrictas y justas
consecuencias de sus obras, espera a ser expiado.
Cuando el hombre experimenta un sentimiento, los
hilos correspondientes — semejantes a pequeñas semillas brotadas en la Tierra —
son acogidos y cuidados por las pequeñas sustancialidades. Al igual que en la
pesada materialidad física, las malas hierbas son cuidadas con el mismo esmero
que los brotes nobles, que, al abrirse, son enclavados por primera vez en los
límites de la materialidad física sutil, para poder seguir adelante después,
llevados de la mano de otras sustancialidades de distinta especie, que los
guiarán a través de la materialidad etérea. En los límites de ésta se repite el
anclaje, efectuándose el paso a la sustancialidad y, de ahí, a la
espiritualidad, en la que obtendrá el anclaje definitivo por medio de otras
sustancialidades distintas.
Tal es el camino de la buena voluntad, el camino que conduce a lo alto. Del mismo modo, el camino de la mala voluntad conducirá hacia abajo.
En cada anclaje efectuado en los distintos límites,
esos hilos pierden una cierta capa específica, que ellos abandonan para poder
seguir avanzando en el plano siguiente. También esto está de acuerdo con la ley
y se corresponde exactamente con las respectivas especies de los planos. ¡Y
todas esas evoluciones están supeditadas a la actividad de las
sustancialidades!
Como el sentimiento nacido de la buena voluntad tiene
su origen en la movilidad del espíritu,
los correspondientes hilos también serán llevados hasta la espiritualidad.
Desde allí, atraen al alma o, por lo menos, la sostienen si aún ha de vivir o expiar alguna cosa en la
materialidad física sutil, de suerte que, si muchos de esos hilos están
anclados en la espiritualidad, no podrá hundirse ni caer tan rápidamente como
un alma que sólo lleve consigo hilos destinados a la materialidad física sutil,
por haber sido perezosa espiritualmente en la Tierra y haberse ligado
exclusivamente a la materialidad física, cuyos placeres consideró como lo único
digno de ser buscado.
El alma, arrastrada por los hilos de su voluntad, no
ve estos hilos mejor que el hombre en la Tierra, ya que siempre son de
naturaleza algo más fina que la envoltura más externa en la que esa alma se
mueve en un momento determinado. Pero tan pronto como esa envoltura alcanza,
mediante el conocimiento adquirido por la experiencia vivida, la misma finura
que los más densos de los hilos existentes, y puede percibirlos, dada su
afinidad con la envoltura exterior, esos hilos se desprenden, desaparecen, por
lo que una verdadera percepción de los mismos, por parte del alma atada a
ellos, nunca puede darse.
Así es
como, según el punto de vista terrenal,
esas pequeñas sustancialidades están al servicio del espíritu humano, ya que su
actividad se rige por la naturaleza de la volición consciente o inconsciente de
los hombres. Y sin embargo, no obran, en realidad, sino conforme a la Voluntad
divina, cuya ley cumplen.
La influencia que el espíritu humano ejerce sobre esa
actividad es, pues, aparente solamente.
Las diferencias existentes se manifiestan a partir del lado por el que sea
mirado. Al hablar, en las conferencias sobre el efecto recíproco, de los hilos
que, partiendo de vosotros, son repelidos y atraídos, seguro que os forjasteis
la idea de una maraña de hilos. Pero no era de suponer que esos hilos se
movieran por sí solos cual si fueran gusanos, sino que tienen que ser
sostenidos y dirigidos por manos; y esas manos pertenecen a las pequeñas
sustancialidades que ahí actúan, de las cuales no podíais saber nada hasta el
momento presente.
Más, ahora, la imagen se presenta ante vosotros en
toda su viveza. Imaginad que estáis rodeados continuamente de esas
sustancialidades; imaginad que os observan, que se hacen cargo inmediatamente
de cada hilo y lo dirigen hacia donde corresponde. Pero no es eso sólo, sino
que, además, lo implantan y cuidan hasta que la semilla brota, incluso hasta
que florece y da frutos, exactamente igual a como las semillas de las plantas
son cultivadas por las sustancialidades, en la pesada materialidad física,
hasta que vosotros podéis cosechar los frutos.
Es la misma ley fundamental, la misma actividad,
únicamente que es llevada a cabo por sustancialidades de distinta especie que,
como diríamos terrenalmente, son especialistas en ese terreno. Y así se
extiende por toda la creación el mismo movimiento, la misma actividad,
proporcionando la semilla, la floración y fructuación de todo, sea de la especie que sea, bajo la vigilancia y solicitud de
las sustancialidades. Para cada especie hay una actividad sustancial, y sin
actividad sustancial no habría, a su vez, ninguna especie.
Así fue como, a partir de la actividad de las
sustancialidades — bajo el impulso de la vil voluntad humana — y del anclaje de
los correspondientes hilos, surgió también lo que llamamos infierno. Los hilos
de la mala voluntad se anclaron allí, crecieron, florecieron y dieron, por
último, los frutos correspondientes — esos frutos que han de recoger los hombres que echaron la simiente.
Por eso reina en esos bajos fondos una voluptuosidad
devoradora, con sus correspondientes semillas: los instintos sanguinarios, las
disputas violentas y demás monstruosidades de las pasiones humanas. Pero todo
se realiza por efecto de la misma ley, en cumplimiento de la cual las pequeñas
sustancialidades forman, también, la fabulosa belleza de los reinos luminosos.
Así haré surgir de la creación una imagen tras
otra, hasta que obtengáis una gran visión homogénea del conjunto; visión que no
os permitirá vacilar nunca más en vuestros caminos ni dejará que os perdáis,
porque, entonces, poseeréis el necesario conocimiento. Tendría que estar
completamente pervertido hasta la raíz y merecería ser condenado quien, entonces, no quisiera dirigir su camino
hacia las alturas luminosas.
* * *
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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