miércoles, 28 de diciembre de 2022

26. EN LOS TALLERES FÍSICOS DE LOS SERES SUSTANCIALES

 

26. EN LOS TALLERES FÍSICOS DE LOS SERES SUSTANCIALES


Hasta ahora, hemos considerado la actividad de las sustancialidades en relación con lo que emana de los hombres: sus sentimientos, pensamientos y obras.

Aun cuando nos mantengamos tan próximos al hombre terrenal como hasta el presente, sin embargo, vamos a echar una mirada sobre la actividad de las sustancialidades cuyo círculo de acción se extiende en dirección del hombre terrenal. Me refiero a esas sustancialidades que no construyen, para las almas, caminos que parten de esta pesada materialidad física, sino otros en dirección opuesta, afluyendo a esta materialidad física terrenal.

Todo posee movimiento; nada hay sin forma. Algo así como un gigantesco taller parece rodear al hombre: una parte afluye a él, otra se aleja de él; ambas se entrecruzan, se enlazan y separan, construyen y demuelen en continua alternancia, en un constante crecer, florecer, madurar y descomponerse, para que una nueva semilla tenga ocasión de evolucionar conforme a las leyes de la creación, cumpliendo el necesario ciclo del devenir y de la descomposición de todas las formas de la materialidad, ciclo que está condicionado por la ley del continuo movimiento bajo la presión de la irradiación de Dios: lo único que posee Vida.

Todo es estrépito y agitación; todo es fundir y enfriar, martillear y golpear sin interrupción. Vigorosos puños empujan y tiran violentamente; delicadas manos guían y protegen, unen y separan a los espíritus que caminan en medio de ese tumulto.

Y sin embargo, insensible, ciego y sordo a todo eso, el hombre de la Tierra va tambaleándose en su envoltura física. Ávido de placeres y de ciencia, su intelecto no persigue más que un solo fin: gozos materiales y poder terrenal, como recompensa por su trabajo y coronación de su existencia. A los indolentes y perezosos, el intelecto trata de embaucarles con imágenes de tranquilo bienestar que, cual si fueran estupefacientes, paralizan la voluntad de acción en la creación y son, por tanto, hostiles al espíritu.

El hombre de esta Tierra no quiere someterse, porque se le ha concedido la libre resolución. Por eso encadena a su vivo espíritu a esa forma efímera de la que no conoce ni siquiera su procedencia.

Continúa siendo un extraño en esta creación, en lugar de emplear esos dones para sí, de manera edificante. Sólo el verdadero conocimiento ofrece la posibilidad de una consciente utilización. Por consiguiente, ahora, el hombre tiene que salir de su ignorancia. Solamente sabiendo podrá actuar, en el futuro, bajo las radiaciones del nuevo astro, que separará lo útil de lo inútil en toda la creación.

Bien entendido: lo útil considerado no según la mentalidad humana, sino, únicamente, según la sagrada ley de Dios. Y conforme a esa ley, entre todo lo inútil se cuenta también, en primer lugar, todo hombre que no sea capaz de acoger humildemente las bendiciones y gracias de Dios, lo cual sólo es posible mediante el conocimiento de toda la actividad de la creación.

Únicamente en la Palabra podrá obtener cuanto saber necesita a tal efecto. Lo encontrará ahí si busca sinceramente. Encontrará exactamente todo lo que necesita para sí. Ahora bien, en la actualidad, la Palabra de Cristo es, más que nunca, ley: “¡Buscad y encontraréis!”

Quien no busque con el verdadero ardor de su espíritu, no merecerá obtener nada y no lo obtendrá. De ahí que el adormecido, el perezoso de espíritu, tampoco hallará nada vivo en la Palabra. Esta no le dará nada.

Es preciso, ante todo, que el alma misma se abra y beba de la fuente emanada de la Palabra. Es esa una ley férrea y notoria que se cumple hoy en todo su rigor.

Tenéis que adquirir el conocimiento; si no, perderéis todo apoyo. Tropezaréis y caeréis si, en el curso del desarrollo de los acontecimientos cósmicos, no os ponéis por fuerza sobre la vía que estáis obligados a seguir conforme a la sagrada Voluntad de vuestro Dios, cuyas obras, esas obras que El os ha dado gratuitamente, habéis venido pisoteando hasta ahora, cual animales ignorantes en el más hermoso jardín de flores, destruyendo en lugar de fomentar la evolución edificando y ayudando; disfrutando con presuntuosa audacia, sin molestaros en comprender por qué se os permite permanecer en la hermosa creación y disfrutar de todo.

Nunca habéis pensado en una necesaria compensación; nunca habéis tenido en cuenta esa gran ley divina de que sólo en el dar reside el derecho de tomar. Pero vosotros habéis “tomado” sin reflexión, con ruegos y sin ellos; habéis exigido descomedidamente, sin pensar siquiera en vuestros deberes frente a la creación, en la que sois huéspedes y de la que habéis querido haceros amos sin escrúpulos.

El Creador debía dar, dar siempre. Ni siquiera os habéis preguntado con espíritu sincero, qué habéis hecho, en realidad, para merecerlo. Todo se ha reducido a lamentaros de dolores que vosotros mismos os habéis ocasionado, y a refunfuñar cuando algo no se ha cumplido tal como habíais esperado. Y vuestras esperanzas, vuestros deseos, nunca han sido otra cosa que el afán de felicidad terrenal. De todo lo demás, de lo más real, jamás os habéis preocupado con verdadero ardor. Y si alguna vez os habéis ocupado de ello efectivamente, no ha sido más que con vistas a un conocimiento terrenal — sólo eso.

Habéis querido encontrar para luciros con ello. Y siempre que, obligados por la necesidad, habéis tratado de investigar, lo hicisteis únicamente para salir de esa necesidad, ya sea de orden síquico o material. ¡Jamás lo hicisteis en honor de Dios!

Hora es, pues, de que conozcáis la estructura de esta creación en que moráis y que también habéis de recorrer en parte, a fin de que dejéis de ser un cuerpo extraño en ella. A medida que ese conocimiento vaya siendo más amplio, irá apareciendo también, en vosotros, esa humildad de que tenéis necesidad para recibir lo último, lo más grande: la gracia de poder vivir eternamente.

Con ese saber, que conducirá por fuerza al conocimiento de Él, acortáis también, en miles de años, el tiempo de vuestras peregrinaciones por la creación, y llegaréis con más rapidez y seguridad a esas alturas luminosas que deben continuar siendo el anhelo y la meta de todo espíritu humano que no quiera perderse como algo inútil.

Seguidme, pues, hoy, y avancemos por los caminos que atraviesan el ambiente más próximo de vuestra existencia terrenal.

Imaginad que tratáis de llegar a la Tierra, como se verifica en cada encarnación, tanto si es la primera como si es la quincuagésima.

No es posible que un alma en espera de encarnarse se deslice, sin más ni más, dentro de un cuerpo terrenal. El alma, que, por su naturaleza, nunca puede ligarse al cuerpo físico, sino que sólo le es dado adherirse a un cuerpo terrenal cuando se cumplen las condiciones requeridas, es incapaz, sin un puente especial, de infundir movimiento y calor en el cuerpo terrenal. Los hilos anudados por la atracción de las afinidades no bastan para ese fin.

Para mostraros la imagen con toda claridad, voy a volver atrás otra vez, con el fin de esbozaron, a grandes rasgos, algunas de las condiciones necesarias para la encarnación — condiciones que ya son conocidas.

Los efectos de la ley de atracción de las afinidades no son decisivos en todos los casos para las encarnaciones, sino que existen aún muchas otras posibilidades y causas determinantes.

La ley del efecto recíproco interviene también en este caso y, a veces, con una fuerza que eclipsa a todo lo demás. Un alma fuera del cuerpo terrenal, que esté fuertemente ligada, mediante los hilos del efecto recíproco, con otra alma que se encuentre en la Tierra dentro de un cuerpo femenino, será conducida infaliblemente, por esos hilos, hasta esa mujer de la Tierra, en cuanto se le presente la ocasión de encarnarse.

Junto a estas condiciones inevitables, se halla también la ley de atracción de las afinidades. No obstante, además de estos dos procesos, existen, todavía, otras especies y posibilidades de las que nos ocuparemos en el transcurso del tiempo, ya que, hoy, toda desviación superflua sólo serviría para enturbiar la claridad del necesario cuadro.

Digamos, pues, por ahora, que todos los hilos, sean de la especie que sean, no pueden bastar para posibilitar al alma mover al cuerpo físico e infundir calor en él.

Aun cuando se cumpla la condición de que el alma, por efecto de unos hilos cualquiera, se encuentre en la proximidad de un cuerpo en gestación, y que la irradiación de éste haya alcanzado un grado capaz de retener a esa alma, como ya he explicado en otra conferencia anterior, entonces, si bien esa alma está ligada efectivamente al cuerpo, no está, todavía, en condiciones de mover o imprimir calor en él.

Ahí falta aún un puente. En lugar de puente, podríamos decir, también, un instrumento que el alma necesita todavía especialmente. Ese puente, a su vez, tiene que ser construido por las pequeñas sustancialidades.

Al igual que todo, eso se cumple dentro de las leyes de la exacta concordancia de irradiaciones perfectamente determinadas, entre las que figuran, en este caso, la masculinidad y la feminidad terrenal, así como también diversos hilos del destino que actúan sobre esos dos seres y sobre el alma en cuestión. También este proceso requiere una explicación especial más adelante. Por hoy, basta indicar que todo eso constituye el preciso punto de partida de la actividad de las pequeñas sustancialidades que construyen los puentes para las almas con vistas a su encarnación.

Y esos puentes son lo que, hoy, ya es llamado por muchos: “el cuerpo astral”.

El cuerpo astral está compuesto de materialidad física media. Tiene que ser formado por las pequeñas sustancialidades precediendo inmediatamente al pesado cuerpo físico-terrenal, de suerte que parece como si fuera formado casi al mismo tiempo. Pero no es así; pues el cuerpo astral (para mayor simplicidad voy a seguir empleando esta conocida denominación) tiene que preceder a todo lo que deba ser formado en la pesada materialidad física.

Hay muchas personas que han llegado al conocimiento de la existencia de esas cosas denominadas astrales. Pero no conocen ni su verdadero fin, ni el proceso real de su génesis.

Por otro lado, hasta ahora, los iniciados en cuestiones astrales han considerado todo desde su punto de vista solamente y, por tanto, como si hubiera procedido de la pesada materialidad física. En la mayoría de los casos, ven ahí reproducciones de la pesada materialidad física, ya que cada planta, cada piedra, en suma, todo lo material pesado y físico parece tener su reproducción en el mundo astral. Pero no son reproducciones, sino modelos de las cosas existentes en la pesada materialidad física, en la cual no se habría formado — ni habría podido formarse — absolutamente nada, si aquellos no existiesen.

Este campo de la materialidad física media podría ser designado muy acertadamente, según los conceptos terrenales: el taller de los modelos. Así como el artista forma primeramente el modelo, así también surge el llamado cuerpo astral antes que el pesado cuerpo terrenal. Sin embargo, en la creación, no hay nada que sólo deba cumplir un fin determinado, para, luego, ser echado a un lado; como hacen los hombres terrenales; sino que todo, también lo más insignificante aparentemente, tiene, en la creación, un múltiple valor útil.

En la actividad de las sustancialidades, cada elemento individual constituye un fragmento indispensable del Todo. También está impregnado del Todo e impulsado por el Todo uniformemente.

Por tanto, cada objeto de la Tierra, incluso la Tierra misma, tiene un modelo cooperador. Algunos videntes llaman a esos modelos “sombras”; otros, como ya se ha dicho, “cuerpos astrales”. Existen también otras denominaciones menos conocidas, pero todas designan lo mismo. Sin embargo, ninguna designa lo justo, porque, una vez más, ha sido considerado desde un punto de vista erróneo, mientras que no se tiene el más mínimo conocimiento de su génesis.

No hay nada en la Tierra que las pequeñas sustancialidades no hayan formado, ya, anteriormente, más hermoso y más perfecto aún, en la materialidad física media.

Todo lo que acontece en la pesada materialidad física: la destreza de los artesanos, la creación de los artistas etc. ha sido tomado de la precedente actividad de las sustancialidades, que ya lo ha llevado a cabo en la materialidad física media y en la sutil. Allí, todo se forma mucho más perfectamente, porque la actividad de los seres sustanciales es el efecto inmediato de las leyes de la Voluntad divina que, por ser perfecta, no puede engendrar más que formas perfectas.

Todo descubrimiento, incluso el más asombroso, no es sino un plagio de lo que las pequeñas sustancialidades ya han elaborado en otros planos. Muchas cosas más están prestas a inspirar a los hombres para poder ser transpuestas en la Tierra, en la pesada materialidad física.

Y sin embargo, pese a que esos modelos son fácilmente accesibles para los humildes buscadores de entre los buscadores serios, también, han sido muy deformados por el intelecto, porque, en la mayoría de los casos, esos hombres así dotados no han tenido la humildad requerida para una pura inspiración, y porque, además, los moradores de la Tierra no han tomado en cuenta, hasta el presente, las leyes divinas de la creación, a causa de esa presunción que todo lo paraliza. Únicamente a partir del conocimiento de dichas leyes, descubrir o, mejor dicho, encontrar lo que existe en otros planos resultará mucho más fácil, será mucho más preciso y más amplio que hasta ahora, y lo mismo la exacta transposición en la pesada materialidad física.

El plano astral no es, pues, un espejo de la materialidad física. Primero, porque él mismo está constituido de materia física, si bien es de una naturaleza algo más fina que la Tierra; y segundo, porque es precisamente lo contrario: la pesada materialidad física es la reproducción de la materialidad física media, lo que llamamos plano astral.

Ahora bien, en el plano astral hay dos caminos y, por tanto, dos grandes grupos fundamentales: uno que se dirige a la pesada materialidad física, y otro que se aleja de ésta en sentido contrario al primero. La parte que se dirige a la materialidad física pesada es el puente necesario para la construcción en el plano terrenal. La que se aleja de ella, en cambio, es la expresión hecha forma de los pensamientos y acciones de los espíritus humanos que están en la Tierra con vestiduras carnales.

El saber actual de los hombres en ese dominio no es más que una obra fragmentaria, desmembrada; y esos pocos fragmentos son, además, mezclados confusamente, sin cohesión real. De ahí resultó un cuadro de gran fantasía que flota en el aire como un espejismo impresionante y que, por eso mismo, tiene un atractivo especial para tantos hombres desprovistos de apoyo interior. ¡Es tan hermoso complacerse en la irresponsabilidad…! El hombre puede permitirse asentar osadas suposiciones, que, como es natural, quisiera que fueran consideradas como un saber, como una certeza, con la íntima consciencia de que nadie podrá hacerle responsable de nada si se equivoca. Según su opinión, se le ofrece ahí la oportunidad de darse importancia sin responsabilidad ninguna.

¡Ante los hombres! ¡Pero no ante las leyes de Dios! Ante éstas, cada uno es responsable plenamente de todas y cada una de las palabras pronunciadas. Y todos los que sigan sus falsos puntos de vista, y lo mismo quienes sean incitados a crear nuevas quimeras personales por sus falsas doctrinas — todos ellos quedarán fuertemente encadenados a él, y éste se verá obligado a ayudarles a liberarse uno por uno, antes de poder pensar en sí mismo y en su ascensión.

Después de haber dado esta pequeña visión retrospectiva, vamos a ocuparnos nuevamente de los detalles.

Así pues, las pequeñas sustancialidades forman primeramente el cuerpo astral como puente necesario para el alma, a fin de que ésta pueda dominar, dirigir y mover al cuerpo en maduración.

El alma se une al cuerpo astral e influye, por medio de éste, sobre el pesado cuerpo terrenal. Por otra parte, el cuerpo terrenal tampoco puede ligar al alma a sí mediante su propia irradiación, necesaria a tal efecto, si no es utilizando el cuerpo astral como mediador. Las irradiaciones de la pesada materialidad física penetrada de las pulsaciones de la sustancialidad, tienen que atravesar, en primer lugar, la materialidad física media, ya que, de otro modo, no pueden adherirse a las irradiaciones del alma, puesto que su envoltura más externa está constituida de la más sutil materialidad física.

Ante todo, vamos a distinguir tres especies fundamentales de la materialidad física, aun cuando, además de éstas, haya también otras especies intermedias y secundarias. Provisionalmente, fijémonos solamente en la materialidad física sutil, en la media y en la más pesada. En este sentido, el cuerpo terrenal forma parte de la especie física más pesada, mientras que el cuerpo astral pertenece a la especie intermedia de la materialidad física media, es decir, a la que se encuentra en la inmediata proximidad de la especie más pesada.

Cuando debe tener lugar una encarnación, las sustancialidades forman, primero, el cuerpo astral, e inmediatamente después, el cuerpo físico, de suerte que parece como si ambos procesos fueran simultáneos. Pero, en realidad, la formación del cuerpo astral precede al proceso en la pesada materialidad física: tiene que preceder necesariamente; pues, de no ser así, el otro proceso no podría completarse y, por tanto, el alma no podría servirse en absoluto del cuerpo terrenal.

En esta ocasión, no doy más que la idea del proceso, para que pueda surgir el concepto. Más tarde, acaso podamos seguir, paso a paso, los procesos del devenir, de la maduración y de la descomposición, con todos los hilos y ramificaciones correspondientes. Pero, primero, tiene que surgir ante vosotros la imagen del conjunto.

El cuerpo astral está adherido al cuerpo físico, pero no depende de él, como se ha venido suponiendo hasta el presente. La falta de conocimientos respecto al proceso evolutivo que se verifica en la creación, tuvo como consecuencia muchos errores, porque el hombre tiene por norma exponer el poco saber adquirido, considerándolo siempre bajo su propio punto de vista.

Mientras siga conceptuándose a sí mismo como el punto más importante de la creación — en la que no representa, en realidad, ningún papel especialmente importante, sino que es sencillamente una criatura entre miles — incurrirá siempre en un error tras otro — también en sus investigaciones.

Es exacto que el cuerpo astral se descompone junto con el cuerpo físico cuando el alma se separa de éste. Pero esto no debe ser puesto como prueba de que depende de él. Para tal hipótesis, no hay aquí ni siquiera una base justificada.

En realidad, el proceso es otro: en el momento de la separación del alma, ésta, que es la parte móvil, expulsa también al cuerpo astral fuera del cuerpo físico. Dicho figuradamente: al separarse y seguir evolucionando, el alma expulsa al cuerpo astral fuera del cuerpo físico. Así lo parece. En realidad, no hace más que apartarlo de sí; pues una fusión nunca tuvo lugar, sino solamente una introducción del uno en el otro cual si se tratase de los tubos de un telescopio.

Ahora bien, el alma no expulsa a ese cuerpo astral muy lejos, ya que éste no está vinculado a ella solamente, sino también al cuerpo terrenal. Además, el alma, de la que parte el movimiento propiamente dicho, también quiere separarse del cuerpo astral y, por consiguiente, tiende a alejarse de él.

Así pues, al efectuarse la separación terrenal del alma, el cuerpo astral siempre se mantiene bastante próximo al cuerpo físico. Cuanto más se aleja el alma, tanto más débil, también, se vuelve el cuerpo astral; y esa separación del alma — cada vez más acentuada — acaba por traer consigo la disolución y desintegración del cuerpo astral, el cual, a su vez, ocasiona inmediatamente la descomposición del cuerpo físico, lo mismo que influyó en la formación del mismo. Ese es el proceso normal conforme a las leyes de la creación. Como es natural, intromisiones particulares implican circunstancias y modificaciones también particulares, sin que quede excluido lo que está de acuerdo con las leyes.

El cuerpo astral es, ante todo, el mediador entre el alma, de la cual depende, y el cuerpo terrenal. Todo lo que acontezca al cuerpo astral se dejará sentir también, inmediatamente, en el cuerpo terrenal. Los sufrimientos de éste, sin embargo, afectan al cuerpo astral mucho más débilmente, a pesar de estar íntimamente unido con él.

Si, por ejemplo, un miembro cualquiera del cuerpo terrenal es amputado — supongamos que se trata de un dedo — no significa que, al mismo tiempo, sea amputado un dedo del cuerpo astral, sino que éste seguirá, a pesar de todo, tan tranquilo como hasta entonces. Por eso suele suceder que un hombre sienta, de vez en cuando, verdadero dolor u opresión allí donde ya no tiene ningún miembro del cuerpo terrenal.

Casos como esos son, ya, harto conocidos, si bien el hombre no ha encontrado una explicación acertada, por faltar en él una visión general del conjunto.

Así es como las sustancialidades establecen la unión de cada alma con su correspondiente cuerpo astral — al que llamaremos cuerpo de la materialidad física media — mientras que el pesado cuerpo terrenal está directamente ligado, desde el mismo instante de su nacimiento, con el cuerpo de la materialidad física media, y evoluciona conforme a la forma del mismo.

En cuanto a cómo el alma influye sobre el pesado cuerpo físico a través de esa envoltura, es una cuestión que queda reservada para conferencias posteriores; porque, antes de llegar a ese punto, es preciso aclarar muchas cosas todavía, a fin de poder poner la base requerida para la debida comprensión.

Pero todo eso está sometido igualmente a una ley única, una ley que las pequeñas sustancialidades cumplen con celo y fidelidad, sin desviarse de ella. A tal respecto, son modelos ejemplares para los espíritus humanos, los cuales no pueden ni deben sino aprender de ellas, hasta que, por fin, sin presunción ninguna, colaboren, mano a mano, con esos pequeños arquitectos de la creación, de suerte que esa cooperación a la armonía más perfecta se convierta en una jubilosa exaltación de la sabiduría y del Amor de su Creador.

* * *



EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

* * *

Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

La fuerza secreta de la luz en la mujer 1

  La fuerza secreta de la luz en la mujer Primera parte   La mujer, ha recibido de Dios una Fuerza especial que le confiere tal delica...