26. EN LOS TALLERES FÍSICOS DE LOS SERES SUSTANCIALES
Aun cuando nos mantengamos tan próximos al hombre terrenal
como hasta el presente, sin embargo, vamos a echar una mirada sobre la
actividad de las sustancialidades
cuyo círculo de acción se extiende en
dirección del hombre terrenal. Me refiero a esas sustancialidades que no
construyen, para las almas, caminos que parten de esta pesada materialidad
física, sino otros en dirección opuesta, afluyendo a esta materialidad física
terrenal.
Todo posee movimiento; nada hay sin forma. Algo así como un
gigantesco taller parece rodear al hombre: una parte afluye a él, otra se aleja
de él; ambas se entrecruzan, se enlazan y separan, construyen y demuelen en
continua alternancia, en un constante crecer, florecer, madurar y
descomponerse, para que una nueva semilla tenga ocasión de evolucionar conforme
a las leyes de la creación, cumpliendo el necesario ciclo del devenir y de la
descomposición de todas las formas de la materialidad, ciclo que está
condicionado por la ley del continuo movimiento bajo la presión de la
irradiación de Dios: lo único que posee Vida.
Todo es estrépito y agitación; todo es fundir y enfriar,
martillear y golpear sin interrupción. Vigorosos puños empujan y tiran
violentamente; delicadas manos guían y protegen, unen y separan a los espíritus
que caminan en medio de ese tumulto.
Y sin embargo, insensible, ciego y sordo a todo eso, el
hombre de la Tierra va tambaleándose en su envoltura física. Ávido de placeres
y de ciencia, su intelecto no persigue más que un solo fin: gozos materiales y
poder terrenal, como recompensa por su trabajo y coronación de su existencia. A
los indolentes y perezosos, el intelecto trata de embaucarles con imágenes de
tranquilo bienestar que, cual si fueran estupefacientes, paralizan la voluntad
de acción en la creación y son, por tanto, hostiles al espíritu.
El hombre de esta Tierra no quiere someterse, porque se le
ha concedido la libre resolución. Por eso encadena a su vivo espíritu a esa
forma efímera de la que no conoce ni siquiera su procedencia.
Continúa siendo un extraño en esta creación, en lugar de
emplear esos dones para sí, de manera edificante. Sólo el verdadero
conocimiento ofrece la posibilidad de una consciente utilización. Por
consiguiente, ahora, el hombre tiene que
salir de su ignorancia. Solamente sabiendo
podrá actuar, en el futuro, bajo las radiaciones del nuevo astro, que
separará lo útil de lo inútil en toda la creación.
Bien
entendido: lo útil considerado no según la mentalidad humana, sino, únicamente,
según la sagrada ley de Dios. Y
conforme a esa ley, entre todo lo inútil se cuenta también, en primer lugar,
todo hombre que no sea capaz de acoger humildemente las bendiciones y gracias
de Dios, lo cual sólo es posible mediante el conocimiento de toda la actividad
de la creación.
Únicamente en la Palabra
podrá obtener cuanto saber necesita a tal efecto. Lo encontrará ahí si busca sinceramente. Encontrará exactamente todo lo que necesita para sí. Ahora
bien, en la actualidad, la Palabra de Cristo es, más que nunca, ley: “¡Buscad y encontraréis!”
Quien no busque con el verdadero ardor de su espíritu, no
merecerá obtener nada y no lo obtendrá. De ahí que el adormecido, el perezoso
de espíritu, tampoco hallará nada vivo en la Palabra. Esta no le dará nada.
Es preciso, ante todo, que el alma misma se abra y beba de
la fuente emanada de la Palabra. Es esa una ley férrea y notoria que se cumple
hoy en todo su rigor.
Tenéis que adquirir
el conocimiento; si no, perderéis todo apoyo. Tropezaréis y caeréis si, en el
curso del desarrollo de los acontecimientos cósmicos, no os ponéis por fuerza
sobre la vía que estáis obligados a
seguir conforme a la sagrada Voluntad de vuestro Dios, cuyas obras, esas obras
que El os ha dado gratuitamente, habéis venido pisoteando hasta ahora, cual
animales ignorantes en el más hermoso jardín de flores, destruyendo en lugar de
fomentar la evolución edificando y ayudando; disfrutando con presuntuosa
audacia, sin molestaros en comprender por
qué se os permite permanecer en la hermosa creación y disfrutar de todo.
Nunca habéis pensado en una necesaria compensación; nunca
habéis tenido en cuenta esa gran ley divina de que sólo en el dar reside el derecho de tomar. Pero
vosotros habéis “tomado” sin reflexión, con ruegos y sin ellos; habéis exigido descomedidamente, sin pensar
siquiera en vuestros deberes frente a
la creación, en la que sois huéspedes y de la que habéis querido haceros amos
sin escrúpulos.
El Creador debía dar, dar siempre. Ni siquiera os habéis
preguntado con espíritu sincero, qué habéis hecho, en realidad, para merecerlo.
Todo se ha reducido a lamentaros de dolores que vosotros mismos os habéis
ocasionado, y a refunfuñar cuando algo no se ha cumplido tal como habíais
esperado. Y vuestras esperanzas, vuestros deseos, nunca han sido otra cosa que
el afán de felicidad terrenal. De
todo lo demás, de lo más real, jamás os habéis preocupado con verdadero ardor.
Y si alguna vez os habéis ocupado de ello efectivamente,
no ha sido más que con vistas a un conocimiento terrenal — sólo eso.
Habéis querido encontrar para luciros con ello. Y siempre
que, obligados por la necesidad, habéis tratado de investigar, lo hicisteis
únicamente para salir de esa necesidad, ya sea de orden síquico o material. ¡Jamás lo
hicisteis en honor de Dios!
Hora es, pues, de que conozcáis la estructura de esta
creación en que moráis y que también habéis de recorrer en parte, a fin de que
dejéis de ser un cuerpo extraño en ella. A medida que ese conocimiento vaya
siendo más amplio, irá apareciendo también, en vosotros, esa humildad de que tenéis necesidad para recibir lo último, lo más
grande: la gracia de poder vivir eternamente.
Con ese saber, que conducirá por fuerza al conocimiento de Él, acortáis también, en miles de años,
el tiempo de vuestras peregrinaciones por la creación, y llegaréis con más
rapidez y seguridad a esas alturas luminosas que deben continuar siendo el
anhelo y la meta de todo espíritu
humano que no quiera perderse como algo inútil.
Seguidme, pues, hoy, y avancemos por los caminos que atraviesan
el ambiente más próximo de vuestra existencia terrenal.
Imaginad que tratáis de llegar a la Tierra, como se
verifica en cada encarnación, tanto si es la primera como si es la
quincuagésima.
No es posible que un alma en espera de encarnarse se deslice,
sin más ni más, dentro de un cuerpo terrenal. El alma, que, por su naturaleza,
nunca puede ligarse al cuerpo físico, sino que sólo le es dado adherirse a un cuerpo terrenal cuando se
cumplen las condiciones requeridas, es incapaz, sin un puente especial, de
infundir movimiento y calor en el cuerpo terrenal. Los hilos anudados por la
atracción de las afinidades no bastan para ese fin.
Para mostraros la imagen con toda claridad, voy a volver
atrás otra vez, con el fin de esbozaron, a grandes rasgos, algunas de las
condiciones necesarias para la encarnación — condiciones que ya son conocidas.
Los efectos de la ley de atracción de las afinidades no son
decisivos en todos los casos para las
encarnaciones, sino que existen aún muchas otras posibilidades y causas
determinantes.
La ley del efecto recíproco interviene también en este caso
y, a veces, con una fuerza que eclipsa a todo lo demás. Un alma fuera del
cuerpo terrenal, que esté fuertemente ligada, mediante los hilos del efecto
recíproco, con otra alma que se encuentre en la Tierra dentro de un cuerpo
femenino, será conducida infaliblemente, por esos hilos, hasta esa mujer de la
Tierra, en cuanto se le presente la ocasión de encarnarse.
Junto a estas condiciones inevitables, se halla también la
ley de atracción de las afinidades. No obstante, además de estos dos procesos,
existen, todavía, otras especies y posibilidades de las que nos ocuparemos en
el transcurso del tiempo, ya que, hoy, toda desviación superflua sólo serviría
para enturbiar la claridad del necesario cuadro.
Digamos, pues, por ahora, que todos los hilos, sean de la
especie que sean, no pueden bastar para posibilitar al alma mover al cuerpo
físico e infundir calor en él.
Aun cuando se cumpla la condición de que el alma, por
efecto de unos hilos cualquiera, se encuentre en la proximidad de un cuerpo en
gestación, y que la irradiación de éste haya alcanzado un grado capaz de retener a esa alma, como ya he explicado
en otra conferencia anterior, entonces, si bien esa alma está ligada
efectivamente al cuerpo, no está, todavía, en condiciones de mover o imprimir
calor en él.
Ahí falta aún un puente. En lugar de puente, podríamos
decir, también, un instrumento que el alma necesita todavía especialmente. Ese
puente, a su vez, tiene que ser construido por las pequeñas sustancialidades.
Al igual que todo, eso se cumple dentro de las leyes de la
exacta concordancia de irradiaciones
perfectamente determinadas, entre las que figuran, en este caso, la
masculinidad y la feminidad terrenal, así como también diversos hilos del
destino que actúan sobre esos dos seres y sobre el alma en cuestión. También
este proceso requiere una explicación especial más adelante. Por hoy, basta
indicar que todo eso constituye el preciso punto de partida de la actividad de las pequeñas sustancialidades que
construyen los puentes para las almas con vistas a su encarnación.
Y esos puentes son lo que, hoy, ya es llamado por muchos:
“el cuerpo astral”.
El cuerpo astral está compuesto de materialidad física
media. Tiene que ser formado por las pequeñas sustancialidades precediendo inmediatamente al pesado
cuerpo físico-terrenal, de suerte que parece como si fuera formado casi al
mismo tiempo. Pero no es así; pues el cuerpo astral (para mayor simplicidad voy
a seguir empleando esta conocida denominación) tiene que preceder a todo lo que deba ser formado en la
pesada materialidad física.
Hay muchas personas que han llegado al conocimiento de la existencia de esas cosas denominadas
astrales. Pero no conocen ni su verdadero fin, ni el proceso real de su
génesis.
Por otro lado, hasta ahora, los iniciados en cuestiones
astrales han considerado todo desde su punto de vista solamente y, por tanto,
como si hubiera procedido de la pesada materialidad física. En la mayoría de
los casos, ven ahí reproducciones de
la pesada materialidad física, ya que cada planta, cada piedra, en suma, todo lo material pesado y físico parece
tener su reproducción en el mundo astral. Pero no son reproducciones, sino modelos de las cosas existentes en la
pesada materialidad física, en la cual no se habría formado — ni habría podido
formarse — absolutamente nada, si aquellos no existiesen.
Este campo de la materialidad física media podría ser
designado muy acertadamente, según los conceptos terrenales: el taller de los
modelos. Así como el artista forma primeramente el modelo, así también surge el
llamado cuerpo astral antes que el
pesado cuerpo terrenal. Sin embargo, en la creación, no hay nada que sólo deba cumplir un fin determinado,
para, luego, ser echado a un lado; como hacen los hombres terrenales; sino que
todo, también lo más insignificante aparentemente, tiene, en la creación, un
múltiple valor útil.
En la actividad de las sustancialidades, cada elemento
individual constituye un fragmento indispensable del Todo. También está
impregnado del Todo e impulsado por el Todo uniformemente.
Por tanto, cada objeto de la Tierra, incluso la Tierra
misma, tiene un modelo cooperador. Algunos videntes llaman a esos modelos “sombras”;
otros, como ya se ha dicho, “cuerpos astrales”. Existen también otras
denominaciones menos conocidas, pero todas designan lo mismo. Sin embargo,
ninguna designa lo justo, porque, una vez más, ha sido considerado desde un
punto de vista erróneo, mientras que no se tiene el más mínimo conocimiento de
su génesis.
No hay nada en la Tierra que las pequeñas sustancialidades
no hayan formado, ya, anteriormente, más hermoso y más perfecto aún, en la
materialidad física media.
Todo lo que acontece en la pesada materialidad física: la
destreza de los artesanos, la creación de los artistas etc. ha sido tomado de la precedente actividad de las
sustancialidades, que ya lo ha llevado a cabo en la materialidad física media y
en la sutil. Allí, todo se forma mucho más perfectamente, porque la actividad
de los seres sustanciales es el efecto inmediato de las leyes de la Voluntad
divina que, por ser perfecta, no puede engendrar más que formas perfectas.
Todo descubrimiento, incluso el más asombroso, no es sino
un plagio de lo que las pequeñas
sustancialidades ya han elaborado en otros planos. Muchas cosas más están
prestas a inspirar a los hombres para poder ser transpuestas en la Tierra, en
la pesada materialidad física.
Y sin embargo, pese a que esos modelos son fácilmente
accesibles para los humildes buscadores de entre los buscadores serios,
también, han sido muy deformados por el intelecto, porque, en la mayoría de los
casos, esos hombres así dotados no han tenido la humildad requerida para una
pura inspiración, y porque, además, los moradores de la Tierra no han tomado en
cuenta, hasta el presente, las leyes divinas de la creación, a causa de esa
presunción que todo lo paraliza. Únicamente a partir del conocimiento de dichas
leyes, descubrir o, mejor dicho, encontrar lo que existe en otros planos
resultará mucho más fácil, será mucho más preciso y más amplio que hasta ahora,
y lo mismo la exacta transposición en
la pesada materialidad física.
El
plano astral no es, pues, un espejo
de la materialidad física. Primero, porque él mismo está constituido de materia
física, si bien es de una naturaleza algo más fina que la Tierra; y segundo,
porque es precisamente lo contrario: la
pesada materialidad física es la reproducción de la materialidad física media,
lo que llamamos plano astral.
Ahora bien, en el plano astral hay dos caminos y, por
tanto, dos grandes grupos fundamentales: uno que se dirige a la pesada
materialidad física, y otro que se aleja de ésta en sentido contrario al
primero. La parte que se dirige a la materialidad física pesada es el puente
necesario para la construcción en el plano terrenal. La que se aleja de ella,
en cambio, es la expresión hecha forma de los pensamientos y acciones de los
espíritus humanos que están en la Tierra con vestiduras carnales.
El saber actual de los hombres en ese dominio no es más que
una obra fragmentaria, desmembrada; y esos pocos fragmentos son, además,
mezclados confusamente, sin cohesión real. De ahí resultó un cuadro de gran
fantasía que flota en el aire como un espejismo impresionante y que, por eso
mismo, tiene un atractivo especial para tantos hombres desprovistos de apoyo
interior. ¡Es tan hermoso complacerse en la irresponsabilidad…! El hombre puede
permitirse asentar osadas suposiciones, que, como es natural, quisiera que
fueran consideradas como un saber, como una certeza, con la íntima consciencia
de que nadie podrá hacerle responsable de nada si se equivoca. Según su
opinión, se le ofrece ahí la oportunidad de darse importancia sin
responsabilidad ninguna.
¡Ante los hombres! ¡Pero no ante las leyes de Dios! Ante
éstas, cada uno es responsable plenamente
de todas y cada una de las palabras pronunciadas. Y todos los que sigan sus
falsos puntos de vista, y lo mismo quienes sean incitados a crear nuevas
quimeras personales por sus falsas doctrinas — todos ellos quedarán fuertemente
encadenados a él, y éste se verá obligado a ayudarles a liberarse uno por uno,
antes de poder pensar en sí mismo y en su ascensión.
Después de haber dado esta pequeña visión retrospectiva,
vamos a ocuparnos nuevamente de los detalles.
Así pues, las pequeñas sustancialidades forman primeramente
el cuerpo astral como puente necesario para el alma, a fin de que ésta pueda
dominar, dirigir y mover al cuerpo en maduración.
El alma se une al cuerpo
astral e influye, por medio de éste, sobre
el pesado cuerpo terrenal. Por otra parte, el cuerpo terrenal tampoco puede
ligar al alma a sí mediante su propia irradiación, necesaria a tal efecto, si
no es utilizando el cuerpo astral como mediador. Las irradiaciones de la pesada
materialidad física penetrada de las pulsaciones de la sustancialidad, tienen
que atravesar, en primer lugar, la materialidad física media, ya que, de otro
modo, no pueden adherirse a las irradiaciones del alma, puesto que su envoltura
más externa está constituida de la más sutil materialidad física.
Ante todo, vamos a distinguir tres especies fundamentales
de la materialidad física, aun cuando, además de éstas, haya también otras
especies intermedias y secundarias. Provisionalmente, fijémonos solamente en la
materialidad física sutil, en la media y en la más pesada. En este sentido, el
cuerpo terrenal forma parte de la especie física más pesada, mientras que el
cuerpo astral pertenece a la especie intermedia de la materialidad física
media, es decir, a la que se encuentra en
la inmediata proximidad de la especie más pesada.
Cuando debe tener lugar una encarnación, las
sustancialidades forman, primero, el
cuerpo astral, e inmediatamente después, el cuerpo físico, de suerte que parece
como si ambos procesos fueran simultáneos. Pero, en realidad, la formación del
cuerpo astral precede al proceso en la pesada materialidad física: tiene que
preceder necesariamente; pues, de no
ser así, el otro proceso no podría completarse y, por tanto, el alma no podría
servirse en absoluto del cuerpo terrenal.
En esta ocasión, no doy más que la idea del proceso, para que pueda surgir el concepto. Más tarde,
acaso podamos seguir, paso a paso, los procesos
del devenir, de la maduración y de la descomposición, con todos los hilos y
ramificaciones correspondientes. Pero, primero, tiene que surgir ante vosotros la imagen del conjunto.
El cuerpo astral está adherido
al cuerpo físico, pero no depende de él, como se ha venido suponiendo hasta
el presente. La falta de conocimientos respecto al proceso evolutivo que se
verifica en la creación, tuvo como consecuencia muchos errores, porque el
hombre tiene por norma exponer el poco saber adquirido, considerándolo siempre
bajo su propio punto de vista.
Mientras siga conceptuándose a sí mismo como el punto más
importante de la creación — en la que no representa, en realidad, ningún
papel especialmente importante, sino que es sencillamente una criatura entre
miles — incurrirá siempre en un error tras otro — también en sus
investigaciones.
Es exacto que el cuerpo astral se descompone junto con el
cuerpo físico cuando el alma se separa de éste. Pero esto no debe ser puesto
como prueba de que depende de él.
Para tal hipótesis, no hay aquí ni siquiera una base justificada.
En realidad, el proceso es otro: en el momento de la
separación del alma, ésta, que es la parte móvil, expulsa también al cuerpo
astral fuera del cuerpo físico. Dicho figuradamente: al separarse y seguir
evolucionando, el alma expulsa al cuerpo astral fuera del cuerpo físico. Así lo
parece. En realidad, no hace más que apartarlo
de sí; pues una fusión nunca tuvo lugar, sino solamente una introducción
del uno en el otro cual si se tratase de los tubos de un telescopio.
Ahora bien, el alma no expulsa a ese cuerpo astral muy
lejos, ya que éste no está vinculado a ella solamente, sino también al cuerpo
terrenal. Además, el alma, de la que parte el movimiento propiamente dicho,
también quiere separarse del cuerpo astral y, por consiguiente, tiende a
alejarse de él.
Así pues, al efectuarse la separación terrenal del alma, el
cuerpo astral siempre se mantiene bastante próximo al cuerpo físico. Cuanto más
se aleja el alma, tanto más débil, también, se vuelve el cuerpo astral; y esa
separación del alma — cada vez más acentuada — acaba por traer consigo la
disolución y desintegración del cuerpo astral, el cual, a su vez, ocasiona
inmediatamente la descomposición del cuerpo físico, lo mismo que influyó en la
formación del mismo. Ese es el proceso normal conforme a las leyes de la
creación. Como es natural, intromisiones particulares implican circunstancias y
modificaciones también particulares, sin que quede excluido lo que está de
acuerdo con las leyes.
El cuerpo astral es, ante todo, el mediador entre el alma, de la cual depende, y el cuerpo
terrenal. Todo lo que acontezca al cuerpo astral se dejará sentir también,
inmediatamente, en el cuerpo terrenal. Los sufrimientos de éste, sin embargo,
afectan al cuerpo astral mucho más débilmente, a pesar de estar íntimamente
unido con él.
Si, por ejemplo, un miembro cualquiera del cuerpo terrenal
es amputado — supongamos que se trata de un dedo — no significa que, al mismo
tiempo, sea amputado un dedo del cuerpo astral, sino que éste seguirá, a pesar de todo, tan tranquilo
como hasta entonces. Por eso suele suceder que un hombre sienta, de vez en
cuando, verdadero dolor u opresión allí donde ya no tiene ningún miembro del
cuerpo terrenal.
Casos como esos son, ya, harto conocidos, si bien el hombre
no ha encontrado una explicación acertada, por faltar en él una visión general
del conjunto.
Así es como las sustancialidades establecen la unión de
cada alma con su correspondiente cuerpo astral — al que llamaremos cuerpo de la
materialidad física media — mientras que el pesado cuerpo terrenal está
directamente ligado, desde el mismo instante de su nacimiento, con el cuerpo de
la materialidad física media, y evoluciona conforme a la forma del mismo.
En cuanto a cómo el alma influye sobre el pesado cuerpo
físico a través de esa envoltura, es una cuestión que queda reservada para
conferencias posteriores; porque, antes de llegar a ese punto, es preciso
aclarar muchas cosas todavía, a fin de poder poner la base requerida para la
debida comprensión.
Pero todo eso está sometido igualmente a una ley única, una ley que las pequeñas
sustancialidades cumplen con celo y fidelidad, sin desviarse de ella. A tal
respecto, son modelos ejemplares para los espíritus humanos, los cuales no
pueden ni deben sino aprender de
ellas, hasta que, por fin, sin presunción ninguna, colaboren, mano a mano, con
esos pequeños arquitectos de la creación, de suerte que esa cooperación a la
armonía más perfecta se convierta en una jubilosa exaltación de la sabiduría y
del Amor de su Creador.
* * *
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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