miércoles, 28 de diciembre de 2022

27. UN ALMA MIGRA…

 

27. UN ALMA MIGRA…

EN LAS DOS últimas conferencias, expliqué los procesos que tienen lugar en los planos de la materialidad física media — llamada plano astral por quienes tienen conocimiento de ella — en relación directa con la existencia terrenal de los hombres.

Además de los procesos allí indicados, existen otros muchos que también forman parte de los campos de acción de las sustancialidades. Pero como esas actividades sólo se relacionan indirectamente con las almas humanas, no vamos a hablar de ellas hoy y pasamos a ocuparnos, en primer lugar, de la más próxima: la propia alma humana en analogía con lo ya explicado.

Seguidme, pues, un corto trecho por el camino que un alma humana ha de recorrer después de la separación de su cuerpo terrenal. Prestemos atención a los primeros pasos que ella da.

Nos hallamos en la materialidad física media. Ante nosotros vemos hilos del destino de colores y consistencias diferentes, hilos de los que ya hablamos en las últimas conferencias al tratar de la actividad de las pequeñas sustancialidades. Todo lo demás lo dejamos a un lado por el momento; pues, en realidad, además de esos hilos, hay muchas más cosas que corren muy cerca unas de otras y se mezclan estrechamente entre sí, vibrando todo en el orden más riguroso conforme a las leyes de la creación. Pero no miremos ni a derecha ni a izquierda: fijémonos solamente en los hilos.

Esos hilos parecen tirar movidos solamente por un débil impulso; parecen no tener una actividad especial, pues son hilos tendidos hace ya mucho tiempo. De pronto, uno de ellos empieza a oscilar. Se estremece y se mueve cada vez más; se hincha, su color se hace más vivo, todo en él va cobrando vitalidad” … Un alma atada a ese hilo se ha separado de un cuerpo físico. Esa alma se aproxima al lugar en el que nosotros esperamos.

La imagen es similar a la que ofrece una manga de riego cuando, de repente, se da paso al agua: se puede seguir exactamente el recorrido del agua en su progresivo avanzar a través de la manga. Tal es el proceso que siguen los hilos del destino que se aproximan a su desenlace, cuando el alma está obligada a recorrer el camino previamente indicado. La irradiación del espíritu en el alma afluye antes que éste y vivifica al hilo de su camino, aun cuando la actividad de ese hilo haya sido muy débil hasta entonces. Esa vivificación aumenta la tensión, con lo que el alma es arrastrada más enérgicamente hacia el lugar donde ese hilo tiene su más próximo punto de anclaje.

En ese punto de anclaje hay un enjambre de hilos de la misma afinidad atados a almas que todavía se encuentran en la Tierra, dentro de cuerpos terrenales físicos. Otras almas, a su vez, se hallan ya en ese lugar, después de haber abandonado la Tierra, y están obligadas a comer los frutos madurados por la acción y bajo la vigilancia de las pequeñas sustancialidades según la naturaleza de los hilos, que son semejantes a cordones espermáticos.

En ese sitio, las formas de tales hilos son de una especie muy determinada y homogénea. Supongamos que se trata de un centro de esa envidia que tanto se ha extendido por la Tierra y que tan propicio terreno encuentra en los hombres terrenales.

De ahí, también, que el centro de anclaje de esos hilos sea enormemente grande y variado: una sucesión de paisajes, ciudades y aldeas con las correspondientes ocupaciones de toda clase.

Pero la repugnante envidia acecha por doquier. Todo está impregnado de ella. Ha tomado formas grotescas que se mueven y actúan en esas regiones. Influyen de manera muy peculiar e intensa sobre cuantas almas han sido atraídas hacia esos lugares, con el fin de que experimenten en sí mismas, con más viveza, todo lo que infligieron premeditadamente a sus semejantes en la Tierra.

No vamos a describir detalladamente ese centro; pues es de naturaleza tan diversa, que una imagen precisa no sería ni siquiera la sombra de un concepto. Ahora bien, la expresión “repugnante” es una designación benigna y excesivamente atenuada.

Ahí conduce el hilo que hemos observado y que hemos visto volverse repentinamente más activo, más intensamente coloreado y más lozano, por efecto del acercamiento del alma que acaba de abandonar la Tierra.

A medida que el alma se aproxima a ese centro, todo lo de un lugar muy preciso: el punto donde el hilo está fuertemente anclado, va adquiriendo también más actividad, más color; digámoslo tranquilamente: más vida. Todo se anima.

Ahora bien, esa reanimación emana inconscientemente del espíritu del alma, procede de su irradiación, pese a que, como en la mayoría de los casos, el alma todavía recorre el camino a ciegas. Pero despertará en el momento oportuno, cuando, al ir acercándose, llegue al lugar que acaba de ser reanimado por la irradiación; pues allí se hallan los frutos del hilo (o, tal vez, de los distintos hilos) que está (o están) atado (o atados) a esa alma precisamente, ya que ella fue quien los engendró.

Por la vivificación del alma en cuestión mediante su propia irradiación, el espíritu que mora en ella impone una cierta nota personal — siempre distinta de la de otras almas — en su nuevo ambiente, que ya estaba esperándolo. Por decirlo así, para cada alma existe siempre un mundo exclusivamente suyo, un mundo perfectamente definido, pese a que todo está entrelazado y se importuna, también, mutuamente hasta la saciedad, y todo puede ser considerado como un plano común único e inmenso.

De ahí también que, en esos lugares, las experiencias que tantas almas han de vivir simultáneamente y, en el fondo, bajo la misma forma, sean vividas y presenciadas, sin embargo, por cada una de las almas, tal como corresponde a su propia y exclusiva naturaleza. Así pues, cada alma recibirá una impresión completamente distinta de la que reciban otras almas obligadas a vivir con ella las mismas experiencias. Más aún: cada alma lo verá de distinto modo que una segunda o tercera que tenga ante sí el mismo cuadro.

Imaginad lo siguiente: un alma despierta en uno de esos lugares. Ese lugar o plano tiene, en cuanto a su formación y a todo lo que se mueve en él, una apariencia completamente definida. También los eventos que se desarrollan ahí pueden ser considerados como uniformes, ya que todos ellos están sometidos a una única gran ley y se cumplen dentro de ella.

Esa alma que consideramos, ve que las otras almas, que ya se encuentran allí o se dirigen hacia allí detrás de ella, viven las mismas experiencias que ella misma está obligada a vivir. Pero ve las suyas y las de las otras de una manera muy peculiar y exclusivamente propia, y las vive en consecuencia.

No se debe sacar de ahí la conclusión de que las otras almas también ven y viven todo exactamente igual que el alma de que hablamos; pues no es así, sino que cada una de ellas lo ve y lo experimenta de muy distinto modo que las otras, según su propia naturaleza personal. Ven los eventos bajo diferentes aspectos, y lo mismo los colores y paisajes.

Eso se debe al hecho de que la irradiación del propio espíritu imprime en el medio ambiente el sello personal que corresponde únicamente a ese espíritu particular; esto es, lo vivifica conforme a su especie. A primera vista, esto os parecerá un tanto extraño.

Pero acaso pueda daros algunas analogías — si bien mucho más burdas — tomadas de la pesada materialidad terrenal, a fin de que podáis haceros una idea aproximada de ello, con vistas a una comprensión más fácil.

Supongamos que dos personas se encuentran en un hermoso parque. Será muy raro que, sin haberse puesto de acuerdo previamente, ambas consideren el mismo lugar como el más hermoso, aunque recorran el parque juntas. A cada una le parecerá bello algo distinto, pudiendo darse el caso de que una de ellas no encuentre ahí nada de particular, pero que diga que sí sólo por cortesía, aun cuando prefiera el bosque salvaje al bosque bien cuidado.

En semejantes casos, se suele decir simplemente que uno no tiene “sentido” de lo que el otro considera bello. Ahí reside una cierta veracidad. El “sentido” de uno toma sencillamente otra dirección. Por eso ve también el panorama de distinto modo que su acompañante.

Al interpretar un cuadro, lo que decide es el modo de ver, el sentido personal o la dirección del sentido conque es observado, no el cuadro contemplado o el paisaje propiamente dicho. Uno lo vive de distinto modo que otro.

Esto que se manifiesta aquí tan burdamente, es más vivo, más eficaz en las capas fácilmente movibles de la materialidad. Y así sucede que un mismo lugar con los mismos eventos, proporciona diferentes experiencias a cada una de las almas, según la más íntima naturaleza de éstas.

Pero todavía podemos profundizar más en esta cuestión.

Tomemos como ejemplo otras dos personas. De niños, les enseñaron un color y les dijeron que era azul. Para cada una de esas personas, ese preciso color que les fue mostrado será siempre el azul. Sin embargo, eso no demuestra que ambas vean ese color del mismo modo. Lo contrario es cierto. En realidad, cada una ve ese color que ella llama azul, de distinta manera que la otra. ¡También aquí, cuando poseen todavía un cuerpo físico!

Aunque examinemos con toda atención los ojos físicos y hallemos que son exactamente idénticos en su constitución, esa identidad no es decisiva para determinar cómo son percibidos los colores. Ahí interviene también el cerebro y, lo más fundamental, la naturaleza personal del propio espíritu humano.

Voy a intentar ampliar la explicación. Prosigamos con el azul. Tenemos ante nosotros un color determinado con todas sus tonalidades; un color que, en otros tiempos, se os dijo que era azul. Si, a instancias vuestras, otra persona igualmente instruida elige siempre, de entre todos los colores, el mismo que vosotros reconocéis también como azul, eso no es ninguna prueba de que la persona en cuestión perciba ese color — que ella llama, también, azul — exactamente igual que vosotros.

En efecto, para esa persona, precisamente esa especie determinada es azul. Cómo la ve en realidad, no lo sabéis. Naturalmente que llamará azul a todo lo que vea del color así designado, igual que llamaría negro al color blanco si, desde un principio, se le hubiera dicho que así se le designaba. Siempre llamará azul al mismo color que vosotros designáis como tal. Y sin embargo, a pesar de todo, no lo ve del mismo modo que vosotros.

No sucede de otro modo en cuanto al sonido. Un sonido determinado que vosotros percibís es, por ejemplo, para vosotros y para cada uno, un “mi”; pues cada uno ha aprendido a oírlo y a designarlo como tal. Incluso podrá reproducirlo con su propia voz. Pero siempre según el sentido propio de cada uno, que, como es natural, dará al “mi” el mismo tono que vosotros le dais. Pero no se ha dicho en absoluto que otro lo oiga realmente tal como vosotros lo oís. Al contrario: siempre lo oirá conforme a la especie de su espíritu, de diferente modo que sus semejantes.

Llegamos ahora a lo que yo quería explicaros. De por sí, los colores están establecidos fijamente en la creación, y cada uno de ellos permanece invariable, lo mismo que el sonido. Pero la manera de “vivir” o percibir ese color y ese sonido es distinta para cada ser humano, en correspondencia con su propia naturaleza. ¡Ahí no existe uniformidad!

Ahora bien, la percepción visual, ya sea física con sus diversas especies, ya sea etérea, sustancial o espiritual, también forma parte de la experiencia vivida. Con la forma sucede lo mismo que con el color y el sonido.

Cada uno de vosotros vive su ambiente de distinto modo; lo ve y oye de diferente manera que el prójimo. Lo que pasa es que os habéis acostumbrado a dar a todas designaciones uniformes, en las que no hay nada vivo. Así, habéis comprimido lo movible reduciéndolo a formas rígidas, y habéis pensado que esas rígidas formas deberían de reprimir también, para vosotros, todo movimiento de la creación.

Pero no es así. Cada hombre vive y experimenta según su propia naturaleza. Más tarde, también verá y reconocerá el Paraíso de distinto modo que su prójimo.

Y sin embargo, si uno esbozara un cuadro tal como él lo ve, los demás reconocerían y verían inmediatamente en esa descripción, lo que ellos mismos consideraron como perteneciente al Paraíso; pues perciben el cuadro a su manera, y no como lo ve el que lo describe.

La cosa es, en sí, siempre la misma; sólo la percepción de los espíritus humanos es diferente. El color sigue siendo color, pero es captado de formas diversas por los espíritus humanos. El sonido es sonido y la forma es forma en toda la creación: su naturaleza está perfectamente definida. Sin embargo, cada espíritu humano lo experimenta de modo diverso y siempre diferente, conforme a su grado de madurez y a su género.

A eso se debe igualmente que, de repente, un hombre sienta la primavera y todo el despertar de la naturaleza, de manera completamente distinta a como lo ha venido experimentando durante décadas, como si nunca lo hubiera observado o “saboreado” debidamente. Esto se verifica notoriamente cuando el hombre ha tenido que sufrir un cambio radical que le ha hecho madurar interiormente.

La naturaleza y la primavera siempre han sido así; pero él ha cambiado, y las vive de distinta manera como corresponde a su madurez.

Todo depende de él mismo y sólo de él. Y así acontece en toda la creación. ¡Vosotros, hombres, sois los que cambiáis; no la creación! He ahí, también, por qué podríais tener el Paraíso, ya, en la Tierra, si hubieseis alcanzado el grado de madurez requerido para ello. La creación puede seguir siendo la misma, pero vosotros, vosotros y nadie más que vosotros, tenéis que cambiar, a fin de poder contemplarla de otro modo y, por tanto, vivirla de otro modo también. Pues ver, oír y sentir es propio del vivir, es una parte de él.

Así sucede también, que el mundo sea visto y vivido de millones de formas diferentes por los espíritus humanos. Ahora bien, esas diferencias son establecidas sólo por los hombres; pues la creación propiamente dicha posee formas fundamentales sencillas en sí y constantemente repetidas, que surgen, maduran y se descomponen según una ley uniforme, para volver a aparecer bajo las mismas formas. Todo lo real es sencillo, pero los hombres experimentan esa sencillez de mil modos distintos.

Ahora, ya os vais acercando, mediante ese conocimiento, al proceso que seguirá el alma después de liberarse de la pesada materialidad terrenal. Según esté constituida en sí, así vivirá el llamado “más allá”; pues, mediante su propia irradiación, vivifica las formas que habrán de ligarse a ella; las vivifica en el género que les es propio y que habrá de ser vivido hasta en sus últimos detalles.

Que esa alma pueda llegar a reconocer si fue justo o falso lo que ella creó allí para sí; es decir, los caminos que recorrió, constituye, de por sí, un acto de gracia muy especial. Uno de tantos como el Creador tejió en todo, a fin de que el alma que lucha tenga siempre un anda de salvación en todo momento y en todo lugar, para poder emerger nuevamente fuera de las confusiones y, poseída de una voluntad realmente buena y de un conocimiento oportuno, no se vea obligada a perderse.

El múltiple valor de todo lo necesario que existe en la creación, ofrece siempre, de algún modo, incluso en medio de la mayor confusión creada por los hombres, la posibilidad de una nueva ascensión. Que el alma reconozca y utilice esas posibilidades, es cuestión suya y sólo suya. Los salvavidas están ahí. Ella no necesita, para elevarse, más que asirse a ellos con buena voluntad.

Así pues, la transformación de la naturaleza intrínseca del hombre hace que éste vea también todo de forma diferente: ya lo dice el lenguaje popular. Pero eso no es un mero proverbio, sino una realidad: el hombre lo ve todo distinto efectivamente. Con la transformación intrínseca, se transforma también, en cierto grado, su forma de ver y oír; pues el espíritu es quien ve, oye y siente mediante los instrumentos correspondientes a cada una de las diversas esferas, y no los ojos físicos o etéreos propiamente dichos. Si el espíritu se modifica, se modifica simultáneamente la manera de ver y, por tanto, la manera de vivir experiencias. A tal respecto, los instrumentos no desempeñan papel ninguno: son meros intermediarios.

La irradiación del espíritu registra las resistencias que encuentra, y se las devuelve al espíritu según una especie de efecto recíproco. En esta pesada materialidad física, esa devolución se efectúa a través de los órganos físicos creados a tal fin: ojos, oídos, cerebro, etc. El cerebro es el punto de convergencia de las transmisiones de todos los órganos secundarios.

Sobre este particular hablaremos después con más detalle.

Hoy, sólo pretendo aclararos que la naturaleza de la impresión del mundo exterior — es decir, del medio ambiente, depende exclusivamente de cada espíritu. Por esta razón, una y la misma forma surte siempre efectos distintos en cada observador, pese a que no haya divergencias de opinión en cuanto a su belleza. Y si una persona ve una forma determinada de diferente modo que su vecino, sucederá necesariamente que, al reproducirla, esa forma que el uno ve dará al otro una imagen exactamente igual a la forma misma.

Todo tiene que converger en ese punto formando una unidad; pues sólo la percepción es diferente, no la forma efectiva.

Los hombres se han creado una designación uniforme para cada forma. Ahora bien, solamente es uniforme la designación, pero no la manera de reconocer y de percibir.

También en esto habéis estado equivocados, hasta el presente, en vuestras opiniones. Pero si, ahora, tratáis de aproximaros a esos puntos que se os acaba de indicar, concernientes a la forma de vivir experiencias en el llamado “más allá”, muchas cosas os resultarán claras. Muchas cosas más podréis comprender fácilmente a medida que vaya avanzando en mis explicaciones, y muchos enigmas quedarán resueltos.

A lo que acabo de indicaros se debe también que dos o más personas con facultades mediunmísticas vean, oigan y reproduzcan una y la misma cosa de manera muy diferente, sin que, por eso, esté justificado hacerles reproches; pues cada una lo ve a su modo y, por consiguiente, de manera siempre distinta a la del otro. Pero la especie de la cuestión tratada es única y precisa. Únicamente quien haya aprendido a tener en cuenta estos procesos, gracias al conocimiento de la Voluntad divina impuesta en la creación, sabrá encontrar también, con precisión, la relación entre los diferentes relatos, y podrá reconocer en ellos lo justo tal como es realmente.

Más vosotros habéis intentado hacer de la creación y de vosotros mismos un conglomerado de formas fijas y rígidas, mediante el lenguaje con el que os expresáis. Eso no lo conseguiréis nunca; pues tanto la creación como vuestra vida interior son movibles. Y sin embargo, siempre que tratáis de reflexionar sobre esto, pensáis en la forma rígida de las palabras de vuestro lenguaje.

Reflexionad y ved cuán insensato es eso: la rígida forma del lenguaje no basta nunca para reproducir exactamente lo movible.

Una vez más, el obstáculo lo constituye, para vosotros, el intelecto, que no puede expresarse más que con palabras muy determinadas y sólo es capaz de asimilar palabras muy determinadas. Ya veis cuán serviles os habéis hecho con eso, y cómo os habéis encadenado, ya que pusisteis al intelecto como lo más sublime para el hombre, cuando, en realidad, sólo es apto y útil para la pesada materialidad física de esta Tierra; y no para todo, sino solamente en escala reducida. Poco a poco, vais percatándoos de cuán miserables son, en realidad, los hombres intelectuales.

Por eso he venido instándoos a que acojáis en vosotros mis palabras de modo que, al leerlas, veáis alzarse ante vuestros ojos imágenes de las mismas. Pues sólo en imágenes podréis comprenderlas, no con las mezquinas palabras de los hombres terrenales, palabras que yo me veo precisado a emplear para hablaros de ello.

Con palabras, no conoceréis nunca la creación; tampoco lo que lleváis en vosotros, porque todo eso es movible y seguirá siéndolo necesariamente, mientras que las palabras no hacen sino reducir todo a formas fijas y rígidas. Pero tratándose de cosas movibles, eso es imposible, es un intento vano en absoluto. Con palabras, no podréis llegar jamás a comprensión ninguna.

Pero tan pronto como el alma se desprenda de toda la pesadez de este cuerpo terrenal, entrará en la movilidad de la creación. Será arrastrada por la incesante oscilación y, entonces, vivirá más intensamente sus ambientes, los cuales cambian frecuentemente por efecto de los desenlaces que esperan a cada alma, hacia los que será atraída por la vivificación de cuantos hilos estén atados a ella.

A su vez, todo eso está de acuerdo con el efecto recíproco. Cuando el alma se retira del cuerpo terrenal; cuando se aleja de él y lo abandona; es decir, cuando deja de irradiar a su través, entonces, sus irradiaciones, más intensificadas aún al quedar libres, se dirigen, con toda su intensidad, hacia una única dirección: hacia la materialidad física media, donde los hilos del destino tienen su más próximo punto de anclaje.

De este modo, los hilos reciben una vivificación mucho más vigorosa por efecto de la irradiación del alma dirigida en una sola dirección, y esa vivificación refuerza también la facultad de atracción de los mismos, lo que repercute en esa alma atrayéndola con mayor fuerza. Todos esos procesos son automáticos, conformes por entero a las leyes y, por consiguiente, absolutamente naturales. También podréis comprenderlos fácilmente a poco que os molestéis en profundizar en ellos.

Así recorre el alma su camino, arrastrada por ligaduras que ella misma ha vivificado mediante sus irradiaciones, esas irradiaciones que ella no puede retener ni evitar y que, de hecho, la encaminan hacia su purificación o, también, hacia su perdición, pero siempre de acuerdo con lo que ella misma haya querido. Las sustancialidades no hacen sino formar y construir según la ley. La vivificación de las formas y los desenlaces se los crean las mismas almas mediante sus irradiaciones. Y entonces, esas formas tan diversamente vivificadas actúan retroactivamente sobre el alma, más o menos intensamente, conforme a la naturaleza de las irradiaciones.

También aquí tiene explicación el proverbio: “Según canta el abad, así responde el sacristán”. En este caso, significa: según las irradiaciones que afluyan a las formas, así serán vivificadas y actuarán en consecuencia. En todo esto existe una gran sencillez conforme a la ley, y una justicia infalible.

Lo que os he descrito es válido únicamente para los espíritus humanos; pues eso forma parte de la manifestación del libre albedrío. Tratándose de las sustancialidades, la cosa es distinta.

Dejad que los acontecimientos surjan vivamente ante vuestros ojos. Esforzaos en ello; pues merece la pena y seréis recompensados con creces por el efecto recíproco. Por otro lado, obrando así, llegaréis a ser conocedores de una parte de la creación.

Tal ha sido, hasta el presente, el curso de los acontecimientos que acabo de describir. Mas ahora, una especie de rayo viene de la Luz. De súbito, fuerza divina sacudirá directamente los hilos de todos los hombres terrenales y de todas las almas que se encuentren en los planos de las poscreaciones.

A consecuencia de eso, todo llegará, hoy, directa e inesperadamente, al desenlace final. Las sustancialidades, nuevamente reforzadas, serán investidas de un inmenso poder. Dirigirán su actividad contra todos los seres humanos que, con su comportamiento, han venido obligándolas, hasta ahora, a formar cosas antiestéticas, obedeciendo a la ley de la creación. Mas ahora, se impondrá sobre todas las voluntades humanas de la creación entera la Fuerza divina, la Voluntad de Dios, que no permitirá formar sino lo puro, lo bueno y hermoso, destruyendo todo lo demás.

La Fuerza divina ya ha penetrado en la poscreación para actuar aquí mismo. Apoyadas por esa Fuerza suprema, todas las sustancialidades intervienen rápidamente, con alegría y orgullo, en las innumerables mallas de la trama de todos los hilos del destino humano, para llevarlos a su término jubilosamente.

Obedeciendo los dictados de la Luz, desgarran los hilos débilmente anclados en la espiritualidad, a fin de que las almas queden desligadas por completo de la Luz cuando los tenebrosos cordones se encojan de golpe y recaigan violentamente sobre sus promotores, junto con todo lo que cuelgue de ellos.

Pero también la ruptura de esos hilos tiene lugar estrictamente de acuerdo con las leyes, a cuyo efecto la naturaleza de los mismos hombres es lo que decide; pues las sustancialidades no obran arbitrariamente.

¡Fuerza divina y luminosa cae como un rayo sobre todos los hilos! Los hilos que, por estar orientados hacia la Luz, lleven en sí afinidades con ella y, por efecto de la voluntad realmente fuerte de quienes están atados a ellos, se hayan hecho suficientemente resistentes para soportar la repentina introducción de esa inusitada Fuerza luminosa, alcanzarán consistencia y lozanía, de suerte que, por la acción de una potente atracción, las almas humanas atadas a ellos serán lanzadas hacia arriba, fuerza de los peligros de las Tinieblas y, por tanto, lejos del peligro de ser arrastradas a la descomposición.

En cambio, los hilos de débil luminosidad, engendrados por voluntades débiles, no resistirán la repentina y enorme presión de la Fuerza divina, sino que se consumirán, siendo desatados, así, por los ayudantes sustanciales, por lo que quienes estén atados a ellos quedarán a merced de las Tinieblas. La causa de ese fenómeno natural es su propia tibieza, que no pudo engendrar hilos suficientemente sólidos y resistentes.

No encontraréis, en cada evento, más que justicia. Por eso está anunciado que “los tibios serán vomitados”: así se cumplirá literalmente por la acción de la Luz.

Todos los ayudantes sustanciales, pequeños y grandes, quedarán libres de tener que formar, en cumplimiento de las leyes, cosas tenebrosas, obligados por la mala o errónea voluntad humana. Al mismo tiempo, todas las sustancialidades serán retiradas de las ahuyentadas Tinieblas por la Fuerza de la Luz, a la que se adherirán estrechamente en jubilosa alegría, para formar y sostener lo que la Luz quiera. Una nueva fuerza las reconfortará a fin de que vibren en el embriagador acorde de la creación entera, en medio de la fluctuante Luz de Dios.

¡Honor a Dios, que sólo siembra Amor! ¡Amor también en la ley del aniquilamiento de las Tinieblas!

* * *



EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

* * *

Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio

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