28. LA MUJER Y EL HOMBRE
EN MIS CONFERENCIAS:
“Lo sustancial”, “Las pequeñas sustancialidades”, “En los talleres físicos de
las sustancialidades” y “Un alma migra” dí unos pocos conocimientos sobre la
continua actividad en la creación. También he explicado una pequeña parte de
vuestro ambiente próximo, si bien sólo lo que está íntimamente relacionado con
vosotros. Pero no os lo he comunicado solamente para que tengáis consciencia de
ello, sino con el fin de que, ahora, cuando aún tenéis un cuerpo
físico, podáis sacar de ahí provecho para vosotros, para vuestra vida en la
Tierra y, al mismo tiempo, para bendición de quienes están con vosotros y
alrededor de vosotros.
Saber esas cosas
no os proporciona ninguna ventaja; pues todo espíritu humano tiene el sagrado
deber de utilizar positivamente, en la creación, todo conocimiento, para fomento,
progreso y alegría de todos los que están unidos a él o, simplemente, entran en
contacto con él. Entonces — sólo
entonces — es cuando su espíritu saca gran beneficio de ello.
Ese tal quedará libre de todo impedimento y será encumbrado
infaliblemente, por la ley del efecto recíproco, hasta una altura en la que
podrá cobrar continuamente nuevas fuerzas impregnadas de Luz, las cuales habrán
de proporcionar bendiciones en los puntos de la Tierra en que encuentren
terreno propicio. De ese modo, el versado se convertirá en poderoso mediador de
la sublime Fuerza divina.
Por eso voy a indicaros lo que podéis aprovechar de las
últimas conferencias para vuestro camino terrenal, y, también, lo que debéis de
aprovechar necesariamente; pues la Palabra no debe quedar sin provechoso
empleo.
A grandes rasgos, llamé vuestra atención sobre una pequeña
fracción del movimiento y actividad que unas especies muy determinadas de las
sustancialidades ejercen en la creación, indicándoos también que, hasta el
presente, el espíritu humano se ha aventurado en ese dominio en la ignorancia
más absoluta.
Lo sustancial gobierna y cuida fielmente la casa de la gran
creación, mientras que lo espiritual ha de ser considerado como un huésped que
la recorre y que tiene el deber de adaptarse armónicamente al orden
establecido, poniendo cuanto esté de su mano para apoyar y fomentar la
actividad de lo sustancial. Debe, pues, contribuir a la conservación de la gran
obra, que le proporciona un hogar, la posibilidad de subsistir y una patria.
Bien considerado, tenéis que
imaginároslo así: la elevada
sustancialidad ha expulsado de sí o engendrado al espíritu, y le ofrece, en su
gran casa de la creación, la posibilidad de una existencia llena de alegría.
A condición, naturalmente, de que ese espíritu no perturbe
la armonía de la casa; pues, de lo contrario, se convertirá en un huésped
importuno y será tratado en consecuencia: nunca dispondrá ni disfrutará de una
existencia verdaderamente feliz.
Por supuesto que el huésped también tiene el deber de no obstaculizar
el buen gobierno de la casa; antes bien se adaptará al orden establecido, y
hasta lo protegerá y mantendrá para
corresponder a la hospitalidad ofrecida.
Pero todavía se puede expresar esto de otro modo, para
mejor comprensión, sin desviarse del verdadero sentido: la inmensa
sustancialidad divina que todo lo abarca, se ha disociado en dos partes: una
activa y otra pasiva, o bien, una positiva y otra negativa.
La parte pasiva o negativa es la más fina, la más sensible, la más delicada. La parte activa o
positiva es la más basta, no es tan
sensible.
La parte más sensible, o sea, la parte positiva, es, sin
embargo, la más fuerte y la que
predomina en todo; en realidad, ejerce una acción dirigente. Dada su sensibilidad, es más receptiva y más impresionable,
por lo que está facultada para mantenerse y obrar con más seguridad bajo la
acción de la Fuerza de la sagrada Voluntad divina, que es la suprema presión.
En este caso, se entiende por presión no un acto arbitrario de violencia, ni la
opresión de un despotismo autoritario y voluble, sino la impresión que la especie superior causa en la especie inferior.
Así va desplegándose ante vosotros, de arriba a abajo, el
gran cuadro, y ya no resultará difícil comprender que las consecuencias
posteriores de los eventos de la creación se repitan siempre del mismo modo, con toda naturalidad, y
que, finalmente, se apliquen también a las disociaciones de los espíritus
humanos de la poscreación, por efecto
de una ley uniforme que está en vigor en la creación entera, si bien es
designada de distinto modo en los diferentes planos y estados de enfriamiento.
Es así que, en la gradación, la mujer de la poscreación — la parte pasiva o negativa — personifica
el elemento sustancial más sensible; y el hombre — la parte activa o positiva —
el elemento espiritual menos fino; pues una vez instaurada la disociación, ésta
sigue verificándose ininterrumpida y sucesivamente en las partes ya disociadas,
de forma que puede decirse que, en
realidad, toda la creación consta solamente de disociaciones. La parte
verdaderamente más fuerte, esto es, la parte realmente dominante, es, asimismo,
la más sensible. Tratándose de seres humanos, esa parte es la feminidad. Dada su naturaleza, le
resulta mucho más fácil sentir la presión de la Voluntad divina y obedecerla.
De este modo, posee y ofrece la mejor ligazón con la única fuerza realmente
viva.
También esta ley de la creación ha de ser tomada en
consideración por los investigadores y debe ser tenida en cuenta por los
inventores. La parte realmente más poderosa y más fuerte es siempre la más
sensible, es decir, la parte negativa o pasiva. La parte más sensible es la
parte determinante propiamente dicha,
mientras que la parte activa sólo es la ejecutora.
Por
eso es que, en el curso de toda evolución normal, toda la feminidad ejerce una
influencia poderosa y exclusivamente ennoblecedora
— influencia que, en sus inconscientes comienzos, siempre vibra puramente —
sobre el elemento masculino, en cuanto éste alcanza la madurez corporal. Con la
madurez corporal despierta, al mismo tiempo, el sentimiento sexual, que
constituye el enlace o puente para la actividad del germen espiritual del hombre terrenal en el plano de la
materialidad física, o sea, aquí en la Tierra.
Esto ya os es conocido por mi Mensaje. Todo eso se verifica
simultáneamente. ¡En eso reconoceréis
las prodigiosas ayudas que recibe el espíritu humano en la Tierra, mediante las
leyes de la creación! Ya véis la protección casi indescriptible y los generosos
apoyos — de los que, en realidad, apenas sí podéis haceros una idea — que se os
ofrecen para la ascensión. Lo mismo en cuanto a los seguros caminos, exactamente trazados, sobre los
cuales nadie puede extraviarse involuntariamente. Hace falta una voluntad mala
en extremo e incluso un esfuerzo contumaz, para que un hombre intente echar a
un lado ligeramente todas estas cosas sin tomarlas en consideración. Más aún:
el hombre tiene que oponerse violentamente a todas esas espontáneas ayudas,
para no utilizarlas.
Pero lo hace a pesar de todo. Por eso dije
intencionadamente que, en los “inconscientes” comienzos de la maduración, la
influencia femenina origina siempre, en
la masculinidad, una pura vibración hacia las alturas, puesto que, al no estar
influenciada por el pervertido intelecto, reacciona únicamente conforme a las
leyes divinas de la creación. Pero, también en este caso, tan pronto como el
intelecto despierta con todos sus artificios y empieza a desplegar su
actividad, esa pureza y, con ella, todas las ayudas, son arrojadas al fango y
depreciadas por pensamientos malsanos.
El pensamiento malsano es provocado por la impureza de la
feminidad, por las seducciones, por las persuasiones de los falsos amigos, por
malos ejemplos y, sin ponerlo en último lugar, por la equivocada orientación
dada al arte y a la literatura.
Pero una vez que los numerosos puentes que conducen a las
alturas luminosas y puras han sido volados y cortados, resulta muy difícil
encontrar un camino de vuelta. Y sin embargo, en Su bondad, el sapientísimo
Creador ofrece en las leyes de la creación, también para esos casos, miles de
posibilidades y nuevas ayudas espontáneas, cuando un espíritu humano
descarriado trata de hacer surgir en sí una voluntad realmente sincera
inclinada a lo puro.
En el Mensaje se han dado, ya, suficientes explicaciones
sobre todas estas cosas, por lo que no tendréis necesidad de nuevas
indicaciones.
¡Hombres!: ignoráis por completo cuántas gracias pisoteáis
una y otra vez, casi a diario. Tampoco sabéis, por tanto, qué grande es y
cuánto más grande va haciéndose, cada hora, el peso de vuestras culpas, que
habréis de pagar en todo caso; pues
todas las leyes de Dios, que están latentes en la creación y os sirven de
ayuda, se vuelven también contra vosotros si no queréis observarlas.
No podéis sustraeros a la obligación de reconocerlas: ni vosotros, ni una sola de entre todas
las criaturas. Y esas leyes son el Amor de
Dios que vosotros no habéis concebido nunca, porque intentasteis hacer de él
algo completamente distinto de los que es realmente.
¡Aprended y reconoced! Mujer: si no despiertas para
alcanzar tu verdadero valor en la
creación y para, después, obrar en consecuencia, el efecto recíproco de esa
inmensa culpa te despedazará antes de que lo presientas. Y tú, hombre, vé, por
fin, en la mujer, esa gran ayuda que necesitas y de la que no puedes prescindir
nunca si quieres vibrar al ritmo de las leyes de Dios. Y honra en la mujer
aquello para lo que ha sido destinada por Dios. La naturaleza de tus
sentimientos hacia la mujer será, para ti, la puerta de acceso a la Luz. ¡No lo
olvides nunca!
Asimismo, la virilidad realmente fuerte, la virilidad
auténtica, sólo se demuestra en la delicada consideración para con la verdadera
feminidad, que se manifestará tanto más evidentemente cuanto mayores sean los
valores espirituales.
Así
como la verdadera fuerza del cuerpo no se muestra en pisadas fuertes y pesadas,
sino en el dominio de todos los movimientos — que se traduce en un elástico y
ligero andar, prueba inequívoca de seguridad y firmeza — del mismo modo, la
auténtica masculinidad se revela en un trato delicado y respetuoso para con la
feminidad que vibra al unísono con la Pureza.
Tal es el proceso completamente natural de las irradiaciones
inalteradas, en su vibrar conforme a las leyes de la creación. Todo lo demás
está deformado.
Profundizad, pues, en todas estas descripciones. Las veréis
confirmadas por doquier en el curso de vuestras experiencias vividas. Poned
siempre estas palabras como base de vuestras observaciones. Entonces, veréis muchas cosas de manera
completamente distinta y las reconoceréis también mejor que hasta ahora. Eso se
pone en evidencia con toda claridad hasta en las cosas más insignificantes; no
sólo en la Tierra, sino en la creación entera.
Tal vez os preguntéis ahora, por qué la mujer es la parte más
sensible. Voy a daros aquí la respuesta inmediata:
En las separaciones o disociaciones, la mujer constituye el puente entre lo sustancial y lo
espiritual. De aquí que hubiera de nacer primeramente
la Madre Originaria, antes de que pudieran sucederse o producirse
disociaciones posteriores.
Y el puente entre la sustancialidad superior más próxima y
la espiritualidad surgida de ella lo constituye siempre la mujer del respectivo
plano disociado. Por esta razón, todavía conserva en sí una fracción especial
de la sustancialidad inmediata superior a su propio plano, fracción que falta
en el hombre. Una vez más, el lenguaje popular lo expresa acertadamente cuando
dice que la mujer está más vinculada a la
naturaleza que el hombre. En efecto: la mujer está más vinculada a la
naturaleza en todos los aspectos.
Pero vosotros, conocedores del Mensaje, sabéis que la expresión “vinculada a la
naturaleza” no significa otra cosa que estar en íntima unión con la
sustancialidad.
Tal es el orden en la gran casa de la creación. Debéis
sacar de ahí enseñanzas para vosotros mismos y trasladarlas sabiamente a la
vida terrenal. Cómo podéis hacerlo,
voy a decíroslo hoy. Si os abstenéis de ello, no os adaptaréis a la armoniosa vibración de la casa en que sois
huéspedes. Y si queréis obrar de otro modo y seguir otros caminos distintos de
los que la misma creación os muestra claramente, nunca podrá florecer el éxito
para vosotros, nunca tendréis verdadera alegría ni la paz que tanto anheláis.
Todo lo que no vibre en el sentido de la creación y
conforme a sus leyes habrá de fracasar y hundirse ineludiblemente; pues,
entonces, no sólo desaparece todo apoyo, sino que también se crean
contracorrientes que son más potentes que cualquier espíritu humano y que, por
último, siempre derriban al hombre y su obra.
Insertaros, pues, por fin, en la perfecta armonía de la
creación: así hallaréis la paz y el éxito.
En lo que a eso respecta, la mujer fue, ante todo, la que
primero incurrió en falta; pero también el hombre ha sido el principal
culpable. Naturalmente que, por eso, la culpabilidad de la mujer no se reduce
ni en el grueso de un cabello, ya que ella no debería haberse regido por él de
ningún modo. Cada uno es responsable de sí mismo. El mal capital de todo eso lo
constituyó, otra vez, la voluntaria sumisión al intelecto.
La mujer de la poscreación debía formar el puente de la
sustancialidad hacia la espiritualidad. El puente de esa sustancialidad de la que se desprendió inmediatamente el
elemento espiritual de la poscreación; y no de la sustancialidad que continuó
descendiendo después de la disociación del último residuo espiritual, para
formar el puente hacia la materialidad y dar origen a todas las almas animales.
Así pues, en la escala de valores de la creación, viene, en
primer lugar, la mujer, y después, en
sentido descendente, el hombre. Sin embargo, la mujer fracasó rotundamente ahí.
No ocupa el puesto que la creación le
ha adjudicado y asignado.
En su
calidad de puente, la mujer conservó en sí la gran parte de la sustancialidad —
no la inferior, sino la más alta — pudiendo y debiendo ser, por consiguiente, tan accesible a la Voluntad de Dios
como la misma sustancialidad, que vibra exclusivamente conforme a la Voluntad
divina. Pero, como es evidente, a condición de que conservara pura esa parte de la sustancialidad;
pura, a fin de poder sentir la Voluntad divina, las leyes de la creación.
En lugar de eso, no hizo sino abrir ese sentimiento a todas
las artes seductoras de Lucifer, con demasiada rapidez y facilidad. Y
comoquiera que la mujer, por su peculiaridad de estar íntimamente unida a la
sustancialidad, es, en la creación, más fuerte que el género espiritual del
hombre — de condición más tosca — y, por consiguiente, es el elemento dominante o, digamos mejor, el que da el
tono, en el sentido más literal de la palabra, no tuvo dificultad ninguna en
arrastrar consigo al hombre a las profundidades.
He ahí la razón de que, en mi Mensaje, ya haya instado a
toda la feminidad a que preceda al
hombre en la ascensión; pues ese es su deber, ya que eso cae dentro de sus
posibilidades, y no solamente porque, con ello, salda la deuda que ella misma
cargó sobre sí desde un principio. Eso constituye, de por sí, un acto de gracia
que tiene lugar espontáneamente por el efecto recíproco de la voluntad de
ascender. A pesar de sus atributos sustanciales, la mujer de la poscreación pudo caer así porque, siendo el último escalón de su especie, es,
también, la que más alejada está de
la proximidad de Dios. Pero, en cambio, tenía en sí, en esa parte de la
sustancialidad superior, una poderosa anda a la que poder asirse y a la que se
habría asido efectivamente sólo conque esa hubiera sido la sincera voluntad de
la mujer. Pero el elemento espiritual en ella — menos sutil — optó por otra
cosa, y el alejamiento de la proximidad de Dios le permitió salir triunfante.
La mujer podía caer,
pero no estaba obligada a ello; pues
disponía de suficientes ayudas. Sin embargo, no aceptó ninguna de esas ayudas,
puesto que no las utilizó.
Pero en el reinado de los mil años será todo de otro modo. Entonces, la mujer se
transformará y vivirá solamente conforme a la Voluntad de Dios.
Será purificada o sucumbirá en el Juicio; pues, ahora,
recibe directamente la Fuerza divina en la Tierra. Con eso queda, pues,
descartada toda disculpa para la
feminidad. Y toda mujer que aún no haya ahogado en sí completamente su parte sustancial de manera criminal y culpable, habrá de experimentar la Fuerza de Dios
y obtener de ella una fuerza creciente, según las vivas leyes de la creación.
Pero sólo recibirán esa autoactiva ayuda aquellas que todavía posean la
facultad de reconocer agradecidas la presión de la Fuerza divina como tal.
Más la que no pueda
o no quiera experimentarla
sensitivamente, se marchitará y ya no conservará por mucho tiempo la
posibilidad de seguir llamándose mujer.
Vosotros os preguntaréis, naturalmente, cómo puede ser que
ciertas almas se encarnen alternativamente: unas veces como mujer y otras veces
como hombre, en la Tierra. La solución no es tan complicada como pensáis; pues
una mujer cabal en todos los aspectos, no
se verá nunca en la situación de
tener que encarnarse físicamente en un cuerpo de hombre.
Semejante proceso no es sino una más de las funestas
consecuencias de la dominación del intelecto, por muy extraño que pueda
parecer.
La mujer terrenal que se somete al intelecto reprime
precisamente su auténtica feminidad, que
será oprimida, ya que constituye esa sensibilidad
que el frío intelecto amuralla, por lo que los hilos se anudarán de tal
suerte que esa mujer habrá de encarnarse
la próxima vez en un cuerpo masculino, puesto que, entonces, después de esa
represión y ese amurallamiento, sólo predomina la espiritualidad menos sutil, y
los hilos no podrán anudarse de ningún otro modo, conforme a las leyes de la
creación.
Tales modificaciones de encarnación son, pues, necesarias,
porque todo lo que se imprime en el
germen espiritual humano ha de desarrollarse.
Sobre todo, esa manía antinatural y, por tanto, contraria a las leyes de la
creación que tiene el mundo femenino actual de imitar al hombre, así como la
pronunciada tendencia al intelectualismo, tienen que traer consigo, para la
feminidad, graves consecuencias, puesto que eso constituye una perturbación de
la armonía de la creación.
Todas ellas oprimen su auténtica feminidad y, por
consiguiente, la próxima vez, habrán de
encarnarse en cuerpos masculinos. Sin embargo, esto no sería, en sí, lo más
grave. Pero ahí interviene también la circunstancia de que, si bien el alma
femenina, en esa deformación de su cometido, puede obrar con discernimiento en el cuerpo masculino,
no obstante, sólo podrá llegar a ser un hombre real en cuanto al cuerpo, pero
nunca en cuanto al espíritu y al alma. Es y seguirá siendo una
aberración.
Hasta el presente, esos
procesos han venido aconteciendo en la creación deformada. Pero, en el reinado
de los mil años, eso no será posible; pues, entonces, todas esas almas
femeninas que han amurallado su feminidad, ya no podrán llegar a encarnarse en
la Tierra de ninguna manera, sino que, en el Juicio, serán arrojadas, como algo
inservible, al montón ingente de los que serán arrastrados a la descomposición.
Todas ellas se perderán si no recuperan a tiempo la conciencia de su misión
como mujeres y obran en consecuencia.
Lo mismo sucede a la inversa. El alma masculina que, por
debilidad, se inclina demasiado, en sus pensamientos y obras, al género
femenino, se obliga a sí misma, mediante los hilos así creados, a encarnarse
después en un cuerpo femenino. En este caso, tampoco será posible que tales
almas lleguen a ser verdaderas mujeres,
puesto que les falta esa parte de la sustancialidad superior que es atributo de
la feminidad.
Por esta razón, encontramos frecuentemente en la Tierra,
hombres con características preponderantemente femeninas, y mujeres con
características preponderantemente masculinas. Ahora bien, en ambos casos, la naturaleza del alma no es auténtica,
está deformada. Esas almas no tienen utilidad ninguna para la propia creación,
salvo para las posibilidades de reproducción física.
También aquí, lo decisivo y fundamental para toda su
existencia lo constituye la primera
resolución del germen espiritual. Claro está que esa resolución no es
consciente, sino que reside solamente en un íntimo impulso naciente. Si ese
impulso conduce a una actividad más delicada, está decidido que el ser de ese
germen espiritual sea femenino; pues guardará o conservará una parte de la
sustancialidad superior de la que se libera o disocia. Si tiende a una acción
más burda, activa o positiva, irá separándose más y más de la parte más sutil y
delicada de la sustancialidad superior, hasta desprenderse por completo y
dejarla atrás. En realidad, ella es la que se separa automáticamente, por lo
que, para esos gérmenes espirituales, la base de su género es decididamente
masculina.
También aquí, desde el principio, se cumple inmediatamente,
para la espiritualidad, la garantía de una resolución libre y única, llamada
libre albedrío.
¡Mujer! ¡Cuánto expresa ya la misma palabra! ¡Recopila en
sí o emanan de ella los conceptos de pureza, encanto, anhelo hacia las alturas
luminosas!
¡Oh tú, mujer terrenal! ¡Qué has hecho de ti misma! ¡Tú que estabas destinada a ser grande,
sublime y noble!
Ya no puedes sentir siquiera que ese juego de sociedad que
a ti tanto te gusta, ese deseo de parecer y de seducir, así como cada palabra, incluso cada mirada por parte masculina, no son sino
una afrenta a tu dignidad de mujer, un insulto a tu pureza, esa pureza que Dios
quiere ver en ti.
Si no fuera que aún existen algunas de entre vosotras en la Tierra, en cuyas almas todavía
puede verificarse el anclaje de la Voluntad divina, en verdad que sería mejor
que, con un movimiento de Su mano, Dios borrara de la superficie de la
maravillosa creación todas esas caricaturas de la feminidad.
Pero, por amor a las pocas que se han mantenido fieles, se
le permitirá a la mujer terrenal que, por la proximidad de Dios, renazca y se
eleve hasta la altura que ya se le había asignado desde un principio.
¡La pureza de la
mujer terrenal reside en su fidelidad!
¡Pues la fidelidad es la Pureza! ¡Una
mujer sin fidelidad es indigna de ser llamada mujer! ¡E infiel es toda mujer
que juega y coquetea con los hombres mediante palabras o pensamientos! ¡Infiel
para consigo misma y para con su misión en esta creación; es decir, también
para con su misión en la Tierra!
La fidelidad — ella
sola — es la que permite que nazcan en la mujer todas las virtudes. ¡Ni una sola faltará!
Así como los hombres se han forjado de la castidad un
concepto subjetivo, restringido, rígido y, por tanto, completamente falso, así
también han hecho del sublime concepto de Pureza un algo torpe y ridículo
conforme a su ruin manera de pensar. Han hecho de ello una caricatura, una
traba antinatural que está en contradicción con las leyes de la creación, una
noción absolutamente falsa que sólo testimonia la estrechez del mezquino
pensamiento intelectual.
¡La pureza de la mujer reside solamente en su fidelidad! ¡Ella es, para el ser humano, la fidelidad!
Dicho claramente: la Pureza está personificada en la fidelidad cuando se trata de seres humanos.
Quien comprenda esto debidamente podrá
encontrar y seguir siempre el recto sendero, y no echará a un lado la ley de la
creación en convulsiones anímicas. Por consiguiente, tenéis que procurar comprenderlo
bien.
¡La Pureza es solamente divina!
De aquí que el ser humano no pueda,
como tal, poseer la Pureza propiamente dicha en su forma original, puesto que
es una mera partícula en la creación y está sujeto como tal a leyes muy
determinadas. La Pureza, en cambio, sólo
reside en la Perfección divina: forma parte de esa Perfección.
Por consiguiente, el ser humano no puede poseer en absoluto
la Pureza en su verdadero sentido: sólo le es dado personificarla simbólicamente conforme a su naturaleza; es decir,
reproducirla en la fidelidad bajo una forma modificada. La fidelidad es, pues,
para la humanidad, la gradación inferior de la Pureza. El hombre reemplaza la
divina Pureza por la fidelidad. Y en primer lugar — y en el sentido más noble —
la mujer, haga lo que haga, será puro siempre
que sea hecho por fidelidad. Otro tanto sucede en cuanto al hombre. La
fidelidad es, para todo ser humano,
la Pureza.
Como es natural, la fidelidad tiene que ser auténtica; no debe estar arraigada
solamente en la imaginación. La auténtica fidelidad no puede vivir más que en
el verdadero amor, nunca en las pasiones o en la exaltación. Ahí reside
nuevamente una salvaguardia y, también, una medida que sirve para examinarse a
sí mismo.
El ser humano no puede ser divino, y tiene que regirse por
las leyes correspondientes a su género. Todo
lo demás lleva a la deformación, se hace antinatural y malsano, y no es sino la
consecuencia de falsas opiniones, de un vanidoso afán de destacar a toda costa
o de mantenerse aparte del prójimo, de ser admirado o, tal vez, de realizar
algo especial ante Dios. Pero jamás se descubrirá ahí algo auténtico y natural,
sino solamente una insensata y violenta mutilación anímica, que también
ocasiona daños corporales. En eso no hay nada grande o sublime: es simplemente
una contracción grotesca que resulta ridícula en la creación.
El ser humano sólo puede adquirir un valor útil en la
creación, si sigue siendo lo que debe ser y procura perfeccionar su naturaleza mediante el
ennoblecimiento. Pero eso no lo puede conseguir más que vibrando armoniosamente
con las leyes, y no si se pone al margen de las mismas.
La fidelidad es, por tanto, la suprema virtud de toda mujer; ella es también la que permite a la
mujer cumplir plenamente su elevada misión en esta creación.
Y ahora, prestad atención a esto, hombres:
La sustancialidad superior y sutil, es decir, la más
sensitiva y delicada, lleva la casa de
la gran creación. Con ello, también se ha asignado a la mujer el cargo que ella
es capaz de ejercer plenamente: llevar la casa
en la existencia terrenal; ofrecer un hogar en el sentido más verdadero.
Hacer de esta Tierra un hogar armonioso: he ahí la misión de la mujer, que
puede desplegarla hasta hacer de ello un arte. Ahí se encierra todo y ahí ha de
encontrar toda su razón de ser, si se quiere que prospere y florezca.
El hogar ha de
convertirse, por la acción de la mujer, en un santuario, en un templo de la Voluntad de Dios. En eso reside una adoración a Dios si
prestáis oídos a Su sagrada Voluntad y adaptáis a ella vuestra vida, vuestra
actividad en la Tierra.
Y el hombre, cuya profesión no ha denotado, hasta ahora,
más que una exclusiva esclavitud intelectual, también se transformará gracias a
la actitud de la feminidad, cuando se vea obligado a reconocer en la mujer el guía
hacia lo noble.
Fijaos siempre en la casa de esta creación: así sabréis
cómo debéis organizar vuestra vida en la
Tierra.
Ahora bien, el hombre no está autorizado para romper sin
miramientos el orden de una casa, ya sea por una negligente inobservancia, ya
sea por despotismo; pues los quehaceres de la mujer en la casa son tan
importantes como los suyos en su profesión. Sólo su naturaleza es distinta,
pero no se puede prescindir de ellos. El deber de la mujer en el hogar vibra en
la ley de Dios, a la que apela apremiantemente el cuerpo terrenal que busca, en
el hogar, solaz, tranquilidad alimento y, no menos, armonía del alma, que reanima y da un nuevo estímulo y nuevas
fuerzas para toda actividad del
hombre.
A tal efecto, la compensación ha de ser completamente
armoniosa. Por eso, la mujer debe estimar igualmente la obra del marido y no
creer que sólo sus ocupaciones
merecen ser preponderantes. Las actividades respectivas deben ajustarse mutuamente según una vibración
regular. La una no debe estorbar a la otra.
El hombre no debe, pues, destruir o alterar, por
testarudez, el régimen interno de la casa. Antes bien, tiene la obligación de
contribuir, con su puntualidad y comprensión, a que todo mantenga su armonioso
curso.
Eso es lo que
podéis y debéis de aprender de la
creación. En el reinado de los mil años, se os obligará a ello; pues, si no,
nunca podríais subsistir.
Todos los seres humanos que aún no han querido adaptarse a
las leyes de esta creación, son insurrectos contra su patria, contra su Dios y
Creador. Serán apartados y aniquilados por las propias leyes, que, por efecto
de la intensificada Fuerza divina, se vuelven rápida e invenciblemente contra
todo lo que destruye la armonía que Dios quiere.
¡Observad, pues, vuestra patria, oh hombres! ¡Aprended a
comprender esta poscreación! ¡Es preciso que
la conozcáis y que, por fin, os rijáis por el orden establecido;
* * *
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
No hay comentarios.:
Publicar un comentario