miércoles, 28 de diciembre de 2022

28. LA MUJER Y EL HOMBRE

 

28. LA MUJER Y EL HOMBRE


E
N MIS CONFERENCIAS: “Lo sustancial”, “Las pequeñas sustancialidades”, “En los talleres físicos de las sustancialidades” y “Un alma migra” dí unos pocos conocimientos sobre la continua actividad en la creación. También he explicado una pequeña parte de vuestro ambiente próximo, si bien sólo lo que está íntimamente relacionado con vosotros. Pero no os lo he comunicado solamente para que tengáis consciencia de ello, sino con el fin de que, ahora, cuando aún tenéis un cuerpo físico, podáis sacar de ahí provecho para vosotros, para vuestra vida en la Tierra y, al mismo tiempo, para bendición de quienes están con vosotros y alrededor de vosotros.

Saber esas cosas no os proporciona ninguna ventaja; pues todo espíritu humano tiene el sagrado deber de utilizar positivamente, en la creación, todo conocimiento, para fomento, progreso y alegría de todos los que están unidos a él o, simplemente, entran en contacto con él. Entonces — sólo entonces — es cuando su espíritu saca gran beneficio de ello.

Ese tal quedará libre de todo impedimento y será encumbrado infaliblemente, por la ley del efecto recíproco, hasta una altura en la que podrá cobrar continuamente nuevas fuerzas impregnadas de Luz, las cuales habrán de proporcionar bendiciones en los puntos de la Tierra en que encuentren terreno propicio. De ese modo, el versado se convertirá en poderoso mediador de la sublime Fuerza divina.

Por eso voy a indicaros lo que podéis aprovechar de las últimas conferencias para vuestro camino terrenal, y, también, lo que debéis de aprovechar necesariamente; pues la Palabra no debe quedar sin provechoso empleo.

A grandes rasgos, llamé vuestra atención sobre una pequeña fracción del movimiento y actividad que unas especies muy determinadas de las sustancialidades ejercen en la creación, indicándoos también que, hasta el presente, el espíritu humano se ha aventurado en ese dominio en la ignorancia más absoluta.

Lo sustancial gobierna y cuida fielmente la casa de la gran creación, mientras que lo espiritual ha de ser considerado como un huésped que la recorre y que tiene el deber de adaptarse armónicamente al orden establecido, poniendo cuanto esté de su mano para apoyar y fomentar la actividad de lo sustancial. Debe, pues, contribuir a la conservación de la gran obra, que le proporciona un hogar, la posibilidad de subsistir y una patria.

Bien considerado, tenéis que imaginároslo así: la elevada sustancialidad ha expulsado de sí o engendrado al espíritu, y le ofrece, en su gran casa de la creación, la posibilidad de una existencia llena de alegría.

A condición, naturalmente, de que ese espíritu no perturbe la armonía de la casa; pues, de lo contrario, se convertirá en un huésped importuno y será tratado en consecuencia: nunca dispondrá ni disfrutará de una existencia verdaderamente feliz.

Por supuesto que el huésped también tiene el deber de no obstaculizar el buen gobierno de la casa; antes bien se adaptará al orden establecido, y hasta lo protegerá y mantendrá para corresponder a la hospitalidad ofrecida.

Pero todavía se puede expresar esto de otro modo, para mejor comprensión, sin desviarse del verdadero sentido: la inmensa sustancialidad divina que todo lo abarca, se ha disociado en dos partes: una activa y otra pasiva, o bien, una positiva y otra negativa.

La parte pasiva o negativa es la más fina, la más sensible, la más delicada. La parte activa o positiva es la más basta, no es tan sensible.

La parte más sensible, o sea, la parte positiva, es, sin embargo, la más fuerte y la que predomina en todo; en realidad, ejerce una acción dirigente. Dada su sensibilidad, es más receptiva y más impresionable, por lo que está facultada para mantenerse y obrar con más seguridad bajo la acción de la Fuerza de la sagrada Voluntad divina, que es la suprema presión. En este caso, se entiende por presión no un acto arbitrario de violencia, ni la opresión de un despotismo autoritario y voluble, sino la impresión que la especie superior causa en la especie inferior.

Así va desplegándose ante vosotros, de arriba a abajo, el gran cuadro, y ya no resultará difícil comprender que las consecuencias posteriores de los eventos de la creación se repitan siempre del mismo modo, con toda naturalidad, y que, finalmente, se apliquen también a las disociaciones de los espíritus humanos de la poscreación, por efecto de una ley uniforme que está en vigor en la creación entera, si bien es designada de distinto modo en los diferentes planos y estados de enfriamiento.

Es así que, en la gradación, la mujer de la poscreación — la parte pasiva o negativa — personifica el elemento sustancial más sensible; y el hombre — la parte activa o positiva — el elemento espiritual menos fino; pues una vez instaurada la disociación, ésta sigue verificándose ininterrumpida y sucesivamente en las partes ya disociadas, de forma que puede decirse que, en realidad, toda la creación consta solamente de disociaciones. La parte verdaderamente más fuerte, esto es, la parte realmente dominante, es, asimismo, la más sensible. Tratándose de seres humanos, esa parte es la feminidad. Dada su naturaleza, le resulta mucho más fácil sentir la presión de la Voluntad divina y obedecerla. De este modo, posee y ofrece la mejor ligazón con la única fuerza realmente viva.

También esta ley de la creación ha de ser tomada en consideración por los investigadores y debe ser tenida en cuenta por los inventores. La parte realmente más poderosa y más fuerte es siempre la más sensible, es decir, la parte negativa o pasiva. La parte más sensible es la parte determinante propiamente dicha, mientras que la parte activa sólo es la ejecutora.

Por eso es que, en el curso de toda evolución normal, toda la feminidad ejerce una influencia poderosa y exclusivamente ennoblecedora — influencia que, en sus inconscientes comienzos, siempre vibra puramente — sobre el elemento masculino, en cuanto éste alcanza la madurez corporal. Con la madurez corporal despierta, al mismo tiempo, el sentimiento sexual, que constituye el enlace o puente para la actividad del germen espiritual del hombre terrenal en el plano de la materialidad física, o sea, aquí en la Tierra.

Esto ya os es conocido por mi Mensaje. Todo eso se verifica simultáneamente. ¡En eso reconoceréis las prodigiosas ayudas que recibe el espíritu humano en la Tierra, mediante las leyes de la creación! Ya véis la protección casi indescriptible y los generosos apoyos — de los que, en realidad, apenas sí podéis haceros una idea — que se os ofrecen para la ascensión. Lo mismo en cuanto a los seguros caminos, exactamente trazados, sobre los cuales nadie puede extraviarse involuntariamente. Hace falta una voluntad mala en extremo e incluso un esfuerzo contumaz, para que un hombre intente echar a un lado ligeramente todas estas cosas sin tomarlas en consideración. Más aún: el hombre tiene que oponerse violentamente a todas esas espontáneas ayudas, para no utilizarlas.

Pero lo hace a pesar de todo. Por eso dije intencionadamente que, en los “inconscientes” comienzos de la maduración, la influencia femenina origina siempre, en la masculinidad, una pura vibración hacia las alturas, puesto que, al no estar influenciada por el pervertido intelecto, reacciona únicamente conforme a las leyes divinas de la creación. Pero, también en este caso, tan pronto como el intelecto despierta con todos sus artificios y empieza a desplegar su actividad, esa pureza y, con ella, todas las ayudas, son arrojadas al fango y depreciadas por pensamientos malsanos.

El pensamiento malsano es provocado por la impureza de la feminidad, por las seducciones, por las persuasiones de los falsos amigos, por malos ejemplos y, sin ponerlo en último lugar, por la equivocada orientación dada al arte y a la literatura.

Pero una vez que los numerosos puentes que conducen a las alturas luminosas y puras han sido volados y cortados, resulta muy difícil encontrar un camino de vuelta. Y sin embargo, en Su bondad, el sapientísimo Creador ofrece en las leyes de la creación, también para esos casos, miles de posibilidades y nuevas ayudas espontáneas, cuando un espíritu humano descarriado trata de hacer surgir en sí una voluntad realmente sincera inclinada a lo puro.

En el Mensaje se han dado, ya, suficientes explicaciones sobre todas estas cosas, por lo que no tendréis necesidad de nuevas indicaciones.

¡Hombres!: ignoráis por completo cuántas gracias pisoteáis una y otra vez, casi a diario. Tampoco sabéis, por tanto, qué grande es y cuánto más grande va haciéndose, cada hora, el peso de vuestras culpas, que habréis de pagar en todo caso; pues todas las leyes de Dios, que están latentes en la creación y os sirven de ayuda, se vuelven también contra vosotros si no queréis observarlas.

No podéis sustraeros a la obligación de reconocerlas: ni vosotros, ni una sola de entre todas las criaturas. Y esas leyes son el Amor de Dios que vosotros no habéis concebido nunca, porque intentasteis hacer de él algo completamente distinto de los que es realmente.

¡Aprended y reconoced! Mujer: si no despiertas para alcanzar tu verdadero valor en la creación y para, después, obrar en consecuencia, el efecto recíproco de esa inmensa culpa te despedazará antes de que lo presientas. Y tú, hombre, vé, por fin, en la mujer, esa gran ayuda que necesitas y de la que no puedes prescindir nunca si quieres vibrar al ritmo de las leyes de Dios. Y honra en la mujer aquello para lo que ha sido destinada por Dios. La naturaleza de tus sentimientos hacia la mujer será, para ti, la puerta de acceso a la Luz. ¡No lo olvides nunca!

Asimismo, la virilidad realmente fuerte, la virilidad auténtica, sólo se demuestra en la delicada consideración para con la verdadera feminidad, que se manifestará tanto más evidentemente cuanto mayores sean los valores espirituales.

Así como la verdadera fuerza del cuerpo no se muestra en pisadas fuertes y pesadas, sino en el dominio de todos los movimientos — que se traduce en un elástico y ligero andar, prueba inequívoca de seguridad y firmeza — del mismo modo, la auténtica masculinidad se revela en un trato delicado y respetuoso para con la feminidad que vibra al unísono con la Pureza.

Tal es el proceso completamente natural de las irradiaciones inalteradas, en su vibrar conforme a las leyes de la creación. Todo lo demás está deformado.

Profundizad, pues, en todas estas descripciones. Las veréis confirmadas por doquier en el curso de vuestras experiencias vividas. Poned siempre estas palabras como base de vuestras observaciones. Entonces, veréis muchas cosas de manera completamente distinta y las reconoceréis también mejor que hasta ahora. Eso se pone en evidencia con toda claridad hasta en las cosas más insignificantes; no sólo en la Tierra, sino en la creación entera.

Tal vez os preguntéis ahora, por qué la mujer es la parte más sensible. Voy a daros aquí la respuesta inmediata:

En las separaciones o disociaciones, la mujer constituye el puente entre lo sustancial y lo espiritual. De aquí que hubiera de nacer primeramente la Madre Originaria, antes de que pudieran sucederse o producirse disociaciones posteriores.

Y el puente entre la sustancialidad superior más próxima y la espiritualidad surgida de ella lo constituye siempre la mujer del respectivo plano disociado. Por esta razón, todavía conserva en sí una fracción especial de la sustancialidad inmediata superior a su propio plano, fracción que falta en el hombre. Una vez más, el lenguaje popular lo expresa acertadamente cuando dice que la mujer está más vinculada a la naturaleza que el hombre. En efecto: la mujer está más vinculada a la naturaleza en todos los aspectos. Pero vosotros, conocedores del Mensaje, sabéis que la expresión “vinculada a la naturaleza” no significa otra cosa que estar en íntima unión con la sustancialidad.

Tal es el orden en la gran casa de la creación. Debéis sacar de ahí enseñanzas para vosotros mismos y trasladarlas sabiamente a la vida terrenal. Cómo podéis hacerlo, voy a decíroslo hoy. Si os abstenéis de ello, no os adaptaréis a la armoniosa vibración de la casa en que sois huéspedes. Y si queréis obrar de otro modo y seguir otros caminos distintos de los que la misma creación os muestra claramente, nunca podrá florecer el éxito para vosotros, nunca tendréis verdadera alegría ni la paz que tanto anheláis.

Todo lo que no vibre en el sentido de la creación y conforme a sus leyes habrá de fracasar y hundirse ineludiblemente; pues, entonces, no sólo desaparece todo apoyo, sino que también se crean contracorrientes que son más potentes que cualquier espíritu humano y que, por último, siempre derriban al hombre y su obra.

Insertaros, pues, por fin, en la perfecta armonía de la creación: así hallaréis la paz y el éxito.

En lo que a eso respecta, la mujer fue, ante todo, la que primero incurrió en falta; pero también el hombre ha sido el principal culpable. Naturalmente que, por eso, la culpabilidad de la mujer no se reduce ni en el grueso de un cabello, ya que ella no debería haberse regido por él de ningún modo. Cada uno es responsable de sí mismo. El mal capital de todo eso lo constituyó, otra vez, la voluntaria sumisión al intelecto.

La mujer de la poscreación debía formar el puente de la sustancialidad hacia la espiritualidad. El puente de esa sustancialidad de la que se desprendió inmediatamente el elemento espiritual de la poscreación; y no de la sustancialidad que continuó descendiendo después de la disociación del último residuo espiritual, para formar el puente hacia la materialidad y dar origen a todas las almas animales.

Así pues, en la escala de valores de la creación, viene, en primer lugar, la mujer, y después, en sentido descendente, el hombre. Sin embargo, la mujer fracasó rotundamente ahí. No ocupa el puesto que la creación le ha adjudicado y asignado.

En su calidad de puente, la mujer conservó en sí la gran parte de la sustancialidad — no la inferior, sino la más alta — pudiendo y debiendo ser, por consiguiente, tan accesible a la Voluntad de Dios como la misma sustancialidad, que vibra exclusivamente conforme a la Voluntad divina. Pero, como es evidente, a condición de que conservara pura esa parte de la sustancialidad; pura, a fin de poder sentir la Voluntad divina, las leyes de la creación.

En lugar de eso, no hizo sino abrir ese sentimiento a todas las artes seductoras de Lucifer, con demasiada rapidez y facilidad. Y comoquiera que la mujer, por su peculiaridad de estar íntimamente unida a la sustancialidad, es, en la creación, más fuerte que el género espiritual del hombre — de condición más tosca — y, por consiguiente, es el elemento dominante o, digamos mejor, el que da el tono, en el sentido más literal de la palabra, no tuvo dificultad ninguna en arrastrar consigo al hombre a las profundidades.

He ahí la razón de que, en mi Mensaje, ya haya instado a toda la feminidad a que preceda al hombre en la ascensión; pues ese es su deber, ya que eso cae dentro de sus posibilidades, y no solamente porque, con ello, salda la deuda que ella misma cargó sobre sí desde un principio. Eso constituye, de por sí, un acto de gracia que tiene lugar espontáneamente por el efecto recíproco de la voluntad de ascender. A pesar de sus atributos sustanciales, la mujer de la poscreación pudo caer así porque, siendo el último escalón de su especie, es, también, la que más alejada está de la proximidad de Dios. Pero, en cambio, tenía en sí, en esa parte de la sustancialidad superior, una poderosa anda a la que poder asirse y a la que se habría asido efectivamente sólo conque esa hubiera sido la sincera voluntad de la mujer. Pero el elemento espiritual en ella — menos sutil — optó por otra cosa, y el alejamiento de la proximidad de Dios le permitió salir triunfante.

La mujer podía caer, pero no estaba obligada a ello; pues disponía de suficientes ayudas. Sin embargo, no aceptó ninguna de esas ayudas, puesto que no las utilizó.

Pero en el reinado de los mil años será todo de otro modo. Entonces, la mujer se transformará y vivirá solamente conforme a la Voluntad de Dios.

Será purificada o sucumbirá en el Juicio; pues, ahora, recibe directamente la Fuerza divina en la Tierra. Con eso queda, pues, descartada toda disculpa para la feminidad. Y toda mujer que aún no haya ahogado en sí completamente su parte sustancial de manera criminal y culpable, habrá de experimentar la Fuerza de Dios y obtener de ella una fuerza creciente, según las vivas leyes de la creación. Pero sólo recibirán esa autoactiva ayuda aquellas que todavía posean la facultad de reconocer agradecidas la presión de la Fuerza divina como tal.

Más la que no pueda o no quiera experimentarla sensitivamente, se marchitará y ya no conservará por mucho tiempo la posibilidad de seguir llamándose mujer.

Vosotros os preguntaréis, naturalmente, cómo puede ser que ciertas almas se encarnen alternativamente: unas veces como mujer y otras veces como hombre, en la Tierra. La solución no es tan complicada como pensáis; pues una mujer cabal en todos los aspectos, no se verá nunca en la situación de tener que encarnarse físicamente en un cuerpo de hombre.

Semejante proceso no es sino una más de las funestas consecuencias de la dominación del intelecto, por muy extraño que pueda parecer.

La mujer terrenal que se somete al intelecto reprime precisamente su auténtica feminidad, que será oprimida, ya que constituye esa sensibilidad que el frío intelecto amuralla, por lo que los hilos se anudarán de tal suerte que esa mujer habrá de encarnarse la próxima vez en un cuerpo masculino, puesto que, entonces, después de esa represión y ese amurallamiento, sólo predomina la espiritualidad menos sutil, y los hilos no podrán anudarse de ningún otro modo, conforme a las leyes de la creación.

Tales modificaciones de encarnación son, pues, necesarias, porque todo lo que se imprime en el germen espiritual humano ha de desarrollarse. Sobre todo, esa manía antinatural y, por tanto, contraria a las leyes de la creación que tiene el mundo femenino actual de imitar al hombre, así como la pronunciada tendencia al intelectualismo, tienen que traer consigo, para la feminidad, graves consecuencias, puesto que eso constituye una perturbación de la armonía de la creación.

Todas ellas oprimen su auténtica feminidad y, por consiguiente, la próxima vez, habrán de encarnarse en cuerpos masculinos. Sin embargo, esto no sería, en sí, lo más grave. Pero ahí interviene también la circunstancia de que, si bien el alma femenina, en esa deformación de su cometido, puede obrar con discernimiento en el cuerpo masculino, no obstante, sólo podrá llegar a ser un hombre real en cuanto al cuerpo, pero nunca en cuanto al espíritu y al alma. Es y seguirá siendo una aberración.

Hasta el presente, esos procesos han venido aconteciendo en la creación deformada. Pero, en el reinado de los mil años, eso no será posible; pues, entonces, todas esas almas femeninas que han amurallado su feminidad, ya no podrán llegar a encarnarse en la Tierra de ninguna manera, sino que, en el Juicio, serán arrojadas, como algo inservible, al montón ingente de los que serán arrastrados a la descomposición. Todas ellas se perderán si no recuperan a tiempo la conciencia de su misión como mujeres y obran en consecuencia.

Lo mismo sucede a la inversa. El alma masculina que, por debilidad, se inclina demasiado, en sus pensamientos y obras, al género femenino, se obliga a sí misma, mediante los hilos así creados, a encarnarse después en un cuerpo femenino. En este caso, tampoco será posible que tales almas lleguen a ser verdaderas mujeres, puesto que les falta esa parte de la sustancialidad superior que es atributo de la feminidad.

Por esta razón, encontramos frecuentemente en la Tierra, hombres con características preponderantemente femeninas, y mujeres con características preponderantemente masculinas. Ahora bien, en ambos casos, la naturaleza del alma no es auténtica, está deformada. Esas almas no tienen utilidad ninguna para la propia creación, salvo para las posibilidades de reproducción física.

También aquí, lo decisivo y fundamental para toda su existencia lo constituye la primera resolución del germen espiritual. Claro está que esa resolución no es consciente, sino que reside solamente en un íntimo impulso naciente. Si ese impulso conduce a una actividad más delicada, está decidido que el ser de ese germen espiritual sea femenino; pues guardará o conservará una parte de la sustancialidad superior de la que se libera o disocia. Si tiende a una acción más burda, activa o positiva, irá separándose más y más de la parte más sutil y delicada de la sustancialidad superior, hasta desprenderse por completo y dejarla atrás. En realidad, ella es la que se separa automáticamente, por lo que, para esos gérmenes espirituales, la base de su género es decididamente masculina.

También aquí, desde el principio, se cumple inmediatamente, para la espiritualidad, la garantía de una resolución libre y única, llamada libre albedrío.

¡Mujer! ¡Cuánto expresa ya la misma palabra! ¡Recopila en sí o emanan de ella los conceptos de pureza, encanto, anhelo hacia las alturas luminosas!

¡Oh tú, mujer terrenal! ¡Qué has hecho de ti misma! ¡Tú que estabas destinada a ser grande, sublime y noble!

Ya no puedes sentir siquiera que ese juego de sociedad que a ti tanto te gusta, ese deseo de parecer y de seducir, así como cada palabra, incluso cada mirada por parte masculina, no son sino una afrenta a tu dignidad de mujer, un insulto a tu pureza, esa pureza que Dios quiere ver en ti.

Si no fuera que aún existen algunas de entre vosotras en la Tierra, en cuyas almas todavía puede verificarse el anclaje de la Voluntad divina, en verdad que sería mejor que, con un movimiento de Su mano, Dios borrara de la superficie de la maravillosa creación todas esas caricaturas de la feminidad.

Pero, por amor a las pocas que se han mantenido fieles, se le permitirá a la mujer terrenal que, por la proximidad de Dios, renazca y se eleve hasta la altura que ya se le había asignado desde un principio.

¡La pureza de la mujer terrenal reside en su fidelidad! ¡Pues la fidelidad es la Pureza! ¡Una mujer sin fidelidad es indigna de ser llamada mujer! ¡E infiel es toda mujer que juega y coquetea con los hombres mediante palabras o pensamientos! ¡Infiel para consigo misma y para con su misión en esta creación; es decir, también para con su misión en la Tierra!

La fidelidad — ella sola — es la que permite que nazcan en la mujer todas las virtudes. ¡Ni una sola faltará!

Así como los hombres se han forjado de la castidad un concepto subjetivo, restringido, rígido y, por tanto, completamente falso, así también han hecho del sublime concepto de Pureza un algo torpe y ridículo conforme a su ruin manera de pensar. Han hecho de ello una caricatura, una traba antinatural que está en contradicción con las leyes de la creación, una noción absolutamente falsa que sólo testimonia la estrechez del mezquino pensamiento intelectual.

¡La pureza de la mujer reside solamente en su fidelidad! ¡Ella es, para el ser humano, la fidelidad!

Dicho claramente: la Pureza está personificada en la fidelidad cuando se trata de seres humanos. Quien comprenda esto debidamente podrá encontrar y seguir siempre el recto sendero, y no echará a un lado la ley de la creación en convulsiones anímicas. Por consiguiente, tenéis que procurar comprenderlo bien.

¡La Pureza es solamente divina! De aquí que el ser humano no pueda, como tal, poseer la Pureza propiamente dicha en su forma original, puesto que es una mera partícula en la creación y está sujeto como tal a leyes muy determinadas. La Pureza, en cambio, sólo reside en la Perfección divina: forma parte de esa Perfección.

Por consiguiente, el ser humano no puede poseer en absoluto la Pureza en su verdadero sentido: sólo le es dado personificarla simbólicamente conforme a su naturaleza; es decir, reproducirla en la fidelidad bajo una forma modificada. La fidelidad es, pues, para la humanidad, la gradación inferior de la Pureza. El hombre reemplaza la divina Pureza por la fidelidad. Y en primer lugar — y en el sentido más noble — la mujer, haga lo que haga, será puro siempre que sea hecho por fidelidad. Otro tanto sucede en cuanto al hombre. La fidelidad es, para todo ser humano, la Pureza.

Como es natural, la fidelidad tiene que ser auténtica; no debe estar arraigada solamente en la imaginación. La auténtica fidelidad no puede vivir más que en el verdadero amor, nunca en las pasiones o en la exaltación. Ahí reside nuevamente una salvaguardia y, también, una medida que sirve para examinarse a sí mismo.

El ser humano no puede ser divino, y tiene que regirse por las leyes correspondientes a su género. Todo lo demás lleva a la deformación, se hace antinatural y malsano, y no es sino la consecuencia de falsas opiniones, de un vanidoso afán de destacar a toda costa o de mantenerse aparte del prójimo, de ser admirado o, tal vez, de realizar algo especial ante Dios. Pero jamás se descubrirá ahí algo auténtico y natural, sino solamente una insensata y violenta mutilación anímica, que también ocasiona daños corporales. En eso no hay nada grande o sublime: es simplemente una contracción grotesca que resulta ridícula en la creación.

El ser humano sólo puede adquirir un valor útil en la creación, si sigue siendo lo que debe ser y procura perfeccionar su naturaleza mediante el ennoblecimiento. Pero eso no lo puede conseguir más que vibrando armoniosamente con las leyes, y no si se pone al margen de las mismas.

La fidelidad es, por tanto, la suprema virtud de toda mujer; ella es también la que permite a la mujer cumplir plenamente su elevada misión en esta creación.

Y ahora, prestad atención a esto, hombres:

La sustancialidad superior y sutil, es decir, la más sensitiva y delicada, lleva la casa de la gran creación. Con ello, también se ha asignado a la mujer el cargo que ella es capaz de ejercer plenamente: llevar la casa en la existencia terrenal; ofrecer un hogar en el sentido más verdadero. Hacer de esta Tierra un hogar armonioso: he ahí la misión de la mujer, que puede desplegarla hasta hacer de ello un arte. Ahí se encierra todo y ahí ha de encontrar toda su razón de ser, si se quiere que prospere y florezca.

El hogar ha de convertirse, por la acción de la mujer, en un santuario, en un templo de la Voluntad de Dios. En eso reside una adoración a Dios si prestáis oídos a Su sagrada Voluntad y adaptáis a ella vuestra vida, vuestra actividad en la Tierra.

Y el hombre, cuya profesión no ha denotado, hasta ahora, más que una exclusiva esclavitud intelectual, también se transformará gracias a la actitud de la feminidad, cuando se vea obligado a reconocer en la mujer el guía hacia lo noble.

Fijaos siempre en la casa de esta creación: así sabréis cómo debéis organizar vuestra vida en la Tierra.

Ahora bien, el hombre no está autorizado para romper sin miramientos el orden de una casa, ya sea por una negligente inobservancia, ya sea por despotismo; pues los quehaceres de la mujer en la casa son tan importantes como los suyos en su profesión. Sólo su naturaleza es distinta, pero no se puede prescindir de ellos. El deber de la mujer en el hogar vibra en la ley de Dios, a la que apela apremiantemente el cuerpo terrenal que busca, en el hogar, solaz, tranquilidad alimento y, no menos, armonía del alma, que reanima y da un nuevo estímulo y nuevas fuerzas para toda actividad del hombre.

A tal efecto, la compensación ha de ser completamente armoniosa. Por eso, la mujer debe estimar igualmente la obra del marido y no creer que sólo sus ocupaciones merecen ser preponderantes. Las actividades respectivas deben ajustarse mutuamente según una vibración regular. La una no debe estorbar a la otra.

El hombre no debe, pues, destruir o alterar, por testarudez, el régimen interno de la casa. Antes bien, tiene la obligación de contribuir, con su puntualidad y comprensión, a que todo mantenga su armonioso curso.

Eso es lo que podéis y debéis de aprender de la creación. En el reinado de los mil años, se os obligará a ello; pues, si no, nunca podríais subsistir.

Todos los seres humanos que aún no han querido adaptarse a las leyes de esta creación, son insurrectos contra su patria, contra su Dios y Creador. Serán apartados y aniquilados por las propias leyes, que, por efecto de la intensificada Fuerza divina, se vuelven rápida e invenciblemente contra todo lo que destruye la armonía que Dios quiere.

¡Observad, pues, vuestra patria, oh hombres! ¡Aprended a comprender esta poscreación! ¡Es preciso que la conozcáis y que, por fin, os rijáis por el orden establecido; también aquí, ¡en la Tierra!

* * *



EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio

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