miércoles, 28 de diciembre de 2022

29. ALMAS DEFORMADAS

 

29. ALMAS DEFORMADAS

¡EL HOMBRE hace una pregunta tras otra! Tan pronto como le ofrezco un nuevo saber, empieza a formular nuevas preguntas, aun antes de haber asimilado y comprendido todo lo que acabo de ofrecerle.

¡Ese es su gran defecto! Quiere avanzar a toda prisa. Si yo me atuviera a él, no alcanzaría nunca nada; pues, al hacer sus preguntas, se queda detenido siempre en el mismo lugar, como un perezoso viajero que se sienta tranquilamente a la sombra de un bosque y deja que otros le hablen de su meta, en lugar de esforzarse él mismo en ir hacia ella.

Al ir caminando, ya contemplará y vivirá por sí mismo todo lo que le gustaría conocer por las respuestas a las preguntas que continuamente se suscitan en él. Tiene que moverse; si no, no llegará a la meta.

Ya dije en la conferencia “La mujer y el hombre”, que todo ser humano debe sacar de mis palabras lo que convenga utilizar para su existencia terrenal. Si quiere seguir ese consejo, no le quedará por hacer más que dar a mi Palabra, íntimamente, una forma viva, tal como yo se la dí a él; porque yo sé exactamente lo que es útil al hombre en este dominio y me atengo siempre a ello en mis conferencias. Palabra por palabra tenéis que seguir las explicaciones; pues son como una escalera que conduce solícitamente a su alma hacia lo alto. Es un camino que el alma puede recorrer sólo con quererlo.

Pero su rápida manera de exponer preguntas demuestra que el ser humano quiere aprender al modo habitual del intelecto, dejando a un lado nuevamente la necesaria experiencia vivida. Aprender no sirve de nada al alma; pues lo aprendido queda atrás, junto al cuerpo terrenal, nada más dar el primer paso lejos de la Tierra. ¡El alma sólo lleva consigo lo vivido! Ya lo he dicho repetidas veces; y sin embargo, el hombre continúa acercándose a la sagrada Palabra erróneamente. Pretende saberlo mejor, o bien no quiere prescindir gustosamente de su acostumbrado comportamiento.

En la estructura de mis conferencias hay una dirección que él no comprende. Tampoco es absolutamente necesario que se percate de ella, siempre que la siga y no trate de precipitarse, en su afán de saber, como los lectores que leen un libro por encima, buscando solamente emociones, con el único fin de pasar las horas libres y desviar sus pensamientos concentrados exclusivamente en sus ocupaciones diarias.

Cuando leen, los personajes del libro no surgen vivamente ante sus ojos. No prestan atención a las distintas evoluciones que han de vivir los actores; no ven las rigurosas consecuencias que se derivan de ahí, consecuencias capaces de transformar constantemente las circunstancias y el ambiente. Todo eso pasa desapercibido para ellos; van avanzando a saltos, sólo para enterarse en seguida de uno u otro pasaje de la acción. No sacan provecho de los mejores libros, que reproducen fragmentos de la vida terrenal, de los que el lector podría obtener numerosos beneficios personales si participara íntimamente de la acción y viviera todo debidamente.

Los hombres en los que se suscita inmediatamente una serie de preguntas en cuanto leen una conferencia sobre el conocimiento de la creación, son como esos lectores que, llenos de entusiasmo, procuran devorar literalmente todos los libros, pero sin percatarse nunca del sentido y finalidad de los mismos; pues, puestos a hacer diferencias, no saben distinguir más que dos clases: libros emocionantes y libros que no lo son.

Lo primero que deben hacer es molestarse al máximo y consumir energías para apurar lo que les ofrece cada conferencia.

Y si alguna cosa no les parece clara del todo en un principio, no deben buscar mirando hacia adelante, sino que han de echar una mirada retrospectiva al Mensaje, para investigar en él y encontrar ahí la explicación.

Y el hombre encontrará la explicación si deja que, en espíritu, el Mensaje surja ante sí en forma de imágenes. Encontrará todo si busca realmente. Y en esa necesaria búsqueda, el Mensaje le irá resultando más claro, más fuerte, más firme en sí, con lo que aprenderá a conocerlo mejor… y a vivirlo. Precisamente, le obligo, así, a que haga lo que nunca haría voluntariamente, a causa de esa pereza de espíritu que sigue residiendo parcialmente en todos los seres humanos.

Hay ahí una dirección desconocida para él, que constituye una ayuda inapreciable para dar vida al Mensaje. De ese modo, aprenderá a reconocer todo lo que ha sido expresado en el Mensaje, todo lo contenido en él, de lo cual no tenía, hasta ahora, la menor idea, a pesar de haberlo leído. Verá la manera de investigar en dicho Mensaje y hará el descubrimiento — siempre nuevo para él — de que, efectivamente, ahí está contenido todo, y que, si le han pasado desapercibidas algunas cosas hasta ahora, ha sido debido a él sólo, a su débil forma de buscar.

Ni un solo pasaje puede ser eludido. Y eso no es exigir mucho, tratándose de conocer la creación. Quien lo considere exagerado, nunca podrá llevarlo a cabo.

Yo procuro llevaros por el mejor camino para vosotros. Pero es preciso que vayáis conmigo a paso firme, sin intentar constantemente adelantaros, como esos lectores cuya superficialidad os mostré a título de ejemplo.

Esto es válido también para mi última conferencia sobre “La mujer y el hombre”. Comoquiera que conozco a los humanos, sé que se suscitan nuevas preguntas en sus cerebros, antes de haberse tomado la molestia de buscar la respuesta en el Mensaje o en la misma conferencia, ni tampoco mediante la observación de sus semejantes en la actual vida terrenal, observación que no debe ser puesta en último lugar. Ahí es, precisamente, donde haréis la mayor parte de los descubrimientos, puesto que, considerándolo bajo el punto de vista de mi Mensaje, veréis confirmado con creces todo lo que os he explicado. Pero, bien entendido, sólo si lo consideráis en cuanto al contenido de mi Mensaje.

Eso exige que os compenetréis debidamente con el Mensaje. Si sois capaces de ello, podréis reconocer inmediatamente, con toda exactitud, todo, absolutamente todo lo de vuestro ambiente, convirtiéndoos así en iniciados, en sabios. Entonces, leeréis en la existencia terrenal como si leyeseis un libro. ¡Y el Mensaje es quien os lo abre!

Intentadlo, pues. Vuestros ojos se abrirán en seguida y despertaréis. No escatiméis molestias para alcanzar ese necesario fin.

¡Pero no os contentéis con ver las faltas de vuestro prójimo! No es eso lo que se pretende, sino que debéis reconocer en ello la Vida misma con todas sus consecuencias y modificaciones, para lo cual, mi Mensaje es vuestro guía y seguirá siéndolo siempre con inmutable fidelidad. Sólo en la Vida o a través de la Vida misma podréis reconocer todos los valores de mi Mensaje, y no con vuestra voluntad de saber. Y, por el Mensaje, os es dado ver la Vida como es debido, de manera que os sea beneficiosa. También aquí, todo actúa recíprocamente, y el verdadero saber no se adquiere más que por la experiencia vivida.

De este modo, pronto llegaréis a ser uno con el Mensaje, que será vida para vosotros; pues no podréis reconocerlo sino a partir de la Vida misma, ya que os habla de la Vida.

Por tanto, habéis de intentar reconocer el valor del Mensaje, no en el libro, sino en la observación de la Vida. Mediante las asiduas y meticulosas observaciones de todo lo que tiene lugar en vosotros y alrededor de vosotros, debéis de contribuir a la posibilidad de volver a encontrar el Mensaje en la Vida de la que él os habla.

Tal es, para vosotros, el camino del verdadero conocimiento de mis palabras, conocimiento que os proporcionará beneficios y, por último, la victoria sobre las Tinieblas. Obtendréis así, espontáneamente, la corona de la vida eterna, que es un eterno poder subsistir en la creación con consciencia de sí mismo, lo que os permitirá, entonces, colaborar a la evolución de dicha creación para bendición, alegría y paz de todas las criaturas.

Y, efectivamente, han surgido en vosotros nuevas preguntas después de mi última conferencia, preguntas que han de ocasionar, incluso, una cierta opresión, a pesar de que la respuesta a las mismas es fácil de encontrar en el Mensaje; pues en él se ha dicho consoladoramente que toda consecuencia de una acción errónea trae consigo también la posibilidad del desenlace y, con ello, la posibilidad del rescate, tan pronto como el espíritu humano aprenda de ello y reconozca haber obrado mal.

Y sin embargo, se revela ahí una cierta angustia cuando un ser humano de amplios conocimientos se dice que es un alma humana deformada, que se ha encarnado en la Tierra, unas veces como mujer y otras veces como hombre, o viceversa. Eso ejerce una presión sobre su alma.

Como es natural, eso es falso, y supone, una vez más, llevar las cosas más allá de lo debido; pues de ahí se desprende inmediatamente el conocimiento de que ese hombre había deformado su alma. Pero eso no significa que la deformación haya de existir todavía. En realidad, no ha hecho sino cambiar de vestimenta, cambiar de cuerpo.

Mas el espíritu propiamente dicho sigue siendo siempre, pese a todos los cambios, aquello por lo que optó la primera vez, al comienzo de sus peregrinaciones por la creación; pues, en esto como en todo lo de la creación, no hay, para él, más que una única, decisiva y libre resolución, a la que queda supeditado.

Así pues, la opresión surge solamente por efecto de una superficial acogida del Mensaje; pues cada uno debiera saber por él, que, precisamente, semejantes cambios no pueden ser sino beneficiosos para el afectado, puesto que le ofrece le posibilidad de un enderezamiento, le incita a ello; más aún: le ayuda de la manera más efectiva a reintegrar todo al buen estado. Por la obligación de vivir semejantes experiencias, el alma puede hasta conseguir un mayor fortalecimiento.

Pero no se debe pensar nuevamente que aquellos cuyo camino ha sido siempre recto han desperdiciado algo. Eso no es así, sino que el cambio sólo puede ser beneficioso allí donde ha tenido lugar una deformación por efecto de una errónea volición personal. Ese cambio, en el que se manifiesta la debilidad del alma, permite que ésta se fortalezca de modo que no vuelva a hacerlo, con lo que, como es natural, también quedará libre de la falta.

Y ahora, mirad a vuestro alrededor y observad a vuestros semejantes. Pronto descubriréis entre ellos, mujeres cuya forma de ser tiene rasgos netamente masculinos. Precisamente, hoy día, esas mujeres son más numerosas que nunca. Se puede decir que, en la actualidad, eso ha contaminado realmente a gran parte de la feminidad; pues no resultará difícil comprender que esas mujeres o muchachas tienen que llevar en su ser alguna deformación, dado que, naturalmente, una mujer no puede ni debe ser hombre.

Por supuesto que, al hablar así, no me refiero nunca al cuerpo; pues éste es, casi siempre, netamente femenino a excepción de las caderas, que, en la mayor parte de los casos, denotan una cierta masculinidad por razón de su estrechez, que, en realidad, no es femenina.

Menciono esto intencionadamente porque, de este modo, doy a conocer una característica externa. El cuerpo femenino en el que mora un alma masculina deformada, tendrá, en la mayor parte de los casos, la característica de unas caderas estrechas, que son propias, más bien, de la constitución masculina, contrariamente a aquellas otras mujeres cuyas almas tienden a la masculinización de algún modo, ya sea por sus puntos de vista, ya sea por su forma de obrar, lo que constituye una inclinación que da lugar a la formación de los hilos para la próxima encarnación en un cuerpo masculino. Lo mismo sucede en cuanto a los cuerpos masculinos que adquieren anchas caderas — como corresponde a la constitución femenina — en cuanto dan cobijo a un alma femenina deformada.

Evidentemente, también se dan casos excepcionales en que tienen lugar degeneraciones de la constitución física de la mujer a causa de una exagerada y unilateral práctica del deporte por parte de las madres, o por una equivocada actividad física de las mismas, cuyas consecuencias se transmiten a los hijos.

Hemos designado, así, los dos grupos fundamentales entre los que tenemos que establecer una división.

El primer grupo es el de las mujeres y muchachas que ya llevan en sí un alma masculina deformada. El otro grupo lo constituyen las que todavía son portadoras de almas femeninas que, no obstante, tienden a la masculinización por conceptos deformados que ellas aceptaron de buen grado o que les fueron impuestos por una educación equivocada.

No creo necesario mencionar expresamente que, en los últimos casos citados, las almas femeninas no serán las únicas que sufrirán las consecuencias, sino que también los causantes de ellas quedarán atados a los hilos de la culpa.

Pero no nos desviemos demasiado del asunto y sigamos ocupándonos de los dos grupos que hemos encontrado por ahora. Excluyamos las almas que ya se encuentran en evolución; pues son almas femeninas a punto de deformarse, cuyos cuerpos, como es natural, ya no podrán transformarse en el curso de la vida terrenal actual, por razones de su densidad y de la correspondiente pesadez. Eso les queda reservado para la próxima encarnación.

Pero, también aquí, todavía se les ofrece una tabla de salvación si consiguen recobrarse en esta existencia actual y se sacuden enérgicamente todo lo que no es femenino. De este modo, también se tenderán inmediatamente nuevos hilos que tirarán y arrastrarán a una encarnación femenina, mientras que los otros ya no recibirán ningún flujo de fuerza más.

Sin embargo, lo que decide en último término es cómo está constituida el alma al pasar al más allá, es decir, hacia qué lado se inclina más marcadamente. Si, hasta ese instante, su voluntad, sus pensamientos y actos han conservado un carácter preponderantemente femenino, entonces, al abandonar la Tierra, su irradiación tenderá, principalmente hacia los hilos correspondientes, vivificando, por tanto, aquellos que conduzcan hacia lo femenino, mientras que los demás se consumirán en seguida por una ligera y corta experiencia vivida en el más allá, desprendiéndose si antes no han sido atados demasiado fuertemente.

También es posible que, por efecto de una fuerte voluntad femenina, esos erróneos hilos ya sean eliminados durante la época terrenal, y que el alma quede libre de ellos antes de tener que pasar al más allá. Todo depende de la naturaleza y fortaleza de cada voluntad y de si el alma encarnada en la Tierra aún tiene tiempo suficiente para ello, hasta el momento de tener que pasar al otro mundo; pues la ley ha de cumplirse en todo caso, ya sea aquí o después de la muerte.

Pero, hoy, vamos a considerar solamente las almas deformadas que, a consecuencia de esa deformación, ya se han encarnado en un cuerpo terrenal correspondiente.

Destaquemos, en primer lugar, la feminidad terrenal en la que se han encarnado débiles almas masculinas, porque, en su vida anterior, se alejaron demasiado del pensamiento y de la actividad puramente masculina. Eso explica ya, que, en el caso de esas mujeres terrenales, no puede tratarse más que de almas masculinas endebles. Por eso, no es nada digno de elogio que una mujer intente hacer resaltar rasgos propios de la masculinidad o que los muestre de algún modo, lo que se opone a su naturaleza de mujer.

En sus pensamientos y obras, esa mujer no es, en realidad, fuerte bajo ningún aspecto, tampoco en sentido masculino o femenino. Mucho más ganaría para sí — también en la Tierra — si procurara reprimir esa deformación.

Pero la experiencia que ha de vivir la ayudará a transformarse; pues habrá de darse cuenta en seguida de que un hombre cabal nunca puede sentirse a gusto a su lado. No encontrará en sí comprensión para ella. Mucho menos posible será que reine armonía entre ellos, dado que la auténtica virilidad siente repulsa de todo lo falso y, por tanto, también de la tendencia de la mujer a masculinizarse. Un matrimonio entre un hombre real y una mujer que lleva en sí un alma masculina deformada, no puede verificarse más que sobre una base netamente intelectual. Verdadera armonía no podrá existir nunca.

Pero, de todos modos, una mujer semejante se sentirá atraída involuntariamente por los hombres que lleven en sí almas femeninas deformadas.

También estos últimos serán considerados como incompletos por los hombres cuyo íntimo ser no esté deformado. Ahora bien, en ese inconsciente sentimiento y en la manera de obrar se manifiesta el imperativo de la Verdad, de la realidad de los hechos.

Todas las consecuencias de las acciones involuntarias y conformes al sentimiento, que podríamos designar como naturales, surten, sin embargo, efectos educativos sobre las almas deformadas, las cuales tomarán nuevamente la buena dirección — al menos en muchos casos — por las amargas experiencias vividas a causa de sus decepciones. No obstante, eso no excluye que, más tarde, vuelvan a incurrir una y otra vez en las mismas faltas o en otras parecidas. Si no se fortalecen por las experiencias, seguirán siendo veletas movidas por el viento. Pero, ahora, los seres humanos podrán ahorrarse muchas cosas, muchas penas y mucho tiempo para el futuro, llegando al conocimiento de estas cuestiones; pues, hasta el presente, el alma no podía ser consciente de la deformación.

Lo dicho para las almas masculinas en cuerpos femeninos es válido también para las almas femeninas en cuerpos masculinos. En ambos casos, son las mismas consecuencias de una ley unilateral e intangible.

En el curso de las observaciones de vuestro ambiente, os llamará la atención una cosa que ya he mencionado: que, por una extraña coincidencia, las almas femeninas en cuerpos masculinos se sienten atraídas hacia las almas masculinas en cuerpos femeninos y viceversa. Por consiguiente, la mujer con una voluntad intelectual más fuerte y con rasgos característicos eminentemente masculinos, se sentirá atraída, en la mayoría de los casos, hacia un hombre con rasgos característicos más delicados.

Pero eso no es simplemente la inconsciente búsqueda de una compensación, sino que es la manifestación de la gran ley de atracción de las afinidades.

En este caso, la afinidad consiste en la deformación de las almas. Ambas almas están deformadas y, por tanto, tienen una afinidad realmente existente, que se atrae conforme a la ley.

Esa atracción del hombre hacia la mujer es, excepción hecha del instinto sexual, consecuencia o efecto de otra ley, no de la ley de atracción de las afinidades. Para mejor comprensión, conviene que yo diga aquí algo respecto a la afinidad, y explique qué debe entenderse por tal, pues eso es lo decisivo.

La atracción de las afinidades no es el único efecto aparentemente atrayente. En los procesos de la atracción aparente existe una gran diferencia. Sin embargo, la atracción de las afinidades, esa gran ley de la creación, es fundamental para todo lo que tiende a unirse en la creación, sin importar el modo en que eso se verifique. Esa gran ley es la que condiciona todos los procesos, los provoca y los controla también. Se cierne sobre todos, influyendo en ellos y a través de ellos, como una fuerza motriz, en toda la creación.

Por eso, voy a separar primeramente las clases de atracción según la designación de su acción propiamente dicha, es decir, según su actividad: por un lado, la verdadera atracción; por otro lado, el deseo de unión de dos partes disociadas de una especie determinada, deseo suscitado forzosamente por esa gran ley que domina y condiciona todo.

Así pues, en la actividad de la creación existe una atracción y un deseo de unión. Visto desde fuera, el efecto es aparentemente el mismo en ambos casos. Sin embargo, la fuerza que impulsa a ello desde dentro es completamente distinta.

La atracción procede de especies idénticas acabadas en sí; y el deseo de unión reside en las disociaciones de especie, que conservan la tendencia a volver a constituir una sola especie.

El principio — establecido por los hombres — de que los extremos se tocan y polos iguales se repelen, está, pues, en aparente contradicción con la ley de atracción de las afinidades.

En realidad, ahí no existe contradicción ninguna; pues ese principio establecido por los hombres es válido y exacto tratándose del proceso del deseo de unión de distintas disociaciones de especie, que tienden a formar una especie determinada e íntegra. ¡Pero sólo en ese caso! La ley de atracción de las afinidades propiamente dicha entra en vigor únicamente tratándose de especies perfectamente acabadas, provocando el efecto motriz de la búsqueda de unión con vistas a la formación de una especie determinada e íntegra. Esa ley vibra por encima y dentro de ello.

Todo lo que, hasta el presente, el hombre ha reconocido en su ciencia, no son sino pequeños fenómenos que acontecen entre las disociaciones de especie. En cuanto a los efectos y actividades de las especies propiamente dichas, aún no ha descubierto absolutamente nada, porque, en la Tierra y en su esfera más próxima, no hay más que disociaciones de especie, es decir, partículas cuyos efectos y acciones le es dado observar.

Así también, el espíritu femenino y el masculino no son sino meras disociaciones de especie que, conforme a las leyes de la creación, se atraen mutuamente tratando de unirse; son, pues, simples partículas que, una vez unidas, tampoco forman otra cosa que una fracción de la especie espiritual propiamente dicha.

Ahora bien, lo que se acaba de decir concierne solamente al elemento fundamental entre lo femenino y lo espiritual, mientras que las envolturas del alma y, en último término, las envolturas de la materialidad física, son disociaciones de otras especies verificadas en partes mucho más pequeñas, que, correspondiéndose con su propia especie fundamental, tienden a unirse y dan lugar, así, a determinadas consecuencias.

El mismo ser humano, por ejemplo, no es una especie determinada, sino solamente una disociación que lleva en sí el deseo de unión.

Pero su mala manera de pensar y de obrar constituye una especie determinada que atrae a las afinidades y es atraída por ellas. Ya veis que de una disociación de especie puede salir una especie acabada, y no solamente disociaciones.

Voy a dar otra indicación más: en la atracción de las afinidades existe una condición muy precisa e invariable. Ahí reside también una fuerza más potente que está arraigada en la ley fundamental. En el deseo de unión de las disociaciones de especie, sin embargo, reside una mayor libertad de movimientos derivada de una fuerza atenuada. Por esta razón, las disociaciones de especie pueden unirse de diferentes maneras y producir, así, efectos y formas variables.

Tampoco puedo dar, hoy, más que una idea sucinta de todo esto, ya que todos esos puntos presentan miles de aspectos distintos y no acabaríamos nunca. Si, a tal respecto, yo no os trazara un camino perfectamente definido adaptado a vuestras facultades humanas, nunca podríais obtener un cuadro verdaderamente completo de los acontecimientos de la creación.

De ahí también que hayáis de seguirme lentamente. No debéis intentar dar un solo paso hacia adelante antes de haber asimilado perfectamente, de manera imborrable, todo lo que yo os he explicado; pues, si no, podréis y habréis de quedar desamparados en el camino, a pesar de serviros yo de guía. ¡Seguirme inconscientemente no os proporcionará beneficio ninguno!

Tened presente que me seguís por un camino que yo no volveré a recorrer con vosotros. Subimos juntos por una escalera en la que no debe faltar, para vosotros, ningún escalón. Vamos subiendo, pues, escalón por escalón.

Si no vivís debidamente las experiencias propias de cada uno de los escalones, de suerte que lleguen a seros familiares, podrá suceder fácilmente que, en medio del camino, perdáis repentinamente el apoyo y caigáis necesariamente. Si no os son familiares y propios, sucederá que, un día, cuando ya estéis, tal vez, a una altura considerable, os sintáis confusos y no podáis seguir ascendiendo conmigo, porque faltará el seguro apoyo bajo vuestros pies. Tampoco podréis retroceder, ya que, para eso, los escalones no os serán bastante conocidos, por lo que habréis de caer por escarpada pendiente.

No toméis esta advertencia y exhortación demasiado a la ligera; pues ahí está en juego toda vuestra existencia.

* * *



EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

* * *

Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio

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