29. ALMAS DEFORMADAS
¡EL
HOMBRE hace una pregunta tras otra! Tan pronto como le ofrezco un nuevo
saber, empieza a formular nuevas preguntas, aun antes de haber asimilado y
comprendido todo lo que acabo de ofrecerle.
¡Ese es su gran defecto! Quiere avanzar a toda prisa. Si yo me atuviera a él, no alcanzaría nunca nada; pues, al
hacer sus preguntas, se queda detenido siempre en el mismo lugar, como un
perezoso viajero que se sienta tranquilamente a la sombra de un bosque y deja
que otros le hablen de su meta, en lugar de esforzarse él mismo en ir hacia
ella.
Al ir caminando, ya contemplará
y vivirá por sí mismo todo lo que le gustaría conocer por las respuestas a
las preguntas que continuamente se suscitan en él. Tiene que moverse; si no, no llegará a la meta.
Ya dije en la conferencia “La mujer y el hombre”, que todo
ser humano debe sacar de mis palabras lo que convenga utilizar para su existencia
terrenal. Si quiere seguir ese consejo, no le quedará por hacer más que dar a
mi Palabra, íntimamente, una forma viva,
tal como yo se la dí a él; porque yo sé exactamente lo que es útil al hombre en
este dominio y me atengo siempre a ello en mis conferencias. Palabra por
palabra tenéis que seguir las explicaciones; pues son como una escalera que
conduce solícitamente a su alma hacia lo alto. Es un camino que el alma puede recorrer sólo con quererlo.
Pero su rápida manera de exponer preguntas demuestra que el
ser humano quiere aprender al modo
habitual del intelecto, dejando a un lado nuevamente la necesaria experiencia
vivida. Aprender no sirve de nada al alma; pues lo aprendido queda atrás,
junto al cuerpo terrenal, nada más dar el primer paso lejos de la Tierra. ¡El
alma sólo lleva consigo lo vivido! Ya
lo he dicho repetidas veces; y sin embargo, el hombre continúa acercándose a la
sagrada Palabra erróneamente. Pretende saberlo mejor, o bien no quiere
prescindir gustosamente de su acostumbrado comportamiento.
En la estructura de mis conferencias hay una dirección que
él no comprende. Tampoco es absolutamente necesario que se percate de ella,
siempre que la siga y no trate de precipitarse, en su afán de saber, como los
lectores que leen un libro por encima, buscando solamente emociones, con el único fin de pasar las horas libres y desviar sus
pensamientos concentrados exclusivamente en sus ocupaciones diarias.
Cuando leen, los personajes del libro no surgen vivamente
ante sus ojos. No prestan atención a las distintas evoluciones que han de vivir
los actores; no ven las rigurosas consecuencias que se derivan de ahí,
consecuencias capaces de transformar constantemente las circunstancias y el
ambiente. Todo eso pasa desapercibido para ellos; van avanzando a saltos, sólo
para enterarse en seguida de uno u otro pasaje de la acción. No sacan provecho
de los mejores libros, que reproducen
fragmentos de la vida terrenal, de los que el lector podría obtener numerosos
beneficios personales si participara íntimamente de la acción y viviera todo debidamente.
Los hombres en los que se suscita inmediatamente una serie
de preguntas en cuanto leen una conferencia sobre el conocimiento de la
creación, son como esos lectores que,
llenos de entusiasmo, procuran devorar literalmente todos los libros, pero sin
percatarse nunca del sentido y finalidad de los mismos; pues, puestos a hacer
diferencias, no saben distinguir más que dos clases: libros emocionantes y
libros que no lo son.
Lo primero que deben hacer es molestarse al máximo y
consumir energías para apurar lo que
les ofrece cada conferencia.
Y si alguna cosa no les parece clara del todo en un
principio, no deben buscar mirando hacia
adelante, sino que han de echar una
mirada retrospectiva al Mensaje, para investigar en él y encontrar ahí la
explicación.
Y el hombre encontrará
la explicación si deja que, en espíritu, el Mensaje surja ante sí en forma
de imágenes. Encontrará todo si busca
realmente. Y en esa necesaria búsqueda, el Mensaje le irá resultando más claro,
más fuerte, más firme en sí, con lo que aprenderá a conocerlo mejor… y a vivirlo. Precisamente, le obligo, así, a que haga lo que nunca haría
voluntariamente, a causa de esa pereza de espíritu que sigue residiendo
parcialmente en todos los seres humanos.
Hay ahí una dirección desconocida para él, que constituye
una ayuda inapreciable para dar vida al Mensaje. De ese modo, aprenderá a
reconocer todo lo que ha sido expresado en el Mensaje, todo lo contenido en él,
de lo cual no tenía, hasta ahora, la menor idea, a pesar de haberlo leído. Verá
la manera de investigar en dicho
Mensaje y hará el descubrimiento — siempre nuevo para él — de que,
efectivamente, ahí está contenido todo, y
que, si le han pasado desapercibidas algunas cosas hasta ahora, ha sido debido
a él sólo, a su débil forma de buscar.
Ni un solo pasaje
puede ser eludido. Y eso no es exigir mucho, tratándose de conocer la creación.
Quien lo considere exagerado, nunca podrá llevarlo a cabo.
Yo procuro llevaros por el mejor camino para vosotros. Pero
es preciso que vayáis conmigo a paso
firme, sin intentar constantemente adelantaros, como esos lectores cuya
superficialidad os mostré a título de ejemplo.
Esto es válido también para mi última conferencia sobre “La
mujer y el hombre”. Comoquiera que conozco a los humanos, sé que se suscitan
nuevas preguntas en sus cerebros, antes de haberse tomado la molestia de buscar
la respuesta en el Mensaje o en la misma conferencia, ni tampoco mediante la observación de sus semejantes en
la actual vida terrenal, observación que no debe ser puesta en último
lugar. Ahí es, precisamente, donde
haréis la mayor parte de los descubrimientos, puesto que, considerándolo bajo
el punto de vista de mi Mensaje, veréis confirmado con creces todo lo que os he
explicado. Pero, bien entendido, sólo si lo consideráis en cuanto al contenido
de mi Mensaje.
Eso exige que os compenetréis debidamente con el Mensaje.
Si sois capaces de ello, podréis reconocer inmediatamente, con toda exactitud,
todo, absolutamente todo lo de vuestro ambiente, convirtiéndoos así en
iniciados, en sabios. Entonces, leeréis en la existencia terrenal como si
leyeseis un libro. ¡Y el Mensaje es quien os lo abre!
Intentadlo, pues. Vuestros ojos se abrirán en seguida y
despertaréis. No escatiméis molestias para alcanzar ese necesario fin.
¡Pero no os contentéis con ver las faltas de vuestro
prójimo! No es eso lo que se pretende, sino que debéis reconocer en ello la Vida misma con todas sus
consecuencias y modificaciones, para lo cual, mi Mensaje es vuestro guía y
seguirá siéndolo siempre con inmutable fidelidad. Sólo en la Vida o a través de
la Vida misma podréis reconocer todos los valores de mi Mensaje, y no con
vuestra voluntad de saber. Y, por el Mensaje, os es dado ver la Vida como es
debido, de manera que os sea beneficiosa. También aquí, todo actúa
recíprocamente, y el verdadero saber no se adquiere más que por la experiencia
vivida.
De este modo, pronto llegaréis a ser uno con el Mensaje, que será vida para vosotros; pues no podréis
reconocerlo sino a partir de la Vida misma, ya que os habla de la Vida.
Por tanto, habéis de intentar reconocer el valor del
Mensaje, no en el libro, sino en la observación de la Vida. Mediante las
asiduas y meticulosas observaciones de todo lo que tiene lugar en vosotros y
alrededor de vosotros, debéis de contribuir a la posibilidad de volver a encontrar el Mensaje en la Vida
de la que él os habla.
Tal es, para
vosotros, el camino del verdadero conocimiento de mis palabras, conocimiento
que os proporcionará beneficios y, por último, la victoria sobre las Tinieblas.
Obtendréis así, espontáneamente, la corona de la vida eterna, que es un eterno
poder subsistir en la creación con consciencia de sí mismo, lo que os
permitirá, entonces, colaborar a la evolución de dicha creación para bendición,
alegría y paz de todas las criaturas.
Y, efectivamente, han
surgido en vosotros nuevas preguntas después de mi última conferencia,
preguntas que han de ocasionar, incluso, una cierta opresión, a pesar de que la
respuesta a las mismas es fácil de encontrar en el Mensaje; pues en él se ha
dicho consoladoramente que toda consecuencia de una acción errónea trae consigo
también la posibilidad del desenlace y, con ello, la posibilidad del rescate,
tan pronto como el espíritu humano aprenda de ello y reconozca haber obrado
mal.
Y sin embargo, se revela ahí una cierta angustia cuando un
ser humano de amplios conocimientos se dice que es un alma humana deformada,
que se ha encarnado en la Tierra, unas veces como mujer y otras veces como
hombre, o viceversa. Eso ejerce una presión sobre su alma.
Como es natural, eso es falso, y supone, una vez más,
llevar las cosas más allá de lo debido; pues de ahí se desprende inmediatamente
el conocimiento de que ese hombre había deformado
su alma. Pero eso no significa que la
deformación haya de existir todavía. En
realidad, no ha hecho sino cambiar de vestimenta, cambiar de cuerpo.
Mas el espíritu propiamente
dicho sigue siendo siempre, pese a todos los cambios, aquello por lo que optó
la primera vez, al comienzo de sus peregrinaciones por la creación; pues, en
esto como en todo lo de la creación, no hay, para él, más que una única, decisiva y libre resolución, a la
que queda supeditado.
Así pues, la opresión surge solamente por efecto de una
superficial acogida del Mensaje; pues cada uno debiera saber por él, que,
precisamente, semejantes cambios no pueden ser sino beneficiosos para el
afectado, puesto que le ofrece le posibilidad de un enderezamiento, le incita a
ello; más aún: le ayuda de la manera más efectiva a reintegrar todo al buen
estado. Por la obligación de vivir semejantes experiencias, el alma puede hasta
conseguir un mayor fortalecimiento.
Pero no se debe pensar nuevamente que aquellos cuyo camino
ha sido siempre recto han desperdiciado algo. Eso no es así, sino que el cambio
sólo puede ser beneficioso allí donde
ha tenido lugar una deformación por efecto de una errónea volición personal.
Ese cambio, en el que se manifiesta la debilidad del alma, permite que ésta se
fortalezca de modo que no vuelva a hacerlo, con lo que, como es natural,
también quedará libre de la falta.
Y ahora, mirad a vuestro alrededor y observad a vuestros
semejantes. Pronto descubriréis entre ellos, mujeres cuya forma de ser tiene
rasgos netamente masculinos. Precisamente,
hoy día, esas mujeres son más numerosas que nunca. Se puede decir que, en la
actualidad, eso ha contaminado realmente
a gran parte de la feminidad; pues no resultará difícil comprender que esas
mujeres o muchachas tienen que llevar
en su ser alguna deformación, dado
que, naturalmente, una mujer no puede ni debe ser hombre.
Por supuesto que, al hablar así, no me refiero nunca al
cuerpo; pues éste es, casi siempre, netamente femenino a excepción de las caderas,
que, en la mayor parte de los casos, denotan una cierta masculinidad por razón
de su estrechez, que, en realidad, no es
femenina.
Menciono esto intencionadamente porque, de este modo, doy a
conocer una característica externa. El
cuerpo femenino en el que mora un alma masculina deformada, tendrá, en la mayor
parte de los casos, la característica de unas caderas estrechas, que son
propias, más bien, de la constitución masculina, contrariamente a aquellas
otras mujeres cuyas almas tienden a la masculinización de algún modo, ya sea
por sus puntos de vista, ya sea por su forma de obrar, lo que constituye una
inclinación que da lugar a la formación de los hilos para la próxima
encarnación en un cuerpo masculino. Lo mismo sucede en cuanto a los cuerpos
masculinos que adquieren anchas caderas — como corresponde a la constitución
femenina — en cuanto dan cobijo a un alma femenina deformada.
Evidentemente, también se dan casos excepcionales en que
tienen lugar degeneraciones de la constitución física de la mujer a causa de
una exagerada y unilateral práctica del deporte por parte de las madres, o por
una equivocada actividad física de las mismas, cuyas consecuencias se
transmiten a los hijos.
Hemos designado, así, los dos grupos fundamentales entre
los que tenemos que establecer una división.
El primer grupo es el de las mujeres y muchachas que ya
llevan en sí un alma masculina deformada. El otro grupo lo constituyen las que
todavía son portadoras de almas femeninas que, no obstante, tienden a la
masculinización por conceptos deformados que ellas aceptaron de buen grado o
que les fueron impuestos por una educación equivocada.
No creo necesario mencionar expresamente que, en los
últimos casos citados, las almas femeninas no serán las únicas que sufrirán las
consecuencias, sino que también los causantes de ellas quedarán atados a los
hilos de la culpa.
Pero no nos desviemos demasiado del asunto y sigamos
ocupándonos de los dos grupos que hemos encontrado por ahora. Excluyamos las
almas que ya se encuentran en evolución; pues son almas femeninas a punto de
deformarse, cuyos cuerpos, como es natural, ya no podrán transformarse en el
curso de la vida terrenal actual, por razones de su densidad y de la correspondiente
pesadez. Eso les queda reservado para la próxima encarnación.
Pero, también aquí, todavía se les ofrece una tabla de
salvación si consiguen recobrarse en esta
existencia actual y se sacuden enérgicamente todo lo que no es femenino. De
este modo, también se tenderán inmediatamente nuevos hilos que tirarán y
arrastrarán a una encarnación femenina, mientras
que los otros ya no recibirán ningún flujo de fuerza más.
Sin embargo, lo que decide en último término es cómo está constituida el alma al pasar al más allá, es decir, hacia
qué lado se inclina más marcadamente. Si, hasta ese instante, su voluntad, sus
pensamientos y actos han conservado un carácter preponderantemente femenino,
entonces, al abandonar la Tierra, su irradiación tenderá, principalmente hacia los hilos correspondientes, vivificando,
por tanto, aquellos que conduzcan
hacia lo femenino, mientras que los demás se consumirán en seguida por una
ligera y corta experiencia vivida en el más allá, desprendiéndose si antes no
han sido atados demasiado fuertemente.
También es posible que, por efecto de una fuerte voluntad
femenina, esos erróneos hilos ya sean eliminados durante la época terrenal, y
que el alma quede libre de ellos antes de tener que pasar al más allá. Todo
depende de la naturaleza y fortaleza de cada voluntad y de si el alma encarnada
en la Tierra aún tiene tiempo suficiente para ello, hasta el momento de tener
que pasar al otro mundo; pues la ley ha de cumplirse en todo caso, ya sea aquí
o después de la muerte.
Pero, hoy, vamos a considerar solamente las almas deformadas que, a consecuencia de esa
deformación, ya se han encarnado en un cuerpo terrenal correspondiente.
Destaquemos, en primer lugar, la feminidad terrenal en la
que se han encarnado débiles almas masculinas, porque, en su vida anterior, se
alejaron demasiado del pensamiento y de la actividad puramente masculina. Eso
explica ya, que, en el caso de esas mujeres terrenales, no puede tratarse más
que de almas masculinas endebles. Por
eso, no es nada digno de elogio que una mujer intente hacer resaltar rasgos
propios de la masculinidad o que los muestre de algún modo, lo que se opone a
su naturaleza de mujer.
En sus pensamientos y obras, esa mujer no es, en realidad,
fuerte bajo ningún aspecto, tampoco en sentido masculino o femenino. Mucho más
ganaría para sí — también en la Tierra — si
procurara reprimir esa deformación.
Pero la experiencia que ha de vivir la ayudará a
transformarse; pues habrá de darse cuenta en seguida de que un hombre cabal
nunca puede sentirse a gusto a su lado. No encontrará en sí comprensión para
ella. Mucho menos posible será que reine armonía entre ellos, dado que la
auténtica virilidad siente repulsa de todo lo falso y, por tanto, también de la
tendencia de la mujer a masculinizarse. Un matrimonio entre un hombre real y
una mujer que lleva en sí un alma masculina deformada, no puede verificarse más
que sobre una base netamente intelectual. Verdadera armonía no podrá existir
nunca.
Pero, de
todos modos, una mujer semejante se sentirá atraída involuntariamente por los hombres que lleven en sí almas
femeninas deformadas.
También estos últimos serán considerados como incompletos
por los hombres cuyo íntimo ser no esté deformado. Ahora bien, en ese
inconsciente sentimiento y en la manera de obrar se manifiesta el imperativo de
la Verdad, de la realidad de los hechos.
Todas las consecuencias de las acciones involuntarias y
conformes al sentimiento, que podríamos designar como naturales, surten, sin embargo, efectos educativos sobre las almas
deformadas, las cuales tomarán nuevamente la buena dirección — al menos en
muchos casos — por las amargas experiencias vividas a causa de sus decepciones.
No obstante, eso no excluye que, más tarde, vuelvan a incurrir una y otra vez
en las mismas faltas o en otras parecidas. Si no se fortalecen por las
experiencias, seguirán siendo veletas movidas por el viento. Pero, ahora, los seres humanos podrán
ahorrarse muchas cosas, muchas penas y mucho tiempo para el futuro, llegando al
conocimiento de estas cuestiones; pues, hasta el presente, el alma no podía ser
consciente de la deformación.
Lo dicho para las almas masculinas en cuerpos femeninos es
válido también para las almas femeninas en cuerpos masculinos. En ambos casos,
son las mismas consecuencias de una ley unilateral e intangible.
En el curso de las observaciones de vuestro ambiente, os
llamará la atención una cosa que ya he mencionado: que, por una extraña
coincidencia, las almas femeninas en cuerpos masculinos se sienten atraídas
hacia las almas masculinas en cuerpos femeninos y viceversa. Por consiguiente,
la mujer con una voluntad intelectual más fuerte y con rasgos característicos
eminentemente masculinos, se sentirá atraída, en la mayoría de los casos, hacia
un hombre con rasgos característicos más delicados.
Pero eso no es simplemente la inconsciente búsqueda de una
compensación, sino que es la manifestación de la gran ley de atracción de las
afinidades.
En este caso, la afinidad consiste en la deformación de las almas. Ambas almas están deformadas y, por
tanto, tienen una afinidad realmente existente, que se atrae conforme a la ley.
Esa atracción del hombre hacia la mujer es, excepción hecha
del instinto sexual, consecuencia o efecto de otra ley, no de la ley de atracción de las afinidades. Para mejor
comprensión, conviene que yo diga aquí algo respecto a la afinidad, y explique
qué debe entenderse por tal, pues eso es lo decisivo.
La atracción de las afinidades no es el único efecto
aparentemente atrayente. En los
procesos de la atracción aparente existe una gran diferencia. Sin embargo, la
atracción de las afinidades, esa gran ley de la creación, es fundamental para todo lo que tiende a unirse
en la creación, sin importar el modo en que eso se verifique. Esa gran ley
es la que condiciona todos los
procesos, los provoca y los controla también. Se cierne sobre todos, influyendo
en ellos y a través de ellos, como una fuerza motriz, en toda la creación.
Por eso, voy a separar
primeramente las clases de atracción según la designación de su acción
propiamente dicha, es decir, según su actividad: por un lado, la verdadera atracción; por otro lado, el deseo de unión de dos partes disociadas
de una especie determinada, deseo suscitado forzosamente por esa gran ley que
domina y condiciona todo.
Así pues, en la actividad de la creación existe una atracción y un deseo de unión. Visto desde fuera, el efecto es aparentemente el
mismo en ambos casos. Sin embargo, la fuerza que impulsa a ello desde dentro es
completamente distinta.
La atracción procede
de especies idénticas acabadas en sí; y el deseo
de unión reside en las disociaciones de
especie, que conservan la tendencia a volver a constituir una sola especie.
El principio — establecido por los hombres — de que los
extremos se tocan y polos iguales se repelen, está, pues, en aparente contradicción con la ley de
atracción de las afinidades.
En realidad, ahí no existe contradicción ninguna; pues ese
principio establecido por los hombres es válido y exacto tratándose del proceso
del deseo de unión de distintas disociaciones de especie, que tienden a formar
una especie determinada e íntegra. ¡Pero
sólo en ese caso! La ley de atracción de las afinidades propiamente dicha
entra en vigor únicamente tratándose de especies perfectamente acabadas,
provocando el efecto motriz de la búsqueda de unión con vistas a la formación
de una especie determinada e íntegra. Esa ley vibra por encima y dentro de
ello.
Todo lo que, hasta el presente, el hombre ha reconocido en
su ciencia, no son sino pequeños fenómenos que acontecen entre las disociaciones de especie. En cuanto a
los efectos y actividades de las especies propiamente dichas, aún no ha
descubierto absolutamente nada, porque, en la Tierra y en su esfera más
próxima, no hay más que disociaciones de
especie, es decir, partículas cuyos
efectos y acciones le es dado observar.
Así también, el espíritu femenino y el masculino no son
sino meras disociaciones de especie
que, conforme a las leyes de la creación, se atraen mutuamente tratando de
unirse; son, pues, simples partículas que, una vez unidas, tampoco forman otra
cosa que una fracción de la especie
espiritual propiamente dicha.
Ahora bien, lo que se acaba de decir concierne solamente al
elemento fundamental entre lo
femenino y lo espiritual, mientras que las envolturas del alma y, en último término,
las envolturas de la materialidad física, son disociaciones de otras especies
verificadas en partes mucho más pequeñas, que, correspondiéndose con su propia
especie fundamental, tienden a unirse y dan lugar, así, a determinadas
consecuencias.
El mismo ser humano, por ejemplo, no es una especie
determinada, sino solamente una disociación que lleva en sí el deseo de unión.
Pero su mala manera de pensar y de obrar constituye una
especie determinada que atrae a las afinidades y es atraída por ellas. Ya veis
que de una disociación de especie puede salir una especie acabada, y no
solamente disociaciones.
Voy a dar otra indicación más: en la atracción de las
afinidades existe una condición muy precisa e invariable. Ahí reside también
una fuerza más potente que está arraigada en la ley fundamental. En el deseo de
unión de las disociaciones de especie, sin embargo, reside una mayor libertad
de movimientos derivada de una fuerza atenuada. Por esta razón, las disociaciones de especie pueden unirse
de diferentes maneras y producir,
así, efectos y formas variables.
Tampoco puedo dar, hoy, más que una idea sucinta de todo
esto, ya que todos esos puntos presentan miles de aspectos distintos y no
acabaríamos nunca. Si, a tal respecto, yo
no os trazara un camino perfectamente
definido adaptado a vuestras facultades humanas, nunca podríais obtener un
cuadro verdaderamente completo de los acontecimientos de la creación.
De ahí también que hayáis de seguirme lentamente. No debéis
intentar dar un solo paso hacia adelante antes de haber asimilado
perfectamente, de manera imborrable, todo lo que yo os he explicado; pues, si
no, podréis y habréis de quedar desamparados en el camino, a pesar de serviros
yo de guía. ¡Seguirme inconscientemente no
os proporcionará beneficio ninguno!
Tened presente que me seguís por un camino que yo no
volveré a recorrer con vosotros. Subimos juntos por una escalera en la que no
debe faltar, para vosotros, ningún escalón. Vamos subiendo, pues, escalón por
escalón.
Si no vivís debidamente las experiencias propias de cada
uno de los escalones, de suerte que lleguen a seros familiares, podrá suceder
fácilmente que, en medio del camino, perdáis repentinamente el apoyo y caigáis
necesariamente. Si no os son familiares y propios, sucederá que, un día, cuando
ya estéis, tal vez, a una altura considerable, os sintáis confusos y no podáis
seguir ascendiendo conmigo, porque faltará el seguro apoyo bajo vuestros pies.
Tampoco podréis retroceder, ya que, para eso, los escalones no os serán
bastante conocidos, por lo que habréis de caer por escarpada pendiente.
No toméis esta advertencia y exhortación demasiado a la
ligera; pues ahí está en juego toda vuestra existencia.
* * *
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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