30. EL GUÍA ESPIRITUAL DEL
HOMBRE
UNA VEZ que hemos considerado el ambiente inmediato del hombre de la Tierra, el terreno es propicio para arrojar, también, una mirada sobre los guías que están a vuestro lado y os ayudan.
También es preciso que se diga algo sobre este particular;
pues, precisamente en estas cosas y sobre estas cosas, se hablan tantas
insensateces por parte de los hombres que creen en los guías o saben algo de
ellos, que, a veces, uno se echaría a reír si la cosa no fuese tan triste.
Es triste porque, una vez más, muestra claramente la
constitución del espíritu humano en su singular afán de considerarse
extraordinariamente valioso a toda costa. No creo que sea necesario, ya, poner
ejemplos a tal efecto; pues cada uno de mis auditores habrá de entablar
conocimiento alguna vez con esos hombres que hablan de la “eminente” forma en
que son guiados o hablan del guía mismo, a quien, por lo visto, sienten claramente…
si bien no obran según su delicada insistencia.
Claro está que esto último no lo agregarán ellos; pero
precisamente aquellos que mucho hablan de su guía, en la creencia de tener en
él un compañero con el que se tratan “de tú”, obran muy raras veces o sólo a
medias (en la mayoría de los casos, nunca) como el guía quisiera. En el caso de
esos hombres, se puede contar con ello bastante ciertamente. Eso es, para
ellos, una simple manera de conversar agradablemente; nada más que eso. Se comportan
como niños muy mimados; se ufanan de eso y pretenden mostrar, en primer lugar y
principalmente, cuántas molestias se toman “allá arriba” por ellos.
Como es natural, su guía siempre es uno “muy eminente”, si
es que no prefieren ver en él un querido y amable pariente que se preocupa
mucho de ellos. En más de mil casos, su guía debe ser el mismo Jesús, que llega
a ellos desde la Luz para advertirles o animarles con alabanzas, y que,
incluso, al ser preguntado, les habla favorablemente o con desaprobación de
personas bien conocidas de ellos.
Entonces, se complacen en hablar de ello con una respetuosa
timidez, en la que se puede reconocer sin más, que ese respeto no va dirigido
al Hijo de Dios, sino a la circunstancia de haber sido honrados personalmente con
tal solicitud. Dicho claramente: es veneración de sí mismos.
Todo hombre al que se confíen esas personas — y ellas
procuran hacer sus confidencias al mayor número posible de seres humanos —
podrá descubrir rápidamente la verdad de lo dicho por mí sobre este particular,
si pone en duda tales confidencias. Entonces, esas personas tan comunicativas
se mostrarán ofendidas, lo que no puede provenir más que de una vanidad herida.
Habréis acabado para ellos o “seréis lo último”, como muy
bien se dice en el lenguaje popular para expresar el humor de los ofendidos de
esa suerte. A partir de ese instante, sólo os mirarán de arriba a abajo con
desprecio.
Lo más seguro que, tan pronto como se les presente la
oportunidad, harán preguntas sobre vosotros a su guía, y que, con profunda
satisfacción, recibirán la respuesta que, de antemano, no esperaban que fuera
otra distinta; pues ese guía es, al mismo tiempo, su amigo, que, si bien, según
su opinión, no es el propio Hijo de Dios, es considerado, por lo menos, como un
mayordomo servicial al que se le puede confiar todo, puesto que él ya lo sabe y
sólo espera la ocasión de dar corroboraciones o necesarios consejos.
Id e investigad; observad como es debido. Muy pronto veréis
confirmado todo esto hasta la saciedad. Y si, un día, sois tan osados que
tacháis de estúpidas muchas de esas cosas, ya podéis buscar refugio rápidamente
si no queréis ser lapidados. Aunque, hoy día, eso no puede llevarse a cabo
materialmente, sí es posible moralmente. ¡De eso podéis estar seguros!
Entonces, eso irá corriendo de boca en boca, de una carta a
otra, con la profunda seriedad de una hipócrita aflicción. Solapadamente, pero
con un celo y una seguridad que denotan práctica, se os irá abriendo una tumba
para dar merecido fin a vuestra infamia y al peligro que vosotros constituís.
Los hombres presienten el peligro que así amenaza a su
credibilidad. Pero, sobre todo, no quieren perder ocasiones tan propicias para
realzar magníficamente el valor de su personalidad. Ya lo demuestra el hecho de
tener un “eminente” guía, aun cuando el pobre prójimo no pueda ver nada de eso.
¡He ahí por lo que luchan!
Así es, y no de otro modo, la presunción de esos hombres,
que se manifiesta claramente en sus parloteos sobre su guía. Con eso pretenden darse a valer, pero no para ayudar
amablemente al prójimo, sino para darse la satisfacción de ser envidiados y
admirados.
A fin de que también estéis versados en este terreno, voy a
llevaros gustosamente al conocimiento de las leyes que condicionan la actividad de los guías; pues éstos tampoco están
sujetos a ninguna arbitrariedad, sino que están entretejidos con vosotros en
las mallas de vuestro destino.
Todo es reciprocidad en la creación; y esta ley del efecto
recíproco reposa también en el misterio de la designación de vuestros guías. No
encontraréis ninguna laguna, ni un solo vacío donde poder agregar algo que no
ocupe estrictamente el puesto que le corresponde según la ley.
Hoy día, a la vista de las últimas conferencias, ya podéis
imaginar cuántos hilos están tendidos a vuestro alrededor, tejidos con vosotros
y vosotros con ellos. Pero no son más que una pequeña parte. Y en el inmenso
tejido que os rodea, no existe ningún desgarrón. Nada puede ser entretejido o
añadido arbitrariamente. Ahí no hay ninguna interposición forzada, ni tampoco
es posible que algo se desprenda o se desligue sin que vosotros no lo hayáis
llevado puesto ni lo viváis hasta extinguirlo conforme a la ley.
Por consiguiente, no sucede de otro modo en cuanto a
vuestros guías. El que os guía está fuertemente atado a vosotros de algún modo.
En muchos casos, por la atracción de las afinidades.
Mediante sus funciones directoras, más de un guía puede y
debe liberarse a sí mismo de eventos
que le mantienen atado a la pesada materialidad física. Esto es nuevo para
vosotros, pero fácil de comprender. Siempre que un guía trate de evitar, con su
influencia, que un hombre terrenal cometa, en la Tierra, las mismas faltas que
él mismo cometió, se liberará — pese a que el ciudadano de la Tierra tenga
tendencia a caer en esas faltas — de su culpa, incluso en la pesada
materialidad, sin tener que volver a encarnarse especialmente. Pues, en la Tierra, allí donde faltó en otro
tiempo, los efectos de su dirección se manifiestan a través del protegido que
le es dado guiar. Así se cierra más de un ciclo de acontecimientos — también
para los moradores del más allá — allí donde tiene que cerrarse exactamente,
sin que quien pende de los hilos se vea obligado a reencarnarse de nuevo en la
Tierra.
Es este un evento sencillo, conforme a la ley, que, no
obstante, ofrece alivio al que guía a un hombre terrenal y proporciona, al
mismo tiempo, ventajas a los seres humanos.
Precisamente, la ley de la atracción de las afinidades hace
que muchos seres deseosos de guiar lleguen fácilmente a las cercanías de los hombres terrenales que llevan en sí
una cierta afinidad, y corren el peligro de caer en las mismas faltas en que
incurrieron, en otro tiempo, esos que quieren guiar. Entonces, la ley crea los
hilos que atan al guía y al protegido entre sí.
Considerad con gran atención las gracias que, por el efecto
recíproco, residen, para ambas partes,
en ese proceso: para el guía y para quien, por el efecto recíproco de la ley de
la atracción de las afinidades, él está obligado automáticamente a guiar o,
digamos, que ha sido el feliz agraciado.
Muchas más gracias existen aún, que se derivan únicamente de ese proceso; pues nacen de
ahí nuevos hilos, en todas las direcciones, que llevan en sí, a su vez, el
efecto recíproco y, en ciertos lugares, fortalecen, elevan, impulsan y liberan
a los que están relacionados con los dos principales interesados. Pues la
gracia y el amor residen exclusivamente en los efectos de todas las leyes existentes en la creación, las cuales se dirigen
hacia arriba y se concentran finalmente en una gran ley fundamental: la ley del
Amor.
¡Pues el Amor lo es todo!
¡El Amor es Justicia, es Pureza también! No hay separación ninguna entre estos
tres. Los tres son uno, y en eso reside, a su vez, la Perfección. ¡Tened
presentes estas mis palabras! ¡Acogedlas como la llave de todos los eventos de
la creación!
Para los que conocen mi Mensaje, resultará absolutamente
evidente que lo más próximo a vosotros sea siempre lo primero que se adhiere,
porque, para ello, tienen que darse circunstancias muy determinadas que no
permiten laguna ninguna.
Por eso dispone la ley de la creación, que un guía que
quiera unirse a vosotros, no podrá hacerlo más que en el caso de que él mismo lleve todavía la envoltura, esto es, el
cuerpo más próximo al vuestro en cuanto a su naturaleza, a fin de que pueda
afianzarse el hilo que debe uniros a él.
Debéis deducir de esto, que es absolutamente imposible que
un “espíritu muy eminente” os guía; pues sólo aquel que aún esté
suficientemente cercano a esta Tierra podrá guiar a un ser humano, ya que, de
otro modo, ya sería demasiado extraño en todo, y no tendría sentido ni podría
aportaros gran beneficio que existiera un abismo entre ambos. Si así fuera, no
se comprenderían ninguno de los dos: ni el guía a su protegido, ni éste a su
guía.
Un solo abismo
haría imposible la eficaz acción de un guía. Ahora bien, en la legislación de
los eventos de la creación no existe abismo ninguno. Tampoco, pues, en este
caso; pues un abismo, uno solo, haría que toda la inmensa obra de la creación
se viniera abajo.
Entre el guía y el que es guiado existe, pues, un estricto
efecto recíproco condicionado por la ley de la atracción de las afinidades.
Si me preguntaseis ahora, cómo es posible que, a veces,
llegue, hasta el que es guiado en la Tierra, algo procedente de un plano
espiritual más elevado, os diría que esas excepciones no derogan la ley. No
tenéis más que pensar en que la misma ley que os proporciona el guía inmediato,
también proporciona a éste otro guía,
y a éste otro, y así sucesivamente. Es, simplemente, una ley que forma toda una
cadena que ha de vibrar al ritmo de la misma ley.
Según esto, puede acontecer que, desde un plano más
elevado, un guía os trasmita algo a través de la cadena o, mejor dicho, a
través de los hilos de esa cadena. Pero eso sólo es posible tratándose de cosas
muy especiales. No obstante, el desarrollo del proceso se efectúa siempre
dentro de las inmutables leyes, puesto que otro camino no existe.
Es una escalera cuyos peldaños han de ser salvados uno por
uno hacia arriba y hacia abajo: no existe absolutamente ninguna otra
posibilidad. En cuanto a los fenómenos relativos a las facultades mediunmísticas,
ya daré explicaciones especiales que, aquí, están fuera de lugar.
Para un hombre terrenal, la gracia de la ley consiste en
tener siempre un guía que conoce exactamente las faltas de que adolece el que
es guiado, porque esas faltas también fueron las suyas, y él ya ha vivido todas
las consecuencias de las mismas.
Por eso, también está capacitado para aconsejar y ayudar en
todo caso, mediante su propia experiencia. Asimismo, puede proteger de muchas
cosas al que él guía, siempre y cuando éste preste debida atención a sus
secretas instancias o exhortaciones; pues no le está permitido obligar. Tampoco
le es dado ayudar más que allí donde
el hombre guiado sienta en sí el deseo o anhelo de esa ayuda y la solicite. De
otro modo, no. Ha de dejar que el hombre terrenal tome las decisiones que le
dicte su libre albedrío, nuevamente según la ley a la que él mismo está sujeto;
sujeto por un efecto recíproco que sólo le permite sentir algo cuando vosotros aspiráis a ello por voluntad
propia.
Con la irradiación de vuestra voluntad, se tensan los hilos
que os unen a vuestros guías. Solamente a través de esos hilos puede sentir
vuestro guía con vosotros, y sólo por
ese camino puede proporcionaros
asistencia. No está facultado para cambiar, sino solamente para daros fuerzas y
apoyaros. A tal fin, también es condición que, primeramente, os preocupéis de ello con sinceridad. ¡No os lo imaginéis tan fácil!
A veces, en semejantes procesos reside también, para el
guía, además de esa gran gracia de la posibilidad de liberación, un castigo, si
se ve obligado a experimentar
sensitivamente que, a pesar de sus advertencias, vosotros obráis de otra
forma, tal como él hizo en otro tiempo; de suerte que vive en vosotros una
repetición que le causa tristeza, pero que también le da fuerzas y madurez para
mantenerse en su resolución de no volver a faltar de ese modo.
Tanto más grande será, también, su alegría cuando participe con vosotros, sensitivamente,
del éxito de su acción, con lo que,
al mismo tiempo, se liberará de su culpa.
Después de esa liberación, tiene lugar un cambio de guía;
pues son muchos los moradores del más allá que esperan poder guiar a un hombre
terrenal para, ayudándole, expiar también su propia culpa. Pero, como es
evidente, el deseo de liberación no debe
ser el incentivo que mueva su voluntad de guiar. Si esa actividad debe
liberarle de una culpa, será preciso que lo desee efectivamente por amor al prójimo, con el fin de
evitarle las consecuencias de ir por falsos caminos terrenales. Sólo cuando un morador del más allá haya
llegado a tanto, estará autorizado
para guiar a hombres terrenales; y, entonces,
por su buena voluntad, recibirá la gracia de su liberación. Esta rigurosa
condición, así como la autorización posterior, se basan en los efectos de sus
propios hilos del destino, que se rigen por la naturaleza de la irradiación de
su voluntad, según la justicia más perfecta.
No debéis olvidar, que fuera de la pesadez terrenal todo se
reduce exclusivamente a vivir
experiencias. La pretendida astucia del pensamiento intelectual deja de
existir allí. Por eso es todo auténtico. Allí no se dará nunca el caso de que
un espíritu humano quiera o pueda obrar interesadamente,
sino que se vivirá realmente en todo, sin
premeditación, exactamente igual a como sea su estado interior en un
momento dado.
Así se verifica, pues, en una categoría de guías. Hay, además, otras categorías que se
relacionan con vosotros de manera especialmente íntima y que, tal vez, ya
hayáis conocido en la Tierra. El parentesco no cuenta a este respecto. Sin
embargo, el concepto terrenal del
parentesco sanguíneo del cuerpo anuda muchos y sólidos hilos que os mantienen
atados cierto tiempo.
Sólo el concepto que
vosotros mismos habéis creado ata, no el parentesco, como habéis creído hasta
ahora. La idea que vosotros tenéis sobre el particular, así como vuestro amor,
o vuestro odio, crean esos hilos, de ahí que también los parientes fallecidos
puedan seguir guiándoos.
Pero tienen que tener aptitudes para guiar; han de poder ofreceros algo de su propia experiencia;
pues, si no, no podrán guiar. El apego que os tienen no basta por sí solo para
eso.
Pero también en esto hay mucho que considerar. Pongamos el
caso de que alguien os haya dado una educación errónea en la Tierra, sea de la
clase que sea. Ese tal permanecería atado a vosotros por ese motivo. Si,
después de su muerte, reconociera de algún modo su falta, esos hilos le
arrastrarían hacia vosotros. Llamémoslos, en este caso, hilos del arrepentimiento. Sólo cuando hubiera
conseguido modificaros en ese aspecto — no antes — quedaría liberado.
Por otro lado, si vosotros no os deshicierais de lo falso
que él os enseñó, sino que se lo transmitieseis de nuevo a vuestros hijos,
entonces, ese tal también quedaría atado a esos hijos, y así sucesivamente,
hasta que, por fin, consiguiese reparar en un hijo la falta cometida.
Son, pues, muchas las circunstancias por las que se os
proporcionan guías, todos los cuales os servirán sólo para lo mejor en cuanto
prestéis atención a su secreta influencia. Jamás
podrán obligaros, sino que su
acción constituye, para vosotros, la “conciencia”
que os exhorta y advierte.
¡Tenedlo presente! La actividad de los guías constituye una
parte de vuestra conciencia, de cuyo origen y naturaleza no habíais podido dar
razón hasta el presente. Pero, para eso, pongo hoy en vuestras manos un hilo
conductor.
El estado momentáneo
del propio espíritu humano guiado es siempre lo único que determina la
naturaleza del guía, tal como sucede por doquier en esta creación. Cuanto más
madure en sí el espíritu humano, tanto más alto podrá llegar por sí mismo, aun
cuando, casi siempre, eso se verifica inconscientemente
en la Tierra.
Más donde se halla el límite
de la segura ascensión personal del espíritu, allí se sitúa el plano del
guía respectivo, que cambia con la madurez del espíritu humano guiado. Dada su
experiencia, el guía siempre estará medio grado más alto que aquel a quien
pueda o tenga que guiar. Pero son tan diferentes
las especies de todos los casos, que sería un error si yo tratara de citar y
explicar casos muy determinados; pues, entonces, al daros imágenes muy
concretas, lo único que haríais sería ataros a ideas fijas.
Por esta razón, solamente os doy a conocer los efectos
propiamente dichos, sin describir especies particulares. De este modo,
quedaréis libres e independientes en el conocimiento de estas cosas, puesto
que, más tarde, en el curso de las propias experiencias vividas, todo eso se
revelará de múltiples formas.
Cuando a un guía le es dado desligarse de vosotros, se
presenta otro inmediatamente. En muchos casos, esos tales son seres que
llevaron en sí otra de vuestras faltas, distinta de la que el guía precedente
pudo rescatar para sí. No se ha dicho, pues, que, al ser relevado un guía, el
siguiente tenga que estar en un plano más alto que el que le precedió.
Un guía más elevado podrá llegar a vosotros sólo cuando,
entretanto, también vosotros hayáis
alcanzado un grado espiritual más elevado; pues el guía no puede estar nunca
por debajo de vosotros, pero sí junto a vosotros,
como sucede frecuentemente. Lo que pasa es que, por razón de su propia
experiencia, es más experimentado que
vosotros, sin que tenga que estar necesariamente un grado más alto; pues ha
de poder comprenderos, ha de poder
sentir con vosotros o, mejor dicho, lo
mismo que vosotros, y eso exige que no pueda estar muy lejos de vosotros.
Y no creo que ningún ser humano que tenga un poco de
conocimiento de la inquebrantable legislación de la creación, se imagine estar
directamente relacionado con el Hijo de Dios, Jesús, cosa absolutamente imposible para un espíritu humano.
Pero, precisamente, numerosos médiums de poca categoría
reclaman para sí ese privilegio, sin saber que no podrían soportar siquiera la
fuerza de un acercamiento. Y miles de
hombres engreídos de sí mismos se dejan seducir y engañar por tales errores, ya
que les resultan agradables y gustan de solazarse en semejantes ilusiones;
pues, claro está, se sienten halagados con eso.
Mis explicaciones no tienen nada que ver con las numerosas
y confusas habladurías de esos hombres de exiguas facultades mediunmísticas.
Hablo solamente de guías serios, no de los charlatanes, que también pueden ser
hallados entre los fallecidos que
pueblan densamente el ambiente inmediato de esta Tierra
física. He ahí otro capítulo que trataremos más de cerca cuando sea oportuno.
Os doy solamente lo que puede seros realmente útil y, por
tanto, os conduce hacia lo alto. Las subdivisiones que no necesitéis conocer
más de cerca, las tocaremos solamente por encima. Por el momento, no merecen
ser mencionadas.
Pero el hecho de que los hombres gusten tanto de ocuparse
de eso precisamente, y de que lo escuchen con predilección, es una triste señal
de la actual decadencia espiritual. Dejad que sigan su camino esos ilusos que
no quieren sino divertirse o rodearse de una arrogante placidez en la que nunca
puede residir una ascensión ni una posibilidad de ascender. Los charlatanes del
más allá no hacen otra cosa que desviaros de una acción y de una reflexión
serias; pues eso es una peculiaridad suya, ya que ellos también pierden y
desperdician su tiempo, en lugar de aprovecharlo llenos de agradecimiento.
Un gran terror se apoderará de ellos cuando, de repente, se
vean obligados a deslizarse hacia abajo como elementos ineptos para la nueva
época.
Voy a repetir en resumen:
En primer lugar, sólo los ayudas pueden unirse a vosotros por efecto de la afinidad con vuestras faltas. Sólo cuando, más
tarde, ya no llevéis ninguna falta en vosotros, sino solamente la aspiración a
las alturas luminosas, entonces, entrarán
en consideración, para vosotros, los guías
propiamente dichos, que se os unirán por una afinidad con vuestras cualidades y virtudes.
Estos son, en
realidad, los que, entonces, os guiarán hacia arriba fortaleciendo vuestras
virtudes e influyendo sobre vosotros por la acción de su gran fuerza, como si
se tratase de un potente imán.
Esos solos son
los guías que podéis considerar
realmente como tales. Cierto que, ya hoy, os sostienen de manera misteriosa y
completamente desconocida para vosotros, porque su fuerza penetra el universo
entero; pero también es cierto que sólo sostienen a quienes llevan en sí,
todavía, virtudes activas que no
están demasiado encenagadas.
Sin embargo, aún no podéis hablar de esos guías aquí en la
Tierra, puesto que, para vosotros, todavía se requiere que, ante todo, los ayudas desplieguen su actividad para
asistiros, a fin de que seáis capaces de lavar vuestras vestiduras y eliminar
todo el fango que os habéis echado encima. Por otra parte, todas esas ayudas
tienen que liberarse a sí mismos todavía,
lo que será posible gracias a la asistencia que os proporcionen.
Pero por encima de todos ellos se hallan los verdaderos
guías, que os están esperando y os sostienen entretanto, a fin de que, durante
vuestra gran depuración, no caigáis y no os perdáis.
También aquí, todo se cumple dentro de la ley de atracción
de las especies afines. Las criaturas
originarias son quienes ejercen una acción tan poderosa.
Así tenemos que la criatura
originaria que personifica, por ejemplo, el heroísmo, obra en este sentido
sobre todas las criaturas de la
poscreación que llevan en sí la virtud del heroísmo; y las otras obran
igualmente según su especie respectiva y perfectamente determinada.
En el reino de la espiritualidad originaria hay siempre una
criatura originaria para cada especie: una sola. Por su irradiación, influye
sobre grupos de la misma especie que
aún se encuentran en la espiritualidad originaria, si bien en planos más
inferiores. Más abajo todavía, en el Paraíso, también se hallan grupos de cada especie entre los
espíritus humanos, creados posteriormente, que han evolucionado hasta alcanzar
su perfección; y a partir de ahí, las irradiaciones van extendiéndose
progresivamente hacia abajo por toda la creación, en dirección de aquellos en
quienes aún pueden encontrar la posibilidad de unión.
Es así que, en el punto más alto de la espiritualidad
originaria, existe, para cada virtud,
una sola personificación que sirve de
guía para todos los espíritus humanos de la misma afinidad que ella. Y esos
pocos son los guías propiamente dichos; pero
sólo en la objetividad más pura y más amplia; sólo mediante sus irradiaciones; nunca personalmente.
Todo esto ya se ha dicho también, claramente, en el
Mensaje.
Por consiguiente, ni siquiera una criatura originaria puede
ser designada por el hombre como su guía personal.
Eso sería falso. Tanto menos aún podrá designar como tal a Jesús, el Hijo
de Dios.
Familiarizaros, hombres, con la idea de que, por el
verdadero saber que la convicción proporciona,
sólo los verdaderamente despiertos pueden percibir algo de esa gran acción
ejercida por los guías propiamente dichos. Y no todo el que se precia de ello
ha despertado realmente en espíritu, es decir, ha nacido nuevamente.
Es mucho mejor que habléis primero de ayudas, que están mucho más próximos a vosotros que los guías y os
proporcionan grandes beneficios en las inmensas molestias que se toman por
vosotros. ¡Tendedles vuestra mano con alegría y agradecimiento! ¡Prestad oídos
a sus advertencias, que son una parte de vuestra conciencia!
* * *
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
No hay comentarios.:
Publicar un comentario