miércoles, 28 de diciembre de 2022

30. EL GUÍA ESPIRITUAL DEL HOMBRE

 

30. EL GUÍA ESPIRITUAL DEL
HOMBRE

UNA VEZ que hemos considerado el ambiente inmediato del hombre de la Tierra, el terreno es propicio para arrojar, también, una mirada sobre los guías que están a vuestro lado y os ayudan.

También es preciso que se diga algo sobre este particular; pues, precisamente en estas cosas y sobre estas cosas, se hablan tantas insensateces por parte de los hombres que creen en los guías o saben algo de ellos, que, a veces, uno se echaría a reír si la cosa no fuese tan triste.

Es triste porque, una vez más, muestra claramente la constitución del espíritu humano en su singular afán de considerarse extraordinariamente valioso a toda costa. No creo que sea necesario, ya, poner ejemplos a tal efecto; pues cada uno de mis auditores habrá de entablar conocimiento alguna vez con esos hombres que hablan de la “eminente” forma en que son guiados o hablan del guía mismo, a quien, por lo visto, sienten claramente… si bien no obran según su delicada insistencia.

Claro está que esto último no lo agregarán ellos; pero precisamente aquellos que mucho hablan de su guía, en la creencia de tener en él un compañero con el que se tratan “de tú”, obran muy raras veces o sólo a medias (en la mayoría de los casos, nunca) como el guía quisiera. En el caso de esos hombres, se puede contar con ello bastante ciertamente. Eso es, para ellos, una simple manera de conversar agradablemente; nada más que eso. Se comportan como niños muy mimados; se ufanan de eso y pretenden mostrar, en primer lugar y principalmente, cuántas molestias se toman “allá arriba” por ellos.

Como es natural, su guía siempre es uno “muy eminente”, si es que no prefieren ver en él un querido y amable pariente que se preocupa mucho de ellos. En más de mil casos, su guía debe ser el mismo Jesús, que llega a ellos desde la Luz para advertirles o animarles con alabanzas, y que, incluso, al ser preguntado, les habla favorablemente o con desaprobación de personas bien conocidas de ellos.

Entonces, se complacen en hablar de ello con una respetuosa timidez, en la que se puede reconocer sin más, que ese respeto no va dirigido al Hijo de Dios, sino a la circunstancia de haber sido honrados personalmente con tal solicitud. Dicho claramente: es veneración de sí mismos.

Todo hombre al que se confíen esas personas — y ellas procuran hacer sus confidencias al mayor número posible de seres humanos — podrá descubrir rápidamente la verdad de lo dicho por mí sobre este particular, si pone en duda tales confidencias. Entonces, esas personas tan comunicativas se mostrarán ofendidas, lo que no puede provenir más que de una vanidad herida.

Habréis acabado para ellos o “seréis lo último”, como muy bien se dice en el lenguaje popular para expresar el humor de los ofendidos de esa suerte. A partir de ese instante, sólo os mirarán de arriba a abajo con desprecio.

Lo más seguro que, tan pronto como se les presente la oportunidad, harán preguntas sobre vosotros a su guía, y que, con profunda satisfacción, recibirán la respuesta que, de antemano, no esperaban que fuera otra distinta; pues ese guía es, al mismo tiempo, su amigo, que, si bien, según su opinión, no es el propio Hijo de Dios, es considerado, por lo menos, como un mayordomo servicial al que se le puede confiar todo, puesto que él ya lo sabe y sólo espera la ocasión de dar corroboraciones o necesarios consejos.

Id e investigad; observad como es debido. Muy pronto veréis confirmado todo esto hasta la saciedad. Y si, un día, sois tan osados que tacháis de estúpidas muchas de esas cosas, ya podéis buscar refugio rápidamente si no queréis ser lapidados. Aunque, hoy día, eso no puede llevarse a cabo materialmente, sí es posible moralmente. ¡De eso podéis estar seguros!

Entonces, eso irá corriendo de boca en boca, de una carta a otra, con la profunda seriedad de una hipócrita aflicción. Solapadamente, pero con un celo y una seguridad que denotan práctica, se os irá abriendo una tumba para dar merecido fin a vuestra infamia y al peligro que vosotros constituís.

Los hombres presienten el peligro que así amenaza a su credibilidad. Pero, sobre todo, no quieren perder ocasiones tan propicias para realzar magníficamente el valor de su personalidad. Ya lo demuestra el hecho de tener un “eminente” guía, aun cuando el pobre prójimo no pueda ver nada de eso. ¡He ahí por lo que luchan!

Así es, y no de otro modo, la presunción de esos hombres, que se manifiesta claramente en sus parloteos sobre su guía. Con eso pretenden darse a valer, pero no para ayudar amablemente al prójimo, sino para darse la satisfacción de ser envidiados y admirados.

A fin de que también estéis versados en este terreno, voy a llevaros gustosamente al conocimiento de las leyes que condicionan la actividad de los guías; pues éstos tampoco están sujetos a ninguna arbitrariedad, sino que están entretejidos con vosotros en las mallas de vuestro destino.

Todo es reciprocidad en la creación; y esta ley del efecto recíproco reposa también en el misterio de la designación de vuestros guías. No encontraréis ninguna laguna, ni un solo vacío donde poder agregar algo que no ocupe estrictamente el puesto que le corresponde según la ley.

Hoy día, a la vista de las últimas conferencias, ya podéis imaginar cuántos hilos están tendidos a vuestro alrededor, tejidos con vosotros y vosotros con ellos. Pero no son más que una pequeña parte. Y en el inmenso tejido que os rodea, no existe ningún desgarrón. Nada puede ser entretejido o añadido arbitrariamente. Ahí no hay ninguna interposición forzada, ni tampoco es posible que algo se desprenda o se desligue sin que vosotros no lo hayáis llevado puesto ni lo viváis hasta extinguirlo conforme a la ley.

Por consiguiente, no sucede de otro modo en cuanto a vuestros guías. El que os guía está fuertemente atado a vosotros de algún modo. En muchos casos, por la atracción de las afinidades.

Mediante sus funciones directoras, más de un guía puede y debe liberarse a sí mismo de eventos que le mantienen atado a la pesada materialidad física. Esto es nuevo para vosotros, pero fácil de comprender. Siempre que un guía trate de evitar, con su influencia, que un hombre terrenal cometa, en la Tierra, las mismas faltas que él mismo cometió, se liberará — pese a que el ciudadano de la Tierra tenga tendencia a caer en esas faltas — de su culpa, incluso en la pesada materialidad, sin tener que volver a encarnarse especialmente. Pues, en la Tierra, allí donde faltó en otro tiempo, los efectos de su dirección se manifiestan a través del protegido que le es dado guiar. Así se cierra más de un ciclo de acontecimientos — también para los moradores del más allá — allí donde tiene que cerrarse exactamente, sin que quien pende de los hilos se vea obligado a reencarnarse de nuevo en la Tierra.

Es este un evento sencillo, conforme a la ley, que, no obstante, ofrece alivio al que guía a un hombre terrenal y proporciona, al mismo tiempo, ventajas a los seres humanos.

Precisamente, la ley de la atracción de las afinidades hace que muchos seres deseosos de guiar lleguen fácilmente a las cercanías de los hombres terrenales que llevan en sí una cierta afinidad, y corren el peligro de caer en las mismas faltas en que incurrieron, en otro tiempo, esos que quieren guiar. Entonces, la ley crea los hilos que atan al guía y al protegido entre sí.

Considerad con gran atención las gracias que, por el efecto recíproco, residen, para ambas partes, en ese proceso: para el guía y para quien, por el efecto recíproco de la ley de la atracción de las afinidades, él está obligado automáticamente a guiar o, digamos, que ha sido el feliz agraciado.

Muchas más gracias existen aún, que se derivan únicamente de ese proceso; pues nacen de ahí nuevos hilos, en todas las direcciones, que llevan en sí, a su vez, el efecto recíproco y, en ciertos lugares, fortalecen, elevan, impulsan y liberan a los que están relacionados con los dos principales interesados. Pues la gracia y el amor residen exclusivamente en los efectos de todas las leyes existentes en la creación, las cuales se dirigen hacia arriba y se concentran finalmente en una gran ley fundamental: la ley del Amor.

¡Pues el Amor lo es todo! ¡El Amor es Justicia, es Pureza también! No hay separación ninguna entre estos tres. Los tres son uno, y en eso reside, a su vez, la Perfección. ¡Tened presentes estas mis palabras! ¡Acogedlas como la llave de todos los eventos de la creación!

Para los que conocen mi Mensaje, resultará absolutamente evidente que lo más próximo a vosotros sea siempre lo primero que se adhiere, porque, para ello, tienen que darse circunstancias muy determinadas que no permiten laguna ninguna.

Por eso dispone la ley de la creación, que un guía que quiera unirse a vosotros, no podrá hacerlo más que en el caso de que él mismo lleve todavía la envoltura, esto es, el cuerpo más próximo al vuestro en cuanto a su naturaleza, a fin de que pueda afianzarse el hilo que debe uniros a él.

Debéis deducir de esto, que es absolutamente imposible que un “espíritu muy eminente” os guía; pues sólo aquel que aún esté suficientemente cercano a esta Tierra podrá guiar a un ser humano, ya que, de otro modo, ya sería demasiado extraño en todo, y no tendría sentido ni podría aportaros gran beneficio que existiera un abismo entre ambos. Si así fuera, no se comprenderían ninguno de los dos: ni el guía a su protegido, ni éste a su guía.

Un solo abismo haría imposible la eficaz acción de un guía. Ahora bien, en la legislación de los eventos de la creación no existe abismo ninguno. Tampoco, pues, en este caso; pues un abismo, uno solo, haría que toda la inmensa obra de la creación se viniera abajo.

Entre el guía y el que es guiado existe, pues, un estricto efecto recíproco condicionado por la ley de la atracción de las afinidades.

Si me preguntaseis ahora, cómo es posible que, a veces, llegue, hasta el que es guiado en la Tierra, algo procedente de un plano espiritual más elevado, os diría que esas excepciones no derogan la ley. No tenéis más que pensar en que la misma ley que os proporciona el guía inmediato, también proporciona a éste otro guía, y a éste otro, y así sucesivamente. Es, simplemente, una ley que forma toda una cadena que ha de vibrar al ritmo de la misma ley.

Según esto, puede acontecer que, desde un plano más elevado, un guía os trasmita algo a través de la cadena o, mejor dicho, a través de los hilos de esa cadena. Pero eso sólo es posible tratándose de cosas muy especiales. No obstante, el desarrollo del proceso se efectúa siempre dentro de las inmutables leyes, puesto que otro camino no existe.

Es una escalera cuyos peldaños han de ser salvados uno por uno hacia arriba y hacia abajo: no existe absolutamente ninguna otra posibilidad. En cuanto a los fenómenos relativos a las facultades mediunmísticas, ya daré explicaciones especiales que, aquí, están fuera de lugar.

Para un hombre terrenal, la gracia de la ley consiste en tener siempre un guía que conoce exactamente las faltas de que adolece el que es guiado, porque esas faltas también fueron las suyas, y él ya ha vivido todas las consecuencias de las mismas.

Por eso, también está capacitado para aconsejar y ayudar en todo caso, mediante su propia experiencia. Asimismo, puede proteger de muchas cosas al que él guía, siempre y cuando éste preste debida atención a sus secretas instancias o exhortaciones; pues no le está permitido obligar. Tampoco le es dado ayudar más que allí donde el hombre guiado sienta en sí el deseo o anhelo de esa ayuda y la solicite. De otro modo, no. Ha de dejar que el hombre terrenal tome las decisiones que le dicte su libre albedrío, nuevamente según la ley a la que él mismo está sujeto; sujeto por un efecto recíproco que sólo le permite sentir algo cuando vosotros aspiráis a ello por voluntad propia.

Con la irradiación de vuestra voluntad, se tensan los hilos que os unen a vuestros guías. Solamente a través de esos hilos puede sentir vuestro guía con vosotros, y sólo por ese camino puede proporcionaros asistencia. No está facultado para cambiar, sino solamente para daros fuerzas y apoyaros. A tal fin, también es condición que, primeramente, os preocupéis de ello con sinceridad. ¡No os lo imaginéis tan fácil!

A veces, en semejantes procesos reside también, para el guía, además de esa gran gracia de la posibilidad de liberación, un castigo, si se ve obligado a experimentar sensitivamente que, a pesar de sus advertencias, vosotros obráis de otra forma, tal como él hizo en otro tiempo; de suerte que vive en vosotros una repetición que le causa tristeza, pero que también le da fuerzas y madurez para mantenerse en su resolución de no volver a faltar de ese modo.

Tanto más grande será, también, su alegría cuando participe con vosotros, sensitivamente, del éxito de su acción, con lo que, al mismo tiempo, se liberará de su culpa.

Después de esa liberación, tiene lugar un cambio de guía; pues son muchos los moradores del más allá que esperan poder guiar a un hombre terrenal para, ayudándole, expiar también su propia culpa. Pero, como es evidente, el deseo de liberación no debe ser el incentivo que mueva su voluntad de guiar. Si esa actividad debe liberarle de una culpa, será preciso que lo desee efectivamente por amor al prójimo, con el fin de evitarle las consecuencias de ir por falsos caminos terrenales. Sólo cuando un morador del más allá haya llegado a tanto, estará autorizado para guiar a hombres terrenales; y, entonces, por su buena voluntad, recibirá la gracia de su liberación. Esta rigurosa condición, así como la autorización posterior, se basan en los efectos de sus propios hilos del destino, que se rigen por la naturaleza de la irradiación de su voluntad, según la justicia más perfecta.

No debéis olvidar, que fuera de la pesadez terrenal todo se reduce exclusivamente a vivir experiencias. La pretendida astucia del pensamiento intelectual deja de existir allí. Por eso es todo auténtico. Allí no se dará nunca el caso de que un espíritu humano quiera o pueda obrar interesadamente, sino que se vivirá realmente en todo, sin premeditación, exactamente igual a como sea su estado interior en un momento dado.

Así se verifica, pues, en una categoría de guías. Hay, además, otras categorías que se relacionan con vosotros de manera especialmente íntima y que, tal vez, ya hayáis conocido en la Tierra. El parentesco no cuenta a este respecto. Sin embargo, el concepto terrenal del parentesco sanguíneo del cuerpo anuda muchos y sólidos hilos que os mantienen atados cierto tiempo.

Sólo el concepto que vosotros mismos habéis creado ata, no el parentesco, como habéis creído hasta ahora. La idea que vosotros tenéis sobre el particular, así como vuestro amor, o vuestro odio, crean esos hilos, de ahí que también los parientes fallecidos puedan seguir guiándoos.

Pero tienen que tener aptitudes para guiar; han de poder ofreceros algo de su propia experiencia; pues, si no, no podrán guiar. El apego que os tienen no basta por sí solo para eso.

Pero también en esto hay mucho que considerar. Pongamos el caso de que alguien os haya dado una educación errónea en la Tierra, sea de la clase que sea. Ese tal permanecería atado a vosotros por ese motivo. Si, después de su muerte, reconociera de algún modo su falta, esos hilos le arrastrarían hacia vosotros. Llamémoslos, en este caso, hilos del arrepentimiento. Sólo cuando hubiera conseguido modificaros en ese aspecto — no antes — quedaría liberado.

Por otro lado, si vosotros no os deshicierais de lo falso que él os enseñó, sino que se lo transmitieseis de nuevo a vuestros hijos, entonces, ese tal también quedaría atado a esos hijos, y así sucesivamente, hasta que, por fin, consiguiese reparar en un hijo la falta cometida.

Son, pues, muchas las circunstancias por las que se os proporcionan guías, todos los cuales os servirán sólo para lo mejor en cuanto prestéis atención a su secreta influencia. Jamás podrán obligaros, sino que su acción constituye, para vosotros, la “conciencia” que os exhorta y advierte.

¡Tenedlo presente! La actividad de los guías constituye una parte de vuestra conciencia, de cuyo origen y naturaleza no habíais podido dar razón hasta el presente. Pero, para eso, pongo hoy en vuestras manos un hilo conductor.

El estado momentáneo del propio espíritu humano guiado es siempre lo único que determina la naturaleza del guía, tal como sucede por doquier en esta creación. Cuanto más madure en sí el espíritu humano, tanto más alto podrá llegar por sí mismo, aun cuando, casi siempre, eso se verifica inconscientemente en la Tierra.

Más donde se halla el límite de la segura ascensión personal del espíritu, allí se sitúa el plano del guía respectivo, que cambia con la madurez del espíritu humano guiado. Dada su experiencia, el guía siempre estará medio grado más alto que aquel a quien pueda o tenga que guiar. Pero son tan diferentes las especies de todos los casos, que sería un error si yo tratara de citar y explicar casos muy determinados; pues, entonces, al daros imágenes muy concretas, lo único que haríais sería ataros a ideas fijas.

Por esta razón, solamente os doy a conocer los efectos propiamente dichos, sin describir especies particulares. De este modo, quedaréis libres e independientes en el conocimiento de estas cosas, puesto que, más tarde, en el curso de las propias experiencias vividas, todo eso se revelará de múltiples formas.

Cuando a un guía le es dado desligarse de vosotros, se presenta otro inmediatamente. En muchos casos, esos tales son seres que llevaron en sí otra de vuestras faltas, distinta de la que el guía precedente pudo rescatar para sí. No se ha dicho, pues, que, al ser relevado un guía, el siguiente tenga que estar en un plano más alto que el que le precedió.

Un guía más elevado podrá llegar a vosotros sólo cuando, entretanto, también vosotros hayáis alcanzado un grado espiritual más elevado; pues el guía no puede estar nunca por debajo de vosotros, pero sí junto a vosotros, como sucede frecuentemente. Lo que pasa es que, por razón de su propia experiencia, es más experimentado que vosotros, sin que tenga que estar necesariamente un grado más alto; pues ha de poder comprenderos, ha de poder sentir con vosotros o, mejor dicho, lo mismo que vosotros, y eso exige que no pueda estar muy lejos de vosotros.

Y no creo que ningún ser humano que tenga un poco de conocimiento de la inquebrantable legislación de la creación, se imagine estar directamente relacionado con el Hijo de Dios, Jesús, cosa absolutamente imposible para un espíritu humano.

Pero, precisamente, numerosos médiums de poca categoría reclaman para sí ese privilegio, sin saber que no podrían soportar siquiera la fuerza de un acercamiento. Y miles de hombres engreídos de sí mismos se dejan seducir y engañar por tales errores, ya que les resultan agradables y gustan de solazarse en semejantes ilusiones; pues, claro está, se sienten halagados con eso.

Mis explicaciones no tienen nada que ver con las numerosas y confusas habladurías de esos hombres de exiguas facultades mediunmísticas. Hablo solamente de guías serios, no de los charlatanes, que también pueden ser hallados entre los fallecidos que pueblan densamente el ambiente inmediato de esta Tierra física. He ahí otro capítulo que trataremos más de cerca cuando sea oportuno.

Os doy solamente lo que puede seros realmente útil y, por tanto, os conduce hacia lo alto. Las subdivisiones que no necesitéis conocer más de cerca, las tocaremos solamente por encima. Por el momento, no merecen ser mencionadas.

Pero el hecho de que los hombres gusten tanto de ocuparse de eso precisamente, y de que lo escuchen con predilección, es una triste señal de la actual decadencia espiritual. Dejad que sigan su camino esos ilusos que no quieren sino divertirse o rodearse de una arrogante placidez en la que nunca puede residir una ascensión ni una posibilidad de ascender. Los charlatanes del más allá no hacen otra cosa que desviaros de una acción y de una reflexión serias; pues eso es una peculiaridad suya, ya que ellos también pierden y desperdician su tiempo, en lugar de aprovecharlo llenos de agradecimiento.

Un gran terror se apoderará de ellos cuando, de repente, se vean obligados a deslizarse hacia abajo como elementos ineptos para la nueva época.

Voy a repetir en resumen:

En primer lugar, sólo los ayudas pueden unirse a vosotros por efecto de la afinidad con vuestras faltas. Sólo cuando, más tarde, ya no llevéis ninguna falta en vosotros, sino solamente la aspiración a las alturas luminosas, entonces, entrarán en consideración, para vosotros, los guías propiamente dichos, que se os unirán por una afinidad con vuestras cualidades y virtudes.

Estos son, en realidad, los que, entonces, os guiarán hacia arriba fortaleciendo vuestras virtudes e influyendo sobre vosotros por la acción de su gran fuerza, como si se tratase de un potente imán.

Esos solos son los guías que podéis considerar realmente como tales. Cierto que, ya hoy, os sostienen de manera misteriosa y completamente desconocida para vosotros, porque su fuerza penetra el universo entero; pero también es cierto que sólo sostienen a quienes llevan en sí, todavía, virtudes activas que no están demasiado encenagadas.

Sin embargo, aún no podéis hablar de esos guías aquí en la Tierra, puesto que, para vosotros, todavía se requiere que, ante todo, los ayudas desplieguen su actividad para asistiros, a fin de que seáis capaces de lavar vuestras vestiduras y eliminar todo el fango que os habéis echado encima. Por otra parte, todas esas ayudas tienen que liberarse a sí mismos todavía, lo que será posible gracias a la asistencia que os proporcionen.

Pero por encima de todos ellos se hallan los verdaderos guías, que os están esperando y os sostienen entretanto, a fin de que, durante vuestra gran depuración, no caigáis y no os perdáis.

También aquí, todo se cumple dentro de la ley de atracción de las especies afines. Las criaturas originarias son quienes ejercen una acción tan poderosa.

Así tenemos que la criatura originaria que personifica, por ejemplo, el heroísmo, obra en este sentido sobre todas las criaturas de la poscreación que llevan en sí la virtud del heroísmo; y las otras obran igualmente según su especie respectiva y perfectamente determinada.

En el reino de la espiritualidad originaria hay siempre una criatura originaria para cada especie: una sola. Por su irradiación, influye sobre grupos de la misma especie que aún se encuentran en la espiritualidad originaria, si bien en planos más inferiores. Más abajo todavía, en el Paraíso, también se hallan grupos de cada especie entre los espíritus humanos, creados posteriormente, que han evolucionado hasta alcanzar su perfección; y a partir de ahí, las irradiaciones van extendiéndose progresivamente hacia abajo por toda la creación, en dirección de aquellos en quienes aún pueden encontrar la posibilidad de unión.

Es así que, en el punto más alto de la espiritualidad originaria, existe, para cada virtud, una sola personificación que sirve de guía para todos los espíritus humanos de la misma afinidad que ella. Y esos pocos son los guías propiamente dichos; pero sólo en la objetividad más pura y más amplia; sólo mediante sus irradiaciones; nunca personalmente.

Todo esto ya se ha dicho también, claramente, en el Mensaje.

Por consiguiente, ni siquiera una criatura originaria puede ser designada por el hombre como su guía personal. Eso sería falso. Tanto menos aún podrá designar como tal a Jesús, el Hijo de Dios.

Familiarizaros, hombres, con la idea de que, por el verdadero saber que la convicción proporciona, sólo los verdaderamente despiertos pueden percibir algo de esa gran acción ejercida por los guías propiamente dichos. Y no todo el que se precia de ello ha despertado realmente en espíritu, es decir, ha nacido nuevamente.

Es mucho mejor que habléis primero de ayudas, que están mucho más próximos a vosotros que los guías y os proporcionan grandes beneficios en las inmensas molestias que se toman por vosotros. ¡Tendedles vuestra mano con alegría y agradecimiento! ¡Prestad oídos a sus advertencias, que son una parte de vuestra conciencia!

* * *



EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

* * *

Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

La fuerza secreta de la luz en la mujer 1

  La fuerza secreta de la luz en la mujer Primera parte   La mujer, ha recibido de Dios una Fuerza especial que le confiere tal delica...