31. ¡HILOS LUMINOSOS SOBRE VOSOTROS!
No es nada difícil. Muy pronto,
podréis reconocer fácilmente las relaciones de los acontecimientos entre sí y
con vosotros mismos. Dad movimiento a todo esto en vuestra imaginación como si
se tratase de las piezas de un rompecabezas. Considerad primeramente los
efectos aislados, uno tras otro, en
las distintas direcciones, y consideradlos después influenciándose conjuntamente entre sí: veréis que, con el tiempo,
esa imagen se desplegará vivamente ante vosotros.
Intentad ver, a tal efecto, cómo
cada mal pensamiento o mala volición recorre el telar cual una sombra,
enturbiando la claridad más o menos y destruyendo la belleza aquí y allá,
mientras que los buenos pensamientos o buenas voliciones atraviesan los hilos
iluminándolos, diseminando belleza y esplendor por el camino que siguen.
Pronto os será tan familiar el
mecanismo, que constituirá, para vosotros, un sostén que nos os dejará pensar o
querer y, por último, obrar más que el bien.
No escatiméis esfuerzos a tal
fin: obtendréis una abundante recompensa que nadie podrá reducir. Y cuando
tengáis ante vosotros la imagen viva, añadid, entonces, algo más que sirva de
remate y dé al cuadro el marco que merece.
Imaginad como una bóveda de
luminosos y delicados hilos, que penden sobre “la actividad de vuestro
alrededor” como un diáfano velo que exhala un exquisito perfume capaz de
vivificar y fortalecer de un modo muy particular, en cuanto se es consciente de
él y se le toma en consideración.
Son innumerables hilos que llevan
en sí múltiples posibilidades de utilización y que están dispuestos en todo
tiempo a descender hasta los puntos
donde se manifiesta un ardiente deseo de ellos.
Tan pronto como, en el engranaje
inferior, luce una chispa insignificante que puede dar lugar a una aspiración,
a un ruego o ardiente deseo, se tienden inmediatamente, hacia dicha chispa,
hilos afines, se unen a ella magnéticamente y la intensifican de suerte que
pueda volverse más luminosa y clara, para arrojar de su alrededor todo lo
tenebroso o turbio. Y si llega a convertirse en fulgurante llama, abrasará
todos los puntos en que aún esté sujeto, a las Tinieblas o al mal, ese cordón en el que ella trata de
evolucionar. De este modo, ese cordón quedará libre rápidamente de todo lo que
le retiene abajo.
Pero sólo luminosos y puros
deseos o ruegos pueden conseguir unirse con los hilos luminosos que penden
continuamente sobre el engranaje de que un alma humana o un hombre terrenal
está rodeado siempre. Deseos tenebrosos nunca encontrarán allí un sostén,
porque no podrán establecer la requerida unión.
La unión con esos hilos
procedentes de la sustancialidad se verifica, para cada hombre terrenal, a
través de la envoltura o cuerpo de la materialidad física media, que se ha dado
en llamar astral. Este es penetrado por la irradiación del alma conforme a cada
uno de los impulsos de la misma. Si estos impulsos son de naturaleza tenebrosa,
los hilos luminosos prestos a entrar en acción no podrán dar acceso a su ayuda.
Sólo cuando los impulsos sean luminosos, el cuerpo astral podrá irradiar de tal modo, que se abra por sí mismo a los hilos procedentes de las alturas,
hilos que tendrán la misma afinidad que los respectivos impulsos del alma.
Así pues, ese cuerpo astral de la
materialidad física media es, en sí, la puerta de entrada y salida del alma. En
realidad, los mencionados hilos actúan en la materialidad física media —
llamada astral — y, por su mediación, surten efectos correspondientes a la
naturaleza de su irradiación.
Imaginaos todo eso: es tan
sencillo y, al mismo tiempo, tan seguro y justo, que nunca podrá darse el caso
de que un pensamiento o una volición cualquiera hacia el bien quede sin ayuda.
Así de sencillo se le hace al hombre siempre. Demasiado sencillo para que, por su singular forma de ser, dé a
esos procesos el valor que les corresponde y que llevan en sí.
Pero para que no quede ninguna
laguna en vuestra facultad de imaginación, voy a indicaros también el origen de
esos hilos; pues, si no, pensaréis que cuelgan en el aire, lo que es
absolutamente imposible, ya que, en la creación, todo tiene un punto de partida
determinado y ha de tenerlo necesariamente,
porque sin él no podría existir nada.
Los hilos son las irradiaciones
de numerosos mediadores sustanciales que aún no os son familiares en cuanto a
su actividad, pero que ya han sido bien conocidos de pueblos antiguos.
Del mismo modo que vosotros, en
calidad de espíritus humanos, debíais ser, en la Tierra, colectores y, después,
mediadores para transmitir todas las irradiaciones de los espíritus humanos más
maduros que vosotros, situados en planos más elevados de la creación; así como
éstos obran de la misma suerte respecto a otros espíritus humanos todavía más
maduros, más altos y luminosos, hasta llegar a establecerse la unión con el
Paraíso, donde residen los perfectos y completos espíritus humanos de esta
poscreación realizando una gozosa labor, los cuales, a su vez, también tienen
contacto, gracias a una cadena intermedia, con las criaturas originarias más
perfectas de la espiritualidad originaria, así también, del mismo modo y en el
mismo orden, sucede con todas las sustancialidades que colaboran con vosotros a
proporcionar ayuda en la creación, si bien están siempre medio grado más altas
que vosotros.
Todo lo que despliega su
actividad junto a vosotros o debajo de vosotros también está unido a vosotros
en parte, pero no de esa manera. Pero, por el momento, prosigamos con los hilos de que os he hablado.
Los hilos son tan variados que no
hay nada en que el hombre terrenal y, también, el alma ya alejada de la Tierra,
no puedan encontrar ayuda, confortamiento, consuelo y apoyo, en el instante
preciso en que sus deseos o ruegos tengan una intensidad muy determinada en
cuanto a la sinceridad de la voluntad. No antes: pues las palabras formadas no
bastan nunca por sí solas para establecer la unión. Un pensamiento pasajero,
tampoco.
Tiene que tratarse de
aspiraciones o deseos ardientes, verdaderos, sinceros, sin pensamientos
calculadores, sin esperar recompensa, sin que sea algo aprendido, porque nada
de eso puede salir del corazón o del alma; pues, para ello, la palabra terrenal formada ata, ya,
demasiado fuertemente. La palabra terrenal sólo puede dar una dirección a la
voluntad de un alma; constituye solamente una calle del camino que quiere
seguir el sentimiento. Sin embargo, nunca debe ser eso todo.
Si el ser humano no puede
coordinar ambas: la palabra con su voluntad; si le es preciso pensar demasiado en la exacta formación
de sus palabras, es preferible rezar, agradecer o rogar con sentimiento, sin palabras. Pues, entonces, seguro que
la oración será pura. La forma fija de la palabra enturbia con demasiada
facilidad y comprime todo sentimiento.
Mucho más hermoso y, también, más
eficaz sería que pudieseis prescindir de vuestras palabras y, en su lugar,
dejarais surgir solamente una imagen espiritual
en la que pudieseis verter el sentimiento grande y puro. Debéis de intentar lo
que os resulte más fácil y no os reprima.
Es el alma la que habla cuando prescindís de palabras terrenales. El alma
tal como hablará cuando se haya alejado de la Tierra y de todos los planos de
materialidad física; pues, entonces, la palabra quedará atrás.
Es probable que, en vuestro fuero
interno, os preguntéis nuevamente cómo es que almas residentes en la
materialidad etérea pueden seguir hablando a través de personas dotadas de
facultades mediunmísticas, o que éstas oigan
hablar a tales almas, registrando y transmitiendo lo que dicen, ya sea por
escrito, ya sea oralmente. Ya sé que muchas de esas preguntas se suscitan en
vosotros en seguida.
Mas si investigáis profundamente
en mi Mensaje, hallaréis en seguida la respuesta a todas esas preguntas, que no
son sino dudas de vuestro intelecto. Basta con que acojáis debidamente lo que yo os digo: entonces, vosotros mismos podréis ir
reconstruyendo tan lógicamente, que
ya no pueda suscitarse ninguna duda más.
Hace, ya, mucho, os expliqué la
actividad del encéfalo terrenal, que subdividimos en cerebro anterior y
cerebelo. El cerebelo es impresionado por
los sentimientos. No hace más que
recibir las imágenes de la voluntad sensitiva y conducirlas al cerebro después
de haberlas elaborado convenientemente. Entonces, el cerebro las acoge y les da
un carácter terrenal mediante una
nueva elaboración, las condenas en correspondencia con su distinta capacidad de
irradiación y las transforma en materia físico-terrenal. De este modo, son
comprimidas según una forma más limitada todavía, dándoles una estructura más
compacta e imprimiéndoles un nuevo carácter propio para la expresión de la
palabra terrenal.
Tal es la actividad del encéfalo
del cuerpo físico de cada hombre terrenal. Ese encéfalo constituye un taller
muy ramificado, una obra maravillosa llena de la más intensa actividad. Y como
el cerebro es el que lleva a cabo lo que podríamos llamar trabajo pesado:
transponer todas las impresiones recibidas del cerebelo, dándoles formas más
pesadas y compactas que, por razón de su mayor densidad, quedan mucho más
estrechamente limitadas para que resulten más claras a la comprensión terrenal
— ese cerebro, digo, se fatiga, por lo que necesita dormir, mientras que el
cerebelo no tiene por qué participar de ese sueño y sigue trabajando
tranquilamente. Tampoco el propio cuerpo necesita dormir, sino solamente reposar, descansar.
El sueño es una necesidad
exclusiva del cerebro.
Pero también esto es fácilmente
concebible y comprensible para vosotros.
Sólo tenéis que examinar todo
esto con tranquilidad y lógica. Pensad, pues, lo siguiente: mientras el cuerpo
descansa, podéis estar despiertos, no necesitáis dormir. Ya lo habréis
experimentado en vosotros mismos. Pero cuando el cerebro — ese cerebro que os
faculta el pensar transformando las
impresiones sensitivas en formas más físicas, más limitadas y más densas —
tiene que reposar, entonces, cesa naturalmente el pensar. Como es evidente,
durante ese descanso del cerebro anterior no podréis pensar nada.
Y esta facultad de pensar es
considerada por vosotros, en la Tierra, como el estado de vela, mientras que
llamáis sueño o inconsciencia a la incapacidad de pensar. Pero no se trata más
que de la llamada consciencia diurna, que
es la actividad exclusiva del cerebro. El cerebelo siempre está despierto.
Ahora, después de esta
desviación, volvamos a ocuparnos del lenguaje de las almas privadas de las
limitadas palabras formadas, en las que sólo existen imágenes que han de dar
forma al concepto. Cuando esas imágenes propias de la voluntad o de las
experiencias vividas de las almas del más allá quieren comunicar algo a los
seres humanos, se imprimen en el cerebelo de éstos exactamente igual que si se
tratase de su propia voluntad. En correspondencia con la naturaleza de ésta, el
cerebelo elabora y transmite rápidamente las imágenes recibidas al cerebro que,
a su vez, condensa las imágenes captadas como corresponde a su género y deja
que se manifiesten en pensamientos, de palabra o por escrito.
Es evidente que muchos hombres
dotados mediunmísticamente creerán escuchar
realmente esas palabras, debido, una vez más, a la acción del cerebro
anterior, que también está relacionado con el órgano de la audición, cuyas impresiones recoge para elaborarlas en
consecuencia.
Ahora bien, en estos casos mencionados, cuando se trata
de la llamada “hipersensible audición” de la materialidad etérea, el cerebro
irradia también hasta el oído — en sentido inverso
y durante el proceso de densificación — las imágenes sensitivas recibidas
del cerebelo. Entonces, el oído se ve obligado a colaborar en la formación de
palabras durante el proceso de elaboración de las mismas, puesto que se ha
establecido la unión y el oído también está dispuesto siempre a recibir.
Por ese camino inverso que conduce hasta el oído
físico, los hombres mediunmísticos lo percibirán, naturalmente, de modo algo
diferente, porque la naturaleza de las vibraciones es distinta de las que
engendran ondas sonoras físicas y llegan al oído del pesado cuerpo terrenal,
que, a su vez, se las transmite al cerebro.
Pero, en ese proceso de la
hipersensibilidad auditiva, no entra en consideración la más pesada
materialidad física externa del oído, sino la materialidad física más sutil,
como muy bien podréis concebir; pues la materialidad externa más pesada es
demasiado tosca y rígida para responder a las vibraciones más sutiles que
llegan del cerebro. Ahí sólo vibra la materialidad física más fina, que es de
la misma afinidad que las vibraciones del cerebro anterior.
Los órganos receptivos o
receptores del oído externo son
influidos eficazmente y movidos solamente por las ondas sonoras más densas venidas del exterior.
Supongo que podréis seguirme
fácilmente en estas consideraciones; por eso me he extendido algo más
detalladamente para hacéroslo todo perfectamente comprensible. Así es, pues, el
proceso de las mediaciones por imágenes en lugar de palabras, tal como proceden
las almas de la materialidad etérea para formar en los hombres terrenales el
concepto de su voluntad.
Así es, también, allí, la
“percepción auditiva” desde dentro de
las almas que se han hecho más luminosas y más ligeras. El proceso sigue un
camino inverso, como sucede en la
materialidad física con la envoltura que, por su densidad, protege, pero
también entorpece, protección que ya no es necesaria en la materialidad etérea.
De este modo, podréis explicaros
fácilmente la circunstancia de que, allí, las almas que no se abren interiormente, son sordas y ciegas; pues ya he explicado en una conferencia anterior,
que la verdadera visión es una visión del
espíritu.
Más de un hombre suspicaz y
especialmente astuto intelectualmente, al que se le designaría mejor como un
ser atado al cerebro físico, opondrá a
esto, tal vez, que las formas de expresión de distintas almas del más allá
a través de uno y el mismo médium, suelen ser también distintas, a pesar de que se emplea como instrumento un cerebro
idéntico.
En realidad, esa circunstancia
debería referirse más bien al hecho de
que, efectivamente, esas almas
emplean un lenguaje articulado para hacerse comprensibles y de que esas
manifestaciones suelen ser hechas, también, en un idioma que el médium no
conoce en absoluto, como el inglés o el francés, latín, japonés, turco y muchos
otros más.
Sin embargo, eso no es admisible,
porque tales manifestaciones se verifican solamente en planos que aún forman parte de la materialidad
física, que, como es sabido, consta de muchas esferas. Allí, el proceso
sigue siendo similar al de la pesada materialidad física de la Tierra. En
algunos médiums, sucede también, que su cerebro es acaparado temporalmente por
los moradores del más allá, para servirse de él como instrumento para
expresarse directamente.
Sólo en la materialidad etérea, que es de naturaleza completamente distinta de
la materialidad física, se modifica también, por esa diferencia, la forma de
expresión de las mismas leyes de la creación, cosa que ya he mencionado
repetidas veces en el Mensaje.
No debéis cometer la falta de
querer reducir mi Mensaje al pequeño mundo de vuestros pensamientos, siendo así
que abarca toda la obra de la creación y se extiende, incluso, más allá de ella
tal como es realmente. No llegaríais
muy lejos procediendo así; pues he comprimido extensiones gigantescas en una
única y pequeña frase, para daros, por lo menos, una visión general lo más
completa posible que os proporcione un punto de apoyo, a fin de que no os veáis
obligados a seguir errando, aturdidos y sin una meta fija, por un terreno que
ni siquiera es la parte más insignificante de vuestro ambiente inmediato. Para
comprender debidamente mi Mensaje, tenéis que trabajarlo.
Por el momento, sólo pretendo
daros relaciones, no detalles.
Solamente cuando hayáis establecido sólidamente la gran correspondencia del
conjunto, podréis entrar en detalles con consciencia del fin que perseguís, sin
que, con ello, perdáis la noción del conjunto.
Cuanto más alto lleguéis, tanto
menos posible será formular esto con palabras, y, por último, no habrá, para
vosotros, más que irradiaciones, puesto
que todo lo demás dejará de existir.
Insisto especialmente en la
expresión: para vosotros: es decir,
para el espíritu humano terrenal, el espíritu de la poscreación hecho forma.
Todo lo demás, todo lo que no esté debajo o al lado de vosotros, no lo podréis
concebir jamás.
Lo que, para vosotros, es
irradiación, todavía es visible, tangible y formado para los más elevados que
vosotros. Así va sucediéndose todo, cada vez más alto, hasta que, finalmente,
sólo lo divino de la esfera divina puede seguir reconociendo las formas. A
partir de ahí, no existe sino Dios mismo, que, por Su insustancialidad, no
puede ser reconocido ni siquiera por los seres de la esfera divina.
Haced que todo esto esté cada vez
más claro para vosotros y utilizad lo que yo os doy sólo después de haberlo trabajado con vistas al presente y a vuestro
ambiente inmediato. No os dejéis llevar de la imaginación elevándoos, con
vuestra voluntad de saber, hasta alturas en que no podréis actuar de ningún
modo ni podréis reconocer nada. Pero es necesario que conozcáis las relaciones de todo esto, si queréis ir como es debido adonde, según la ley,
estáis obligados a residir en un momento dado. ¡Con ese fin os participo las relaciones! Pero ahora, volvamos a
nuestros hilos, suspendidos sobre la actividad que os rodea en continuo
movimiento. Son irradiaciones de mediadores sustanciales situados en la gran
cadena que viene desde arriba. Viene de arriba
a abajo: no debéis olvidarlo; pues, si no, perderéis la relación. Si os lo
expliqué anteriormente de abajo a arriba, fue solo porque, en esa ocasión, yo
me situé en los extremos de esos
hilos suspendidos, a fin de completar la imagen que acabamos de hacer surgir
ante nosotros.
Se trata, pues, de hilos de muy
diversas especies. Su origen se halla en la irradiación de los seres en
cuestión, que han recibido la fuerza transmitida por los respectivos mediadores
situados más alto que ellos, y la han vuelto a transmitir, verificándose así
una modificación del flujo, con lo que la irradiación se adapta a la especie más próxima en sentido
descendente.
A través de esos hilos, los
hombres terrenales pueden obtener fortalecimiento para toda virtud y para toda buena voluntad. En todo instante; pues esos hilos penden siempre sobre vosotros, siempre están
dispuestos, y sólo esperan a que vosotros sintáis deseos de ellos.
Voy a hablaros de una sola especie, para que sepáis cómo
se desarrollan estos procesos observando rigurosamente las leyes originarias de
la creación y por la acción de estas mismas.
Isabel, la Reina Originaria de la
feminidad, reúne en su perfección todas las
virtudes y prerrogativas.
De ella emanan, pues, las
irradiaciones correspondientes a su naturaleza y descienden hasta la región de
la divinidad, penetrando después en el reino de la espiritualidad originaria,
donde se encuentran las numerosas gradaciones de todas las criaturas
originarias.
En cada escalón más abajo, las
irradiaciones se disocian en distintas especies componentes, que se incorporan
sin más en la sustancialidad como reproducciones de su origen; es decir, como
reproducciones de Isabel, el punto de partida de dichas irradiaciones. Esto se
verifica en la sustancialidad y en la espiritualidad, ya que ambas especies de irradiación parten de
la Reina Originaria, la cual las mantiene concentradas
en sí.
Las formas se constituyen
exactamente según la especie muy determinada de las respectivas irradiaciones
que personifican y que son ellas
mismas. Naturalmente, se producen distintos matices en el aspecto o apariencia
de las reproducciones, que expresarán siempre, con claridad y precisión, lo contenido en la especie de
irradiación en cuestión y su actividad.
Así van surgiendo, por último,
cada vez más especies particulares personificadas. En otros tiempos, fueron
consideradas como diosas y dioses por los pueblos antiguos, ya que, en aquel
entonces, los hombres no podían ver, todavía, demasiado lejos y pensaron que
las mediadoras de esas irradiaciones constituían, ya, los puntos de partida
propiamente dichos, por lo que las consideraron como lo más sublime que había.
Por eso, si, ahora, lo
consideramos a partir de los espíritus humanos en sentido inverso; es decir,
hacia arriba, hallaremos muchas de esas mediadoras en la sustancialidad y,
también, mediadores. Por su mediación, cada hombre terrenal puede obtener todo, a condición de que lo desee con
absoluta pureza: la castidad — que es, en realidad, muy distinta a como se han
imaginado los hombres — la fidelidad, la fecundidad, la sinceridad, el encanto
natural, la modestia, la diligencia (vibrando en la ley del movimiento) y
muchas otras cosas más. En cada caso particular, se ha personificado una
mediadora para todo lo femenino, lo mismo que existe un mediador para todo lo
masculino, tal como, por ejemplo, para la fuerza, el valor, la intrepidez, la
destreza, el auténtico y puro señorío, y todo lo demás que no es preciso
mencionar aquí, porque sólo quiero daros una idea aproximada para mejor
comprensión de lo que os expongo hoy.
De cada uno de esos mediadores —
que se hicieron necesarios por las disociaciones de elementos particulares —
parten esos hilos que os he descrito. Y cada uno de esos mediadores tiene, a su
vez, un sinfín de asistentes a su alrededor que se manifiestan en las
irradiaciones. ¡Una gozosa agitación reina en toda esa actividad!
Mas si hoy, en la época actual, os
fijáis en esos hilos, un cuadro desolador se ofrecerá a vuestra mirada; pues
muchos hilos, mejor dicho, la mayoría de ellos penden lamentablemente, sin
poder establecer la unión con los hombres terrenales. Ondean sin consistencia,
sin utilidad ninguna, sin tener acogida en los puntos para los que el Amor
auxiliador los había destinado.
Esos hilos así suspendidos dan
testimonio de vuestra culpa, hombres
terrenales, lo mismo que muchas otras cosas se alzan proclamando vuestra culpa
en la creación y ante el Creador, que tanto os ha colmado de Su Amor hasta el
presente y que tantas facilidades os ha dado en las sagradas leyes, para
reconocer exactamente los caminos que debíais seguir.
¡Cuánto habréis de avergonzaros
cuando llegue el día del conocimiento! Vosotros, hombres, sois los únicos que
no transmitís exactamente lo recibido, los únicos que, en este caso, habéis
fracasado como mediadores, porque ha mucho tiempo ya que no sois capaces de
recibir.
No queda mucho que decir sobre
este particular. Afligidos están todos los mediadores de la sustancialidad
estrechamente relacionados con vosotros, hombres. Con ademán acusador, alzan
los hilos que también debían aportarles a ellos, por el empleo dado por los
seres humanos, un flujo recíproco que diera más vitalidad y más vistoso
colorido a la uniformidad de esa acción exclusivamente irradiante,
confiriéndole, así, una mayor potencia, una mayor incandescencia que
proporcionara muchas más bendiciones. Pero los hilos se han desecado en sus
extremos y se atrofian.
Sólo los mediadores que están en
relación con animales, piedras y plantas, se mantienen aún firmes y gozosos;
pues sus hilos radiantes se hallan fuertemente tensados en el circuito alterno,
por ese “dar y tomar” que debe existir ahí también, obedeciendo alegremente la
ley de la creación, agradeciendo que se ofrezca esa posibilidad por el
universal Amor de Dios que se manifiesta ahí.
Así, por los erróneos pensamientos que habéis cultivado,
habéis hecho un desgarrón antiestético y nocivo en el cuadro que representa
esta parte de la trama de la creación, tan estrechamente unida a vosotros.
Disemináis la fealdad a vuestro alrededor ¡oh hombres! adondequiera que vais,
dondequiera que estáis. Allí donde vuestros pensamientos han podido llegar,
habéis destruido la armonía y, por tanto, la belleza, así como la posibilidad
de madurar conforme a las leyes. ¡De muchas cosas sois responsables y mucho es,
también, lo que tenéis que expiar!
* * *
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
No hay comentarios.:
Publicar un comentario