viernes, 30 de diciembre de 2022

31. ¡HILOS LUMINOSOS SOBRE VOSOTROS!

 

31. ¡HILOS LUMINOSOS SOBRE VOSOTROS!

AGRUPAD AHORA las conferencias que os he dado sobre lo sustancial y el medio ambiente inmediato de los hombres terrenales, en las que os hablé del continuo movimiento ondulatorio que os rodea constantemente, y tratad de reunir en una imagen única esas conferencias que acabo de mencionar.

No es nada difícil. Muy pronto, podréis reconocer fácilmente las relaciones de los acontecimientos entre sí y con vosotros mismos. Dad movimiento a todo esto en vuestra imaginación como si se tratase de las piezas de un rompecabezas. Considerad primeramente los efectos aislados, uno tras otro, en las distintas direcciones, y consideradlos después influenciándose conjuntamente entre sí: veréis que, con el tiempo, esa imagen se desplegará vivamente ante vosotros.

Intentad ver, a tal efecto, cómo cada mal pensamiento o mala volición recorre el telar cual una sombra, enturbiando la claridad más o menos y destruyendo la belleza aquí y allá, mientras que los buenos pensamientos o buenas voliciones atraviesan los hilos iluminándolos, diseminando belleza y esplendor por el camino que siguen.

Pronto os será tan familiar el mecanismo, que constituirá, para vosotros, un sostén que nos os dejará pensar o querer y, por último, obrar más que el bien.

No escatiméis esfuerzos a tal fin: obtendréis una abundante recompensa que nadie podrá reducir. Y cuando tengáis ante vosotros la imagen viva, añadid, entonces, algo más que sirva de remate y dé al cuadro el marco que merece.

Imaginad como una bóveda de luminosos y delicados hilos, que penden sobre “la actividad de vuestro alrededor” como un diáfano velo que exhala un exquisito perfume capaz de vivificar y fortalecer de un modo muy particular, en cuanto se es consciente de él y se le toma en consideración.

Son innumerables hilos que llevan en sí múltiples posibilidades de utilización y que están dispuestos en todo tiempo a descender hasta los puntos donde se manifiesta un ardiente deseo de ellos.

Tan pronto como, en el engranaje inferior, luce una chispa insignificante que puede dar lugar a una aspiración, a un ruego o ardiente deseo, se tienden inmediatamente, hacia dicha chispa, hilos afines, se unen a ella magnéticamente y la intensifican de suerte que pueda volverse más luminosa y clara, para arrojar de su alrededor todo lo tenebroso o turbio. Y si llega a convertirse en fulgurante llama, abrasará todos los puntos en que aún esté sujeto, a las Tinieblas o al mal, ese cordón en el que ella trata de evolucionar. De este modo, ese cordón quedará libre rápidamente de todo lo que le retiene abajo.

Pero sólo luminosos y puros deseos o ruegos pueden conseguir unirse con los hilos luminosos que penden continuamente sobre el engranaje de que un alma humana o un hombre terrenal está rodeado siempre. Deseos tenebrosos nunca encontrarán allí un sostén, porque no podrán establecer la requerida unión.

La unión con esos hilos procedentes de la sustancialidad se verifica, para cada hombre terrenal, a través de la envoltura o cuerpo de la materialidad física media, que se ha dado en llamar astral. Este es penetrado por la irradiación del alma conforme a cada uno de los impulsos de la misma. Si estos impulsos son de naturaleza tenebrosa, los hilos luminosos prestos a entrar en acción no podrán dar acceso a su ayuda. Sólo cuando los impulsos sean luminosos, el cuerpo astral podrá irradiar de tal modo, que se abra por sí mismo a los hilos procedentes de las alturas, hilos que tendrán la misma afinidad que los respectivos impulsos del alma.

Así pues, ese cuerpo astral de la materialidad física media es, en sí, la puerta de entrada y salida del alma. En realidad, los mencionados hilos actúan en la materialidad física media — llamada astral — y, por su mediación, surten efectos correspondientes a la naturaleza de su irradiación.

Imaginaos todo eso: es tan sencillo y, al mismo tiempo, tan seguro y justo, que nunca podrá darse el caso de que un pensamiento o una volición cualquiera hacia el bien quede sin ayuda. Así de sencillo se le hace al hombre siempre. Demasiado sencillo para que, por su singular forma de ser, dé a esos procesos el valor que les corresponde y que llevan en sí.

Pero para que no quede ninguna laguna en vuestra facultad de imaginación, voy a indicaros también el origen de esos hilos; pues, si no, pensaréis que cuelgan en el aire, lo que es absolutamente imposible, ya que, en la creación, todo tiene un punto de partida determinado y ha de tenerlo necesariamente, porque sin él no podría existir nada.

Los hilos son las irradiaciones de numerosos mediadores sustanciales que aún no os son familiares en cuanto a su actividad, pero que ya han sido bien conocidos de pueblos antiguos.

Del mismo modo que vosotros, en calidad de espíritus humanos, debíais ser, en la Tierra, colectores y, después, mediadores para transmitir todas las irradiaciones de los espíritus humanos más maduros que vosotros, situados en planos más elevados de la creación; así como éstos obran de la misma suerte respecto a otros espíritus humanos todavía más maduros, más altos y luminosos, hasta llegar a establecerse la unión con el Paraíso, donde residen los perfectos y completos espíritus humanos de esta poscreación realizando una gozosa labor, los cuales, a su vez, también tienen contacto, gracias a una cadena intermedia, con las criaturas originarias más perfectas de la espiritualidad originaria, así también, del mismo modo y en el mismo orden, sucede con todas las sustancialidades que colaboran con vosotros a proporcionar ayuda en la creación, si bien están siempre medio grado más altas que vosotros.

Todo lo que despliega su actividad junto a vosotros o debajo de vosotros también está unido a vosotros en parte, pero no de esa manera. Pero, por el momento, prosigamos con los hilos de que os he hablado.

Los hilos son tan variados que no hay nada en que el hombre terrenal y, también, el alma ya alejada de la Tierra, no puedan encontrar ayuda, confortamiento, consuelo y apoyo, en el instante preciso en que sus deseos o ruegos tengan una intensidad muy determinada en cuanto a la sinceridad de la voluntad. No antes: pues las palabras formadas no bastan nunca por sí solas para establecer la unión. Un pensamiento pasajero, tampoco.

Tiene que tratarse de aspiraciones o deseos ardientes, verdaderos, sinceros, sin pensamientos calculadores, sin esperar recompensa, sin que sea algo aprendido, porque nada de eso puede salir del corazón o del alma; pues, para ello, la palabra terrenal formada ata, ya, demasiado fuertemente. La palabra terrenal sólo puede dar una dirección a la voluntad de un alma; constituye solamente una calle del camino que quiere seguir el sentimiento. Sin embargo, nunca debe ser eso todo.

Si el ser humano no puede coordinar ambas: la palabra con su voluntad; si le es preciso pensar demasiado en la exacta formación de sus palabras, es preferible rezar, agradecer o rogar con sentimiento, sin palabras. Pues, entonces, seguro que la oración será pura. La forma fija de la palabra enturbia con demasiada facilidad y comprime todo sentimiento.

Mucho más hermoso y, también, más eficaz sería que pudieseis prescindir de vuestras palabras y, en su lugar, dejarais surgir solamente una imagen espiritual en la que pudieseis verter el sentimiento grande y puro. Debéis de intentar lo que os resulte más fácil y no os reprima.

Es el alma la que habla cuando prescindís de palabras terrenales. El alma tal como hablará cuando se haya alejado de la Tierra y de todos los planos de materialidad física; pues, entonces, la palabra quedará atrás.

Es probable que, en vuestro fuero interno, os preguntéis nuevamente cómo es que almas residentes en la materialidad etérea pueden seguir hablando a través de personas dotadas de facultades mediunmísticas, o que éstas oigan hablar a tales almas, registrando y transmitiendo lo que dicen, ya sea por escrito, ya sea oralmente. Ya sé que muchas de esas preguntas se suscitan en vosotros en seguida.

Mas si investigáis profundamente en mi Mensaje, hallaréis en seguida la respuesta a todas esas preguntas, que no son sino dudas de vuestro intelecto. Basta con que acojáis debidamente lo que yo os digo: entonces, vosotros mismos podréis ir reconstruyendo tan lógicamente, que ya no pueda suscitarse ninguna duda más.

Hace, ya, mucho, os expliqué la actividad del encéfalo terrenal, que subdividimos en cerebro anterior y cerebelo. El cerebelo es impresionado por los sentimientos. No hace más que recibir las imágenes de la voluntad sensitiva y conducirlas al cerebro después de haberlas elaborado convenientemente. Entonces, el cerebro las acoge y les da un carácter terrenal mediante una nueva elaboración, las condenas en correspondencia con su distinta capacidad de irradiación y las transforma en materia físico-terrenal. De este modo, son comprimidas según una forma más limitada todavía, dándoles una estructura más compacta e imprimiéndoles un nuevo carácter propio para la expresión de la palabra terrenal.

Tal es la actividad del encéfalo del cuerpo físico de cada hombre terrenal. Ese encéfalo constituye un taller muy ramificado, una obra maravillosa llena de la más intensa actividad. Y como el cerebro es el que lleva a cabo lo que podríamos llamar trabajo pesado: transponer todas las impresiones recibidas del cerebelo, dándoles formas más pesadas y compactas que, por razón de su mayor densidad, quedan mucho más estrechamente limitadas para que resulten más claras a la comprensión terrenal — ese cerebro, digo, se fatiga, por lo que necesita dormir, mientras que el cerebelo no tiene por qué participar de ese sueño y sigue trabajando tranquilamente. Tampoco el propio cuerpo necesita dormir, sino solamente reposar, descansar.

El sueño es una necesidad exclusiva del cerebro.

Pero también esto es fácilmente concebible y comprensible para vosotros.

Sólo tenéis que examinar todo esto con tranquilidad y lógica. Pensad, pues, lo siguiente: mientras el cuerpo descansa, podéis estar despiertos, no necesitáis dormir. Ya lo habréis experimentado en vosotros mismos. Pero cuando el cerebro — ese cerebro que os faculta el pensar transformando las impresiones sensitivas en formas más físicas, más limitadas y más densas — tiene que reposar, entonces, cesa naturalmente el pensar. Como es evidente, durante ese descanso del cerebro anterior no podréis pensar nada.

Y esta facultad de pensar es considerada por vosotros, en la Tierra, como el estado de vela, mientras que llamáis sueño o inconsciencia a la incapacidad de pensar. Pero no se trata más que de la llamada consciencia diurna, que es la actividad exclusiva del cerebro. El cerebelo siempre está despierto.

Ahora, después de esta desviación, volvamos a ocuparnos del lenguaje de las almas privadas de las limitadas palabras formadas, en las que sólo existen imágenes que han de dar forma al concepto. Cuando esas imágenes propias de la voluntad o de las experiencias vividas de las almas del más allá quieren comunicar algo a los seres humanos, se imprimen en el cerebelo de éstos exactamente igual que si se tratase de su propia voluntad. En correspondencia con la naturaleza de ésta, el cerebelo elabora y transmite rápidamente las imágenes recibidas al cerebro que, a su vez, condensa las imágenes captadas como corresponde a su género y deja que se manifiesten en pensamientos, de palabra o por escrito.

Es evidente que muchos hombres dotados mediunmísticamente creerán escuchar realmente esas palabras, debido, una vez más, a la acción del cerebro anterior, que también está relacionado con el órgano de la audición, cuyas impresiones recoge para elaborarlas en consecuencia.

Ahora bien, en estos casos mencionados, cuando se trata de la llamada “hipersensible audición” de la materialidad etérea, el cerebro irradia también hasta el oído — en sentido inverso y durante el proceso de densificación — las imágenes sensitivas recibidas del cerebelo. Entonces, el oído se ve obligado a colaborar en la formación de palabras durante el proceso de elaboración de las mismas, puesto que se ha establecido la unión y el oído también está dispuesto siempre a recibir.

Por ese camino inverso que conduce hasta el oído físico, los hombres mediunmísticos lo percibirán, naturalmente, de modo algo diferente, porque la naturaleza de las vibraciones es distinta de las que engendran ondas sonoras físicas y llegan al oído del pesado cuerpo terrenal, que, a su vez, se las transmite al cerebro.

Pero, en ese proceso de la hipersensibilidad auditiva, no entra en consideración la más pesada materialidad física externa del oído, sino la materialidad física más sutil, como muy bien podréis concebir; pues la materialidad externa más pesada es demasiado tosca y rígida para responder a las vibraciones más sutiles que llegan del cerebro. Ahí sólo vibra la materialidad física más fina, que es de la misma afinidad que las vibraciones del cerebro anterior.

Los órganos receptivos o receptores del oído externo son influidos eficazmente y movidos solamente por las ondas sonoras más densas venidas del exterior.

Supongo que podréis seguirme fácilmente en estas consideraciones; por eso me he extendido algo más detalladamente para hacéroslo todo perfectamente comprensible. Así es, pues, el proceso de las mediaciones por imágenes en lugar de palabras, tal como proceden las almas de la materialidad etérea para formar en los hombres terrenales el concepto de su voluntad.

Así es, también, allí, la “percepción auditiva” desde dentro de las almas que se han hecho más luminosas y más ligeras. El proceso sigue un camino inverso, como sucede en la materialidad física con la envoltura que, por su densidad, protege, pero también entorpece, protección que ya no es necesaria en la materialidad etérea.

De este modo, podréis explicaros fácilmente la circunstancia de que, allí, las almas que no se abren interiormente, son sordas y ciegas; pues ya he explicado en una conferencia anterior, que la verdadera visión es una visión del espíritu.

Más de un hombre suspicaz y especialmente astuto intelectualmente, al que se le designaría mejor como un ser atado al cerebro físico, opondrá a esto, tal vez, que las formas de expresión de distintas almas del más allá a través de uno y el mismo médium, suelen ser también distintas, a pesar de que se emplea como instrumento un cerebro idéntico.

En realidad, esa circunstancia debería referirse más bien al hecho de que, efectivamente, esas almas emplean un lenguaje articulado para hacerse comprensibles y de que esas manifestaciones suelen ser hechas, también, en un idioma que el médium no conoce en absoluto, como el inglés o el francés, latín, japonés, turco y muchos otros más.

Sin embargo, eso no es admisible, porque tales manifestaciones se verifican solamente en planos que aún forman parte de la materialidad física, que, como es sabido, consta de muchas esferas. Allí, el proceso sigue siendo similar al de la pesada materialidad física de la Tierra. En algunos médiums, sucede también, que su cerebro es acaparado temporalmente por los moradores del más allá, para servirse de él como instrumento para expresarse directamente.

Sólo en la materialidad etérea, que es de naturaleza completamente distinta de la materialidad física, se modifica también, por esa diferencia, la forma de expresión de las mismas leyes de la creación, cosa que ya he mencionado repetidas veces en el Mensaje.

No debéis cometer la falta de querer reducir mi Mensaje al pequeño mundo de vuestros pensamientos, siendo así que abarca toda la obra de la creación y se extiende, incluso, más allá de ella tal como es realmente. No llegaríais muy lejos procediendo así; pues he comprimido extensiones gigantescas en una única y pequeña frase, para daros, por lo menos, una visión general lo más completa posible que os proporcione un punto de apoyo, a fin de que no os veáis obligados a seguir errando, aturdidos y sin una meta fija, por un terreno que ni siquiera es la parte más insignificante de vuestro ambiente inmediato. Para comprender debidamente mi Mensaje, tenéis que trabajarlo.

Por el momento, sólo pretendo daros relaciones, no detalles. Solamente cuando hayáis establecido sólidamente la gran correspondencia del conjunto, podréis entrar en detalles con consciencia del fin que perseguís, sin que, con ello, perdáis la noción del conjunto.

Cuanto más alto lleguéis, tanto menos posible será formular esto con palabras, y, por último, no habrá, para vosotros, más que irradiaciones, puesto que todo lo demás dejará de existir.

Insisto especialmente en la expresión: para vosotros: es decir, para el espíritu humano terrenal, el espíritu de la poscreación hecho forma. Todo lo demás, todo lo que no esté debajo o al lado de vosotros, no lo podréis concebir jamás.

Lo que, para vosotros, es irradiación, todavía es visible, tangible y formado para los más elevados que vosotros. Así va sucediéndose todo, cada vez más alto, hasta que, finalmente, sólo lo divino de la esfera divina puede seguir reconociendo las formas. A partir de ahí, no existe sino Dios mismo, que, por Su insustancialidad, no puede ser reconocido ni siquiera por los seres de la esfera divina.

Haced que todo esto esté cada vez más claro para vosotros y utilizad lo que yo os doy sólo después de haberlo trabajado con vistas al presente y a vuestro ambiente inmediato. No os dejéis llevar de la imaginación elevándoos, con vuestra voluntad de saber, hasta alturas en que no podréis actuar de ningún modo ni podréis reconocer nada. Pero es necesario que conozcáis las relaciones de todo esto, si queréis ir como es debido adonde, según la ley, estáis obligados a residir en un momento dado. ¡Con ese fin os participo las relaciones! Pero ahora, volvamos a nuestros hilos, suspendidos sobre la actividad que os rodea en continuo movimiento. Son irradiaciones de mediadores sustanciales situados en la gran cadena que viene desde arriba. Viene de arriba a abajo: no debéis olvidarlo; pues, si no, perderéis la relación. Si os lo expliqué anteriormente de abajo a arriba, fue solo porque, en esa ocasión, yo me situé en los extremos de esos hilos suspendidos, a fin de completar la imagen que acabamos de hacer surgir ante nosotros.

Se trata, pues, de hilos de muy diversas especies. Su origen se halla en la irradiación de los seres en cuestión, que han recibido la fuerza transmitida por los respectivos mediadores situados más alto que ellos, y la han vuelto a transmitir, verificándose así una modificación del flujo, con lo que la irradiación se adapta a la especie más próxima en sentido descendente.

A través de esos hilos, los hombres terrenales pueden obtener fortalecimiento para toda virtud y para toda buena voluntad. En todo instante; pues esos hilos penden siempre sobre vosotros, siempre están dispuestos, y sólo esperan a que vosotros sintáis deseos de ellos.

Voy a hablaros de una sola especie, para que sepáis cómo se desarrollan estos procesos observando rigurosamente las leyes originarias de la creación y por la acción de estas mismas.

Isabel, la Reina Originaria de la feminidad, reúne en su perfección todas las virtudes y prerrogativas.

De ella emanan, pues, las irradiaciones correspondientes a su naturaleza y descienden hasta la región de la divinidad, penetrando después en el reino de la espiritualidad originaria, donde se encuentran las numerosas gradaciones de todas las criaturas originarias.

En cada escalón más abajo, las irradiaciones se disocian en distintas especies componentes, que se incorporan sin más en la sustancialidad como reproducciones de su origen; es decir, como reproducciones de Isabel, el punto de partida de dichas irradiaciones. Esto se verifica en la sustancialidad y en la espiritualidad, ya que ambas especies de irradiación parten de la Reina Originaria, la cual las mantiene concentradas en sí.

Las formas se constituyen exactamente según la especie muy determinada de las respectivas irradiaciones que personifican y que son ellas mismas. Naturalmente, se producen distintos matices en el aspecto o apariencia de las reproducciones, que expresarán siempre, con claridad y precisión, lo contenido en la especie de irradiación en cuestión y su actividad.

Así van surgiendo, por último, cada vez más especies particulares personificadas. En otros tiempos, fueron consideradas como diosas y dioses por los pueblos antiguos, ya que, en aquel entonces, los hombres no podían ver, todavía, demasiado lejos y pensaron que las mediadoras de esas irradiaciones constituían, ya, los puntos de partida propiamente dichos, por lo que las consideraron como lo más sublime que había.

Por eso, si, ahora, lo consideramos a partir de los espíritus humanos en sentido inverso; es decir, hacia arriba, hallaremos muchas de esas mediadoras en la sustancialidad y, también, mediadores. Por su mediación, cada hombre terrenal puede obtener todo, a condición de que lo desee con absoluta pureza: la castidad — que es, en realidad, muy distinta a como se han imaginado los hombres — la fidelidad, la fecundidad, la sinceridad, el encanto natural, la modestia, la diligencia (vibrando en la ley del movimiento) y muchas otras cosas más. En cada caso particular, se ha personificado una mediadora para todo lo femenino, lo mismo que existe un mediador para todo lo masculino, tal como, por ejemplo, para la fuerza, el valor, la intrepidez, la destreza, el auténtico y puro señorío, y todo lo demás que no es preciso mencionar aquí, porque sólo quiero daros una idea aproximada para mejor comprensión de lo que os expongo hoy.

De cada uno de esos mediadores — que se hicieron necesarios por las disociaciones de elementos particulares — parten esos hilos que os he descrito. Y cada uno de esos mediadores tiene, a su vez, un sinfín de asistentes a su alrededor que se manifiestan en las irradiaciones. ¡Una gozosa agitación reina en toda esa actividad!

Mas si hoy, en la época actual, os fijáis en esos hilos, un cuadro desolador se ofrecerá a vuestra mirada; pues muchos hilos, mejor dicho, la mayoría de ellos penden lamentablemente, sin poder establecer la unión con los hombres terrenales. Ondean sin consistencia, sin utilidad ninguna, sin tener acogida en los puntos para los que el Amor auxiliador los había destinado.

Esos hilos así suspendidos dan testimonio de vuestra culpa, hombres terrenales, lo mismo que muchas otras cosas se alzan proclamando vuestra culpa en la creación y ante el Creador, que tanto os ha colmado de Su Amor hasta el presente y que tantas facilidades os ha dado en las sagradas leyes, para reconocer exactamente los caminos que debíais seguir.

¡Cuánto habréis de avergonzaros cuando llegue el día del conocimiento! Vosotros, hombres, sois los únicos que no transmitís exactamente lo recibido, los únicos que, en este caso, habéis fracasado como mediadores, porque ha mucho tiempo ya que no sois capaces de recibir.

No queda mucho que decir sobre este particular. Afligidos están todos los mediadores de la sustancialidad estrechamente relacionados con vosotros, hombres. Con ademán acusador, alzan los hilos que también debían aportarles a ellos, por el empleo dado por los seres humanos, un flujo recíproco que diera más vitalidad y más vistoso colorido a la uniformidad de esa acción exclusivamente irradiante, confiriéndole, así, una mayor potencia, una mayor incandescencia que proporcionara muchas más bendiciones. Pero los hilos se han desecado en sus extremos y se atrofian.

Sólo los mediadores que están en relación con animales, piedras y plantas, se mantienen aún firmes y gozosos; pues sus hilos radiantes se hallan fuertemente tensados en el circuito alterno, por ese “dar y tomar” que debe existir ahí también, obedeciendo alegremente la ley de la creación, agradeciendo que se ofrezca esa posibilidad por el universal Amor de Dios que se manifiesta ahí.

Así, por los erróneos pensamientos que habéis cultivado, habéis hecho un desgarrón antiestético y nocivo en el cuadro que representa esta parte de la trama de la creación, tan estrechamente unida a vosotros. Disemináis la fealdad a vuestro alrededor ¡oh hombres! adondequiera que vais, dondequiera que estáis. Allí donde vuestros pensamientos han podido llegar, habéis destruido la armonía y, por tanto, la belleza, así como la posibilidad de madurar conforme a las leyes. ¡De muchas cosas sois responsables y mucho es, también, lo que tenéis que expiar!

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EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio

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