viernes, 30 de diciembre de 2022

32. LA REINA ORIGINARIA

 

32. LA REINA ORIGINARIA

DESDE SIEMPRE, vibra en los hombres un cierto conocimiento de la Reina Originaria, que algunos también llaman Madre Originaria o Reina de los Cielos. Existen muchas designaciones más y, como siempre, al dar una designación, los hombres se imaginan algo muy definido que se corresponde aproximadamente con la respectiva designación, que, en verdad, no tiene más finalidad que hacer surgir una imagen en espíritu.

Como es natural, esa imagen se rige por la naturaleza de la respectiva designación y — no en último grado — por la idiosincrasia y educación del hombre que, al oír hablar de ello, deja surgir en sí la imagen. Ahora bien, una designación distinta implica siempre una imagen también distinta: no podía ser de otro modo tratándose de espíritus humanos. La designación con palabras suscita una imagen, y ésta, a su vez, forma consecuentemente el concepto. Tal es el orden que sigue el ciclo en que se mueve el hombre terrenal o, mejor dicho, el espíritu humano encarnado.

Pero una vez que ha abandonado la Tierra, desaparece también, para él, la designación por medio de palabras — tal como se exige y se conoce durante la estancia en la Tierra — no quedando más que la imagen, que, entonces, debe dar forma al concepto en él.

La palabra terrenal y la imagen que surge en el espíritu son, pues, para el espíritu humano, utensilios para dar forma al concepto. A estos utensilios se añaden, finalmente, el color y el sonido, a fin de completar debidamente el concepto. Cuanto más alto llegue el espíritu humano en la creación, tanto más intensamente se dejarán sentir los efectos del color y del sonido, que, en realidad, no son dos cosas separadas, sino una sola. Al hombre le parecen dos porque, dada su naturaleza terrenal, no es capaz de concebirlos como una unidad. Ahora bien, esa cooperación del color y del sonido a la formación de un concepto podemos hallarla, ya, aquí en la Tierra, en la materialidad física, si bien poco pronunciada relativamente; pues, frecuentemente, cuando se trata de la formación de un concepto sobre un ser humano, la elección que él hace de los colores de su ambiente y de sus vestidos desempeña un papel que no es de despreciar, aun cuando, en la mayoría de los casos, esa elección se efectúe inconscientemente.

Y al hablar, la variada entonación empleada voluntaria o involuntariamente, subraya formalmente lo dicho aquí o allá, destacándolo y, como se dice muy exactamente, “acentuándolo” para causar con lo dicho una “impresión” muy determinada, lo que no significa otra cosa que querer hacer surgir, así, en los auditores, el concepto justo.

También es cierto que, en la mayoría de los casos, eso se consigue; porque, en efecto, una entonación adecuada facilita a los auditores la “representación” exacta de lo dicho.

Como es natural, tampoco sucede de otra suerte en cuanto a las consecuencias de las distintas designaciones dadas a la Reina Originaria. Con la designación: Reina Originaria, se suscita una imagen completamente distinta de la que despierta la designación: Madre Originaria. Por otro lado, la expresión “Madre Originaria” evoca una unión más íntima, más profunda, mientras que “Reina Originaria” provoca inmediatamente un cierto sentimiento de alejamiento muy justificado.

Pero precisamente todo lo de ese dominio seguirá siendo siempre, para el ser humano, un concepto vago y nebuloso, dado que, con cada intento de comprender, sólo se puede conseguir una restricción, una reducción considerable de lo esencial, por lo que no reproduce lo que es realmente.

Sin embargo, voy a decir algo sobre este particular, porque, si no, la malsana imaginación humana, excitada y guiada también por la presunción en una dirección determinada, creará concepciones que, como siempre, tratarán de poner ostentosamente en primer plano una cierta importancia y estimación del espíritu humano terrenal.

Para que eso no pueda suceder y a fin de evitar errores, voy a tratar esta cuestión, más que nada porque hay mucho falso en los conceptos ya existentes hoy día.

Ahí entran en juego demasiados pensamientos personales y deseos humanos. Y eso siempre causa confusión cuando se trata de cosas que el hombre no puede concebir en absoluto, sino que sólo le es dado recibirlas sencillamente de lo alto, a condición de que prepare debidamente el terreno en sí para acogerlas, lo cual exige una humildad que el hombre de la época actual no posee.

Para que la confusión sea mayor todavía, muchos hombres llaman, también, Reina de los Cielos a la madre terrenal de Jesús, lo que no habría podido ser a pocos conocimientos que se tuvieran de las rigurosas leyes originarias de la creación; pues, por ser espíritu humano terrenal, María de Nazaret no puede ser nunca Reina de los Cielos.

Asimismo, las inspiraciones y apariciones que algunos artistas y otros hombres han tenido de la Reina de los Cielos coronada, no se han referido nunca a María de Nazaret, si es que han sido efectivamente imágenes venidas de arriba. En muchos casos, no fueron más que productos de la propia imaginación.

Las auténticas apariciones, sin embargo, han mostrado siempre imágenes de Isabel con el niño Parsifal o, también, sin él. Pero nunca han sido otra cosa más que imágenes móviles dadas por guías; jamás Isabel misma, que no puede ser contemplada por hombres.

Sin embargo, tales imágenes no han sido comprendidas nunca por los seres humanos. Se trataba efectivamente de la Reina de los Cielos: en eso tenían razón; pues también es cierto que la mayoría ha dirigido hacia ella sus ardientes deseos y plegarias; pero no era idéntica con María de Nazaret. Una vez más, los humanos se han compuesto ellos mismos algo, sin encontrar la verdadera relación, la relación propiamente dicha. Desgraciadamente, siempre obran tal como ellos se lo imaginan, y creen que eso debe ser también lo acertado, cuando la verdad es que no son capaces en modo alguno de llegar mentalmente hasta la divinidad.

También en esto, los hombres han ocasionado cuantiosos daños por esa pretensión de querer saberlo todo por sí solos, lo que dificultó indeciblemente el camino a María de Nazaret. Fue un suplicio para ella, tener que ligarse por fuerza a esos caminos falsos de los hombres terrenales, por culpa de estos mismos.

Tales errores tienen un origen muy comprensible en la plaga más grande y hostil a la ley que ha hecho presa en los espíritus humanos: su pereza espiritual, que, bajo el dominio del intelecto, hace de ellos presuntuosos seres atados a la Tierra o les arrastra al extremo opuesto, si sienten inclinaciones religiosas, llevándoles a concebir las ideas más increíblemente pueriles. Las llamo expresamente pueriles porque no tienen nada de cándido; pues lo cándido posee en sí muchas formas sanas, mientras que el pretencioso comportamiento de esos seres atados a la Tierra y la pueril imaginación no dan más resultado que una obra incompleta, malsana y sin ilación.

Por eso, vuelvo a exhortar hoy: ¡Aprended a recibir, oh hombres! Sólo así podréis llegar a ser verdaderamente grandes en esta creación.

Eso lo es todo para vosotros si queréis ser felices y versados. Pero tenéis que aveniros a ello; si no, nunca obtendréis nada. He ahí por qué se os ha negado, hasta el presente, poder gozar de las verdaderas delicias de esta creación.

Pero a vosotros, a los que queréis recibir, puedo explicaros muchas cosas hoy, si es que habéis asimilado debidamente la conferencia “Lo sustancial”; pues ella os capacita para comprenderme, ya que había de preceder necesariamente a las aclaraciones que irán sucediéndose poco a poco.

Ya he hablado también, en el Mensaje, de la Reina Originaria de la feminidad, que lleva el nombre de “Isabel”. En sí considerado, la denominación: Madre Originaria está correctamente empleada, solo que el hombre ha de imaginarse, también, lo correcto si quiere aproximarse a la verdad contenida en el concepto.

Ese “imaginarse” es la imagen de que he hablado, la cual constituye el utensilio para la formación del concepto en la actividad del espíritu humano.

Dejad, pues, primeramente, que surjan ante vosotros mis conferencias sobre lo sustancial, en las que dije que lo femenino y, por tanto, también la mujer, constituye siempre la transición, el puente tendido de un plano de la creación a otro, hacia abajo y hacia arriba.

Esa es una ley que se impone en el plano donde la consciencia personal de las diferentes especies de seres es capaz de imponerse. Y ese plano se encuentra primeramente en la divinidad, en la región divina.

Ya sabéis que sólo Dios es insustancial.

Todo lo demás es sustancial, y sustanciales son, en primer lugar, los Arcángeles, que son como las columnas del trono. Estos vibran aún, de manera perfecta y exclusiva, en la Voluntad de Dios, sin querer ninguna otra cosa por su parte. Y como no hay nada en la creación que no adquiera forma espontáneamente según la ley de Dios, esos ángeles — que no ponen en acción una voluntad propia, sino que vibran únicamente en la Voluntad de Dios — llevan vibrantes alas.

Las alas son la expresión de su género hecha forma, son una prueba de que vibran puramente en la Voluntad divina sin querer otra cosa. Si sufrieran un cambio en ese aspecto — cosa que sólo sería posible a una inconmensurable distancia de Dios, como fue el caso de Lucifer, sus alas se atrofiarían automáticamente y, por último, quedarían petrificadas y se desprenderían tan pronto como dejara de existir la vibración en la Voluntad de Dios.

Y cuanto más puramente vibren en la Voluntad de Dios, tanto más resplandecientes y puras, también, serán las alas.

Más allí donde puede nacer la consciencia personal, esas alas desaparecen. En el caso de los espíritus, no se desarrollan en absoluto desde un principio, porque lo espiritual ha de desarrollar la propia voluntad y no vibra incondicionalmente en la Voluntad divina.

A tal respecto, no necesitáis más que familiarizaros con el pensamiento de que en la creación todo es real sin más, lo que se pone en evidencia tanto más pronunciadamente en la sustancialidad, porque, allí, la voluntad propia no entra en consideración absolutamente, sino que todo se adapta sin reservas a la Voluntad de Dios.

Pero precisamente en esa circunstancia reside una fuerza que no podéis concebir. En esa abnegación, en esa entrega de sí mismo, radica el poder de transformar incluso lo que vosotros llamáis naturaleza.

¡Pero es de la Reina Originaria de quien quiero hablaros!

En la esfera divina, allí donde se encuentra la Mansión del Grial, entre los Arcángeles y los Eternos conscientes de sí mismos — que son llamados Ancianos en la divinidad — cuya actividad se desarrolla ante las gradas del trono de Dios — allí es necesaria una transformación que abarca mundos.

No os imaginéis un cuadro demasiado reducido: hay mundos entre los Arcángeles y el punto de partida de la esfera divina, donde la Mansión del Grial está anclada en la Divinidad desde la eternidad; es decir, donde se halla el límite de la acción directa de las irradiaciones de Dios.

Eso no tiene nada que ver con esa parte de la Mansión del Grial que, hasta ahora, os he presentado figuradamente como el punto más elevado de la creación; pues esa parte que vosotros conocéis por descripciones, se encuentra en la espiritualidad originaria, fuera de las directas irradiaciones de Dios.

Ahora bien, solamente las gradas del trono de Dios abarcan ya, hasta allí, inmensos espacios cósmicos y, en realidad, también mundos.

Como ya habréis podido deducir vosotros mismos de la conferencia “La mujer y el hombre” a poco que hayáis reflexionado, es absolutamente necesario que, en cada transformación verificada en la creación, esté presente el elemento femenino en calidad de puente.

Esta ley tampoco ha sido eludida en la esfera divina.

Los eternos Ancianos de la divinidad — que han podido llegar a ser conscientes de sí mismos en el límite de la esfera divina, porque así lo permitió la enorme distancia hasta la inmediata proximidad de Dios — no habrían podido existir, ni tampoco se habría efectuado la formación de los Arcángeles, si, antes, no hubiera existido la Reina Originaria: la feminidad originaria como mediadora y necesario puente para esa transformación y formación.

Naturalmente, esto no tiene nada que ver con le especie y la forma de pensar físico-terrenales. Ahí no hay absolutamente nada personal, sino que se trata de un evento mucho más grande, evento que, en verdad, nunca podréis concebir. Tenéis que intentar seguirme lo mejor que os sea posible.

Isabel es la primera de todas las personificaciones sustancialmente divinas de la irradiación, la única que tomó, allí, la más ideal de las formas femeninas. Es, por tanto, la formación originaria de la irradiación del Amor divino, que toma forma en ella por primera vez.

Jesús es la formación del mismo Amor divino, vivo e insustancial, como una parte de Dios.

Hablo de estas cosas, sólo para que no os hagáis ninguna falsa idea sobre el particular y podáis presentir, por lo menos, la relación posterior a partir de ese punto donde vuestra comprensión quedará detenida fatalmente en el camino ascendente. Lo presentiréis si tomáis como base que las leyes continúan siendo uniformes allá arriba, puesto que proceden de allí, donde están, incluso, mucho más simplificadas, dado que, más tarde, al ir descendiendo, también tuvieron que dispersarse en numerosas disociaciones, por lo que parecen más ramificadas de lo que son en realidad.

Al deciros que cada sentimiento, cada movimiento se convierte, allá arriba, en un evento que hace irradiar sus efectos por todos los mundos y desciende sobre millares de personalidades más pequeñas junto a todo lo concreto, no hago sino emplear las deficientes palabras que me es dado utilizar sobre el particular, meras palabras de vuestro propio lenguaje, a partir de las cuales tenéis que intentar haceros una idea.

La verdadera grandeza de la cuestión en sí es absolutamente imposible de expresar con palabras, y apenas si se puede aludir a ella.

Allí se encuentra, pues, la Reina Originaria.

Tiene su origen en la divinidad; posee la eminente sustancialidad divina de los Arcángeles y lleva en sí, no obstante, la propia consciencia personal de manera sublime. Junto a ella están los Arcángeles y, más abajo, los eternos jardines de todas las virtudes, en cada uno de los cuales actúa una formación fundamental, siendo el más elevado de todos el jardín de la Pureza, el jardín de la “Azucena Pura” puesto a los pies de la Reina Originaria, de cuya irradiación ha surgido.

En el extremo más bajo de esa esfera divina se hallan, después, los Ancianos; es decir, los de más edad, así llamados porque son eternos y, por tanto, han existido siempre desde la eternidad, lo mismo que la Mansión del Grial de la esfera divina en calidad de anclaje de la irradiación de Dios, esa Mansión que era y es tan eterna como Dios mismo y como Isabel, la Reina Originaria de la feminidad.

¡Y sin embargo, es virgen! A pesar de que es llamada Madre Originaria y de que Parsifal la llama madre. Esto es un divino misterio que el espíritu humano no comprenderá jamás: está demasiado alejado para ello y seguirá estándolo siempre. Ella es, en la esfera divina, el prototipo de toda la feminidad, a cuya imagen y semejanza se ha formado la feminidad de las criaturas originarias.


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EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio

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