32. LA REINA ORIGINARIA
DESDE SIEMPRE, vibra en los hombres un
cierto conocimiento de la Reina Originaria, que algunos también llaman Madre
Originaria o Reina de los Cielos. Existen muchas designaciones más y, como
siempre, al dar una designación, los hombres se imaginan algo muy definido que
se corresponde aproximadamente con la respectiva designación, que, en verdad, no tiene más finalidad que hacer
surgir una imagen en espíritu.
Como es natural, esa imagen se
rige por la naturaleza de la respectiva designación y — no en último grado —
por la idiosincrasia y educación del hombre que, al oír hablar de ello, deja
surgir en sí la imagen. Ahora bien, una designación distinta implica siempre una imagen también distinta: no podía ser
de otro modo tratándose de espíritus humanos. La designación con palabras
suscita una imagen, y ésta, a su vez, forma consecuentemente el concepto. Tal es el orden que sigue el
ciclo en que se mueve el hombre terrenal o, mejor dicho, el espíritu humano
encarnado.
Pero una vez que ha abandonado la
Tierra, desaparece también, para él, la designación por medio de palabras — tal
como se exige y se conoce durante la estancia en la Tierra — no quedando más
que la imagen, que, entonces, debe dar forma al concepto en él.
La palabra terrenal y la imagen
que surge en el espíritu son, pues, para el espíritu humano, utensilios para
dar forma al concepto. A estos utensilios se añaden, finalmente, el color y el
sonido, a fin de completar debidamente el concepto. Cuanto más alto llegue el espíritu
humano en la creación, tanto más intensamente se dejarán sentir los efectos del
color y del sonido, que, en realidad, no son dos cosas separadas, sino una sola. Al hombre le parecen dos porque, dada su naturaleza
terrenal, no es capaz de concebirlos como una unidad. Ahora bien, esa
cooperación del color y del sonido a la formación de un concepto podemos
hallarla, ya, aquí en la Tierra, en la materialidad física, si bien poco
pronunciada relativamente; pues, frecuentemente, cuando se trata de la formación
de un concepto sobre un ser humano, la elección que él hace de los colores de
su ambiente y de sus vestidos desempeña un papel que no es de despreciar, aun
cuando, en la mayoría de los casos, esa elección se efectúe inconscientemente.
Y al hablar, la variada
entonación empleada voluntaria o involuntariamente, subraya formalmente lo
dicho aquí o allá, destacándolo y, como se dice muy exactamente, “acentuándolo”
para causar con lo dicho una “impresión” muy determinada, lo que no significa otra cosa que querer hacer surgir,
así, en los auditores, el concepto justo.
También es cierto que, en la
mayoría de los casos, eso se consigue; porque, en efecto, una entonación
adecuada facilita a los auditores la “representación” exacta de lo dicho.
Como es natural, tampoco sucede
de otra suerte en cuanto a las consecuencias de las distintas designaciones
dadas a la Reina Originaria. Con la designación: Reina Originaria, se suscita
una imagen completamente distinta de la que despierta la designación: Madre
Originaria. Por otro lado, la expresión “Madre Originaria” evoca una unión más
íntima, más profunda, mientras que “Reina Originaria” provoca inmediatamente un
cierto sentimiento de alejamiento muy justificado.
Pero precisamente todo lo de ese
dominio seguirá siendo siempre, para el ser humano, un concepto vago y nebuloso, dado que, con cada
intento de comprender, sólo se puede conseguir una restricción, una reducción
considerable de lo esencial, por lo que no reproduce lo que es realmente.
Sin embargo, voy a decir algo
sobre este particular, porque, si no, la malsana imaginación humana, excitada y
guiada también por la presunción en una dirección determinada, creará
concepciones que, como siempre, tratarán de poner ostentosamente en primer
plano una cierta importancia y estimación del espíritu humano terrenal.
Para que eso no pueda suceder y a
fin de evitar errores, voy a tratar esta cuestión, más que nada porque hay
mucho falso en los conceptos ya existentes hoy día.
Ahí entran en juego demasiados
pensamientos personales y deseos humanos. Y eso siempre causa confusión cuando
se trata de cosas que el hombre no puede concebir en absoluto, sino que sólo le
es dado recibirlas sencillamente de lo alto, a condición de que prepare
debidamente el terreno en sí para acogerlas, lo cual exige una humildad que el hombre de la época
actual no posee.
Para que la confusión sea mayor
todavía, muchos hombres llaman, también, Reina de los Cielos a la madre terrenal de Jesús, lo que no
habría podido ser a pocos conocimientos que se tuvieran de las rigurosas leyes
originarias de la creación; pues, por ser espíritu humano terrenal, María de
Nazaret no puede ser nunca Reina de los Cielos.
Asimismo, las inspiraciones y
apariciones que algunos artistas y otros hombres han tenido de la Reina de los
Cielos coronada, no se han referido nunca a María de Nazaret, si es que han
sido efectivamente imágenes venidas de arriba. En muchos casos, no fueron más
que productos de la propia imaginación.
Las auténticas apariciones, sin embargo, han mostrado siempre imágenes
de Isabel con el niño Parsifal o, también, sin él. Pero nunca han sido otra
cosa más que imágenes móviles dadas por guías; jamás Isabel misma, que no puede
ser contemplada por hombres.
Sin embargo, tales imágenes no
han sido comprendidas nunca por los seres humanos. Se trataba efectivamente de
la Reina de los Cielos: en eso tenían razón; pues también es cierto que la
mayoría ha dirigido hacia ella sus ardientes deseos y plegarias; pero no era
idéntica con María de Nazaret. Una vez más, los humanos se han compuesto ellos
mismos algo, sin encontrar la verdadera relación, la relación propiamente
dicha. Desgraciadamente, siempre obran tal
como ellos se lo imaginan, y
creen que eso debe ser también lo acertado, cuando la verdad es que no son
capaces en modo alguno de llegar mentalmente hasta la divinidad.
También en esto, los hombres han
ocasionado cuantiosos daños por esa pretensión de querer saberlo todo por sí
solos, lo que dificultó indeciblemente el camino a María de Nazaret. Fue un
suplicio para ella, tener que ligarse por fuerza a esos caminos falsos de los
hombres terrenales, por culpa de estos mismos.
Tales errores tienen un origen
muy comprensible en la plaga más grande y hostil a la ley que ha hecho presa en
los espíritus humanos: su pereza espiritual,
que, bajo el dominio del intelecto, hace de ellos presuntuosos seres atados
a la Tierra o les arrastra al extremo opuesto, si sienten inclinaciones
religiosas, llevándoles a concebir las ideas más increíblemente pueriles. Las
llamo expresamente pueriles porque no
tienen nada de cándido; pues lo cándido posee en sí muchas formas sanas,
mientras que el pretencioso comportamiento de esos seres atados a la Tierra y
la pueril imaginación no dan más resultado que una obra incompleta, malsana y
sin ilación.
Por eso, vuelvo a exhortar hoy: ¡Aprended a recibir, oh hombres! Sólo así
podréis llegar a ser verdaderamente grandes en esta creación.
Eso lo es todo para vosotros si queréis ser felices y versados. Pero tenéis que aveniros a ello; si no, nunca
obtendréis nada. He ahí por qué se os ha negado, hasta el presente, poder gozar
de las verdaderas delicias de esta
creación.
Pero a vosotros, a los que
queréis recibir, puedo explicaros muchas cosas hoy, si es que habéis asimilado
debidamente la conferencia “Lo sustancial”; pues ella os capacita para
comprenderme, ya que había de preceder necesariamente a las aclaraciones que
irán sucediéndose poco a poco.
Ya he hablado también, en el
Mensaje, de la Reina Originaria de la feminidad, que lleva el nombre de “Isabel”.
En sí considerado, la denominación: Madre Originaria está correctamente
empleada, solo que el hombre ha de imaginarse, también, lo correcto si quiere
aproximarse a la verdad contenida en el concepto.
Ese “imaginarse” es la imagen de
que he hablado, la cual constituye el utensilio para la formación del concepto
en la actividad del espíritu humano.
Dejad, pues, primeramente, que
surjan ante vosotros mis conferencias sobre lo sustancial, en las que dije que
lo femenino y, por tanto, también la mujer, constituye siempre la transición,
el puente tendido de un plano de la creación a otro, hacia abajo y hacia
arriba.
Esa es una ley que se impone en el plano donde la consciencia personal
de las diferentes especies de seres es capaz de imponerse. Y ese plano se encuentra
primeramente en la divinidad, en la
región divina.
Ya sabéis que sólo Dios es
insustancial.
Todo lo demás es sustancial, y
sustanciales son, en primer lugar, los Arcángeles, que son como las columnas
del trono. Estos vibran aún, de manera perfecta y exclusiva, en la Voluntad de
Dios, sin querer ninguna otra cosa por su parte. Y como no hay nada en la
creación que no adquiera forma espontáneamente según la ley de Dios, esos
ángeles — que no ponen en acción una voluntad propia, sino que vibran únicamente
en la Voluntad de Dios — llevan vibrantes
alas.
Las alas son la expresión de su
género hecha forma, son una prueba de que vibran puramente en la Voluntad
divina sin querer otra cosa. Si sufrieran un cambio en ese aspecto — cosa que
sólo sería posible a una inconmensurable distancia de Dios, como fue el caso de
Lucifer, sus alas se atrofiarían automáticamente y, por último, quedarían
petrificadas y se desprenderían tan pronto como dejara de existir la vibración
en la Voluntad de Dios.
Y cuanto más puramente vibren en
la Voluntad de Dios, tanto más resplandecientes y puras, también, serán las
alas.
Más allí donde puede nacer la
consciencia personal, esas alas desaparecen. En el caso de los espíritus, no se
desarrollan en absoluto desde un principio, porque lo espiritual ha de
desarrollar la propia voluntad y no
vibra incondicionalmente en la Voluntad divina.
A tal respecto, no necesitáis más
que familiarizaros con el pensamiento de que en la creación todo es real sin más, lo que se pone en
evidencia tanto más pronunciadamente en la sustancialidad, porque, allí, la
voluntad propia no entra en consideración absolutamente, sino que todo se
adapta sin reservas a la Voluntad de Dios.
Pero precisamente en esa circunstancia reside una fuerza que
no podéis concebir. En esa abnegación, en esa entrega de sí mismo, radica el
poder de transformar incluso lo que vosotros llamáis naturaleza.
¡Pero es de la Reina Originaria de quien quiero
hablaros!
En la esfera divina, allí donde
se encuentra la Mansión del Grial, entre los
Arcángeles y los Eternos conscientes de sí mismos — que son llamados Ancianos
en la divinidad — cuya actividad se desarrolla ante las gradas del trono de
Dios — allí es necesaria una transformación que abarca mundos.
No os imaginéis un cuadro
demasiado reducido: hay mundos entre los Arcángeles y el punto de partida de la
esfera divina, donde la Mansión del Grial está anclada en la Divinidad desde la
eternidad; es decir, donde se halla el límite de la acción directa de las irradiaciones de Dios.
Eso no tiene nada que ver con esa
parte de la Mansión del Grial que, hasta ahora, os he presentado figuradamente
como el punto más elevado de la creación;
pues esa parte que vosotros conocéis por descripciones, se encuentra en la
espiritualidad originaria, fuera de las directas irradiaciones de Dios.
Ahora bien, solamente las gradas del trono de Dios abarcan ya,
hasta allí, inmensos espacios
cósmicos y, en realidad, también mundos.
Como ya habréis podido deducir
vosotros mismos de la conferencia “La mujer y el hombre” a poco que hayáis
reflexionado, es absolutamente necesario que, en cada transformación verificada
en la creación, esté presente el elemento femenino en calidad de puente.
Esta ley tampoco ha sido eludida
en la esfera divina.
Los eternos Ancianos de la
divinidad — que han podido llegar a ser conscientes de sí mismos en el límite
de la esfera divina, porque así lo permitió la enorme distancia hasta la
inmediata proximidad de Dios — no habrían podido existir, ni tampoco se habría
efectuado la formación de los Arcángeles, si, antes, no hubiera existido la Reina Originaria: la feminidad
originaria como mediadora y necesario puente para esa transformación y
formación.
Naturalmente, esto no tiene nada
que ver con le especie y la forma de pensar físico-terrenales. Ahí no hay
absolutamente nada personal, sino que se trata de un evento mucho más grande,
evento que, en verdad, nunca podréis concebir. Tenéis que intentar seguirme lo
mejor que os sea posible.
Isabel es la primera de todas las
personificaciones sustancialmente divinas
de la irradiación, la única que tomó, allí, la más ideal de las formas
femeninas. Es, por tanto, la formación originaria de la irradiación del Amor divino, que toma forma en ella por primera
vez.
Jesús es la formación del mismo
Amor divino, vivo e insustancial, como una parte de Dios.
Hablo de estas cosas, sólo para
que no os hagáis ninguna falsa idea sobre el particular y podáis presentir, por
lo menos, la relación posterior a partir de ese punto donde vuestra comprensión
quedará detenida fatalmente en el camino ascendente. Lo presentiréis si tomáis
como base que las leyes continúan siendo uniformes
allá arriba, puesto que proceden de allí, donde están, incluso, mucho más
simplificadas, dado que, más tarde, al ir descendiendo, también tuvieron que
dispersarse en numerosas disociaciones, por lo que parecen más ramificadas de
lo que son en realidad.
Al deciros que cada sentimiento,
cada movimiento se convierte, allá arriba, en un evento que hace irradiar sus
efectos por todos los mundos y desciende sobre millares de personalidades más
pequeñas junto a todo lo concreto, no hago sino emplear las deficientes
palabras que me es dado utilizar sobre el particular, meras palabras de vuestro
propio lenguaje, a partir de las cuales tenéis que intentar haceros una idea.
La verdadera grandeza de la
cuestión en sí es absolutamente imposible de expresar con palabras, y apenas si
se puede aludir a ella.
Allí se encuentra, pues, la Reina Originaria.
Tiene su origen en la divinidad;
posee la eminente sustancialidad divina de los Arcángeles y lleva en sí, no
obstante, la propia consciencia personal de manera sublime. Junto a ella están
los Arcángeles y, más abajo, los eternos jardines de todas las virtudes, en
cada uno de los cuales actúa una formación fundamental, siendo el más elevado
de todos el jardín de la Pureza, el jardín de la “Azucena Pura” puesto a los
pies de la Reina Originaria, de cuya irradiación ha surgido.
En el extremo más bajo de esa
esfera divina se hallan, después, los Ancianos; es decir, los de más edad, así
llamados porque son eternos y, por tanto, han existido siempre desde la
eternidad, lo mismo que la Mansión del Grial de la esfera divina en calidad de
anclaje de la irradiación de Dios, esa Mansión que era y es tan eterna como
Dios mismo y como Isabel, la Reina Originaria de la feminidad.
¡Y sin embargo, es
virgen! A pesar de que es llamada Madre Originaria y de que Parsifal la
llama madre. Esto es un divino misterio que el espíritu humano no comprenderá
jamás: está demasiado alejado para ello y seguirá estándolo siempre. Ella es,
en la esfera divina, el prototipo de toda la feminidad, a cuya imagen y
semejanza se ha formado la feminidad de las criaturas originarias.
***
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
No hay comentarios.:
Publicar un comentario