33. EL CICLO DE LAS IRRADIACIONES
A veces, me siento desalentado cuando trato de
imaginar cómo debo explicaros todo
esto con las palabras que el lenguaje pone a mi disposición, sin que perdáis la
gran visión general y, más que nada, para que, a pesar de todo, comprendáis
perfectamente las relaciones.
Precisamente, la gran sencillez que reside en esa
diversidad, inconmensurable para vosotros, es lo que lo hace tan difícil,
porque el hombre terrenal no puede abarcar claramente con la vista más que un
número muy determinado de cosas y, por eso, nunca puede estar en condiciones de
comprender simultáneamente el Todo como
una unidad, que es lo que da lugar a
la sencillez.
Cada separación en diferentes partes tiene que
haceros más difícil la necesaria visión de conjunto, puesto que cada parte de
ese conjunto es, a su vez, tan extensa de por sí y se relaciona tan
estrechamente con las otras mediante efectos recíprocos, que, en realidad, no
se puede hablar en absoluto de una parte verdaderamente aislada; pues en la creación no hay partes aisladas, ya que es, en
sí, un Todo homogéneo.
Y el hombre no puede
abarcar el conjunto de una ojeada; nunca podrá hacerlo, porque falta en él
esa facultad, dado que él también es una mera parte de la creación, una parte,
incluso, muy pequeña que no puede ir más allá de sus propios límites, ni,
naturalmente, sobrepasar los de su facultad de comprensión.
Por eso, me veo obligado a mantenerme dentro de
vuestros límites, pudiendo daros solamente ligeras visiones de todo o sobre
todo lo que habrá de seguir siendo inaccesible para vosotros por fuerza. Ahí
resultan vanos todos los esfuerzos.
Pero cuando, mediante el saber, os hayáis hecho, por
fin, a la idea de que no sois capaces de todo
en la creación, entonces, habréis adquirido la humildad y os sentiréis dichosos por la ampliación que habrá
obtenido vuestro actual saber mediante mi Mensaje.
Entonces, os preocuparéis del presente y de vuestro
ambiente más próximo con mayor insistencia que hasta ahora, porque habréis
aprendido a conocer y a utilizar todo más justamente, gracias a las
perspectivas que yo haya podido daros sobre lo que os es inaccesible,
perspectivas que, no obstante, permiten reconocer exactamente la íntima
relación con vosotros y con todo lo que existe a vuestro alrededor.
Y eso es lo
que necesitáis para comprender y valorar el presente de modo que sea provechoso
para vosotros, provechoso para vuestra ascensión.
Esas perspectivas pueden llevaros hacia arriba, hasta los límites más
altos de lo que jamás podréis alcanzar. Precisamente por eso, quiero haceros entrever
lo que os es inaccesible, a fin de que, entonces, podáis utilizar
provechosamente todo lo que se os ha
dado aquí, mucho de lo cual no
habíais conocido todavía.
Es de un gran
valor, para vosotros, ese conocimiento de las relaciones existentes entre vuestro ser y todo lo demás que se
encuentra más allá de esos límites
que permanecerán siempre rigurosamente cerrados para vuestra capacidad
comprensiva, por razón del origen de vuestro espíritu.
Eso es, también, lo que quiero daros con el Mensaje:
el conocimiento de las relaciones. El buscador serio y de voluntad
verdaderamente sincera obtendrá muchos beneficios con eso. Ya aprenderéis a
apreciar el valor de todo; pues, hasta ahora, lo que los hombres han llamado
saber es apenas la centésima parte de lo que podrían saber realmente. Cierto que, en comparación con la
creación, los límites del saber humano son reducidos. Y sin embargo, en
comparación con el actual saber, son de una extensión apenas concebible para
vosotros, una extensión que raya en lo maravilloso.
Y únicamente las perspectivas que yo os abro sobre lo
que será siempre inaccesible para vosotros, os ayudarán a alcanzar esos límites
superiores, cuando os describa las relaciones con vosotros y con vuestros
ambientes. Con el tiempo, ese saber os dará las posibilidades de conocer con toda exactitud las leyes
establecidas en la parte comprendida en vuestros límites, lo que resultaría
imposible sin esa ayuda de reproducir las relaciones con lo inaccesible para
vosotros.
¡Intentad comprenderme ahora en estas cosas, y
reconoced lo que quiero daros! Pero
no tendáis la mano hacia lo que sobrepasa la realidad; pues yo sólo quiero
daros lo que puede haceros progresar dentro de vuestros límites y
os es provechoso: sólo eso. Más, no tendría sentido ninguno para la humanidad.
Por eso, no os atormentéis queriendo incluir en
vuestro saber lo que está fuera de
vuestro alcance: no lo conseguiréis nunca; y yo no os hablo de ello para
conferiros el saber o para que os atormentéis intentando vanamente comprenderlo todo realmente y por
completo. Eso no es posible en modo alguno y tampoco os lo doy con esa
finalidad, sino que lo recibís de mí con el fin de que conozcáis todas las relaciones que llegan a vosotros desde
allí.
Si, más tarde, ponéis el conocimiento de esas
relaciones como base inquebrantable y orientación de vuestras futuras
investigaciones y búsquedas, entonces, aumentaréis tan considerablemente
vuestras posibilidades y llevaréis a cabo tantas cosas en todos los dominios, que lo conseguido hasta ahora quedará
eclipsado.
¡Hombres! ¡Vuestras
obras maestras aún están por hacer! Podéis llevarlas a cabo verdaderamente
dentro de los límites que se os ha impuesto y que nunca serán traspasados. Sin
embargo, esos límites son tan extensos en realidad, que deberíais regocijaros
por ello y agradecer a Dios por cuantas gracias os ha concedido.
Así pues, debéis manteneros dentro de los límites
humanos, tanto en vuestros pensamientos como en vuestras obras, como en todos
los deberes para con vuestro Creador. No se os exigirá nada más; pues eso es lo
máximo que podéis ofrecerle en homenaje de gratitud; y todo lo que cumpláis así
servirá también para gloria Suya.
Pues en las más grandes empresas en que debéis y
podéis llegar a ser maestros, reside verdaderamente la ofrenda de
agradecimiento porque el Creador os ha
concedido la facultad de realizar cosas tan grandes, gracias a Su Voluntad en la creación, Voluntad que lleva
en sí las leyes.
Asimismo, Le
honráis con las espléndidas obras que lleváis a cabo, porque, la grandeza de las mismas testimonia, al
mismo tiempo, la grandeza de Su gracia. Cuanto
más podáis actuar en la creación a partir de la misma creación, tanto más
claramente demostraréis lo grandes que son las leyes divinas que la rigen, así
como la riqueza y las gracias que ahí se encierran para vosotros.
Honraréis a Dios en el sentido más verdadero y más puro, cuando, trabajando gozosamente, utilicéis todo lo que se os ofrece en la
creación; pues eso sólo os es posible si conocéis y comprendéis sus leyes y,
sobre todo, si obráis realmente según
sus dictados. Sólo entonces os dará
ella toda la belleza que encierra en sí. Os la dará con alegría y para
ayudaros.
Y entonces, cuando obréis conforme a las leyes de la
creación, también os habréis transformado y seréis completamente diferentes que
ahora. Seréis, entonces, seres humanos gratos a Dios; seres humanos como
siempre debieran haber sido; seres humanos según la Voluntad de Dios por vivir Sus leyes.
Entonces, no habrá nada que reprocharos. Os encontraréis
radiantes y dichosos en la creación dondequiera que estéis: en la Tierra o en
cualquier otro plano, y no haréis otra cosa que alabar a Dios con hechos; pues tales obras son como un
canto de alabanza que está vivo y vibra en todas las leyes de la creación.
Es esa una meta tan hermosa, tan maravillosa y, al
mismo tiempo, tan fácil de alcanzar, que, precisamente por eso, me esfuerzo en allanaros el camino con mi Mensaje.
¡Seréis hombres!
Hombres de acción a los que afluirá todo lo de la creación, porque vibraréis
con ella en el júbilo de la más grande felicidad.
Eso será,
entonces, ser hombres para gloria de Dios. Ser feliz en el sentido más verdadero es, en verdad, la mayor
muestra de agradecimiento que podéis dar a Dios. Pero no me refiero con eso a
la felicidad aparente de la indolente placidez que reside en un perezoso
reposo. Eso es, para el espíritu, un narcótico mucho más pernicioso que el opio
para vuestro cuerpo.
Más alcanzaréis esa verdadera felicidad si albergáis
en vosotros la fuerte voluntad requerida para ello. Debéis ser la roca para
todos los que quieran salvarse de la gran marea de los bajos deseos y pasiones
que se vierten actualmente sobre la humanidad terrenal, como frutos de la
errónea voluntad que han venido imponiendo hasta ahora. Cierto que han tenido
muchas veces el nombre de Dios a flor de labios, pero nunca han pensado
seriamente en acatar Su Voluntad si ésta no ha coincidido al mismo tiempo con
la suya.
Intentad acoger en vosotros mi voluntad en el exacto sentido con que yo os la doy,
y procurad utilizarla como corresponde para vuestro provecho. Entonces, habréis comprendido la esencia
que constituye la base profunda de la intención de mi Mensaje. Y entonces, sólo entonces, os será dado
sacar de él verdaderos beneficios.
Intentemos, ahora, dar un paso más hacia el
conocimiento de la actividad de la creación.
Probablemente, os encontraréis ante un nuevo enigma;
pues no creo que alguno de vosotros pueda admitir la posibilidad de que haya
algún error o contradicción en mis explicaciones. Por eso, pensaréis que aún
faltan por aclarar muchas cosas que vosotros no podéis incorporar
inequívocamente en la lógica estructura de vuestros pensamientos, estructura
que necesitáis verdaderamente para poder comprender.
He hablado de los grandes guías de la espiritualidad
originaria que personifican las virtudes. También os he hablado de los
numerosos mediadores sustanciales que personifican esas mismas virtudes. Ambos
géneros fueron designados por mí como especies que influyen en los seres
humanos según su respectiva naturaleza.
Sobre este particular os falta todavía la relación
exacta que pueda daros una idea clara y completa sin modificar lo escuchado
hasta el presente.
En sí considerado, todo eso se puede decir en pocas
palabras. Sin embargo, es preferible que yo intente ilustrarlo más
concretamente, tal como es realmente en sus formas.
Vosotros sabéis que las irradiaciones se disocian y
se separan en subespecies de naturaleza perfectamente definida. En cada plano
más bajo, se libera — es decir, se separa por enfriamiento — una nueva
subespecie que no podía liberarse a causa de la gran presión aún reinante en
esos límites precisos, y que sólo a partir de ese progresivo enfriamiento y de
la correspondiente reducción de presión o de grado de calor pudo desligarse y
hacerse independiente.
Cada una de las separaciones o desligamientos provoca
también, al mismo tiempo, una nueva formación de la especie liberada en una
configuración sustancial correspondiente. Es ese un proceso que se verifica
espontáneamente de acuerdo con la ley de la creación. Así surge, con sus
diferentes ramificaciones laterales, toda una cadena de sustancialidades que
ayudan y construyen; sustancialidades de las que ya os he hablado.
Y todas están relacionadas entre sí, de suerte que
puede decirse: se dan la mano.
Toda esa cadena de sustancialidades está supeditada únicamente a la Voluntad divina.
Son personificaciones, puntos de unión de las propias irradiaciones, que ellas transmiten. En sus especies
perfectamente determinadas, las sustancialidades son, en la creación, las
continuas dispensadoras, cuya
actividad consiste en recorrer la creación entera irradiando hacia abajo.
Bien entendido: las entidades sustanciales son las dispensadoras de las fuerzas radiantes
de la irradiación divina, que, obedeciendo a la presión o manteniéndose en la
presión venida de arriba, irradian continuamente
hacia abajo.
La contracorriente está constituida por los seres espirituales
encarnados, los cuales reciben las irradiaciones y las irradian hacia arriba una vez elaboradas.
¡En eso
consiste el ciclo de las irradiaciones a través de la creación! En el
primer momento, os veréis un tanto desconcertados y pensaréis que ahí hay una
contradicción, porque también hemos dicho que las criaturas originarias de la
espiritualidad originaria irradian hacia abajo sobre todos los espíritus
humanos, por lo que, ahora, creeréis que existen dos clases de irradiaciones
que descienden juntas en la creación: la irradiación sustancial y la
espiritual.
En sí considerado, eso no es falso; pues esas dos
clases de irradiaciones van, en efecto, una junto a la otra; pero hay en su
acción una diferencia que provoca el ciclo.
Ya sabéis que he hablado de las irradiaciones de las
criaturas espirituales originarias. Pero el efecto de esas irradiaciones es distinto que en el caso de las criaturas
originarias sustanciales. La irradiación de las sustancialidades es dispensadora, transmisora, mediadora, como
ya he especificado. Pero también he indicado en mi Mensaje, que las criaturas
originarias de la espiritualidad originaria, es decir, las criaturas
espirituales originarias, actúan, en sus diferentes especies, sobre los seres
humanos como imanes gigantescos, o sea,
atrayendo, aspirando.
No había podido completar el cuadro hasta hoy, porque
era preciso que precedieran las otras conferencias para preparar debidamente el
terreno mediante las explicaciones dadas allí. En realidad, hoy no hacemos más
que ampliar lo dicho hasta el momento, de lo cual, probablemente, no os habréis
hecho una idea convincente del todo al hablar de las irradiaciones; pues os las
habéis imaginado actuando exclusivamente
hacia abajo.
Ahora bien, los efectos son diferentes en ambas clases
de irradiaciones. Verdad es que las irradiaciones propias de las criaturas
espirituales originarias también son descendentes, como es natural; pero su acción es ascendente por efecto de la
fuerza de atracción, que las sustancialidades no poseen, sino que actúan
solamente como dispensadoras, como donantes.
Lo espiritual se
impone por la facultad de atracción.
Y solamente en esa acción atractiva está arraigado, en realidad, el llamado
libre albedrío de la resolución, como podéis comprender si reflexionáis debidamente.
Pero no es eso solo, sino que también reside ahí distribución absolutamente
justa de recompensas y castigos, que llegan hasta el interesado como
consecuencias de la resolución tomada.
Reflexionad tranquilamente sobre esto e imaginad los
procesos en todos sus detalles. Veréis ante vosotros, de repente, la asombrosa sencillez de la legislación de la
creación, la absoluta claridad que en ella existe. Descubriréis, también, la
sujeción que, pese a la libertad de resolución concedida al elemento espiritual,
liga a éste a las consecuencias de sus resoluciones; sujeción que se cumple en la misma ley.
Así pues, una sola
facultad de lo espiritual surte efectos diversos tan justos, tan lógicos,
que quedaréis asombrados ante ellos en cuanto los conozcáis como es debido.
Es un hecho comprensible del todo, que esa facultad
de atracción magnética, propia de lo espiritual, no atraiga nunca, por razón de
la ley de atracción de las afinidades, más que aquello que el hombre haya querido
por su facultad de resolución. Y lo hace con toda exactitud, con todos los
matices y tonalidades más tenues, tanto de lo bueno como de lo malo.
¡Reflexionad profundamente sobre esto! No es difícil. Todo ser humano debe de poder desplegar tanta imaginación.
A esa facultad de atracción propia de lo espiritual
se anexiona, como contrapeso, la facultad de resolución, innecesaria para la
sustancialidad, la cual sólo hace que dispensar según su respectiva especie.
Naturalmente, lo espiritual también atrae solamente lo que corresponde a su respectiva
voluntad, porque cada volición se apodera inmediatamente de todo el espíritu,
le ilumina o encandece, y es entonces cuando entra en acción la facultad de
atracción, que surge según corresponde a cada caso.
El espíritu no puede deshacerse de esa facultad de
atracción; pues es propia suya o, dicho más claramente, es de su propiedad, es
una parte de su naturaleza. No puede librarse de ella. Y como otra parte de la
especie espiritual, se agrega, con carácter determinante, la facultad de
resolución, el deseo o volición propiamente dichos, de lo cual tampoco puede
deshacerse el espíritu, porque debe ejercer una acción auxiliadora; pues, si no, lo espiritual atraería sencillamente, en
absoluta confusión, todo lo
existente, pudiendo cargarse pesadamente.
Pero semejantes faltas están excluidas de la creación
por efecto de la justa ley de atracción de las especies afines, que es, en su
acción, como un gran e insobornable guardián del orden. Relacionad, pues, todo
esto; dejad que surja vivamente ante vuestros ojos en forma de imágenes:
habréis ganado, entonces, mucho para vuestro saber. Pero es preciso que os
toméis la molestia y que os ocupéis de ello a fondo durante horas y, si es
necesario, días, hasta que lo hayáis comprendido debidamente. Entonces, se os habrá
puesto nuevamente en la mano una llave que abrirá muchas o casi todas las
puertas del conocimiento de la creación.
Por consiguiente, no lo descuidéis. Es importante
hacerlo, puesto que también vuestra esencia
más íntima, vuestro propio ser,
vuestro origen, son espirituales y, por tanto, estáis
sometidos a esas facultades de vuestro espíritu. Ese proceso lo hemos
designado, hasta ahora, como una ley.
Pero, en realidad, se trata de una simple facultad,
de una parte constitutiva del espíritu, que se manifiesta espontáneamente, por
lo que parece una ley.
Estrictamente considerado, no existe absolutamente
ninguna ley propiamente dicha en la creación, sino solamente facultades que se
manifiestan espontáneamente en correspondencia con las respectivas naturalezas
y que, por eso, sólo por eso, tienen la apariencia de leyes inflexibles.
Aprended, por tanto, a conocer las facultades propias y las de otras partes de la
creación: así conoceréis las leyes, que, en realidad, se concentran en una ley única que sólo presenta diversidad en
cuanto a sus efectos. Tan pronto como hayáis progresado bastante profundamente
en vuestros conocimientos, caerá de repente la venda de los ojos y quedaréis
absortos ante tanta sencillez.
Por último, en cuanto se imponga el verdadero saber,
ya no habrá ninguna ley para vosotros, sino que, con ese saber, todo se
reducirá a una sabia utilización de todas
las facultades, con lo que, entonces, seréis libres; pues eso equivale
exactamente a cumplir todas las leyes.
Por consiguiente, reflexionad nuevamente, ahora,
sobre estas cosas y tratad de comprender la gran pulsación de la creación. Por
lo tanto, voy a repetir:
Lo sustancial irradia y dispensa hacia abajo. La espiritualidad originaria irradia
igualmente hacia abajo, pero ejerciendo una acción atractiva de carácter
magnético.
Y como, por razón de su especie, las criaturas
espirituales originarias se encuentran en los límites más altos de la creación
y poseen, también, la más intensa fuerza de atracción de lo espiritual, actúan
como imanes gigantescos sobre todo lo que posee naturaleza espiritual, lo sostienen, y dejan afluir hacia arriba todo cuanto se corresponde
con su propia especie: en este caso, como en todos, solamente lo bueno elaborado en todas las esferas, lo cual, después
de haber sido elaborado de nuevo por ellas mismas, es absorbido o atraído por
lo divino, que, como es natural, posee una fuerza de atracción más intensa aún.
Bien entendido: sólo es atraído hacia arriba el bien elaborado y, en realidad, solamente las irradiaciones en sí, que también pueden
ser llamadas los resultados de la actividad espiritual.
Ahora, falta que tengáis un concepto de la elaboración. La elaboración se efectúa exclusivamente en la voluntad de lo
espiritual, la cual le es propia, y, por tanto, no puede menos que querer
siempre algo necesariamente, aunque nada más sea que por un impulso interior.
Y este proceso o actividad, que también podemos
designar movimiento de la voluntad,
atrae, al inflamarse, los elementos afines con la respectiva naturaleza de la
voluntad, los cuales se encuentran en las irradiaciones dispensadas por las
sustancialidades.
En la fusión entre
las irradiaciones de la voluntad espiritual y los elementos afines con esta
voluntad dispensados por la sustancialidad, ambos adquieren una incandescencia
más intensa, y esa unión, más íntima todavía debido a esa inflamación, da como
resultado una nueva irradiación de distinto contenido y de mayor potencia.
En eso consiste la llamada elaboración. Y esas irradiaciones
así transformadas por una nueva unión
son atraídas por la esfera inmediata superior y son, por tanto, elevadas;
van, pues, hacia arriba.
Este proceso se repite continuamente, de plano en
plano, yendo hacia arriba si… si esa tendencia a elevarse no es impedida e
interrumpida por la mala voluntad o la tibieza de lo espiritual; pues sólo la
buena voluntad conduce hacia arriba.
La tibieza es un impedimento porque no mantiene el
necesario movimiento. Tiene lugar, entonces, una estagnación en toda la
creación. Y eso es en lo que la
humanidad terrenal ha pecado tanto. Ha pecado contra la creación entera y, por
consiguiente, contra la Voluntad de Dios, contra el Espíritu Santo.
Ha provocado un estancamiento en el ciclo, ese ciclo
al que, ahora, se le infundirá nuevamente el movimiento requerido, un
movimiento más intenso que derribará todo lo que ha venido oponiéndose a él
como un obstáculo.
Las irradiaciones de la espiritualidad no conducen,
pues, hacia arriba por sí solas: esto es lo primero que habéis de intentar
poner en claro. Esas sencillas irradiaciones particulares ya se han adaptado a la esfera en que se encuentra
lo espiritual en sus actuales personificaciones humanas, por lo que también
están convenientemente enfriadas y habrían de permanecer continuamente en el
mismo plano si la insistente voluntad de lo espiritual no atrajera los
donativos o irradiaciones sustanciales elaborándolas al mismo tiempo.
También esto se cumple espontáneamente. Entra en
acción una correspondiente unión de irradiaciones que obtiene un grado de calor
más intenso en el movimiento espiritual de la voluntad, ofreciendo así, a la
atracción procedente del plano superior, la posibilidad de unión, la cual se
efectúa inmediatamente.
Podéis imaginaros aproximadamente el ciclo de las
irradiaciones, como la corriente sanguínea del cuerpo humano, que,
efectivamente, es una reproducción aproximada del proceso que se desarrolla en
la creación.
El movimiento de las irradiaciones en la creación es,
pues, simple por demás y, sin embargo, estrictamente condicionado: lo
sustancial irradia hacia abajo solamente y no hace más que dispensar, dar. Lo espiritual irradia igualmente hacia abajo por sí
mismo, pero su acción es, no obstante, de tendencia ascendente, según las
descripciones que acabo de dar.
Por supuesto que esto sólo concierne a las irradiaciones en sí, no a los espíritus
que han adquirido personalidad: los
espíritus humanos. Estos encuentran su camino hacia arriba o hacia abajo, por o
dentro de la ley de la pesadez, que, en realidad, está íntimamente relacionada
con la ley de atracción de las afinidades y ambas se manifiestan como si fueran
una sola.
Si la aspiración, esto es, la voluntad y los deseos
de un espíritu humano van dirigidos hacia arriba, las irradiaciones por él elaboradas,
que siempre son atraídas desde arriba, forman el camino, la senda que le lleva a las alturas, esa senda por la
que irá ascendiendo en absoluta conformidad con las leyes. Al mismo tiempo,
atrae hacia sí, las irradiaciones emanadas de la sustancialidad y situadas en
planos cada vez más altos, las cuales le ayudarán a ascender como si fueran
cuerdas o hilos; pues, al efectuarse la elaboración de las mismas, su misma
forma espiritual obtiene, también, más y más calor que le permite seguir
ascendiendo, volviéndose cada vez más luminoso, más ligero, más candente.
A pesar de la estrecha relación entre todos los
procesos, existen aún numerosos y especiales procesos secundarios, si bien son
consecuencia y dependen unos de otros y están tejidos entre sí.
Pero para no haceros más difícil la comprensión de
estas cosas, debo prescindir, por ahora, de tocar este tema de los procesos
secundarios. Mas lo que os he dicho hoy es suficiente, ya, para ofreceros un
sólido apoyo que os sirva de ayuda para seguir adelante y para vuestras propias
investigaciones futuras.
Por consiguiente, lo sustancial no hace más que dispensar continuamente en la Voluntad
de Dios; lo espiritual, en cambio, es simplemente el elemento que “exige” y
toma por esa facultad de atracción impuesta en la voluntad.
Como ya he dicho, el hombre, por ser espiritual, es
solamente el huésped que se sirve de la mesa de esta creación que las
sustancialidades mantienen siempre puesta. Pero, desgraciadamente, se sirve
exigiendo tenazmente, en lugar de alzar su mirada agradecida a Aquel que le
ofrece todo eso. Y en esto tiene que
cambiar necesariamente ahora.
Sobre este particular, voy a tocar otro punto tomado
de la conferencia “La mujer y el hombre”, que podría suscitar en alguno de
vosotros pensamientos un tanto erróneos. En la historia de la creación de los
diferentes pueblos, se menciona muchas veces, que el hombre y la mujer nacieron
al mismo tiempo. En algunos casos,
sin embargo, se dice que el hombre nació primero.
Si bien las sencillas descripciones figuradas dadas
sobre este particular no pueden ser tomadas en consideración de ningún modo, ya
que fueron dadas conforme al grado de evolución de los distintos pueblos y
épocas, mientras que nosotros tratamos aquí
del verdadero conocimiento de la creación de acuerdo estrictamente con las
leyes, sin embargo, tampoco encontraréis ahí contradicción ninguna; pues,
por los procesos conformes a la ley que se os han descrito hasta ahora, ya
sabéis que, naturalmente, el elemento puramente masculino tuvo que ser el
primero en quedar eliminado de la sustancialidad, el primero que hubo de
desligarse de ella, antes de que lo puramente femenino pudiera subsistir.
De este modo, sería posible, pues, decir que el
hombre ha nacido primero; pero, con el mismo derecho, se podría afirmar que
ambos nacieron al mismo tiempo. Las dos descripciones
simbólicas de antaño deben ser consideradas como exactas en cuanto al gran
evento objetivo propiamente dicho;
pues es evidente que el elemento espiritual femenino — más fino — o la mujer
espiritual no pudo nacer más que cuando el elemento espiritual masculino — más
denso — se hubo separado de la sustancialidad. Si no, habría sido imposible.
Así pues, eso está correctamente expresado considerándolo en todos los sentidos y a pesar de la diversidad de las imágenes de
las transmisiones antiguas, ya que las descripciones referentes a la formación
no conciernen al devenir de la materialidad más densa, sino al comienzo propiamente dicho de la creación, y ese comienzo
tuvo lugar en el reino de la espiritualidad originaria, en la cima más alta de
la creación, que, desde allí, siguió evolucionando progresivamente a medida que
fue descendiendo.
En esas descripciones, como en todo lo que hacen los
hombres terrenales y como fue el caso de las descripciones referentes a
Parsifal y a la Mansión del Grial, no ha sucedido más que lo siguiente:
primeramente, hombres profundamente espirituales recibieron inspiraciones que
ellos no fueron capaces de reconocer claramente y que, al efectuar la
transmisión, ya deformada de antemano, las redujeron a los límites de sus
respectivos ambientes y las adaptaron a los eventos, costumbres y usos
terrenales que les eran conocidos, sin olvidar que, también aquí, el intelecto
no desperdició la oportunidad de aportar igualmente una parte no pequeña. Que
esa actitud en cosas que el intelecto terrenal es absolutamente incapaz de
comprender, no podía aportar ni claridad ni progreso, sino que había de ejercer
obligadamente una acción deformante, es un hecho que creo no tener necesidad de
poner de relieve especialmente.
Y así surgieron todas esas descripciones derivadas
exclusivamente de transmisiones más o menos alteradas, a las que vosotros, ya
iniciados en estas cosas, no debéis aferraros nunca demasiado fuertemente.
Las antiguas descripciones — que, en sí, ya necesitan
mucho una presentación más exacta, más propia de la época actual — tampoco
contradicen el hecho de que el elemento femenino forma y sigue siendo siempre
el puente hacia el grado inmediato superior de la creación, y que, como parte
positiva, es la parte dispensadora, es la más fuerte, como exige y la capacita
su especial naturaleza, que aún conserva y lleva en sí una parte de la
sustancialidad del plano superior más próximo.
Mas como lo sustancial sólo ejerce una acción
dispensadora y no atrae, no pudo impedir la caída voluntaria de la mujer
terrenal, a pesar de su superior naturaleza. No puede hacer otra cosa que estar
siempre dispuesto a dar en cuanto se exprese el deseo de ello. Esforzaos, pues,
en comprender mi Mensaje debidamente y en obrar como corresponde.
No tengo la intención de hacéroslo todo demasiado
cómodo, exponiéndolo hasta en sus detalles más pequeños: vosotros mismos debéis
esforzaros dando el máximo de lo que esté en vuestras fuerzas.
Yo conozco muy exactamente — mejor aún que vosotros
mismos — los límites de todo lo que les es dado pensar, sentir y obrar a los
espíritus humanos terrenales, y espero de los lectores y auditores de mi
Mensaje y de mis explicaciones que, si quieren seguirme verdaderamente, den el máximo de lo que el hombre de la
poscreación es capaz de rendir; pues eso es lo que conviene hacer y lo que es
útil conforme a la Voluntad de Dios, que exige movimiento y un vibrar al
unísono con el ciclo de las irradiaciones que recorren la creación.
¡Emprended, pues, altos vuelos! ¡Tenéis que hacer
todo lo que tenga cabida en los límites de vuestra
comprensión. Eso os lo dejo a vuestro cargo por completo; yo sólo os doy
una orientación; sólo construyo los cimientos sobre los que vosotros debéis y
estáis obligados a seguir edificando.
Se descuidáis el trabajo personal por pereza y os conformáis solamente con acoger en
vosotros el sentido del Mensaje, sin utilizarlo
juiciosamente para continuar edificando, no obtendréis beneficio ninguno de
mis palabras; pues, entonces, el valor real
quedará cerrado, para vosotros, como un libro con siete sellos.
Sólo por vuestro propio
movimiento se os abrirá, también, el Mensaje y verterá sobre vosotros
abundantes bendiciones. ¡Sed, pues, activos
en espíritu! ¡Yo os estimulo a
ello con mis palabras!
* * *
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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