23. SUMISIÓN
“¡HÁGASE
TU VOLUNTAD!” Las personas que creen en Dios
pronuncian
estas palabras con sumisión. Pero siempre vibra una cierta melancolía en su voz
o se disimula en sus pensamientos, en sus intuiciones. El hombre suele emplear
estas palabras casi exclusivamente cuando le sobreviene una desgracia que no puede evitar, cuando
reconoce que no puede hacer nada para oponerse a ello.
Entonces, si es creyente, exclama con pasiva sumisión: “¡Hágase Tu
Voluntad!”
Pero no es la humildad lo que le
induce a hablar así; tales palabras deben proporcionarle una tranquilidad
personal en una situación ante la que se encuentra impotente.
Éste es el origen de la sumisión que el hombre manifiesta en
semejantes casos. Si se le ofreciera la menor posibilidad de cambiar en algo la
situación, no se preocuparía lo más mínimo de la Voluntad Divina: al contrario,
la sumisión se transformaría inmediatamente en la frase: “que se haga mi voluntad”.
¡Así es el ser humano!
“¡Señor, hágase en mí según Tú
dispongas!” Se escuchan a menudo tales cánticos en los entierros. Pero todos
los que acompañan al duelo llevan en su interior el inquebrantable deseo: “¡Si
yo pudiera cambiar esto, lo haría inmediatamente!”
La sumisión humana no es jamás auténtica. En lo más profundo del
alma humana se halla cimentado lo contrario: una rebelión contra el destino que
le concierne. Y esta protesta es precisamente la que causa al alma el
sufrimiento que “la oprime” y aflige.
Lo malsano de tal actitud yace en
el erróneo uso del sentido de las
palabras: “¡Hágase Tu Voluntad!” Estas palabras están fuera de lugar
allí, donde el hombre y las iglesias las emplean.
¡La Voluntad de Dios reposa en
las Leyes de esta Creación! Por tanto, cuando el hombre dice: “¡Hágase Tu
Voluntad!”, equivale a la afirmación: “¡Yo quiero aceptar Tus Leyes en la
Creación y respetarlas!” ¡Respetar significa tomar en cuenta, y tomar en cuenta exige vivir conforme a ellas!
¡Sólo así puede el hombre respetar la Voluntad de Dios!
¡Pero para tomarla en cuenta y
para vivir según ella, tiene, en primer lugar, que conocerla!
¡Ahí es donde la humanidad ha
cometido la falta más grave! Hasta ahora, el hombre no se ha preocupado lo más
mínimo de las Leyes Divinas de la Creación, esto es, de la Santa Voluntad de
Dios. Y, sin embargo, sigue repitiendo incesantemente: “¡Hágase Tu Voluntad!”
¡Ya veis con qué falta de
reflexión se presenta el hombre ante Dios, con qué inconsciencia emplea estas
sublimes palabras de Cristo! ¡Gimiendo, con frecuencia retorciéndose de dolor,
sintiéndose abatido, pero nunca con gozosa alabanza!
“¡Hágase Tu Voluntad!” significa
en realidad: “Yo quiero obrar según esa Voluntad”, o “¡Yo quiero lo que Tú
quieras!” También se podría decir: “¡Yo quiero obedecer Tu Voluntad!”
Pero es así que quien obedece, hace algo. El que obedece no está
inactivo. La misma palabra lo dice. El que obedece realiza algo.
Pero el hombre de hoy, cuando exclama: “¡Hágase Tu
Voluntad!” no pretende hacer nada por sí
mismo; en su fuero interno, por el contrario, da a estas palabras el
sentido; “¡Yo no me muevo, hazlo Tú!”
De esta manera se cree grande, y piensa que se ha superado
a sí mismo y que “es uno” con la Voluntad Divina; incluso se imagina que es
superior a todos y que ha hecho un impetuoso progreso. ¡Todos esos hombres no
son más que seres débiles sin utilidad alguna, parásitos, ilusos, exaltados y
fanáticos; en ningún modo seres útiles en la Creación! ¡Pertenecen a aquellos
que deberán ser apartados en el Juicio Final, por no haber querido ser obreros en la viña del Señor! La
humildad de que se vanaglorian, no es más que indolencia. ¡Son siervos
perezosos!
¡El Señor exige vida basada en el movimiento! –
¡Sumisión! ¡Este término no debe
existir para los que creen en Dios! Reemplazadlo por un “querer gozoso”. ¡Dios
no quiere una sumisión apática por parte de los hombres, sino una actividad
llena de alegría!
Mirad a esos “sumisos a Dios” tal
como ellos son: ¡Hipócritas que cargan consigo una enorme mentira!
¿De qué sirve una mirada sumisa
dirigida a lo alto, si al mismo tiempo ella se posa astuta, ansiosa, orgullosa,
presuntuosa, engreída y maliciosa sobre todo lo que la rodea? Una actitud así
la hace doblemente culpable.
¡Los sumisos llevan consigo la
mentira, ya que la sumisión no puede conciliarse nunca con el “espíritu”! ¡Por
tanto, tampoco con el espíritu humano! ¡Todo lo que es “espíritu” no puede en
modo alguno admitir en él la posibilidad de una verdadera sumisión! ¡Y si se
intenta, será sólo de carácter artificial, no siendo más que un autoengaño, una
hipocresía consciente! Pero nunca podrá ser sentida intuitivamente como
auténtica, ya que eso resulta imposible al espíritu humano, por lo mismo que es
de esencia espiritual. La presión que actúa sobre el espíritu humano no permite
que la facultad de sumisión adquiera consciencia; la presión es demasiado
grande para que eso pueda realizarse, y ésta es la razón por la cual el hombre
no puede practicar la sumisión.
¡La sumisión es una facultad que no
se halla más que en el dominio de la sustancialidad! No es auténtica más que en
el animal. ¡El animal se somete a su
amo! ¡Pero el espíritu no conoce tal designación!
Por eso será siempre contraria a la naturaleza del hombre.
La sumisión se impuso a los
esclavos penosamente y con rigor, porque eran considerados como animales al ser
vendidos y comprados como una propiedad personal. Pero la sumisión no pudo ser
nunca auténtica en esos esclavos. Sólo era embotamiento, fidelidad o amor lo
que se ocultaba bajo tal, y como tal se manifestaba, pero de ningún modo
verdadera sumisión. La esclavitud es antinatural entre los hombres.
La sumisión de los seres
sustanciales encuentra en lo espiritual su sublimación en la fidelidad
consciente y voluntaria. ¡Lo que en el plano sustancial se muestra como
sumisión, es en el plano espiritual fidelidad!
La sumisión no es propia del
hombre, por ser él espiritual. Prestad, pues, mayor atención al lenguaje en sí;
él expresa en sus palabras lo que es correcto, lleva inherente el verdadero
sentido y os proporciona la imagen más exacta.
“¡Ríndete!” Exhorta por ejemplo
el vencedor al vencido. Tales palabras significan: “¡Sométete por completo a
mí, para gracia o desgracia tuya, sin condiciones, para que pueda yo disponer
de ti como me plazca, tanto de tu vida como de tu muerte!”
Pero, en este caso, el vencedor
comete una injusticia, porque, también siendo vencedor, tiene que regirse
rigurosamente por las Leyes divinas. De lo contrario, cada vez que incurra en
tal falta se hará culpable ante el Señor. ¡El efecto recíproco le alcanzará con
toda seguridad! ¡Esto sucede igualmente tanto al individuo como a los pueblos
enteros!
¡Y he aquí que ha llegado el tiempo
en que ha de ser expiado todo, todo lo que ha sucedido hasta ahora en el mundo!
De la injusticia del pasado, de lo que acontece hoy sobre la Tierra, ¡no
quedará impune ni una sola palabra!
¡Esta expiación no tendrá lugar
en un porvenir lejano, sino en la época
presente!
Porque el desencadenamiento acelerado de todos los efectos recíprocos no se opone a la Ley de la Creación,
sino que forma parte inherente de ella.
El movimiento del mecanismo
cósmico es acelerado actualmente por la intensificación de las radiaciones de
la Luz, intensificación que provoca efectos finales, fomentando previamente el
desarrollo de todo lo existente hasta que dé frutos y llegue a una
sobremaduración, de forma que lo falso se destruya y se haga justicia a sí
mismo aniquilándose, mientras que lo verdadero quede libre de la presión que lo
falso logró ejercer hasta aquí, pudiendo fortalecerse.
¡En tiempos cercanos, esta irradiación se acentuará hasta tal
punto que en muchos casos sobrevendrá un efecto recíproco rápido e inmediato!
¡Tal es el poder que pronto
aterrorizará a los hombres y les infundirá temor en el futuro! Pero sólo tienen
que temer aquellos que cometieron injusticia. Aunque hayan creído que
obraban con rectitud o hayan pretendido hacérselo creer a los demás, ¡no se
librarán del rudo golpe del efecto recíproco que emana de las Leyes divinas!
Aunque los hombres han impuesto
otras leyes sobre la Tierra, al abrigo de las cuales muchos han obrado de una
manera injusta y errónea en la creencia de estar en su derecho, ello no aminora
en lo más mínimo su culpabilidad.
Las Leyes divinas, es decir, la
Voluntad de Dios, no se preocupa por las concepciones que los hombres hayan
consignado en las leyes terrenales, aun suponiendo que todo el mundo las
considere actualmente como justas. ¡La espada caerá sobre todo lo que no está
en conformidad con las Leyes divinas! ¡Juzgando en el desenlace!
Pero pueden regocijarse los que, inocentes según las Leyes de Dios,
tuvieron que sufrir bajo los hombres; porque ellos alcanzarán justicia, mientras
que sus adversarios o sus jueces serán entregados a la Justicia Divina.
¡Regocijáos, pues la Justicia de
Dios está próxima! ¡Se manifiesta ya en todas las naciones de la Tierra! ¡Ved
la confusión que ya existe! ¡Esa confusión es consecuencia de la Voluntad
Divina que se acerca! ¡Es la
purificación que comienza!
Por esta razón, todo lo que es
falso entre los hombres, ya sea la economía, el estado, la política, las
iglesias, las sectas, los pueblos, las familias y el mismo individuo, todo
comienza a consumirse ahora en su
propia actividad. Todo, sin excepción, es arrastrado actualmente ante la Luz ¡para manifestarse, y al mismo tiempo, para
juzgarse! Incluso lo que hasta ahora ha permanecido oculto tendrá que
mostrase según su verdadera
naturaleza, tendrá que manifestarse,
para que, de este modo, desesperando finalmente de sí mismo y de los demás se
hunda reduciéndose a polvo.
En cada país y en cada lugar, la
presión de la Luz lo hace efervescer todo. ¡Crecerá la angustia hasta que
sobrevenga el desconcierto total, perdiéndose toda la esperanza en la
conciencia de que los que pretendían aportar la salvación no tenían nada que
ofrecer más que palabras vacías junto
con sus aspiraciones egoístas, pero ninguna ayuda! Guerreros espirituales se
lanzarán sobre todas las cabezas y descargarán sus golpes duramente donde
alguna de ellas no quiera doblegarse.
Después de sobrevenir crímenes e
incendios, hambre, epidemias y muerte, cuando el hombre llegue a cobrar
consciencia de su propia incapacidad, surgirá el terreno propicio para implorar
una vez más la ayuda de Dios.
¡La gran labor constructiva habrá
comenzado!
¡Entonces, los que quedaron
destrozados por los acontecimientos quedarán libres, libres de la presión de
las tinieblas! ¡Pero todavía tendrán que liberarse interiormente! ¡Y eso es una cuestión personal, de cada uno! ¡Para eso el individuo tiene
que saber lo que significa, lo que es la libertad!
¡Sólo es libre el hombre que vive conforme a las Leyes de Dios! Únicamente
así es como nada le oprimirá ni le molestará en la Creación.
Todo acudirá en su ayuda, en vez
de ser un obstáculo en su camino. Todo “estará a su servicio”, porque lo
empleará correctamente.
Las Leyes de Dios en la Creación
son en realidad lo único que el hombre necesita para poder llevar una vida sana
y alegre. Son, al mismo tiempo, el alimento necesario para su bienestar. ¡Sólo
el que conoce la Voluntad de Dios y obra de acuerdo con ella es verdaderamente
libre! Todos los demás quedarán apresados en los numerosos hilos de las Leyes
de la Creación, pues son ellos mismos quienes se enredan.
La Creación se originó sólo a
partir de la Voluntad de Dios, de Sus Leyes. Actuando conjuntamente, los hilos
de la Ley van descendiendo cada vez más profundamente en la Creación,
imponiendo en todas partes el movimiento necesario para la evolución. En su
recorrido van ramificándose cada vez más en el curso de su desarrollo, mientras
que a su alrededor, en movimiento continuo, van formándose sin cesar nuevas
creaciones. Así es como las Leyes ofrecen simultáneamente a la Creación apoyo y
posibilidad de extenderse progresivamente.
Nada existe sin esa Voluntad
Divina, que produce por sí sola el movimiento. Todo en la Creación se rige por
ella.
¡Pero sólo el espíritu humano no se adaptó a los hilos de esas Leyes!
Los enredó, enredándose él también, ya que quiso seguir por los nuevos caminos
que imponía su voluntad, y desechó
los ya existentes y preparados.
La intensificación de la Luz
aporta ahora un cambio. Los hilos de todas las Leyes divinas de la Creación
están siendo cargados de una fuerza más intensa, de forma que su tensión
aumenta poderosamente. Bajo el efecto de tan enorme tensión, estos hilos retornan
súbitamente a su posición inicial, y todo lo que estaba enredado y anudado se
desenredará de manera tan impetuosa e incontenible, que derribará sencillamente
todo lo que en la Creación no sea capaz de adaptarse a la posición correcta.
¡Sea cual fuere, planta o animal, montes o ríos, países,
estados u hombres, todo se desplomará si no puede justificar en el último
instante su autenticidad y su conformidad con la Voluntad de Dios!
* * *
Esta conferencia fue extractada de:
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
No hay comentarios.:
Publicar un comentario