sábado, 17 de diciembre de 2022

29. BIENES TERRENEALES

 

29. BIENES TERRENEALES

SE SUSCITA muy frecuentemente la cuestión de si el hombre que aspira a beneficiarse espiritualmente debe deshacerse de los bienes terrenales, o si debe tratarlos con desprecio.

Sería insensato sentar semejante principio. Cuando se afirma que el hombre no debe estar atado a los bienes de este mundo si aspira al reino de los cielos, no quiere decirse que tenga que regalarlos o desecharlos para vivir en la indigencia. El hombre puede y debe disfrutar alegremente de lo que Dios ha puesto a su disposición en la creación.

“No deber estar atado” a los bienes terrenales significa solamente que el hombre no debe dejarse arrastrar por la pasión de amontonar valores materiales, hasta el punto de ver en ello el fin primordial de su vida terrenal, es decir, hasta el punto de “atarse” preferentemente a ese pensamiento.

Una actitud semejante tendría que apartarle, con toda naturalidad, de fines más elevados. Ya no tendría tiempo para ello y, en verdad, estaría pendiente, con todas las fibras de su ser, de un solo fin: acaparar bienes materiales. Ya sea por los bienes en sí, por el placer de poseerlos o por los motivos que sean, al final, el resultado es siempre el mismo. El hombre está pendiente de las cosas puramente terrenales, está atado a ellas, por lo que pierde de vista el camino ascensional y ya no puede seguir adelante.

Ese falso concepto de que los bienes materiales no son compatibles con la aspiración a altos valores espirituales ha sido causa de que la mayoría de los hombres piensen, absurdamente, que toda tendencia espiritual digna de ser tomada en serio no pueda tener nada en común con los bienes de este mundo. Los daños que la humanidad se ha ocasionado a sí misma con tal proceder, nunca han llegado a ser, por una extraña casualidad, conscientes en ella.

Con ello, deprecian los dones espirituales, los más sublimes de cuantos pudieran serles otorgados. En efecto: debido a esa singular forma de pensar, las aspiraciones espirituales quedan reducidas a vivir de ofrendas y donativos como si fueran mendigos, con lo que, paulatinamente, se adopta ante ellas la misma postura que ante los mendigos, por cuanto nunca podrán gozar de la consideración que, en verdad, les es debida más que nada.

Por lo mismo, esas aspiraciones tendrán que llevar siempre consigo, desde un principio, el germen mortal, puesto que no pueden valerse por si mismas, sino que están, continuamente, a expensas de la buena voluntad de los hombres. Para proteger esa espiritualidad — su don más sagrado — frente a la humanidad, el buscador serio no debe, precisamente, despreciar los bienes terrenales. Tienen que servirle de escudo en el mundo material, para poder defenderse con los mismos medios con que es atacado.

Conduciría a un estado malsano que, en la época del materialismo, los aspirantes al encumbramiento espiritual despreciaran el arma más poderosa de un enemigo sin escrúpulos. Ello sería una insensatez que no quedaría sin funestas consecuencias.

Por tanto, ¡no despreciéis, oh fieles creyentes, los bienes de este mundo! ¡También ellos han sido creados por la Voluntad de ese Dios al que vosotros procuráis honrar! Pero no os dejéis invadir de ese plácido sueño que puede producir la posesión de los bienes terrenales, sino, por el contrario, haced de ellos un uso adecuado.

Lo mismo se dirá de los dones especiales de esas fuerzas que sirven para curar enfermedades diversas, o de otras aptitudes similares de cuya acción se derivan verdaderas bendiciones. Con suma ingenuidad o, si se quiere, con una imprudencia inusitada, los hombres dan por supuesto que esas facultades deben ser puestas gratuitamente a su servicio, ya que son un regalo de la espiritualidad destinado a ser empleado. Se ha llegado al extremo de que ciertas personas esperan, además, un especial testimonio de agradecimiento, por haberse “dignado” hacer uso de tal ayuda en un momento de gran necesidad.

Esos tales tienen que ser excluidos de toda ayuda, aun cuando se trate de la única capaz de salvarlos.

En cuanto a los hombres así dotados, ellos deberían ser los primeros en aprender a apreciar mejor los dones de Dios, a fin de que no sean echadas rosas a los cerdos una y otra vez. Cuando se trata de ayudar verdaderamente, esos hombres consumen mucha más energía física y etérea y mucho más tiempo que lo que precisa un jurista para su más brillante discurso defensivo, o un médico para visitar a los enfermos, o un pintor para crear uno de sus cuadros. A nadie se le ocurriría exigir de ese jurista, de ese médico y de ese pintor, que ejercieran sus funciones gratuitamente, a pesar de que esas aptitudes, lo mismo que todas, no son otra cosa que un “regalo de Dios”. Despojaos de una vez de las vestiduras de mendigo, y mostraos en el ropaje que os corresponde por derecho.


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Esta conferencia fue extractada de:

EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio

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