29. BIENES TERRENEALES
SE
SUSCITA muy frecuentemente la cuestión de si el hombre que aspira a
beneficiarse espiritualmente debe
deshacerse de los bienes terrenales, o si debe tratarlos con desprecio.
Sería insensato sentar semejante principio. Cuando se afirma que el hombre no debe estar atado a los bienes de este mundo si aspira al reino de los cielos, no quiere decirse que tenga que regalarlos o desecharlos para vivir en la indigencia. El hombre puede y debe disfrutar alegremente de lo que Dios ha puesto a su disposición en la creación.
“No deber estar atado” a los
bienes terrenales significa solamente que el hombre no debe dejarse arrastrar
por la pasión de amontonar valores materiales, hasta el punto de ver en ello el
fin primordial de su vida terrenal, es decir, hasta el punto de “atarse”
preferentemente a ese pensamiento.
Una actitud semejante tendría que
apartarle, con toda naturalidad, de fines más elevados. Ya no tendría tiempo
para ello y, en verdad, estaría pendiente, con todas las fibras de su ser, de
un solo fin: acaparar bienes materiales. Ya sea por los bienes en sí, por el
placer de poseerlos o por los motivos que sean, al final, el resultado es
siempre el mismo. El hombre está pendiente de las cosas puramente terrenales,
está atado a ellas, por lo que pierde de vista el camino ascensional y ya no
puede seguir adelante.
Ese falso concepto de que los
bienes materiales no son compatibles con la aspiración a altos valores
espirituales ha sido causa de que la mayoría de los hombres piensen,
absurdamente, que toda tendencia espiritual digna de ser tomada en serio no
pueda tener nada en común con los bienes de este mundo. Los daños que la
humanidad se ha ocasionado a sí misma con tal proceder, nunca han llegado a
ser, por una extraña casualidad, conscientes en ella.
Con ello, deprecian los dones
espirituales, los más sublimes de cuantos pudieran serles otorgados. En efecto:
debido a esa singular forma de pensar, las aspiraciones espirituales quedan
reducidas a vivir de ofrendas y donativos como si fueran mendigos, con lo que, paulatinamente, se adopta ante ellas la misma
postura que ante los mendigos, por cuanto nunca podrán gozar de la
consideración que, en verdad, les es debida más que nada.
Por lo mismo, esas aspiraciones
tendrán que llevar siempre consigo, desde un principio, el germen mortal,
puesto que no pueden valerse por si mismas, sino que están, continuamente, a
expensas de la buena voluntad de los hombres. Para proteger esa espiritualidad — su don más sagrado
— frente a la humanidad, el buscador serio no debe, precisamente, despreciar
los bienes terrenales. Tienen que servirle de escudo en el mundo material, para
poder defenderse con los mismos medios con que es atacado.
Conduciría a un estado malsano
que, en la época del materialismo, los aspirantes al encumbramiento espiritual
despreciaran el arma más poderosa de un enemigo sin escrúpulos. Ello sería una
insensatez que no quedaría sin funestas consecuencias.
Por tanto, ¡no despreciéis, oh
fieles creyentes, los bienes de este mundo! ¡También ellos han sido creados por
la Voluntad de ese Dios al que vosotros procuráis honrar! Pero no os dejéis
invadir de ese plácido sueño que puede producir la posesión de los bienes terrenales,
sino, por el contrario, haced de ellos un uso adecuado.
Lo mismo se dirá de los dones
especiales de esas fuerzas que sirven para curar enfermedades diversas, o de
otras aptitudes similares de cuya acción se derivan verdaderas bendiciones. Con
suma ingenuidad o, si se quiere, con una imprudencia inusitada, los hombres dan
por supuesto que esas facultades deben ser puestas gratuitamente a su servicio,
ya que son un regalo de la espiritualidad destinado a ser empleado. Se ha
llegado al extremo de que ciertas personas esperan, además, un especial
testimonio de agradecimiento, por haberse “dignado” hacer uso de tal ayuda en
un momento de gran necesidad.
Esos tales tienen que ser
excluidos de toda ayuda, aun cuando se trate de la única capaz de salvarlos.
En cuanto a los hombres así dotados, ellos deberían ser los
primeros en aprender a apreciar mejor los dones de Dios, a fin de que no sean
echadas rosas a los cerdos una y otra vez. Cuando se trata de ayudar
verdaderamente, esos hombres consumen mucha
más energía física y etérea y mucho más tiempo que lo que precisa un
jurista para su más brillante discurso defensivo, o un médico para visitar a
los enfermos, o un pintor para crear uno de sus cuadros. A nadie se le
ocurriría exigir de ese jurista, de ese médico y de ese pintor, que ejercieran
sus funciones gratuitamente, a pesar de que esas aptitudes, lo mismo que todas,
no son otra cosa que un “regalo de Dios”. Despojaos de una vez de las
vestiduras de mendigo, y mostraos en el ropaje que os corresponde por derecho.
* * *
Esta conferencia fue extractada de:
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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