martes, 6 de diciembre de 2022

32. EL EXTRAÑO

 

32. EL EXTRAÑO

LA OSCURIDAD SE EXTENDÍA de nuevo sobre la Tierra. Triunfante, su sombra se abatía sobre los hombres, cerrándoles el camino que conduce al Reino espiritual primordial. La Luz de Dios se había alejado de ellos. El cuerpo que había sido receptáculo terrenal estaba pendiente de la cruz, sangriento, desgarrado, víctima de la oposición de aquellos a quienes la Luz quería aportar bienaventuranza y sagrada paz.

En la cima más alta de la Creación, en la radiante proximidad de Dios, se yergue la Mansión del Grial, el Templo de la Luz. En él reinaba una gran aflicción por los espíritus humanos confundidos en las profundidades, que, en su ciega pretensión de querer saberlo todo mejor, se cerraron hostilmente a la Verdad, dejándose azotar por las tinieblas, rebosantes de odio, hasta llegar por último a cometer el crimen contra el Hijo de Dios. La maldición así creada por la humanidad, se extendió pesadamente sobre todo el universo, empujándolo hacia una estrechez de comprensión cada vez más grande. –

Desde lo alto de la Mansión del Grial, un adolescente contemplaba con grave asombro este acontecimiento tan monstruoso… Ese adolescente era el futuro Hijo del Hombre. Ya en aquel tiempo estaba en curso su preparación, la cual exigió miles de años, pues debía estar bien pertrechado para descender a esos abismos, en donde, por voluntad de los hombres, reinaban las tinieblas.

Una mano femenina se posó dulcemente sobre los hombros del soñador. La Reina de la Feminidad estaba a su lado, y le habló con una aflicción llena de amor:

“Deja que estos hechos te impresionen, querido hijo. Así es el campo de batalla que te será preciso recorrer en la hora del cumplimiento; pues, ante los ruegos del Salvador asesinado, Dios Padre accedió a que, una vez más, sea anunciada por ti Su Palabra a los réprobos, ¡a  fin de que puedan salvarse los que quieran escucharla!”

El adolescente bajó la cabeza silenciosamente, y, en ardiente plegaria, pidió que le fueran dadas fuerzas, pues la resonancia del inmenso Amor Divino vibraba intensamente en Él.

El anuncio de esta última y nueva oportunidad de gracia se extendió rápidamente a través de todas las esferas. Numerosas almas imploraron a Dios que les concediese poder colaborar en la gran obra de redención de todos aquellos que aún querían encontrar el camino que conduce hacia Dios. El Amor de Dios Padre concedió esto a unas cuantas almas, cuya ascensión de esta manera se veía beneficiada. Poseídos de un gozo lleno de gratitud, esa legión de privilegiados prestó con júbilo un juramento de fidelidad en el cumplimiento de los deberes concedidos.

Así fueron preparados aquellos llamados que más tarde debían ponerse a disposición del Enviado de Dios, cuando llegase el momento de cumplir su Misión sobre la Tierra. Con gran esmero fue cuidada su evolución encaminándola a tales fines, y, a su debido tiempo, se encarnaron en la Tierra, de forma que pudiesen estar dispuestos a la hora de ser llamados, siendo su primer deber estar atentos a esa llamada.

Entretanto, el legado del Hijo de Dios asesinado, Su Palabra viva, fue objeto de abuso en la Tierra, no siendo empleada más que para fines egoístas. Faltaba a los hombres toda noción de los verdaderos principios de Cristo. Se entregaron, por el contrario, a un amor servil tan erróneo y terrenal, que acabaron por desechar todo lo demás como no procedente de Dios. Incluso hoy día siguen rechazando y combatiendo todo lo que no muestre esa repugnante blandura que ellos tanto desean, todo lo que no profese, como ellos, ese culto a lo humano, tan malsano y esclavizante.

Todo lo que no tiene por base la aceptación del principio de la soberanía humana, se califica sencillamente de falso y ajeno a la Palabra de Dios. Pero, bajo tal actitud, no se oculta, en realidad, más que la inquieta preocupación, hace tanto tiempo presentida, de que pueda ponerse al descubierto la nulidad de su falsa estructura.

¡Tal ha sido lo que han hecho del legado sagrado del Hijo de Dios! Bajo condiciones tan denigrantes, fueron reclutando adeptos, hasta que fue posible desplegar un cierto poder terrenal, única finalidad que perseguían. No obstante, por sus bestiales crueldades, se puso enseguida de manifiesto, que los portadores de los mal comprendidos principios de Cristo estaban muy lejos de entenderlos verdaderamente y mucho menos de vivirlos.

¡Sin cesar, con una creciente evidencia, fue aportándose la prueba de que los que precisamente pretendían ser los portadores de los principios de Cristo eran los peores enemigos y los más grandes ofensores de los verdaderos principios de Cristo, y todo con una desvergüenza imperdonable! Toda la historia posterior a la venida de Cristo muestra, con el surgir de las iglesias, estas realidades grabadas imborrablemente a letra de fuego con una nitidez tal, que nunca podrán ser refutadas ni atenuadas. No puede ocultarse que el infame monumento de la hipocresía consciente fue erigido mediante la larga historia de muertes individuales o colectivas, bajo la criminal invocación de Dios. En muchos sitios sigue trabajándose hoy en ese monumento, sólo que de una manera modificada, adaptada al tiempo actual.

Las tinieblas se fueron haciendo cada vez más densas y negras, gracias a la complacencia de todos los espíritus humanos, a medida que se aproximaba la época en que el Hijo del Hombre debía encarnarse en la Tierra.

Una gozosa animación de los elementos anunció Su nacimiento terrenal. Ángeles Le acompañaron afectuosamente hasta la Tierra. Espíritus primordiales formaron alrededor de Él y de Su infancia terrenal una muralla sólida. Los años de Su juventud sobre la Tierra debían transcurrir felizmente. Al atardecer, contemplaba aquel fulgurante cometa, como si fuera un saludo de Dios Padre, como algo natural que formaba parte de los astros, hasta el instante en que fue puesta sobre sus ojos la venda que debía llevar durante Su amargo aprendizaje en la Tierra.

A Su alrededor todo Le parecía extraño. Sólo una inmensa e insaciable nostalgia llenaba Su alma, creciendo hasta robarle todo reposo, hasta inducirle a una incesante y nerviosa búsqueda. Nada de lo que la Tierra ofrecía era capaz de sosegarle.

Con la venda de materialidad etérea sobre sus ojos, se encontró entonces en territorio enemigo, de cara a las tinieblas, en un campo de batalla donde todo lo oscuro podía pisar más firmemente que Él mismo. En consecuencia, estaba en la naturaleza de las cosas que, dondequiera que intentara emprender algo, ningún eco respondiera a su esfuerzo, ningún éxito le coronara; sólo las tinieblas se alzaban siempre hostiles y sarcásticas.

En tanto no llegara para Él el momento del cumplimiento de Su Misión, las tinieblas podían seguir siendo las más fuertes, ocasionándole daños materiales dondequiera que ejerciera su actividad terrenal; pues, naturalmente, todo lo material tenía que oponerse con hostilidad al Enviado de Dios, porque toda voluntad humana hoy en día se ha encaminado en contra de la verdadera Voluntad Divina, a pesar de su pretendida búsqueda de la Verdad, detrás de la cual se oculta siempre la vanidad, en sus formas más diversas. Con facilidad encontraron las tinieblas, en todas partes, criaturas dispuestas a detener al Enviado de la Luz, para infligirle sensibles y dolorosas heridas.

Su tiempo de aprendizaje en la Tierra se convirtió así en una senda de sufrimiento.

Así como la espiritualidad ejerce con gran fuerza una acción de apariencia magnética, atrayendo y manteniendo a la sustancialidad, a la materialidad etérea y a la materialidad densa, del mismo modo y con mayor potencia todavía, todo lo que en la Poscreación tiene un origen por encima de lo espiritual, tiene que actuar sobre todo aquello, cuyo origen está por debajo. Es este un proceso natural, que no puede ser de otra manera. No obstante, su acción guarda sólo un cierto parecido con la fuerza de atracción, ya que ésta, tal y como la conocemos, no puede surtir sus efectos más que entre cuerpos de naturaleza similar.

Aquí, en cambio, se trata en efecto de la ley del más fuerte en su sentido puramente objetivo, en el sentido más noble, no en el sentido terrenal y humano; pues en la materialidad densa, como sucede en todo en lo que el hombre interviene, esta ley se ha hecho más brutal en sus efectos. El efecto natural de este poder dominador se manifiesta bajo el aspecto exterior de una fuerza magnética de concentración, de cohesión y de dominio.

En virtud de esa ley, los hombres también se sintieron atraídos hacia ese Extraño enigmático procedente de lo Alto y más fuerte que ellos, aunque a menudo rechazándolo con enemistad. Las envolturas compactas que Le rodeaban no eran capaces de contener completamente la expansión de esa Fuerza extraña a la Tierra, que no podía aún irradiar libremente para ejercer ese irresistible poder que tiene, llegado el momento de cumplir su misión y al desprenderse las envolturas impuestas.

Esto produjo la discordia en la intuición de los hombres. Tan sólo la presencia del Extraño bastaba para despertar en ellos las esperanzas más diversas, que, desgraciadamente, dada su actitud interior, quedaron reducidas siempre a meros deseos terrenales, que ellos alimentaban e intensificaban en su interior.

Pero el Extraño no podía nunca tomar en consideración tales deseos, pues su hora no había llegado todavía. Por tal razón, muchos quedaron decepcionados de sus propias ilusiones y, cosa singular, llegaron incluso a sentirse engañados. Nunca se pusieron a pensar en el hecho de que, en realidad, únicamente sus aspiraciones egoístas fueron las que no se cumplieron; indignados por tal decepción, pretendieron echar la culpa al Extraño. Pero Éste no los había llamado. Fueron ellos los que se acercaron y se adhirieron a Él, por el efecto de esa ley que ellos desconocían, convirtiéndose a menudo en penosa carga, que Él tuvo que llevar en Su caminar durante esos años terrenales que estaban previstos para Su aprendizaje.

Los hombres terrenales sentían intuitivamente ante Su presencia un algo misterioso y desconocido, que no acertaban a explicarse. Presentían un poder oculto, incomprensible, y como consecuencia de ello, llegaron a suponer finalmente, en su ignorancia, que se trataba de sugestión intencionada, de hipnosis o magia, según el grado de incomprensión, cuando en realidad nada de esto venía al caso. La simpatía inicial, la consciencia de una atracción extraña, se transformó a menudo en odio que desahogaba su rabia arrojando piedras moralmente o intentando mancillar a aquel de quien, prematuramente, habían esperado demasiado.

Nadie se tomó la molestia de analizarse a sí mismo con justicia. Tal examen habría revelado que el Extraño que vivía Su propia vida según otros conceptos y otros ideales, había sido explotado por los que se adhirieron a Él, y que no había nada más lejos de Él que explotar a los demás, tal como pensaban los importunos y trataban de sugerir a los demás, en la amargura que les causaba verse privados de la satisfacción de sus deseos de llevar una vida cómoda y fácil. En su ceguera, respondieron a la benevolencia que les había sido demostrada, con un odio y una enemistad insensata, parecida a la actitud de Judas.

Pero el Extraño sobre la Tierra tenía que soportar pacientemente todas las hostilidades, las cuales eran la consecuencia natural de Su presencia, mientras la humanidad viviera sumida en la confusión. Sólo así fue como Él, que era ajeno a todo acto y a todo pensamiento malo, pudo percatarse de lo que la naturaleza humana había llegado a ser capaz. Tal experiencia le proporcionó también, al mismo tiempo, el temple necesario que lentamente se fue cubriendo como una coraza sobre su actitud siempre dispuesta a prestar ayuda, abriéndose así un abismo entre ésta y la humanidad… a causa de las heridas producidas en su alma, que ocasionaron dicha separación y que no podrán volver a curarse en tanto que la humanidad no se enmiende por completo. A partir de ese instante, las llagas que le fueron infligidas constituyeron el abismo sobre el cual sólo puede echar un puente aquel hombre que siga estrictamente el camino de las Leyes divinas. Sólo un camino tal puede servir de puente. Los demás hombres tendrán que sucumbir fatalmente en el abismo, ya que no existe otro camino para franquearlo. Y el hecho de detenerse ante él, trae consigo la destrucción.

A la hora precisa, antes de llegar a su fin ese duro aprendizaje, se realizó el encuentro con la compañera que, siendo una parte de él mismo, debía caminar a su lado a través de la vida, a fin de tomar parte, por determinación divina, en la inmensa obra. Extraña también sobre la Tierra, se integró con plena consciencia alegremente en la Voluntad de Dios, para florecer allí con toda gratitud.

¡Entonces fue cuando llegó la hora de los llamados, los que habían prestado ante Dios, tiempo atrás, el juramento de servir con fidelidad! Su petición había sido acogida favorablemente y llevada a cabo con todo esmero. Su encarnación sobre la Tierra tuvo lugar en el momento oportuno. Fielmente guiados, fueron equipados, bajo el punto de vista terrenal, de todo lo que era necesario para cumplir debidamente la misión asignada. Todo fue conducido hacia ellos, fueron colmados de regalos, con tanta abundancia, que no podían menos que considerarlo como un don, un préstamo concedido para la hora del cumplimiento de su promesa de antaño.

Puntualmente, entraron en contacto con el Enviado, primero mediante Su Palabra, después también en persona … y muchos de ellos presintieron efectivamente la llamada, experimentaron en su alma algo no acostumbrado, pero entretanto, en el transcurso de su existencia terrenal, muchos se habían dejado seducir por las cosas puramente materiales y en parte por las tinieblas, de tal forma, que ya no fueron capaces de reunir las fuerzas necesarias para superarse a sí mismos y dedicarse al verdadero servicio, para el cual les había sido concedida la gracia de venir a la Tierra en esta época tan importante.

Otros dieron débiles muestras de una voluntad de cumplir su misión, pero sus defectos terrenales les impidieron ponerlo en práctica. También hubo, por desgracia, quienes iniciaron el camino que les había sido designado, buscando desde un principio y en primer lugar, nada más que sus propias ventajas terrenales. Muchos incluso, con voluntad sincera, esperaban de Aquél a quien tenían que servir, que les allanara el camino del cumplimiento de su misión, cuando, por el contrario, era eso lo que se esperaba de ellos.

Sólo unos pocos, aislados, se revelaron verdaderamente capaces de salir adelante en su misión. A éstos les fue dada una fuerza diez veces mayor en el momento en que debían cumplir con su deber, de suerte que los vacíos no fueron perceptibles. En su fidelidad, incluso pudieron llevar a cabo muchas cosas más, tantas como nunca hubiese sido capaz de realizar el gran conjunto de llamados. –

El Extraño miraba con tristeza el devastamiento causado sobre la Tierra en las filas de los llamados. ¡Eso fue para él una de las más amargas experiencias! A pesar de lo mucho que había aprendido, a pesar de cuanto había sufrido a causa de los hombres mismos… no acertaba a comprender esta última realidad, pues no encontraba excusa alguna para tal desastre. ¡Según él, un llamado, especialmente guiado y encarnado accediendo a sus propios deseos, no podría obrar de otra manera que cumpliendo fielmente su misión, con la alegría más profunda! ¡Para qué estaba sino en la Tierra! ¡Para qué fue tan fielmente protegido hasta la hora en que el Enviado tuviera necesidad de él! Todo se les había brindado con miras al deber que debían cumplir.

Esa fue la razón por la cual, cuando el Enviado entró en contacto con los primeros llamados, depositó en ellos toda su confianza. Los consideró como amigos que, en principio, sólo podían pensar, sentir y obrar según la fidelidad más inquebrantable. ¿No se trataba de lo más grande y más precioso que nunca pudiera suceder a un hombre? No le sobrevino ni siquiera el pensamiento de que también los llamados pudieran convertirse en impuros, durante los años de su espera. Era inconcebible para Él, que un hombre tan colmado de gracias pudiera desviarse sacrílegamente del verdadero fin de su existencia, perdiéndose en cosas baladíes. Veía en ellos, por las faltas que llevaban, seres necesitados de mucha ayuda. … ¡Tanto más terrible fue para Él, tener que constatar que el espíritu humano, aun en casos tan extraordinarios, no es digno de confianza, y que, a pesar de la protección y guía espiritual más fiel, se muestra indigno de la mayor de las gracias!

Conmovido, vio de repente, ante sí a la humanidad en su indecible mediocridad, en su infamia. Sintió repugnancia de ella.

La miseria en la Tierra se hizo más abrumadora. Cada vez más claramente se mostraba la inestabilidad del engañador edificio de todas las obras humanas realizadas hasta hoy. La prueba de la incapacidad de los hombres se hacía cada vez más palpable. En una confusión siempre en aumento, todo empezó a zozobrar; todo menos una cosa: la presunción de los hombres en su pretendido querer hacerlo mejor.

Precisamente esta presunción fue floreciendo más exuberante que nunca. Y es natural que así fuera, ya que, para poder prosperar, necesita siempre de un espíritu angosto. El aumento de esa angostura tenía que implicar también la mayor intensificación de la vanidad.

El afán de hacerse valer llegó a convertirse en una obsesión febril. Cuanto menos podía ofrecer el hombre, tanto más ansiosa exigía su alma la liberación, consciente plenamente del hundimiento, y tanto más ostentosa, se hizo a la búsqueda de fruslerías terrenales y de honras humanas en su falsa necesidad de compensación. Y si con frecuencia, en las horas de tranquilidad, llegaron al fin a dudar de sí mismos, esto les incitó más apasionadamente a hacerse pasar, por lo menos, por sabios. ¡A cualquier precio!

Así sobrevino la vertiginosa caída. Conscientes del espantoso desastre que había de venir y poseídos de un gran temor, acabaron por intentar cegarse a sí mismos, cada uno a su manera, dejando que tal monstruosidad siguiera su curso como hasta ahora. Cerraron los ojos ante la responsabilidad amenazadora.

Hombres “sabios” anunciaron la época de la venida de un guía poderoso, que los libraría de la miseria. Pero la mayor parte de ellos pretendieron considerarse a sí mismos como tales guías o, si eran más modestos, quisieron encontrarlo al menos dentro de su propio grupo.

Los “creyentes” imploraban a Dios, para que les ayudara a salir del caos, pero se puso en evidencia que esos pobres hombrecillos terrenales, al mismo tiempo que rogaban para que se realizaran sus deseos, buscaban interiormente poner condiciones a Dios: deseaban un guía tal que correspondiera a sus ideas. ¡Hasta qué extremo llega la mezquindad humana! ¡Los hombres son capaces de creer que un enviado de Dios tiene la necesidad de adornarse con vanidades terrenales! Esperan que se rija por sus opiniones tan limitadas, para ser reconocido por ellos y ganar así su fe y su confianza. ¡Cuán inaudito orgullo! ¡Cuánta presunción se encierra sólo en este hecho! ¡En la hora en que deban cumplirse los designios de Dios, ese orgullo será arrasado sin piedad, junto con todos los que entregaron su espíritu a tan insensatas ilusiones! –

Entonces llamó el Señor a Su Siervo, que caminaba como un Extraño sobre la Tierra, a fin de que hablara y comunicara Su Mensaje a todos los que estaban sedientos de él.

He aquí que el saber de los “sabios” era falso, que las plegarias de los creyentes no eran sinceras; pues ellos no acogieron la voz que procedía de la Verdad, la cual, de hecho, sólo podía ser reconocida cuando aquella chispa de Verdad en cada ser humano no había sido sepultada bajo las imperfecciones terrenales, bajo el poder del intelecto y bajo todo lo que es susceptible de desviar al espíritu humano del verdadero camino y de provocar su caída.

No podía encontrar eco más que allí donde la plegaria procediera de un alma realmente humilde y sincera.

¡La llamada fue hecha! En dondequiera que se dejó oír, produjo inquietud, división. Pero donde era esperado sinceramente, produjo paz y felicidad.

Una turbulenta agitación se apoderó de las tinieblas, y éstas fueron condensándose aún más, más compactas, más pesadas, más negras alrededor de la Tierra. Aquí y allá se levantaron hostiles, con estridentes gritos, que llenos de odio se dejaron oír en medio de las filas de aquellos que estaban dispuestos a obedecer el llamamiento. Las tinieblas estrecharon más y más sus lazos, ciñéndose en torno a aquellos llamados, que, habiendo fracasado tenían que hundirse en ellas, a las cuales habían estrechado voluntariamente la mano. Aquel juramento de antaño los unía espiritualmente al Enviado, los atraía hacia Él al acercarse la hora del cumplimiento, mientras que sus faltas formaban un obstáculo y los apartaban de Él, haciendo imposible toda unión con la Luz.

De tales hechos no podía resultar otra cosa que un puente de odio, de todo el odio de las tinieblas contra todo lo que es Luz. Ellos hicieron así aún más cruel el camino de dolor del Enviado de la Luz, conduciéndolo hasta el Gólgota, camino que la inmensa mayoría de los hombres se prestó muy gustosamente a hacérselo más penoso, especialmente aquellos que ya creían conocer y seguir el camino de la Luz, como hicieron una vez los escribas y fariseos.

Esta situación aportó una vez más la prueba evidente de que la humanidad volvería hoy a hacer exactamente lo mismo que lo que hizo en otro tiempo contra el Hijo de Dios. Pero esta vez bajo una forma más moderna: una crucifixión simbólica, mediante una tentativa de crimen moral que, ante las Leyes de Dios, no es menor delito que el crimen corporal.

Todo quedó consumado con la última posibilidad de gracia, perdida por irreflexión. Traidores, falsos testigos y calumniadores surgieron de entre la multitud de los llamados. Los gusanos de las tinieblas osaban acercarse cada vez más numerosos, pues se sentían seguros por el hecho de que el Extraño sobre la Tierra, en el cumplimiento de Su Misión, callaba ante la ponzoña, tal como se le había ordenado y como también hizo el Hijo de Dios ante las masas vociferantes, que querían verle clavado en la cruz como un criminal.

Pero cuando los perjuros renegados, en la ceguera de su odio, estimaban que su victoria estaba conseguida, cuando las tinieblas creían haber destruido otra vez la obra de la Luz, ya que ante sus ojos el Portador de dicha obra había quedado totalmente desacreditado en la Tierra, ¡entonces Dios, en Su Omnipotencia, manifestó esta vez Su Voluntad! Y entonces… los blasfemos cayeron también de rodillas… ¡pero demasiado tarde ya!




* * *


Esta conferencia fue extractada de:

EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

* * *

Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

La fuerza secreta de la luz en la mujer 1

  La fuerza secreta de la luz en la mujer Primera parte   La mujer, ha recibido de Dios una Fuerza especial que le confiere tal delica...