32. EL EXTRAÑO
LA OSCURIDAD SE EXTENDÍA de nuevo sobre la Tierra. Triunfante, su sombra se abatía sobre los hombres, cerrándoles el camino que conduce al Reino espiritual primordial. La Luz de Dios se había alejado de ellos. El cuerpo que había sido receptáculo terrenal estaba pendiente de la cruz, sangriento, desgarrado, víctima de la oposición de aquellos a quienes la Luz quería aportar bienaventuranza y sagrada paz.
En la cima más alta de la Creación, en la radiante
proximidad de Dios, se yergue la Mansión del Grial, el Templo de la Luz. En él
reinaba una gran aflicción por los espíritus humanos confundidos en las
profundidades, que, en su ciega pretensión de querer saberlo todo mejor, se
cerraron hostilmente a la Verdad, dejándose azotar por las tinieblas,
rebosantes de odio, hasta llegar por último a cometer el crimen contra el Hijo
de Dios. La maldición así creada por la humanidad, se extendió pesadamente
sobre todo el universo, empujándolo hacia una estrechez de comprensión cada vez
más grande. –
Desde lo alto de la Mansión del Grial, un adolescente
contemplaba con grave asombro este acontecimiento tan monstruoso… Ese
adolescente era el futuro Hijo del Hombre. Ya en aquel tiempo estaba en curso
su preparación, la cual exigió miles de años, pues debía estar bien pertrechado
para descender a esos abismos, en donde, por voluntad de los hombres, reinaban
las tinieblas.
Una mano femenina se posó dulcemente sobre los hombros del
soñador. La Reina de la Feminidad estaba a su lado, y le habló con una
aflicción llena de amor:
“Deja que estos hechos te impresionen, querido hijo. Así es el campo de batalla que te será
preciso recorrer en la hora del cumplimiento; pues, ante los ruegos del
Salvador asesinado, Dios Padre accedió a que, una vez más, sea anunciada por ti
Su Palabra a los réprobos, ¡a fin de que
puedan salvarse los que quieran escucharla!”
El adolescente bajó la cabeza silenciosamente, y, en
ardiente plegaria, pidió que le fueran dadas fuerzas, pues la resonancia del
inmenso Amor Divino vibraba intensamente en Él.
El anuncio de esta última y nueva oportunidad de gracia se
extendió rápidamente a través de todas las esferas. Numerosas almas imploraron
a Dios que les concediese poder colaborar en la gran obra de redención de todos
aquellos que aún querían encontrar el camino que conduce hacia Dios. El Amor de
Dios Padre concedió esto a unas cuantas almas, cuya ascensión de esta manera se
veía beneficiada. Poseídos de un gozo lleno de gratitud, esa legión de
privilegiados prestó con júbilo un juramento de fidelidad en el cumplimiento de
los deberes concedidos.
Así fueron preparados aquellos
llamados que más tarde debían ponerse a disposición del Enviado de Dios, cuando
llegase el momento de cumplir su Misión sobre la Tierra. Con gran esmero fue
cuidada su evolución encaminándola a tales fines, y, a su debido tiempo, se
encarnaron en la Tierra, de forma que pudiesen estar dispuestos a la hora de
ser llamados, siendo su primer deber
estar atentos a esa llamada.
Entretanto, el legado del Hijo de Dios asesinado, Su
Palabra viva, fue objeto de abuso en la Tierra, no siendo empleada más que para
fines egoístas. Faltaba a los hombres toda noción de los verdaderos principios
de Cristo. Se entregaron, por el contrario, a un amor servil tan erróneo y
terrenal, que acabaron por desechar todo lo demás como no procedente de Dios.
Incluso hoy día siguen rechazando y combatiendo todo lo que no muestre esa
repugnante blandura que ellos tanto desean, todo lo que no profese, como ellos,
ese culto a lo humano, tan malsano y esclavizante.
Todo lo que no tiene por base la aceptación del principio
de la soberanía humana, se califica sencillamente de falso y ajeno a la Palabra
de Dios. Pero, bajo tal actitud, no se oculta, en realidad, más que la inquieta
preocupación, hace tanto tiempo presentida, de que pueda ponerse al descubierto
la nulidad de su falsa estructura.
¡Tal ha sido lo
que han hecho del legado sagrado del Hijo de Dios! Bajo condiciones tan
denigrantes, fueron reclutando adeptos, hasta que fue posible desplegar un
cierto poder terrenal, única finalidad que perseguían. No obstante, por sus bestiales
crueldades, se puso enseguida de manifiesto, que los portadores de los mal
comprendidos principios de Cristo estaban muy lejos de entenderlos
verdaderamente y mucho menos de vivirlos.
¡Sin cesar, con una creciente evidencia, fue aportándose la
prueba de que los que precisamente pretendían ser los portadores de los
principios de Cristo eran los peores enemigos y los más grandes ofensores de
los verdaderos principios de Cristo, y todo con una desvergüenza imperdonable!
Toda la historia posterior a la venida de Cristo muestra, con el surgir de las
iglesias, estas realidades grabadas imborrablemente a letra de fuego con una
nitidez tal, que nunca podrán ser refutadas ni atenuadas. No puede ocultarse
que el infame monumento de la hipocresía consciente fue erigido mediante la
larga historia de muertes individuales o colectivas, bajo la criminal
invocación de Dios. En muchos sitios sigue trabajándose hoy en ese monumento,
sólo que de una manera modificada, adaptada al tiempo actual.
Las tinieblas se fueron haciendo cada vez más densas y
negras, gracias a la complacencia de todos los espíritus humanos, a medida que
se aproximaba la época en que el Hijo del Hombre debía encarnarse en la Tierra.
Una gozosa animación de los elementos anunció Su nacimiento
terrenal. Ángeles Le acompañaron afectuosamente hasta la Tierra. Espíritus
primordiales formaron alrededor de Él y de Su infancia terrenal una muralla
sólida. Los años de Su juventud sobre la Tierra debían transcurrir felizmente.
Al atardecer, contemplaba aquel fulgurante cometa, como si fuera un saludo de
Dios Padre, como algo natural que formaba parte de los astros, hasta el
instante en que fue puesta sobre sus ojos la venda que debía llevar durante Su
amargo aprendizaje en la Tierra.
A Su alrededor todo Le parecía extraño. Sólo una inmensa e
insaciable nostalgia llenaba Su alma, creciendo hasta robarle todo reposo,
hasta inducirle a una incesante y nerviosa búsqueda. Nada de lo que la Tierra
ofrecía era capaz de sosegarle.
Con la venda de materialidad etérea sobre sus ojos, se
encontró entonces en territorio enemigo, de cara a las tinieblas, en un campo
de batalla donde todo lo oscuro podía pisar más firmemente que Él mismo. En
consecuencia, estaba en la naturaleza de las cosas que, dondequiera que
intentara emprender algo, ningún eco respondiera a su esfuerzo, ningún éxito le
coronara; sólo las tinieblas se alzaban siempre hostiles y sarcásticas.
En tanto no llegara para Él el momento del cumplimiento de
Su Misión, las tinieblas podían seguir siendo las más fuertes, ocasionándole
daños materiales dondequiera que ejerciera su actividad terrenal; pues,
naturalmente, todo lo material tenía
que oponerse con hostilidad al Enviado de Dios, porque toda voluntad humana hoy
en día se ha encaminado en contra de
la verdadera Voluntad Divina, a pesar de su pretendida búsqueda de la Verdad,
detrás de la cual se oculta siempre la vanidad, en sus formas más diversas. Con
facilidad encontraron las tinieblas, en todas partes, criaturas dispuestas a
detener al Enviado de la Luz, para infligirle sensibles y dolorosas heridas.
Su tiempo de aprendizaje en la Tierra se convirtió así en
una senda de sufrimiento.
Así como la espiritualidad ejerce con gran fuerza una
acción de apariencia magnética, atrayendo y manteniendo a la sustancialidad, a
la materialidad etérea y a la materialidad densa, del mismo modo y con mayor
potencia todavía, todo lo que en la Poscreación tiene un origen por encima de
lo espiritual, tiene que actuar sobre todo
aquello, cuyo origen está por debajo. Es este un proceso natural, que no puede
ser de otra manera. No obstante, su acción guarda sólo un cierto parecido con
la fuerza de atracción, ya que ésta, tal y como la conocemos, no puede surtir
sus efectos más que entre cuerpos de naturaleza similar.
Aquí, en cambio, se
trata en efecto de la ley del más fuerte
en su sentido puramente objetivo, en el sentido más noble, no en el sentido
terrenal y humano; pues en la materialidad densa, como sucede en todo en lo que
el hombre interviene, esta ley se ha hecho más brutal en sus efectos. El efecto
natural de este poder dominador se manifiesta bajo el aspecto exterior de una
fuerza magnética de concentración, de cohesión y de dominio.
En virtud de esa ley, los hombres también se sintieron
atraídos hacia ese Extraño enigmático procedente de lo Alto y más fuerte que
ellos, aunque a menudo rechazándolo con enemistad. Las envolturas compactas que
Le rodeaban no eran capaces de contener completamente la expansión de esa
Fuerza extraña a la Tierra, que no podía aún irradiar libremente para ejercer ese irresistible poder que tiene,
llegado el momento de cumplir su misión y al desprenderse las envolturas
impuestas.
Esto produjo la discordia en la intuición de los hombres.
Tan sólo la presencia del Extraño bastaba para despertar en ellos las
esperanzas más diversas, que, desgraciadamente, dada su actitud interior,
quedaron reducidas siempre a meros deseos terrenales, que ellos alimentaban e
intensificaban en su interior.
Pero el Extraño no podía nunca tomar en consideración tales
deseos, pues su hora no había llegado todavía. Por tal razón, muchos quedaron
decepcionados de sus propias ilusiones y, cosa singular, llegaron incluso a
sentirse engañados. Nunca se pusieron a pensar en el hecho de que, en realidad,
únicamente sus aspiraciones egoístas
fueron las que no se cumplieron; indignados por tal decepción, pretendieron
echar la culpa al Extraño. Pero Éste no los había llamado. Fueron ellos los que
se acercaron y se adhirieron a Él, por el efecto de esa ley que ellos
desconocían, convirtiéndose a menudo en penosa carga, que Él tuvo que llevar en
Su caminar durante esos años
terrenales que estaban previstos para Su aprendizaje.
Los hombres terrenales sentían intuitivamente ante Su
presencia un algo misterioso y desconocido, que no acertaban a explicarse.
Presentían un poder oculto, incomprensible, y como consecuencia de ello,
llegaron a suponer finalmente, en su ignorancia, que se trataba de sugestión
intencionada, de hipnosis o magia, según el grado de incomprensión, cuando en
realidad nada de esto venía al caso. La simpatía inicial, la consciencia de una
atracción extraña, se transformó a menudo en odio que desahogaba su rabia
arrojando piedras moralmente o intentando mancillar a aquel de quien,
prematuramente, habían esperado demasiado.
Nadie se tomó la molestia de analizarse a sí mismo con
justicia. Tal examen habría revelado que el Extraño que vivía Su propia vida
según otros conceptos y otros ideales, había sido explotado por los que se
adhirieron a Él, y que no había nada más lejos de Él que explotar a los demás,
tal como pensaban los importunos y trataban de sugerir a los demás, en la
amargura que les causaba verse privados de la satisfacción de sus deseos de
llevar una vida cómoda y fácil. En su ceguera, respondieron a la benevolencia
que les había sido demostrada, con un odio y una enemistad insensata, parecida
a la actitud de Judas.
Pero el Extraño sobre la Tierra tenía que soportar
pacientemente todas las hostilidades, las cuales eran la consecuencia natural
de Su presencia, mientras la humanidad viviera sumida en la confusión. Sólo así
fue como Él, que era ajeno a todo acto y a todo pensamiento malo, pudo
percatarse de lo que la naturaleza humana había llegado a ser capaz. Tal
experiencia le proporcionó también, al mismo tiempo, el temple necesario que
lentamente se fue cubriendo como una coraza sobre su actitud siempre dispuesta
a prestar ayuda, abriéndose así un abismo entre ésta y la humanidad… a causa de
las heridas producidas en su alma, que ocasionaron dicha separación y que no
podrán volver a curarse en tanto que la humanidad no se enmiende por completo.
A partir de ese instante, las llagas que le fueron infligidas constituyeron el
abismo sobre el cual sólo puede echar un puente aquel hombre que siga estrictamente
el camino de las Leyes divinas. Sólo un camino tal puede servir de puente. Los
demás hombres tendrán que sucumbir fatalmente en el abismo, ya que no existe
otro camino para franquearlo. Y el hecho de detenerse ante él, trae consigo la
destrucción.
A la hora precisa, antes de llegar a su fin ese duro
aprendizaje, se realizó el encuentro con la
compañera que, siendo una parte de él mismo, debía caminar a su lado a través
de la vida, a fin de tomar parte, por determinación divina, en la inmensa obra.
Extraña también sobre la Tierra, se integró con plena consciencia alegremente
en la Voluntad de Dios, para florecer allí con toda gratitud.
¡Entonces fue cuando llegó la hora de los llamados, los que
habían prestado ante Dios, tiempo atrás, el juramento de servir con fidelidad!
Su petición había sido acogida favorablemente y llevada a cabo con todo esmero.
Su encarnación sobre la Tierra tuvo lugar en el momento oportuno. Fielmente
guiados, fueron equipados, bajo el punto de vista terrenal, de todo lo que era
necesario para cumplir debidamente la misión asignada. Todo fue conducido hacia
ellos, fueron colmados de regalos, con tanta abundancia, que no podían menos
que considerarlo como un don, un préstamo concedido para la hora del
cumplimiento de su promesa de antaño.
Puntualmente, entraron en contacto con el Enviado, primero
mediante Su Palabra, después también en persona … y muchos de ellos
presintieron efectivamente la llamada, experimentaron en su alma algo no
acostumbrado, pero entretanto, en el transcurso de su existencia terrenal,
muchos se habían dejado seducir por las cosas puramente materiales y en parte
por las tinieblas, de tal forma, que ya no fueron capaces de reunir las fuerzas
necesarias para superarse a sí mismos y dedicarse al verdadero servicio, para el
cual les había sido concedida la gracia de venir a la Tierra en esta época tan
importante.
Otros dieron débiles muestras de una voluntad de cumplir su
misión, pero sus defectos terrenales les impidieron ponerlo en práctica.
También hubo, por desgracia, quienes iniciaron el camino que les había sido
designado, buscando desde un principio y en primer
lugar, nada más que sus propias ventajas terrenales. Muchos incluso, con
voluntad sincera, esperaban de Aquél
a quien tenían que servir, que les allanara el camino del cumplimiento de su
misión, cuando, por el contrario, era eso lo que se esperaba de ellos.
Sólo unos pocos, aislados, se revelaron verdaderamente
capaces de salir adelante en su misión. A éstos les fue dada una fuerza diez
veces mayor en el momento en que debían cumplir con su deber, de suerte que los
vacíos no fueron perceptibles. En su fidelidad, incluso pudieron llevar a cabo
muchas cosas más, tantas como nunca hubiese sido capaz de realizar el gran
conjunto de llamados. –
El Extraño miraba con tristeza el devastamiento causado
sobre la Tierra en las filas de los llamados. ¡Eso fue para él una de las más amargas experiencias! A pesar de lo
mucho que había aprendido, a pesar de cuanto había sufrido a causa de los
hombres mismos… no acertaba a comprender esta última realidad, pues no
encontraba excusa alguna para tal desastre. ¡Según él, un llamado,
especialmente guiado y encarnado accediendo a sus propios deseos, no podría
obrar de otra manera que cumpliendo fielmente su misión, con la alegría más
profunda! ¡Para qué estaba sino en la Tierra! ¡Para qué fue tan fielmente
protegido hasta la hora en que el Enviado tuviera necesidad de él! Todo se les
había brindado con miras al deber que debían cumplir.
Esa fue la razón por la cual, cuando el Enviado entró en
contacto con los primeros llamados, depositó en ellos toda su confianza. Los
consideró como amigos que, en principio, sólo podían pensar, sentir y obrar
según la fidelidad más inquebrantable. ¿No se trataba de lo más grande y más
precioso que nunca pudiera suceder a un hombre? No le sobrevino ni siquiera el
pensamiento de que también los llamados pudieran convertirse en impuros,
durante los años de su espera. Era inconcebible para Él, que un hombre tan
colmado de gracias pudiera desviarse sacrílegamente del verdadero fin de su
existencia, perdiéndose en cosas baladíes. Veía en ellos, por las faltas que
llevaban, seres necesitados de mucha ayuda. … ¡Tanto más terrible fue para Él,
tener que constatar que el espíritu humano, aun en casos tan extraordinarios,
no es digno de confianza, y que, a pesar de la protección y guía espiritual más
fiel, se muestra indigno de la mayor de las gracias!
Conmovido, vio de repente, ante sí a la humanidad en su
indecible mediocridad, en su infamia. Sintió repugnancia de ella.
La miseria en la Tierra se hizo más abrumadora. Cada vez
más claramente se mostraba la inestabilidad del engañador edificio de todas las
obras humanas realizadas hasta hoy. La prueba de la incapacidad de los hombres
se hacía cada vez más palpable. En una confusión siempre en aumento, todo
empezó a zozobrar; todo menos una cosa: la presunción de los hombres en su
pretendido querer hacerlo mejor.
Precisamente esta presunción fue floreciendo más exuberante
que nunca. Y es natural que así fuera, ya que, para poder prosperar, necesita
siempre de un espíritu angosto. El aumento de esa angostura tenía que implicar
también la mayor intensificación de la vanidad.
El afán de hacerse valer llegó a convertirse en una
obsesión febril. Cuanto menos podía ofrecer el hombre, tanto más ansiosa exigía
su alma la liberación, consciente plenamente del hundimiento, y tanto más
ostentosa, se hizo a la búsqueda de fruslerías
terrenales y de honras humanas en su falsa necesidad de compensación. Y si
con frecuencia, en las horas de tranquilidad, llegaron al fin a dudar de sí
mismos, esto les incitó más apasionadamente a hacerse pasar, por lo menos, por sabios. ¡A cualquier precio!
Así sobrevino la vertiginosa caída. Conscientes del
espantoso desastre que había de venir y poseídos de un gran temor, acabaron por
intentar cegarse a sí mismos, cada uno a su manera, dejando que tal
monstruosidad siguiera su curso como hasta ahora. Cerraron los ojos ante la
responsabilidad amenazadora.
Hombres “sabios” anunciaron la época de la venida de un
guía poderoso, que los libraría de la miseria. Pero la mayor parte de ellos
pretendieron considerarse a sí mismos como tales guías o, si eran más modestos,
quisieron encontrarlo al menos dentro de su propio grupo.
Los “creyentes” imploraban a Dios, para que les ayudara a
salir del caos, pero se puso en evidencia que esos pobres hombrecillos
terrenales, al mismo tiempo que rogaban para que se realizaran sus deseos,
buscaban interiormente poner condiciones a Dios: deseaban un guía tal que correspondiera a sus ideas. ¡Hasta qué extremo llega la
mezquindad humana! ¡Los hombres son capaces de creer que un enviado de Dios
tiene la necesidad de adornarse con vanidades terrenales! Esperan que se rija
por sus opiniones tan limitadas, para ser reconocido por ellos y ganar así su fe y su confianza. ¡Cuán inaudito
orgullo! ¡Cuánta presunción se encierra sólo en este hecho! ¡En la hora en que
deban cumplirse los designios de Dios, ese orgullo será arrasado sin piedad,
junto con todos los que entregaron su espíritu a tan insensatas ilusiones! –
Entonces llamó el Señor a Su Siervo, que caminaba como un
Extraño sobre la Tierra, a fin de que hablara y comunicara Su Mensaje a todos
los que estaban sedientos de él.
He aquí que el saber de los “sabios” era falso, que las plegarias
de los creyentes no eran sinceras; pues ellos no acogieron la voz que procedía
de la Verdad, la cual, de hecho, sólo podía ser reconocida cuando aquella
chispa de Verdad en cada ser humano no había sido sepultada bajo las
imperfecciones terrenales, bajo el poder del intelecto y bajo todo lo que es
susceptible de desviar al espíritu humano del verdadero camino y de provocar su
caída.
No podía encontrar eco más que allí donde la plegaria
procediera de un alma realmente humilde y sincera.
¡La llamada fue hecha! En dondequiera que se dejó oír,
produjo inquietud, división. Pero donde era esperado sinceramente, produjo paz
y felicidad.
Una turbulenta agitación se apoderó de las tinieblas, y
éstas fueron condensándose aún más, más compactas, más pesadas, más negras
alrededor de la Tierra. Aquí y allá se levantaron hostiles, con estridentes
gritos, que llenos de odio se dejaron oír en medio de las filas de aquellos que
estaban dispuestos a obedecer el llamamiento. Las tinieblas estrecharon más y
más sus lazos, ciñéndose en torno a aquellos
llamados, que, habiendo fracasado tenían que hundirse en ellas, a las
cuales habían estrechado voluntariamente la mano. Aquel juramento de antaño los
unía espiritualmente al Enviado, los atraía hacia Él al acercarse la hora del
cumplimiento, mientras que sus faltas formaban un obstáculo y los apartaban de
Él, haciendo imposible toda unión con la Luz.
De tales hechos no podía resultar otra cosa que un puente
de odio, de todo el odio de las tinieblas contra todo lo que es Luz. Ellos
hicieron así aún más cruel el camino de dolor del Enviado de la Luz,
conduciéndolo hasta el Gólgota, camino que la inmensa mayoría de los hombres se
prestó muy gustosamente a hacérselo más penoso, especialmente aquellos que ya
creían conocer y seguir el camino de la Luz, como hicieron una vez los escribas
y fariseos.
Esta situación aportó una vez más la prueba evidente de que
la humanidad volvería hoy a hacer exactamente lo mismo que lo que hizo en otro
tiempo contra el Hijo de Dios. Pero esta vez bajo una forma más moderna: una
crucifixión simbólica, mediante una tentativa de crimen moral que, ante las Leyes de Dios, no es menor delito que el crimen corporal.
Todo quedó consumado con la última posibilidad de gracia,
perdida por irreflexión. Traidores, falsos testigos y calumniadores surgieron
de entre la multitud de los llamados. Los gusanos de las tinieblas osaban
acercarse cada vez más numerosos, pues se sentían seguros por el hecho de que
el Extraño sobre la Tierra, en el cumplimiento de Su Misión, callaba ante la
ponzoña, tal como se le había ordenado y como también hizo el Hijo de Dios ante
las masas vociferantes, que querían verle clavado en la cruz como un criminal.
Pero cuando los perjuros renegados, en la ceguera de su
odio, estimaban que su victoria estaba conseguida, cuando las tinieblas creían
haber destruido otra vez la obra de la Luz, ya que ante sus ojos el Portador de
dicha obra había quedado totalmente desacreditado en la Tierra, ¡entonces Dios,
en Su Omnipotencia, manifestó esta
vez Su Voluntad! Y entonces… los
blasfemos cayeron también de rodillas… ¡pero demasiado tarde ya!
* * *
Esta conferencia fue extractada de:
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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