33. EL BAUTISMO
SI EL BAUTISMO administrado a un niño
por un eclesiástico no es considerado por éste más que como un deber de su
ministerio, no tendrá valor alguno, no causará ni daños ni beneficios. En
cambio, si se trata del Bautismo de una persona adulta, su contenido espiritual
dependerá de la mayor o menor intensidad y pureza del estado receptivo interior
del que se bautiza.
En el caso de un niño, sólo la fe del bautista puede servir
como medio para alcanzar el fin. Según la intensidad y pureza de esta fe, el
niño recibirá, por el acto bautismal, un cierto confortamiento espiritual, así
como una protección contra las corrientes malévolas.
El acto del Bautismo no puede ser celebrado con plena
eficacia por cualquier persona investida de la jerarquía eclesiástica terrenal.
Para ello se precisa de un hombre que mantenga comunicación con la Luz. Sólo él
puede transmitirla. Pero esa facultad no se adquiere ni por el estudio
terrenal, ni por la consagración eclesiástica, ni tampoco por la entronización
en un cargo. No existe absolutamente ninguna relación entre esa facultad y las
costumbres terrenales, sino que es únicamente un don del mismo Altísimo.
Ese donatario se convierte así en un elegido. Y estos
elegidos no son muy numerosos, pues ese don exige como condición un terreno
apropiado dentro del hombre mismo Si esta condición no se cumple en él, tampoco
podrá establecerse comunicación con la Luz. Ella no puede penetrar en un
terreno incultivado u hostil, pues también este proceso, lo mismo que todos,
está sometido a las leyes originales que todo lo invaden.
Pero ese elegido podrá, por el acto bautismal, transmitir
verdaderamente el Espíritu y la Fuerza, de modo que el Bautismo adquirirá el valor que muestra simbólicamente. No
obstante, es de recomendar que el Bautismo sea administrado solamente a
aquellos que sean conscientes plenamente de los efectos de tal acto y sientan un
ardiente deseo de ello. Así, pues, para que el Bautismo adquiera verdaderamente
todo su valor, es menester una cierta madurez y un deseo voluntario por parte
del que se bautiza, así como también la presencia de uno de esos bautistas
elegidos.
San Juan Bautista, al que todas las iglesias cristianas
siguen considerando como un auténtico
elegido, halló en los escribas y fariseos sus peores adversarios, los cuales se
consideraban entonces como los más llamados a juzgar sobre estas cosas.
El mismo pueblo de Israel fue escogido en aquel tiempo. En eso no hay duda ninguna. En medio
de él, el Hijo de Dios debería consumar Su obra terrenal. Según eso, también
los sacerdotes de ese pueblo deberían haber sido, en aquel entonces, los más
indicados para celebrar el Bautismo. Y, a pesar de todo, tuvo que venir San
Juan Bautista, el único elegido, para bautizar al Hijo de Dios encarnado, al
comienzo de Su verdadera misión sobre la Tierra.
Este acontecimiento muestra, asimismo, que la investidura
de un cargo nada tiene que ver con una elección divina. Ahora bien, sólo los
elegidos pueden ejercer eficazmente su cargo en nombre de Dios, es decir, por
mandato Suyo, tal como debe suceder en el Bautismo San Juan Bautista, el
elegido que no fue reconocido como tal por el sumo sacerdote de aquel pueblo
escogido, llamó a sus adversarios “raza de víboras”, y les negó el derecho de
ir a él.
En aquel tiempo, los mismos sacerdotes del pueblo escogido
tampoco reconocieron al propio Hijo de Dios, le persiguieron continuamente, y
contribuyeron a su aniquilamiento terrenal, pues Él era superior a ellos y, por
tanto, indeseable.
Hoy día, si Cristo volviera a aparecer entre los hombres
bajo un nuevo aspecto, es indudable que encontraría la misma oposición y la
misma hostilidad que entonces. Lo mismo le sucedería a uno de sus enviados,
sobre todo teniendo en cuenta que la humanidad actual se imagina estar “más
adelantada”.
No sólo este caso particular de San Juan Bautista, sino
muchos otros casos semejantes, muestran claramente que las consagraciones y las
asignaciones de cargos eclesiásticos, que, en realidad, no son más que
disposiciones dentro de la “organización de las iglesias”, nunca podrán
conferir una mayor aptitud para ejercer funciones espirituales si el propio ser
humano no ha sido elegido para ello.
Bien considerado, el Bautismo administrado por los
representantes eclesiásticos no es otra cosa que un mero acto de admisión
dentro del régimen interior de una asociación religiosa. No es una admisión por
parte de Dios, sino una admisión en el seno de la comunidad religioso-terrenal en cuestión. La
Primera Comunión y la Confirmación, que tienen lugar más tarde, pueden ser
consideradas únicamente como una reafirmación de la adhesión, como una
participación más amplia en los ritos de esas comunidades. El párroco ejerce
sus funciones en calidad de “siervo oficial de la Iglesia”, o sea, de manera
puramente terrenal, puesto que Iglesia y Dios no son la misma cosa.
* * *
Esta conferencia fue extractada de:
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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