domingo, 18 de diciembre de 2022

33. EL BAUTISMO

 

33. EL BAUTISMO

SI EL BAUTISMO administrado a un niño por un eclesiástico no es considerado por éste más que como un deber de su ministerio, no tendrá valor alguno, no causará ni daños ni beneficios. En cambio, si se trata del Bautismo de una persona adulta, su contenido espiritual dependerá de la mayor o menor intensidad y pureza del estado receptivo interior del que se bautiza.

En el caso de un niño, sólo la fe del bautista puede servir como medio para alcanzar el fin. Según la intensidad y pureza de esta fe, el niño recibirá, por el acto bautismal, un cierto confortamiento espiritual, así como una protección contra las corrientes malévolas.

El acto del Bautismo no puede ser celebrado con plena eficacia por cualquier persona investida de la jerarquía eclesiástica terrenal. Para ello se precisa de un hombre que mantenga comunicación con la Luz. Sólo él puede transmitirla. Pero esa facultad no se adquiere ni por el estudio terrenal, ni por la consagración eclesiástica, ni tampoco por la entronización en un cargo. No existe absolutamente ninguna relación entre esa facultad y las costumbres terrenales, sino que es únicamente un don del mismo Altísimo.

Ese donatario se convierte así en un elegido. Y estos elegidos no son muy numerosos, pues ese don exige como condición un terreno apropiado dentro del hombre mismo Si esta condición no se cumple en él, tampoco podrá establecerse comunicación con la Luz. Ella no puede penetrar en un terreno incultivado u hostil, pues también este proceso, lo mismo que todos, está sometido a las leyes originales que todo lo invaden.

Pero ese elegido podrá, por el acto bautismal, transmitir verdaderamente el Espíritu y la Fuerza, de modo que el Bautismo adquirirá el valor que muestra simbólicamente. No obstante, es de recomendar que el Bautismo sea administrado solamente a aquellos que sean conscientes plenamente de los efectos de tal acto y sientan un ardiente deseo de ello. Así, pues, para que el Bautismo adquiera verdaderamente todo su valor, es menester una cierta madurez y un deseo voluntario por parte del que se bautiza, así como también la presencia de uno de esos bautistas elegidos.

San Juan Bautista, al que todas las iglesias cristianas siguen considerando como un auténtico elegido, halló en los escribas y fariseos sus peores adversarios, los cuales se consideraban entonces como los más llamados a juzgar sobre estas cosas.

El mismo pueblo de Israel fue escogido en aquel tiempo. En eso no hay duda ninguna. En medio de él, el Hijo de Dios debería consumar Su obra terrenal. Según eso, también los sacerdotes de ese pueblo deberían haber sido, en aquel entonces, los más indicados para celebrar el Bautismo. Y, a pesar de todo, tuvo que venir San Juan Bautista, el único elegido, para bautizar al Hijo de Dios encarnado, al comienzo de Su verdadera misión sobre la Tierra.

Este acontecimiento muestra, asimismo, que la investidura de un cargo nada tiene que ver con una elección divina. Ahora bien, sólo los elegidos pueden ejercer eficazmente su cargo en nombre de Dios, es decir, por mandato Suyo, tal como debe suceder en el Bautismo San Juan Bautista, el elegido que no fue reconocido como tal por el sumo sacerdote de aquel pueblo escogido, llamó a sus adversarios “raza de víboras”, y les negó el derecho de ir a él.

En aquel tiempo, los mismos sacerdotes del pueblo escogido tampoco reconocieron al propio Hijo de Dios, le persiguieron continuamente, y contribuyeron a su aniquilamiento terrenal, pues Él era superior a ellos y, por tanto, indeseable.

Hoy día, si Cristo volviera a aparecer entre los hombres bajo un nuevo aspecto, es indudable que encontraría la misma oposición y la misma hostilidad que entonces. Lo mismo le sucedería a uno de sus enviados, sobre todo teniendo en cuenta que la humanidad actual se imagina estar “más adelantada”.

No sólo este caso particular de San Juan Bautista, sino muchos otros casos semejantes, muestran claramente que las consagraciones y las asignaciones de cargos eclesiásticos, que, en realidad, no son más que disposiciones dentro de la “organización de las iglesias”, nunca podrán conferir una mayor aptitud para ejercer funciones espirituales si el propio ser humano no ha sido elegido para ello.

Bien considerado, el Bautismo administrado por los representantes eclesiásticos no es otra cosa que un mero acto de admisión dentro del régimen interior de una asociación religiosa. No es una admisión por parte de Dios, sino una admisión en el seno de la comunidad religioso-terrenal en cuestión. La Primera Comunión y la Confirmación, que tienen lugar más tarde, pueden ser consideradas únicamente como una reafirmación de la adhesión, como una participación más amplia en los ritos de esas comunidades. El párroco ejerce sus funciones en calidad de “siervo oficial de la Iglesia”, o sea, de manera puramente terrenal, puesto que Iglesia y Dios no son la misma cosa.

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Esta conferencia fue extractada de:

EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio

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