domingo, 18 de diciembre de 2022

35. EL MISTERIO DE LUCIFER

 

35. EL MISTERIO DE LUCIFER

UN VELO GRIS recubre todo lo que guarda relación con Lucifer. Parece como si todo sintiera temor de levantar ligeramente el velo.

Ese temor no es, en realidad, más que la incapacidad de penetrar en el reino de las Tinieblas. Esta impotencia se deriva también de la misma naturaleza de las cosas; porque, en este caso igualmente, el espíritu humano no puede penetrar más allá de los límites impuestos por su propia constitución. Así como no puede subir hasta las cumbres más altas, del mismo modo le resulta imposible bajar hasta los abismos más profundos; nunca podrá hacerlo.

Así fue cómo la imaginación suplió ese vacío creando fantásticos seres con las apariencias más diversas. Se describe al demonio bajo las formas más aventuradas; se dice de él que es un arcángel destronado y expulsado, que es la personificación del principio del mal, y muchas otras cosas más. Del propio ser de Lucifer no se sabe nada; a pesar de que el espíritu humano es atacado por él y, a consecuencia de ello, muchas veces se agita en medio de una violenta discrepancia que bien puede ser calificada de lucha.

Aquellos que hablan de un arcángel destronado y los que ven en Lucifer la personificación del principio del mal, son los que más se acercan a la realidad. Sin embargo, también en esta ocasión, se adopta una postura equivocada que da al conjunto una apariencia desvirtuada. Una personificación del principio del mal da a entender que se trata de un punto culminante, de una etapa final, de la encarnación viva de todo lo malo, es decir, el apogeo, la consumación definitiva.

Pero, por el contrario, Lucifer es el origen del principio falso, el punto de partida, la fuerza motriz. Tampoco debe denominarse malo a ese principio engendrado por él, sino falso. El campo de acción de este principio erróneo es la creación material.

Las influencias de la Luz y las influencias de las Tinieblas — esos dos principios opuestos — solamente se encuentran en la materialidad. Allí actúan constantemente sobre el alma humana, mientras ésta recorre la materialidad para progresar en su evolución. Las influencias a las que se entregue esa alma, por propia voluntad, con más preferencia, serán las que determinarán su ascensión hacia la Luz o su hundimiento en las Tinieblas. Inmenso es el abismo que se abre entre la Luz y las Tinieblas. Está lleno de la obra creadora de la materialidad, la cual está sometida a la inestabilidad de las formas, es decir, a la descomposición de las respectivas formas ya existentes y a la neoformación.

Como quiera que, según las leyes impuestas por la Voluntad del Padre en la creación, un ciclo no puede ser considerado como consumado y cerrado más que cuando el fin y el principio lleguen a juntarse, el proceso evolutivo de un espíritu humano tampoco quedará completado en tanto que no regrese a la espiritualidad de donde partió en calidad de germen.

Si se deja llevar hacia las Tinieblas, correrá el riesgo de ser arrastrado hacia los abismos, hasta la órbita más externa de su ciclo normal, no pudiendo, jamás, volver a encontrar el camino de la ascensión. Pero una vez que haya alcanzado las regiones tenebrosas más densas y profundas de la materialidad etérea, no podrá hundirse más traspasando los límites de la materialidad, como podría hacerlo en sentido ascensional, hasta llegar al reino de la sustancialidad espiritual donde tuvo su punto de partida. El movimiento giratorio de la creación material le arrastrará constantemente tras de sí con ímpetu arrollador, hasta que sobrevenga la descomposición definitiva; pues su oscura envoltura etérea, densa y pesada, ese cuerpo llamado terrenal, le retiene.

La descomposición ocasionará también la desintegración de la personalidad espiritual adquirida en el transcurso de su periplo a través de la creación; sufrirá la muerte espiritual, y los elementos constitutivos del germen espiritual serán dispersados.

Lucifer mismo se halla fuera de la creación material, es eterno. No será, pues, arrastrado a esa descomposición, tal como acontece a las víctimas de su principio. Su origen se sitúa en una parte de la sustancialidad divina. El conflicto sobrevino al empezar a surgir la materialidad. Habiéndosele encomendado la misión de secundar al elemento sustancial-espiritual de la materialidad, y favorecer su desarrollo, Lucifer no la cumplió según había dispuesto la Voluntad creadora de Dios Padre, sino que escogió otro camino distinto al que había sido trazado por esa Voluntad creadora, un camino que eligió voluntariamente en el transcurso de su actividad en la materialidad.

Abusando del poder que se le había dado, introdujo, entre otras cosas, el principio de la tentación, en vez de establecer el principio de la ayuda efectiva, sinónimo del amor servicial en sentido divino, que no tiene nada en común con un servilismo de esclavos, sino que sólo busca la ascensión espiritual del prójimo y, con ello, su felicidad eterna.

El principio de la tentación, por su parte, equivale a tender lazos para que las criaturas que aún no están seguras de sí mismas tropiecen en seguida, se caigan, y se hundan en la perdición. Otros, por el contrario, ganarán en fuerza y vigilancia, para florecer en toda su pujanza y elevarse hacia las cumbres espirituales. Pero todo lo débil está, de antemano, condenado irremisiblemente al aniquilamiento. Este principio no conoce ni bondad ni piedad; le falta el Amor de Dios Padre: la más inmensa de las fuerzas motrices, el apoyo más sólido que existe.

La tentación en el Paraíso, tal como se describe en la Biblia, muestra los primeros efectos del principio de Lucifer, representando simbólicamente la manera en que éste pone a prueba, por la tentación, la resistencia y la firmeza de la pareja humana, a fin de empujarlos despiadadamente hacia el camino de la perdición en cuanto experimenten el menor decaimiento.

Mantenerse firme habría significado acomodarse gozosamente a la Voluntad divina impuesta en las simples leyes naturales de la creación. Y esa Voluntad, el mandamiento de Dios, era muy bien conocida por la pareja humana. No desfallecer habría implicado, al mismo tiempo, la obediencia de esas leyes, por lo que el hombre habría podido utilizarlas debidamente para provecho propio y sin limitaciones. Se habría convertido, de hecho, en el “rey de la creación”, ya que iría “al unísono” con ella. Cuando el hombre no se opone a ello, todas las fuerzas de la naturaleza se ponen a su servicio y trabajan automáticamente en beneficio suyo.

En eso consiste precisamente el cumplimiento de los mandamientos del Creador, los cuales no pretenden otra cosa que el esmerado mantenimiento y el fomento sin reservas de todas las posibilidades de evolución que reposan en Su obra maravillosa. Esta simple observancia es, en sentido más amplio, una colaboración consciente al desarrollo sano y progresivo de la creación, del mundo material.

El que no obre así constituirá un obstáculo que habrá de dejarse pulir a hechura de la forma debida, o deberá ser triturado por el engranaje del mecanismo cósmico, es decir, por las leyes de la creación. Quien no quiera doblegarse será quebrantado, pues no puede darse detenimiento ninguno. Lucifer no quiere esperar con benevolencia a que las criaturas lleguen progresivamente a la madurez y al fortalecimiento. No quiere ser, como debiera, el jardinero amoroso que protege, cuida y apuntala las plantas a él encomendadas. Al contrario, bien puede decirse que, en este caso, “las ovejas han sido encomendadas al lobo”; pues pretende aniquilar todo lo débil, y trabaja implacablemente en tal sentido.

Al mismo tiempo, desprecia a las víctimas que han sucumbido a sus tentaciones y añagazas, y considera que, por ser débiles, deben perecer.

Siente, asimismo, repugnancia de la bajeza y vulgaridad que esas víctimas degeneradas imponen en las manifestaciones de su principio; pues sólo los hombres dan a esas manifestaciones el carácter de repugnante depravación que ellas presentan, lo que constituye, para Lucifer, un mayor incentivo para ver en esas criaturas seres que no merecen amor ni consideración, sino sólo el aniquilamiento.

Y a la consecución de ese aniquilamiento contribuye, con no menos eficacia, el principio de gozar la Vida desenfrenadamente, consecuencia lógica del principio de la tentación. Esa vida desenfrenada reina solamente en las regiones tenebrosas más profundas; pero algunos de los que practican el llamado sicoanálisis la han implantado ya sobre la Tierra, en la creencia de que la vida terrenal desenfrenada también puede proporcionar la madurez y la liberación.

¡Pero cuál no sería la espantosa calamidad que la práctica de ese principio acarrearía a la Tierra! Cuánta miseria ocasionaría por el hecho de que en la Tierra, a diferencia de las regiones tenebrosas donde sólo conviven especies afines, lo luminoso se mezcla con lo oscuro, e incluso viven en comunidad. Piénsese solamente en la vida sexual y en cosas semejantes.

Si la práctica de ese principio se impusiera entre la humanidad, ello conduciría inevitablemente a una Sodoma y Gomorra de la que no habría escapatoria posible: un pánico terrible seria lo único que pondría fin a todo.

Pero, aparte de lo dicho, hoy día pueden verse, ya, numerosas víctimas de tales terapias yendo a la deriva como un barco sin timón. Lo poco que quedaba de su consciencia personal y de la facultad de pensar por sí mismas ha sido despedazado y destruido allí donde ellas esperaban ayuda confiadamente. Están ahí como hombres a los que se les ha ido despojando sistemáticamente de sus vestiduras, para verse obligados, por último, a ponerse los nuevos vestidos que les entregan. Pero, desgraciadamente, esas personas así desvestidas no aciertan a comprender, en la mayoría de los casos, por qué deben ponerse nuevos vestidos.

Por la metódica intromisión en sus asuntos y prerrogativas más íntimas, han perdido, con el tiempo, hasta el sentimiento del pudor, sostén de la consciencia individual, sin el cual no puede existir ningún valor personal, ya que él mismo es una parte de la personalidad.

Sobre un terreno tan removido, no puede erigirse una nueva y sólida edificación. Salvo raras excepciones, esos hombres seguirán siendo incapaces de valerse por sí mismos, lo cual puede ir acentuándose periódicamente hasta convertirse en un desvalimiento completo, ya que habrán quedado desprovistos de la poca firmeza que aún les quedaba.

Ambos principios, el de la tentación y el de gozar la Vida desenfrenadamente, están tan estrechamente relacionados entre si, que el hecho de vivir desenfrenadamente implica necesariamente la acción de una tentación previa. Se trata, pues, de una consecuencia, de una ampliación metódica del principio de Lucifer.

El verdadero sicópata no necesita demoler. Procura descubrir las buenas facultades aletargadas, a fin de despertarlas y desarrollarlas intensivamente. El verdadero principio consiste en transformar las malas inclinaciones mediante el conocimiento espiritual.

Pero, por la misma naturaleza de las cosas, era natural que la aplicación de ese principio desprovisto de todo amor tuviera que apartar a Lucifer, cada vez más, de la amorosa Voluntad del Creador omnipotente, lo que trajo consigo la propia exclusión o expulsión de la Luz y, con ello, la caída progresiva de Lucifer. Así, pues, Lucifer es un ser que se ha excluido a sí mismo de la Luz, lo que equivale a afirmar que es un réprobo.

No podía suceder de otra manera, ya que esa exclusión tenía que realizarse de acuerdo con las leyes originales en vigor, según la inquebrantable y sagrada Voluntad de Dios Padre.

Comoquiera que sólo la Voluntad de Dios Padre, Creador de todas las cosas, es todopoderosa, y está arraigada también en la creación material y en su evolución, resulta que, efectivamente, Lucifer puede transmitir su principio a la materialidad, pero sus efectos no pueden manifestarse más que dentro del marco de las leyes originarias establecidas por Dios Padre, y tienen que cobrar forma en ese sentido.

Así, pues, por la aplicación de su falso principio, Lucifer puede, en efecto, incitar a la humanidad a ir por peligrosos caminos, pero no puede obligar a los hombres a hacer algo si ellos mismos no optan por ello voluntariamente.

En realidad, a Lucifer sólo le es dado tentar. Pero el hombre que lo es verdaderamente está asentado en la creación material más sólidamente que él. Es, pues, mucho más firme y mucho más fuerte que cuantas influencias pudiera ejercer Lucifer sobre él. Todo hombre goza de una protección tal, que resulta vergonzoso en extremo dejarse seducir por una fuerza mucho más débil en comparación con O. Debe tener en cuenta que Lucifer mismo se halla fuera de la materialidad, mientras que él está firmemente arraigado en el suelo que le es familiar.

Lucifer se ve obligado, para aplicar su principio, a servirse exclusivamente de sus huestes auxiliares, constituidas por los espíritus humanos que han sucumbido a las tentaciones.

Pero, por otro lado, los espíritus humanos de elevadas aspiraciones no sólo están en condiciones de hacerles frente, sino que también los superan, con mucho, en fuerza. Un solo acto de voluntad basta para no dejar ni rastro de todo un ejército de ellos, siempre y cuando sus tentaciones no encuentren el menor eco o acogida favorable donde poder aferrarse.

Lucifer resultaría impotente por completo si la humanidad se molestara en admitir y obedecer las leyes originarias impuestas por el Creador. Pero, desgraciadamente, los hombres de hoy, por su forma de ser, prestan un apoyo cada vez mayor al principio de Lucifer, y, por eso, la mayor parte de ellos tendrá que perecer.

Es imposible que un espíritu humano llegue a entablar una lucha personal contra Lucifer, por la sencilla razón de que, como consecuencia de la diferencia entre las especies, no podrá llegar hasta él. Sólo le es dado establecer contacto con los que han sucumbido al falso principio, los cuales son, en el fondo, de la misma especie.

El origen de Lucifer exige que sólo pueda aproximarse a él y afrontarle personalmente aquel que posea un origen igual o superior al suyo; pues sólo ese tal puede llegar hasta él. Ha de ser un enviado de Dios armado de la gravedad sagrada de su misión y confiando en la fuente de toda fuerza, en el mismo Dios Padre.

Ese cometido está reservado al anunciado Hijo del Hombre.

Será una lucha personal, cara a cara, y no un combate simbólico en general como pretenden muchos investigadores a partir de las profecías. Será la realización de la promesa contenida en el “Parsifal”. La “Lanza Sagrada”, el poder, ha sido mal empleado por Lucifer, y con ello, valiéndose de su principio, ha infligido una dolorosa herida a la humanidad sustancial-espiritual. En esa lucha le será arrebatada la lanza. Entonces, puesta en “buenas manos”, es decir, puesta al servicio del auténtico principio del Grial basado en el amor puro y severo, cerrará la llaga que había causado anteriormente cuando se hallaba en malas manos, cuando se hizo de ella un mal uso.

El principio de Lucifer, es decir, el mal empleo del poder divino o, lo que es igual, la “Lanza Sagrada” puesta en malas manos, ha abierto, en los seres sustancialmente espirituales, una llaga que no puede cerrarse. En su contenido, esto concuerda exactamente con la idea expresada alegóricamente en la leyenda; pues el incidente se asemeja efectivamente a una llaga abierta que no puede cerrarse.

Téngase presente que lós espíritus humanos, en estado de inconscientes gérmenes o chispas espirituales, traspasaron los límites del plano más bajo de la sustancialidad espiritual, y afluyeron a la creación material con la esperanza de regresar a la esfera de lo sustancial-espiritual, después de haber despertado y desarrollado su consciencia individual en el curso de su peregrinación por la materialidad, al completarse su ciclo, tal como sucede con la circulación sanguínea en el cuerpo físico.

Sin embargo, el principio de Lucifer desvió una gran parte de esa corriente circular espiritual, por cuanto el necesario circuito no puede cerrarse, lo que surte los mismos efectos que el desangramiento continuo y debilitante por una herida abierta.

Pero cuando la “Lanza Sagrada”, el poder divino, caiga en buenas manos, que obrarán de acuerdo con la Voluntad del Creador y, cual elemento vivificador, irán mostrando, a esos seres sustancialmente espirituales que recorren la materialidad, el verdadero camino, el que conduce hacia la cima, hacia su punto de origen, hacia el reino luminoso del Padre, cuando eso suceda, esos seres ya no estarán perdidos, sino que refluirán a su punto de partida como la sangre al corazón, cicatrizando la sangrante y debilitante herida infligida a la sustancialidad espiritual. Así, pues, la curación no podrá operarse más que por la misma lanza que causó la herida.

Pero, para ello, es preciso, en primer lugar, arrebatar la lanza a Lucifer y ponerla en buenas manos, lo que se realizará al entablarse la lucha personal de Parsifal contra Lucifer.

Los combates que tengan lugar adicionalmente en el seno de la materialidad etérea y del mundo físico serán meros efectos secundarios de esa gran lucha única que habrá de conducir al encadenamiento de Lucifer, ya prometido, y que será el anuncio del comienzo del reinado de los mil años. Ello supondrá la exterminación de las consecuencias del principio de Lucifer.

Ese principio va contra las disposiciones del Amor divino, cuyas bendiciones son prodigadas al hombre durante su caminar por la materialidad. Sólo con que la humanidad aspirara a ese Amor divino, resultaría, inmediatamente, invulnerable por completo a todas las tentaciones de Lucifer, y éste se vería despojado de la apariencia tan terrible que le atribuye el espíritu humano.

Asimismo, esas monstruosas y horribles formas en que, según una errónea opinión, se presenta Lucifer no son más que productos de la multicolor fantasía del cerebro humano. En realidad, por la misma sencilla razón de la diferencia entre las especies respectivas, ningún hombre puede verle nunca, ni siquiera aquel que es capaz de percibir, a menudo durante la misma vida terrenal, la materialidad etérea del más allá.

En contra de todos los puntos de vista, Lucifer ha de ser considerado como soberbio y hermoso, sobrenaturalmente hermoso, poseído de una sombría majestad, con grandes ojos claros y azules, pero que miran glacialmente testimoniando la falta de todo amor. No es una simple abstracción, como algunas interpretaciones han pretendido afirmar sin éxito, sino que es una entidad personal.

La humanidad debe tratar de comprender que, por su propia naturaleza, también a ella le han sido impuestos ciertos límites imposibles de ser traspasados nunca, ni siquiera con el pensamiento, y de que los mensajes del más allá únicamente pueden llegar por el camino de la Gracia. Pero no, en modo alguno, a través de los médiums, los cuales tampoco pueden transformar su propia naturaleza mediante procedimientos no terrenales, ni a través de la ciencia, la cual, precisamente, tiene ocasión de constatar, por medio de la química, que la diferencia entre las especies puede constituir una barrera infranqueable. Pero esas leyes datan del principio de todas las cosas, y no es a partir de la obra de la creación cuando han empezado a estar en vigor.

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Esta conferencia fue extractada de:

EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio

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