35. EL MISTERIO DE LUCIFER
Ese temor no es, en realidad,
más que la incapacidad de penetrar en el reino de las Tinieblas. Esta
impotencia se deriva también de la misma naturaleza de las cosas; porque, en
este caso igualmente, el espíritu humano no puede penetrar más allá de los límites
impuestos por su propia constitución. Así como no puede subir hasta las cumbres
más altas, del mismo modo le resulta imposible bajar hasta los abismos más
profundos; nunca podrá hacerlo.
Así fue cómo la imaginación suplió ese vacío creando
fantásticos seres con las apariencias más diversas. Se describe al demonio bajo
las formas más aventuradas; se dice de él que es un arcángel destronado y
expulsado, que es la personificación del principio del mal, y muchas otras
cosas más. Del propio ser de Lucifer no se sabe nada; a pesar de que el
espíritu humano es atacado por él y, a consecuencia de ello, muchas veces se
agita en medio de una violenta discrepancia que bien puede ser calificada de
lucha.
Aquellos que hablan de un arcángel destronado y los que ven
en Lucifer la personificación del principio del mal, son los que más se acercan
a la realidad. Sin embargo, también en esta ocasión, se adopta una postura
equivocada que da al conjunto una apariencia desvirtuada. Una personificación
del principio del mal da a entender que se trata de un punto culminante, de una
etapa final, de la encarnación viva de todo lo malo, es decir, el apogeo, la
consumación definitiva.
Pero, por el contrario, Lucifer es el origen del principio falso, el
punto de partida, la fuerza motriz. Tampoco debe denominarse malo a ese principio engendrado por él,
sino falso. El campo de acción de
este principio erróneo es la creación material.
Las influencias de la Luz y las influencias de las
Tinieblas — esos dos principios opuestos — solamente se encuentran en la
materialidad. Allí actúan constantemente sobre el alma humana, mientras ésta
recorre la materialidad para progresar en su evolución. Las influencias a las
que se entregue esa alma, por propia voluntad, con más preferencia, serán las
que determinarán su ascensión hacia la Luz o su hundimiento en las Tinieblas.
Inmenso es el abismo que se abre entre la Luz y las Tinieblas. Está lleno de la
obra creadora de la materialidad, la cual está sometida a la inestabilidad de
las formas, es decir, a la descomposición de las respectivas formas ya
existentes y a la neoformación.
Como quiera que, según las leyes impuestas por la Voluntad
del Padre en la creación, un ciclo no puede ser considerado como consumado y
cerrado más que cuando el fin y el principio lleguen a juntarse, el proceso
evolutivo de un espíritu humano tampoco quedará completado en tanto que no
regrese a la espiritualidad de donde partió en calidad de germen.
Si se deja llevar hacia las Tinieblas, correrá el riesgo de
ser arrastrado hacia los abismos, hasta la órbita más externa de su ciclo
normal, no pudiendo, jamás, volver a encontrar el camino de la ascensión. Pero
una vez que haya alcanzado las regiones tenebrosas más densas y profundas de la
materialidad etérea, no podrá hundirse más traspasando los límites de la
materialidad, como podría hacerlo en sentido ascensional, hasta llegar al reino
de la sustancialidad espiritual donde tuvo su punto de partida. El movimiento
giratorio de la creación material le arrastrará constantemente tras de sí con
ímpetu arrollador, hasta que sobrevenga la descomposición definitiva; pues su
oscura envoltura etérea, densa y pesada, ese cuerpo llamado terrenal, le
retiene.
La descomposición ocasionará también la desintegración de
la personalidad espiritual adquirida en el transcurso de su periplo a través de
la creación; sufrirá la muerte espiritual, y los elementos constitutivos del
germen espiritual serán dispersados.
Lucifer mismo se halla fuera
de la creación material, es eterno. No será,
pues, arrastrado a esa descomposición, tal como acontece a las víctimas de su
principio. Su origen se sitúa en una parte de la sustancialidad divina. El
conflicto sobrevino al empezar a surgir la materialidad. Habiéndosele
encomendado la misión de secundar al elemento sustancial-espiritual de la
materialidad, y favorecer su desarrollo, Lucifer no la cumplió según había
dispuesto la Voluntad creadora de Dios Padre, sino que escogió otro camino
distinto al que había sido trazado por esa Voluntad creadora, un camino que eligió
voluntariamente en el transcurso de su actividad en la materialidad.
Abusando del poder que se le había dado, introdujo, entre
otras cosas, el principio de la tentación, en vez de establecer el principio de
la ayuda efectiva, sinónimo del amor servicial en sentido divino, que no tiene
nada en común con un servilismo de esclavos, sino que sólo busca la ascensión
espiritual del prójimo y, con ello, su felicidad eterna.
El principio de la tentación, por su parte, equivale a
tender lazos para que las criaturas que aún no están seguras de sí mismas
tropiecen en seguida, se caigan, y se hundan en la perdición. Otros, por el
contrario, ganarán en fuerza y vigilancia, para florecer en toda su pujanza y
elevarse hacia las cumbres espirituales. Pero todo lo débil está, de antemano,
condenado irremisiblemente al aniquilamiento. Este principio no conoce ni
bondad ni piedad; le falta el Amor de Dios Padre: la más inmensa de las fuerzas
motrices, el apoyo más sólido que existe.
La tentación en el Paraíso, tal como se describe en la
Biblia, muestra los primeros efectos del principio de Lucifer, representando
simbólicamente la manera en que éste pone a prueba, por la tentación, la
resistencia y la firmeza de la pareja humana, a fin de empujarlos
despiadadamente hacia el camino de la perdición en cuanto experimenten el menor
decaimiento.
Mantenerse firme habría significado acomodarse gozosamente
a la Voluntad divina impuesta en las simples leyes naturales de la creación. Y
esa Voluntad, el mandamiento de Dios, era muy bien conocida por la pareja
humana. No desfallecer habría implicado, al mismo tiempo, la obediencia de esas
leyes, por lo que el hombre habría podido utilizarlas debidamente para provecho
propio y sin limitaciones. Se habría convertido, de hecho, en el “rey de la
creación”, ya que iría “al unísono” con ella. Cuando el hombre no se opone a
ello, todas las fuerzas de la naturaleza se ponen a su servicio y trabajan
automáticamente en beneficio suyo.
En eso consiste precisamente el cumplimiento de los
mandamientos del Creador, los cuales no pretenden otra cosa que el esmerado
mantenimiento y el fomento sin reservas de todas las posibilidades de evolución
que reposan en Su obra maravillosa. Esta simple observancia es, en sentido más
amplio, una colaboración consciente al desarrollo sano y progresivo de la
creación, del mundo material.
El que no obre así constituirá un obstáculo que habrá de
dejarse pulir a hechura de la forma debida, o deberá ser triturado por el
engranaje del mecanismo cósmico, es decir, por las leyes de la creación. Quien
no quiera doblegarse será quebrantado, pues no puede darse detenimiento
ninguno. Lucifer no quiere esperar con benevolencia a que las criaturas lleguen
progresivamente a la madurez y al fortalecimiento. No quiere ser, como debiera,
el jardinero amoroso que protege, cuida y apuntala las plantas a él
encomendadas. Al contrario, bien puede decirse que, en este caso, “las ovejas
han sido encomendadas al lobo”; pues pretende aniquilar todo lo débil, y
trabaja implacablemente en tal sentido.
Al mismo tiempo, desprecia a las víctimas que han sucumbido
a sus tentaciones y añagazas, y considera que, por ser débiles, deben perecer.
Siente, asimismo, repugnancia de la bajeza y vulgaridad que
esas víctimas degeneradas imponen en las manifestaciones de su principio; pues
sólo los hombres dan a esas manifestaciones el carácter de repugnante
depravación que ellas presentan, lo que constituye, para Lucifer, un mayor
incentivo para ver en esas criaturas seres que no merecen amor ni
consideración, sino sólo el aniquilamiento.
Y a la consecución de ese aniquilamiento contribuye, con no
menos eficacia, el principio de gozar la Vida desenfrenadamente, consecuencia
lógica del principio de la tentación. Esa vida desenfrenada reina solamente en
las regiones tenebrosas más profundas; pero algunos de los que practican el
llamado sicoanálisis la han implantado ya sobre la Tierra, en la creencia de
que la vida terrenal desenfrenada también puede proporcionar la madurez y la
liberación.
¡Pero cuál no sería la espantosa calamidad que la práctica
de ese principio acarrearía a la Tierra! Cuánta miseria ocasionaría por el
hecho de que en la Tierra, a diferencia de las regiones tenebrosas donde sólo
conviven especies afines, lo luminoso se mezcla con lo oscuro, e incluso viven
en comunidad. Piénsese solamente en la vida sexual y en cosas semejantes.
Si la práctica de ese principio se impusiera entre la
humanidad, ello conduciría inevitablemente a una Sodoma y Gomorra de la que no
habría escapatoria posible: un pánico terrible seria lo único que pondría fin a
todo.
Pero, aparte de lo dicho, hoy día pueden verse, ya,
numerosas víctimas de tales terapias yendo a la deriva como un barco sin timón.
Lo poco que quedaba de su consciencia personal y de la facultad de pensar por
sí mismas ha sido despedazado y destruido allí donde ellas esperaban ayuda
confiadamente. Están ahí como hombres a los que se les ha ido despojando
sistemáticamente de sus vestiduras, para verse obligados, por último, a ponerse
los nuevos vestidos que les entregan. Pero, desgraciadamente, esas personas así
desvestidas no aciertan a comprender, en la mayoría de los casos, por qué deben
ponerse nuevos vestidos.
Por la metódica intromisión en sus asuntos y prerrogativas
más íntimas, han perdido, con el tiempo, hasta el sentimiento del pudor, sostén
de la consciencia individual, sin el cual no puede existir ningún valor
personal, ya que él mismo es una parte de la personalidad.
Sobre un terreno tan removido, no puede erigirse una nueva
y sólida edificación. Salvo raras excepciones, esos hombres seguirán siendo
incapaces de valerse por sí mismos, lo cual puede ir acentuándose
periódicamente hasta convertirse en un desvalimiento completo, ya que habrán
quedado desprovistos de la poca firmeza que aún les quedaba.
Ambos principios, el de la tentación y el de gozar la Vida
desenfrenadamente, están tan estrechamente relacionados entre si, que el hecho
de vivir desenfrenadamente implica necesariamente la acción de una tentación
previa. Se trata, pues, de una consecuencia, de una ampliación metódica del
principio de Lucifer.
El verdadero sicópata no necesita demoler. Procura
descubrir las buenas facultades aletargadas, a fin de despertarlas y
desarrollarlas intensivamente. El verdadero principio consiste en transformar las
malas inclinaciones mediante el conocimiento espiritual.
Pero, por la misma naturaleza de las cosas, era natural que
la aplicación de ese principio desprovisto de todo amor tuviera que apartar a
Lucifer, cada vez más, de la amorosa Voluntad del Creador omnipotente, lo que
trajo consigo la propia exclusión o expulsión de la Luz y, con ello, la caída
progresiva de Lucifer. Así, pues, Lucifer es un ser que se ha excluido a sí
mismo de la Luz, lo que equivale a afirmar que es un réprobo.
No podía suceder de otra manera, ya que esa exclusión tenía
que realizarse de acuerdo con las leyes originales en vigor, según la
inquebrantable y sagrada Voluntad de Dios Padre.
Comoquiera que sólo la Voluntad de Dios Padre, Creador de
todas las cosas, es todopoderosa, y está arraigada también en la creación
material y en su evolución, resulta que, efectivamente, Lucifer puede
transmitir su principio a la materialidad, pero sus efectos no pueden
manifestarse más que dentro del marco de las leyes originarias establecidas por
Dios Padre, y tienen que cobrar forma en ese sentido.
Así, pues, por la aplicación de su falso principio, Lucifer
puede, en efecto, incitar a la humanidad a ir por peligrosos caminos, pero no
puede obligar a los hombres a hacer algo si ellos mismos no optan por ello
voluntariamente.
En realidad, a Lucifer sólo le es dado tentar. Pero el
hombre que lo es verdaderamente está asentado en la creación material más
sólidamente que él. Es, pues, mucho más firme y mucho más fuerte que cuantas
influencias pudiera ejercer Lucifer sobre él. Todo hombre goza de una
protección tal, que resulta vergonzoso en extremo dejarse seducir por una
fuerza mucho más débil en comparación con O. Debe tener en cuenta que Lucifer
mismo se halla fuera de la materialidad,
mientras que él está firmemente arraigado en el suelo que le es familiar.
Lucifer se ve obligado, para aplicar su principio, a
servirse exclusivamente de sus huestes auxiliares, constituidas por los
espíritus humanos que han sucumbido a las tentaciones.
Pero, por otro lado, los espíritus humanos de elevadas
aspiraciones no sólo están en condiciones de hacerles frente, sino que también
los superan, con mucho, en fuerza. Un solo acto de voluntad basta para no dejar
ni rastro de todo un ejército de ellos, siempre y cuando sus tentaciones no
encuentren el menor eco o acogida favorable donde poder aferrarse.
Lucifer resultaría impotente por completo si la humanidad
se molestara en admitir y obedecer las leyes originarias impuestas por el
Creador. Pero, desgraciadamente, los hombres de hoy, por su forma de ser,
prestan un apoyo cada vez mayor al principio de Lucifer, y, por eso, la mayor
parte de ellos tendrá que perecer.
Es imposible que un espíritu humano llegue a entablar una
lucha personal contra Lucifer, por la sencilla razón de que, como consecuencia
de la diferencia entre las especies, no podrá llegar hasta él. Sólo le es dado
establecer contacto con los que han sucumbido al falso principio, los cuales
son, en el fondo, de la misma especie.
El origen de Lucifer exige que sólo pueda aproximarse a él
y afrontarle personalmente aquel que posea un origen igual o superior al suyo;
pues sólo ese tal puede llegar hasta él. Ha de ser un enviado de Dios armado de
la gravedad sagrada de su misión y confiando en la fuente de toda fuerza, en el
mismo Dios Padre.
Ese cometido está reservado al anunciado Hijo del Hombre.
Será una lucha personal, cara a cara, y no un combate
simbólico en general como pretenden muchos investigadores a partir de las
profecías. Será la realización de la promesa contenida en el “Parsifal”. La
“Lanza Sagrada”, el poder, ha sido mal empleado por Lucifer, y con ello,
valiéndose de su principio, ha infligido una dolorosa herida a la humanidad
sustancial-espiritual. En esa lucha le será arrebatada la lanza. Entonces,
puesta en “buenas manos”, es decir, puesta al servicio del auténtico principio
del Grial basado en el amor puro y severo, cerrará la llaga que había causado
anteriormente cuando se hallaba en malas manos, cuando se hizo de ella un mal uso.
El principio de Lucifer, es decir, el mal empleo del poder
divino o, lo que es igual, la “Lanza Sagrada” puesta en malas manos, ha
abierto, en los seres sustancialmente espirituales, una llaga que no puede cerrarse. En su contenido,
esto concuerda exactamente con la idea expresada alegóricamente en la leyenda;
pues el incidente se asemeja efectivamente a una llaga abierta que no puede
cerrarse.
Téngase presente que lós espíritus humanos, en estado de
inconscientes gérmenes o chispas espirituales, traspasaron los límites del
plano más bajo de la sustancialidad espiritual, y afluyeron a la creación
material con la esperanza de regresar a la esfera de lo sustancial-espiritual,
después de haber despertado y desarrollado su consciencia individual en el curso
de su peregrinación por la materialidad, al completarse su ciclo, tal como
sucede con la circulación sanguínea en el cuerpo físico.
Sin embargo, el principio de Lucifer desvió una gran parte
de esa corriente circular espiritual, por cuanto el necesario circuito no puede
cerrarse, lo que surte los mismos efectos que el desangramiento continuo y debilitante por una herida abierta.
Pero cuando la “Lanza Sagrada”, el poder divino, caiga en buenas manos, que obrarán de acuerdo con
la Voluntad del Creador y, cual elemento vivificador, irán mostrando, a esos
seres sustancialmente espirituales que recorren la materialidad, el verdadero
camino, el que conduce hacia la cima, hacia su punto de origen, hacia el reino
luminoso del Padre, cuando eso suceda, esos seres ya no estarán perdidos, sino
que refluirán a su punto de partida como la sangre al corazón, cicatrizando la sangrante y debilitante
herida infligida a la sustancialidad espiritual. Así, pues, la curación no
podrá operarse más que por la misma lanza que causó la herida.
Pero, para ello, es preciso, en primer lugar, arrebatar la
lanza a Lucifer y ponerla en buenas manos, lo que se realizará al entablarse la
lucha personal de Parsifal contra
Lucifer.
Los combates que tengan lugar adicionalmente en el seno de
la materialidad etérea y del mundo físico serán meros efectos secundarios de
esa gran lucha única que habrá de conducir al encadenamiento de Lucifer, ya
prometido, y que será el anuncio del comienzo del reinado de los mil años. Ello
supondrá la exterminación de las consecuencias del principio de Lucifer.
Ese principio va contra las disposiciones del Amor divino,
cuyas bendiciones son prodigadas al hombre durante su caminar por la
materialidad. Sólo con que la humanidad aspirara a ese Amor divino, resultaría,
inmediatamente, invulnerable por completo a todas las tentaciones de Lucifer, y
éste se vería despojado de la apariencia tan terrible que le atribuye el
espíritu humano.
Asimismo, esas monstruosas y horribles formas en que, según
una errónea opinión, se presenta Lucifer no son más que productos de la
multicolor fantasía del cerebro humano. En realidad, por la misma sencilla
razón de la diferencia entre las especies respectivas, ningún hombre puede
verle nunca, ni siquiera aquel que es capaz de percibir, a menudo durante la
misma vida terrenal, la materialidad etérea del más allá.
En contra de todos los puntos de vista, Lucifer ha de ser
considerado como soberbio y hermoso, sobrenaturalmente hermoso, poseído de una
sombría majestad, con grandes ojos claros y azules, pero que miran glacialmente
testimoniando la falta de todo amor. No es una simple abstracción, como algunas
interpretaciones han pretendido afirmar sin éxito, sino que es una entidad
personal.
La humanidad debe tratar de comprender que, por su propia naturaleza,
también a ella le han sido impuestos ciertos límites imposibles de ser
traspasados nunca, ni siquiera con el pensamiento, y de que los mensajes del
más allá únicamente pueden llegar por el camino de la Gracia. Pero no, en modo
alguno, a través de los médiums, los cuales tampoco pueden transformar su
propia naturaleza mediante procedimientos no terrenales, ni a través de la
ciencia, la cual, precisamente, tiene ocasión de constatar, por medio de la
química, que la diferencia entre las especies puede constituir una barrera
infranqueable. Pero esas leyes datan del principio de todas las cosas, y no es
a partir de la obra de la creación cuando han empezado a estar en vigor.
* * *
Esta conferencia fue extractada de:
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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