36. LAS REGIONES TENEBROSAS Y LA CONDENACIÓN ETERNA
CUANDO
LOS HOMBRES contemplan los cuadros que pretenden reproducir la vida en
eso que se llama infierno, suelen encogerse de hombros con una sonrisa entre
irónica y compasiva, pensando que únicamente una imaginación calenturienta o
una fe ciega hasta el fanatismo puede concebir semejantes escenas. Raras veces
se encontrará a alguien dispuesto a buscar en ellas la más pequeña brizna de
Verdad. Y, sin embargo, ni la fantasía más espeluznante puede concebir siquiera
una imagen que exprese aproximadamente los tormentos de la vida en las regiones
tenebrosas.
¡Pobres ciegos que se imaginan poder eludir fácilmente esta
cuestión con solo encogerse de hombros irreflexivamente! Llegará el instante en
que su ligereza se vengará amargamente, al surgir la estremecedora Verdad. De
nada servirán, entonces, obstinaciones y evasivas; serán arrojados al abismo
que les espera si no se desembarazan a tiempo de sus falsas convicciones, las
cuales no denotan otra cosa que la vaciedad intrínseca y la cortedad de
entendimiento de tales hombres.
Apenas se haya efectuado la separación entre el cuerpo
etéreo y el cuerpo físico,* experimentarán su primera gran sorpresa, al
cerciorarse de que no por eso han terminado su existencia y su vida
conscientes. La primera consecuencia será el desconcierto, al que se unirá una
vaga inquietud, que, a menudo, suele convertirse en una lóbrega resignación o
en una desesperación aterradora. Vana será,
entonces, su rebelión; vanas sus lamentaciones; vanas, incluso, sus
oraciones; pues habrán de cosechar lo que hayan sembrado durante su vida
terrenal.
*
Conferencia II–30: “La muerte”
Puesto que se mofaron de la Palabra dada por Dios, en la
que se les indicaba la existencia de una vida después de la muerte terrenal y,
por consiguiente, la existencia de una responsabilidad en cada uno de los
pensamientos y acciones deliberados, lo menos que pueden esperar es que les
sobrevenga aquello que desearon: una
profunda oscuridad. Habiendo cerrado, por propia voluntad, sus ojos, oídos
y boca etéreos, permanecerán mudos, sordos y ciegos en su nuevo ambiente.
Eso será lo más favorable que podrá sucederles. Un guía y
auxiliador del más allá no podrá hacerse entender, porque ellos mismos se han
cerrado a todo contacto. Triste situación la suya, que sólo podrá modificarse
progresivamente mediante el lento madurar de lo íntimo del hombre en cuestión,
a lo que conducirá la desesperación siempre en aumento. A medida que vaya
intensificándose el deseo de Luz que, cual continuo grito de socorro, surgirá
de ese alma oprimida y atormentada, se irá haciendo, poco a poco, más claro a
su alrededor, hasta que pueda distinguir otras almas que, como ella, estén
necesitadas de ayuda.
Entonces, si experimenta el deseo de acudir en ayuda de
esas almas que languidecen en una oscuridad más profunda, a fin de que también
ellas puedan gozar de mayor claridad, esa acción de intentar ayudar le
fortalecerá más y más mediante el esfuerzo que ello requiere, hasta que pueda
acercarse a ese hombre otro más
evolucionado capaz de ayudarle a remontarse hacia regiones más luminosas.
Allí estarán acurrucados y melancólicos, pues su cuerpo
etéreo será, aún, demasiado débil para caminar, debido a su falta de voluntad.
Un penoso e inseguro arrastrarse por el suelo será lo único que podrán
conseguir, cuando lleguen a moverse alguna vez.
Otros, por su parte, irán de un lado para el otro tanteando
en la oscuridad, tambaleándose, cayendo y volviéndose a levantar
trabajosamente, chocando aquí y allá, lo que no dejará de ocasionar dolorosas
heridas; pues comoquiera que el alma humana, según la naturaleza de su propia
opacidad, directamente proporcional a su densidad y, asimismo, equivalente a su
peso, se hunde en la región que corresponde exactamente a la pesadez de su cuerpo etéreo, es decir, en la región del mismo
grado de materialidad etérea, resulta que su nuevo ambiente será, para ella,
tan tangible, perceptible e impenetrable como lo es, para el cuerpo físico, el
plano material. Así, pues, el alma sentirá cada golpe, cada caída y cada
contusión, tan dolorosamente como lo sentiría su cuerpo físico en el transcurso
de su vida terrenal.
Eso sucede en todas las regiones, cualquiera que sea la
profundidad o la altura en que se encuentren. A una misma materialidad le
corresponde una misma tangibilidad y una misma impenetrabilidad recíproca. Sin
embargo, toda región más elevada, toda materialidad distinta puede atravesar
sin obstáculo las materialidades más bajas y más densas, tal como sucede entre
la materialidad etérea y la materialidad física diferentemente constituida.
Otra cosa será si se trata de almas que, además, tienen que
redimirse de una injusticia cometida. Esta circunstancia es una cuestión en si.
Puede quedar resuelta en el momento en que el responsable obtenga un perdón
sincero y completo por parte de la persona afectada.
Pero lo que encadena más
gravemente a un alma humana, es el impetuoso
deseo o la pasión que constituye
el móvil de uno o varios actos. Esta pasión sobrevive en el alma humana incluso
después de haber pasado al más allá, una vez liberada del cuerpo físico. En el
cuerpo etéreo se deja sentir inmediatamente con mayor intensidad, puesto que,
desaparecido el obstáculo que supone todo lo físico, los sentimientos se
manifiestan mucho más vivamente y sin reservas.
Una pasión semejante es, asimismo, otro de los elementos
que determinan el grado de densidad del cuerpo etéreo, es decir, su pesadez. La
consecuencia inmediata es que el cuerpo etéreo, nada más separarse del cuerpo
físico, se hundirá en la región que tenga la misma densidad y, por lo tanto, la
misma pesadez que O. Allí se encontrará con todos aquellos que se hayan
entregado a esa misma pasión. Por las irradiaciones que emanan de éstos, su
propia pasión será avivada y exacerbada hasta convertirse en un verdadero
paroxismo. Lo mismo sucederá, naturalmente, a todos los demás que se encuentren
allí.
Que esos excesos desenfrenados tengan que constituir una
tortura para el medio ambiente, no resulta difícil de comprender. Pero como, en
esas regiones, todo está fundado en la reciprocidad, cada uno en particular
tendrá que sufrir cruelmente, entre los demás, todo lo que él mismo trate de
infligirles constantemente. De este modo, vivir allí será un infierno, hasta
que esa alma humana, poco a poco, se agote y sienta repugnancia de ello.
Después de largo espacio de tiempo, surgirá, por fin, el deseo cada vez más
intenso de salir de ese ambiente.
Ese deseo y esa repugnancia serán el comienzo de la
mejoría. El deseo irá creciendo hasta trocarse en un grito de socorro,
llegando, por último, a convertirse paulatinamente en una plegaria. Ese será el
instante preciso en que se le podrá tender una mano que le ayude a elevarse, si
bien eso suele requerir décadas, siglos y, a veces, muchísimo más tiempo. La
pasión es, pues, lo que más esclaviza al alma humana.
De todo esto se deduce que una acción irreflexiva puede ser
redimida mucho más fácilmente y con mayor rapidez que una pasión latente en el
hombre, tanto si se ha manifestado en actos como si no.
Un hombre que lleve dentro de sí una pasión impura nunca
traducida en acciones por serle favorables las condiciones terrenales, habrá de
expiar más duramente que quien haya cometido irreflexivamente uno o varios
actos sin haber tenido la menor mala intención. La acción irreflexiva puede, en
último caso, ser perdonada inmediatamente sin dar lugar a la formación de un pernicioso
karma; mientras que la pasión no quedará redimida más que cuando se haya
extinguido por entero en el hombre. Y de ellas hay una gran variedad. Ya sea la
codicia y su hermana la avaricia, ya sea la sensualidad impura, la inclinación
al robo o al crimen, la piromanía, el simple engaño o la negligencia
irreflexiva, sea la pasión que sea, siempre hundirá o arrastrará al hombre en
cuestión hasta donde se hallen los de su misma especie.
No tiene sentido reproducir cuadros vivos sobre el
particular, pues suelen ser de tan terrible naturaleza que un espíritu humano
sobre la Tierra apenas si podrá admitir tales realidades sin haberlas visto. Y aun
así, seguiría pensando que no pueden ser más que productos de una fantasía
febril sobreexcitada en extremo. Así, pues, que se contente con sentir una
aversión moral ante tales atrocidades, y eso le librará de la esclavitud de los
bajos fondos, con lo que ya no se interpondrá ningún obstáculo en su ascensión
hacia la Luz.
Por consiguiente, las regiones tenebrosas son consecuencia
del principio que Lucifer trata de imponer. El eterno ciclo de la creación
seguirá su marcha y llegará al punto en que comenzará la disgregación, en el
transcurso de la cual todo lo material perderá su forma para desintegrarse en
gérmenes originarios, a fin de que, durante un nuevo ciclo, con nuevas fuerzas
y sobre un suelo virgen, surjan nuevas combinaciones, nuevas formas. Todo lo
que, llegado ese instante, no haya conseguido liberarse de lo etéreo y de lo
físico para, desprovisto de toda materialidad, traspasar los límites más
elevados, más sutiles y ligeros, y penetrar en la sustancialidad espiritual,
será irremisiblemente arrastrado a la descomposición, con lo que tanto su forma
como su personalidad serán aniquiladas. He aquí en qué consiste la eterna
condenación: en el aniquilamiento de toda personalidad consciente.
* * *
Esta conferencia fue extractada de:
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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