viernes, 16 de diciembre de 2022

4. EL HOMBRE EN LA CREACIÓN

 

4. EL HOMBRE EN LA CREACIÓN

EN REALIDAD, el hombre no debería vivir según los conceptos actuales, sino que debería ser más hombre sensitivo. De ese modo, constituiría un elemento unificador necesario en la evolución progresiva de la creación entera.

Al haberse recopilado en él lo etéreo del más allá y lo físico de este mundo, le es dado abarcar y experimentar ambos elementos al mismo tiempo. Para ello dispone, además, de otro instrumento muy eficaz, que le coloca a la cabeza de toda la creación física: el intelecto. Mediante ese instrumento, puede conducir, es decir, guiar.

El intelecto es lo más noble dentro de lo terrenal, y debía ser el timón que condujera a través de la existencia, mientras que la fuerza motriz debía estar constituida por el sentimiento, procedente del mundo espiritual. El cuerpo es, pues, la base sobre la que descansa el intelecto; el sentimiento, en cambio, se apoya en el espíritu.

El intelecto está supeditado a espacio y tiempo, lo mismo que todo lo terrenal y como producto que es del cerebro, el cual pertenece al cuerpo físico. Nunca podrá actuar libre de esas limitaciones; y, sin embargo, es, de por si, más etéreo que el cuerpo, si bien demasiado denso y pesado aún para poder elevarse por encima del espacio y tiempo. Está, por tanto, completamente vinculado a lo terrenal.

El sentimiento, en cambio, (no la sensación), no conoce ni espacio ni tiempo: proviene, pues, de lo espiritual.

Pertrechado de tal índole, el hombre podía estar íntimamente unido a lo etéreo y hasta mantener contacto con lo espiritual y, no obstante, vivir y actuar dentro de lo terrenal y físico. Sólo el hombre está constituido de esa suerte.

Sólo él debía y podía proporcionar la unificación sana y lozana, como único puente entre las cumbres luminosas y lo físicamente terrenal. Sólo por mediación de él, dadas sus facultades, podía pulsar la vida pura, descendiendo desde la fuente de la Luz hasta lo más profundo de lo físico y volviendo a remontarse, según un maravilloso y armonioso efecto recíproco. El ser humano fue puesto como lazo de unión entre ambos mundos, a fin de que, por su mediación, éstos quedaran fundidos en uno.

Sin embargo, no cumplió con su cometido. Separó a ambos mundos en vez de mantenerlos estrechamente unidos. ¡En eso consistió, precisamente, el pecado original!

El hombre, por ese carácter tan peculiar que acabamos de mencionar, estaba destinado a ser, en verdad, una especie de rey de la creación física, pues el mundo material estaba supeditado a su labor mediadora de tal suerte que, según la forma de ser del mismo, estaba obligado a sufrir con él o podía ser encumbrado por él, dependiendo todo de que las corrientes emanadas de la fuente de la Luz y de la Vida pudieran fluir puramente o no a través de la humanidad.

Pero el ser humano interceptó el flujo de esa corriente recíproca tan necesaria para el mundo etéreo y para el mundo físico, pues ella es para la creación lo mismo que una buena corriente sanguínea para el cuerpo: lo que la mantiene sana y salva. Una interrupción de la misma tiene que provocar confusión y enfermedad y dar lugar a efectos catastróficos.

Ese lamentable fracaso del hombre fue posible no sólo por no haberse valido del intelecto como instrumento, sino también por haberse sometido por entero a él, de origen meramente físico, poniéndolo como dueño y señor de todo. Se convirtió así en esclavo de su propio instrumento, y llegó a ser ese hombre intelectualizado que, con orgullo, suele llamarse materialista

Ahora bien: el ser humano, al someterse completamente al intelecto, se encadenó a si mismo a todo lo físico. Como quiera que éste no puede comprender nada que se extienda más allá de los conceptos de espacio y tiempo, tampoco podrá hacerlo, lógicamente, el que se subyugó a él enteramente. Su horizonte, es decir, su capacidad de comprensión, quedó también reducido, dado lo angosto de la facultad comprensiva del intelecto.

Se rompió así toda ligazón con el plano de la materialidad etérea. Se alzó una muralla que fue haciéndose cada vez más compacta. Puesto que la fuente de la Vida, la Luz original, Dios, se yergue por encima de todo espacio y tiempo y se encuentra mucho más allá de lo etéreo, era natural que, por la sujección del intelecto, quedara interrumpido todo contacto. Esta es la razón por la cual a los materialistas les es absolutamente imposible conocer a Dios.

La acción de comer del Árbol de la Sabiduría no simbolizó otra cosa que el desmesurado desarrollo del intelecto. La correspondiente ruptura con lo etéreo trajo consigo, como consecuencia natural, la pérdida del Paraíso. Los mismos hombres se excluyeron de él al inclinarse preferentemente hacia lo terrenal, es decir, al denigrarse y forjar voluntariamente, o por propia elección, las cadenas de su esclavitud.

Pero, ¿a qué condujo todo eso? Los pensamientos propios del intelecto — puramente materialistas, es decir, ligados a lo terrenal y de muy baja condición —, junto con sus concomitancias la codicia, el afán de lucro, la mentira, el latrocinio, la opresión, la sensualidad etc., tenían que dar lugar al implacable efecto recíproco de las afinidades, el cual, formando todo según el género de los mismos, se cierne amenazador sobre los hombres y acabará descargándose sobre ellos, sembrando destrucción y ruina.

Será un juicio universal, el cual, por corresponderse exactamente con las leyes vigentes en la creación, no podrá ser evitado. Será como la tormenta, que condensándose primero, se descarga después, produciendo efectos destructores, pero, al mismo tiempo, purificando el ambiente.

El hombre no cumplió, como era necesario, con su misión de elemento unificador entre las esferas etérea y física de la creación. No dejó circular a través de ellas esa corriente recíproca siempre vivificadora, refrescante y pujante; antes bien, dividió a la creación en dos mundos, se sustrajo a sus deberes, y se encadenó por completo a lo materialmente físico. Como consecuencia natural, ambas partes tenían que enfermar poco a poco.

La parte más gravemente atacada tenía que serlo, lógicamente, aquella que quedó privada de toda corriente luminosa, o que la recibía muy débilmente por medio de los pocos hombres que aún mantenían contacto con ella. Esa parte fue la materialmente física, la cual va arrastrándose hacia una espantosa crisis y será sacudida de convulsiones febriles, hasta que quede eliminado todo lo malsano dentro de ella y pueda, por fin, restablecerse y curarse bajo la acción de nuevas y vigorizantes afluencias procedentes de la Fuente Original.

Pero ¿quién será eliminado en ese proceso?

La respuesta a tal pregunta se encuentra en el orden natural de las cosas: Todo pensamiento concebido adquiere inmediatamente, por efecto de la fuerza creadora latente en él, una forma etérea que se corresponde con su contenido y permanece siempre como atada con cordones al que fue su promotor, acercándose o alejándose de él bajo la acción de la fuerza de atracción de las afinidades, que está presente en todo lo etéreo, y siendo empujada a través del universo en medio de las continuas corrientes pulsantes que lo atraviesan, las cuales, como todo lo que existe en la creación, se mueven según trayectorias elípticas.

En un momento dado, esos pensamientos, que cobraron vida y realidad dentro de las regiones etéreas, refluirán sobre el lugar de origen y punto de partida junto con las especies afines atraídas durante su movimiento a través del cosmos; pues, a pesar de su constante peregrinar, permanecen siempre unidos a ese punto, y allí se descargarán, es decir, se desatarán.

Cuando tenga lugar esa retroacción definitiva que es de esperar, la destrucción sobrevendrá en primer lugar sobre aquellos que, con sus pensamientos y sentimientos, fueron causa de ello y lo fomentaron constantemente. Es inevitable que ese pernicioso poder retroactivo abarque un círculo de acción mucho más extenso y llegue a afectar, incluso, a aquellas especies que sólo guarden una pequeña analogía con esos hombres.

Entonces será cuando los seres humanos cumplirán con la misión encomendada en la creación. Servirán de elemento unificador, crearán valiéndose de sus facultades procedentes de lo espiritual. Es decir: se dejarán conducir por el purificado sentimiento y lo transmitirán a lo físico, a lo terrenal, utilizando como mero instrumento la inteligencia y las experiencias adquiridas, de tal suerte que, desechando todo lo material, impondrán esos puros sentimientos en la vida etérea y, con ello, darán constante impulso a toda la creación física, purificándola y encumbrándola.

Mediante ese proceso, el efecto recíproco podrá, también, hacer refluir a lo etéreo corrientes más sanas y beneficiosas procedentes de lo físico, con lo que surgirá un nuevo mundo uniforme y armonioso. Por la rectitud de su proceder, los seres humanos llegarán a ser los hombres integrales y nobles tantas veces añorados; pues también ellos, al haber ajustado su actividad en conformidad con la gran obra de la creación, obtendrán fuerzas muy distintas de las tenidas hasta entonces, las cuales les harán sentir continuo contento y felicidad.

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Esta conferencia fue extractada de:

EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio

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