40. LA SEPARACIÓN ENTRE LA HUMANIDAD Y LA CIENCIA
ESTA SEPARACIÓN
no tenía necesidad de existir, pues toda la humanidad tiene pleno derecho a la
ciencia, ya que ésta sólo pretende, en realidad, hacer más comprensible este
don divino que es la creación. La verdadera actividad de las distintas ramas de
la ciencia no es otra cosa que un intento de profundizar más en las leyes del
Creador, a fin de que, mediante el conocimiento más exacto de las mismas,
puedan ser utilizadas más ampliamente para provecho y bienestar del hombre.
Toda esa actividad no es más que un deseo de subordinarse a
la Voluntad divina.
Ahora bien, comoquiera que la creación y las leyes
naturales o divinas que la sostienen son extraordinariamente claras y simples
en su perfección, la consecuencia natural debería ser también una clara y
sencilla explicación por parte de quien haya llegado al verdadero conocimiento
de ellas.
Pero ahí es donde se pone en evidencia una diferencia que,
por su naturaleza malsana, va abriendo un abismo cada vez más ancho y profundo
entre la humanidad y los que se denominan adeptos de la ciencia, es decir,
partidarios del saber, partidarios de la Verdad.
Esos tales no se expresan con la sencillez y la naturalidad
que son patrimonio de la. Verdad, del verdadero saber; más aún: que son la
consecuencia estrictamente natural y lógica de la misma Verdad.
Dos son las razones de tal proceder, mejor dicho, tres: por
los especiales esfuerzos que, según ellos, han requerido sus estudios, esperan
obtener una posición privilegiada. Que esos estudios sean solamente un préstamo
recibido de la perfecta creación, tal como el que obtiene un sencillo labrador
por la tranquila observación de la naturaleza, tan necesaria para él, y tal
como tantos otros se ven precisados a hacer en el curso de sus actividades, es
algo que prefieren no admitir.
Por otro lado, se desprende de la misma naturaleza de las
cosas que el científico no podrá expresarse con claridad mientras sus
conocimientos no se aproximen a la Verdad. Sólo cuando haya comprendido
perfectamente la Verdad misma, sus explicaciones serán sencillas y claras, como
también se desprende de la misma naturaleza de las cosas.
Pero no es ningún secreto que aquellos que no saben y están
en camino de saber son, precisamente, los que más hablan, más, incluso, que los
mismos sabios. Y como quiera que aún no poseen la Verdad, es decir, los
verdaderos conocimientos, sus conversaciones no pueden menos que contener
conceptos poco claros.
En tercer lugar, existe verdaderamente el peligro de que la
generalidad de los hombres muestre muy poco interés por la ciencia si ésta se
presenta con el ropaje natural de la Verdad. La humanidad no le daría apenas
valor por considerarla “demasiado natural”.
No piensan que eso, precisamente,
es lo único justo y la medida de todo lo auténtico y verdadero. Sólo la
evidencia de los hechos ofrece garantía de Verdad.
Pero los hombres no se dejan persuadir tan fácilmente. No
es de extrañar: tampoco reconocieron en Jesús al Hijo de Dios por parecerles
“demasiado sencillo”.
Hace ya mucho tiempo que los científicos se han dado cuenta
del peligro. Por eso, muy astutamente, han ido prescindiendo más y más de la
simplicidad natural de la Verdad. A fin de darse importancia a si mismos y a su
ciencia, fueron erigiendo, mediante concepciones sofísticas, obstáculos cada
vez más insuperables.
El sabio, distanciándose de las masas, acabó por desechar
las expresiones sencillas e inteligibles para todos; y lo hizo por la simple
razón, a menudo inconsciente en él, de constarle ciertamente que no quedaría
apenas nada de su prestigio ante los demás si no adoptaba un lenguaje especial
que exigiera muchos años de estudio para ser aprendido.
Su afán de no hacerse inteligible a todos le confirió, poco
a poco, un cierto aire de superioridad, que es salvaguardado a toda costa por
los discípulos y sucesores, pues saben muy bien que, si no lo hacen así,
resultarán vanos, para muchos, sus años de estudio y los consiguientes
sacrificios pecuniarios.
Hoy día, se ha llegado a tal extremo, que muchos sabios son
incapaces de expresarse con claridad suficiente para hacerse comprender por los
hombres sencillos, es decir, no saben expresarse con propiedad. Para llegar a eso, sería preciso iniciar penosísimos estudios, y toda una vida
humana no sería tiempo suficiente para ello. El primer resultado que se
obtendría sería, para satisfacción de muchos, la certeza de que, a partir de
entonces, sólo se destacarían los hombres que, por su verdadero saber, tuvieran algo que ofrecer a la
humanidad y estuvieran dispuestos a poner sus conocimientos a su servicio.
Actualmente, el encubrimiento de la Verdad mediante
explicaciones incomprendidas por la generalidad de los hombres constituye una
marcada peculiaridad del mundo de la ciencia, y es algo parecido a lo que se
estilaba en las iglesias cuando los siervos de Dios — nombrados por un poder
terrenal — se dirigían a las almas agradecidas ansiosas de encumbrarse,
hablándoles, en calidad de guías y jefes, en latín, idioma que ellas no
entendían, por lo que, consecuentemente, tampoco podían comprender lo que les
decían, única posibilidad de sacar algún provecho de ello. Para eso, lo mismo
podían haberse dirigido a ellas en siamés: los resultados habrían sido los
mismos.
El verdadero saber no tiene por qué ser incomprensible,
pues lleva inherente, al mismo tiempo, la facultad, más aún, la necesidad
imperiosa de ser expresado con sencillas palabras.
La Verdad es para todos los
hombres sin excepción, ya que de ella proceden efectivamente, puesto que la
Verdad se mantiene viva en la sustancialidad espiritual, punto de origen del
espíritu humano. De esto se desprende lógicamente que la Verdad, en su
simplicidad natural, también puede ser comprendida por todos los hombres. Pero
tan pronto como se intente reproducirla mediante términos complicados e
ininteligibles, dejará de ser pura y veraz, o bien las disertaciones se
perderán en detalles secundarios que no tienen el mismo significado que lo
esencial.
La esencia de la Verdad, el auténtico saber, tiene que ser
comprensible para todo el mundo. Todo conocimiento ficticio y afectado
albergará en el fondo muy poco de sabiduría, por estar alejado de la
simplicidad natural. No habrá
comprendido el verdadero saber aquel que no sea capaz de transmitirlo con
sencillez y naturalidad. Inconscientemente, tratará de ocultar algo; será como
un muñeco muy peripuesto pero sin vida.
Quienquiera que, además de dejar lagunas en la lógica de
sus argumentos, pretenda exigir una fe ciega en ellos, hará del Dios perfecto
un ídolo deficiente, y probará que él mismo no ha hallado el recto sendero y
que, por lo tanto, no puede servir de guía seguro. ¡Que esto sirva de
advertencia para todo el que busca seriamente!
* * *
* * *
Esta conferencia fue extractada de:
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
No hay comentarios.:
Publicar un comentario