martes, 20 de diciembre de 2022

42. LA EVOLUCIÓN DE LA CREACIÓN

 

42. LA EVOLUCIÓN DE LA CREACIÓN

YA HE INDICADO en otra ocasión que los escritos relativos al génesis de la creación no deben ser tomados en sentido terrenal. Tampoco los relatos de la Biblia se refieren a la Tierra. La creación de ésta fue una simple consecuencia natural derivada de la evolución progresiva de la primera creación.

Apenas si puede comprenderse que los exegetas hayan podido dar un salto tan grande, tan ilógico y tan lleno de lagunas, en la creencia de que Dios creó la Tierra física sin transición, inmediatamente después de Su Perfección.

No es necesario modificar la “letra” de los escritos, para aproximarse a la verdad de los hechos. Al contrario, las mismas palabras del Génesis reproducen la Verdad mucho más claramente que todas esas hipótesis falsas y llenas de lagunas. A tales erróneas interpretaciones se debe, exclusivamente, que tantos hombres no puedan comprender.

Estos se dan cuentan perfectamente del error que supone pretender que el Paraíso mencionado en la Biblia hubo de estar situado sobre la Tierra física, tan alejada de la divinidad. Al fin y al cabo, nadie ignora que la Biblia es, ante todo, un libro espiritual. En ella se describen eventos espirituales sin mencionar a los hombres más que a título de ilustración, cuando guardan relación directa con la aclaración de esas cuestiones espirituales.

Por último, resulta también comprensible para todas las inteligencias — por ser natural — que las descripciones de la Biblia referentes a la creación no afectan a la Tierra, tan distante del Creador.

Casi nadie se atreverá a negar el hecho evidente de que la obra inmediata de Dios, esa primera creación, sólo pueda estar situada en Sus proximidades inmediatas, puesto que, por ser lo primero que salió de Sus manos, tiene que estar en estrecha relación con El. Nadie que piense con claridad y reposadamente podrá admitir que esa primera creación — la creación propiamente dicha — se encuentre precisamente en la Tierra, que es la más alejada de la divinidad y ha surgido en el curso de una evolución ulterior.

Por lo tanto, no podía tratarse de un Paraíso sobre la Tierra. Lógicamente, lo que Dios creó se mantuvo, como se describe muy explícitamente en el Génesis, directamente unido a El, y no pudo estar situado más que en Sus proximidades inmediatas. Igualmente lógica y natural es la consecuencia de que todo lo que fue creado o que surgió en las inmediaciones del Creador, tuviera que ser de naturaleza muy semejante a la de Su propia Perfección.

El pensamiento de un Paraíso sobre la Tierra física tiene que engendrar forzosamente escepticismo. Concebir la idea de una “expulsión” del Paraíso terrenal, siendo así que los expulsados habían de permanecer sobre la Tierra, es de un absurdo tal y muestra tan claramente un carácter tan groseramente material, que resulta casi grotesco. Es una visión sin vida, que lleva el sello de un dogma mantenido férreamente, un dogma que no tiene utilidad ninguna para el hombre que piensa con sensatez.

Cuanto menos perfecta sea una cosa, tanto más alejada estará de la Perfección. Los hombres terrenales tampoco pueden ser esos seres espirituales nacidos de la Perfección, sino que éstos tienen que estar íntimamente relacionados con ella y, por tanto, deben ser, para los hombres, el prototipo del más noble ideal. Esos seres son los espíritus eternos, que nunca entrarán en la materialidad y que, por consiguiente, nunca llegarán a ser hombres terrenales. Son radiantes figuras ideales que no solamente ejercen, como un imán, una atracción sobre todas las facultades de los gérmenes espirituales humanos, sino que también influyen sobre ellos cuando han llegado a ser espíritus conscientes, infundiéndoles vigor.

El Paraíso que se menciona en la Biblia no debe, pues, ser confundido con la Tierra.

A fin de poder dar explicaciones más detalladas, es necesario representar, una vez más, un cuadro completo de todo lo existente, lo que facilitará, al hombre que busca, el descubrimiento del camino que lleva al eterno reino de Dios, ese Paraíso donde el ser humano tuvo sus primeros comienzos como ser espiritual.

El hombre ha de ver en la Divinidad lo más elevado, lo más sublime. Dios, fuente originaria de la Vida y punto de partida de todo lo existente, es por Sí mismo, en Su Perfección absoluta, insustancial. Después de Dios, en Su insustancialidad exclusivamente propia desde el origen, se extiende el plano de la sustancialidad divina. De él surgieron las primeras entidades configuradas, a las cuales pertenecen, en primer lugar, la Reina Originaria y los arcángeles, siguiendo después, por último, unos pocos ancianos. Estos ancianos son de una gran importancia para la evolución ulterior de la sustancialidad espiritual, tal como los seres sustanciales conscientes, situados más abajo, son de gran importancia para el desarrollo de la materialidad. Lucifer fue enviado desde la sustancialidad divina para que sirviera de puntal inmediato para la evolución progresiva y autoactiva de la creación.

En cambio, el Hijo de Dios procede de la insustancialidad divina como una parte de ella, a la cual habría de regresar después de cumplir Su misión remediadora, para unirse otra vez al Padre. El Hijo del Hombre tiene igualmente Su origen en la insustancialidad divina. Su separación se hizo definitiva a consecuencia de Su unión con la sustancialidad espiritual consciente, y sin embargo, se mantiene en estrecha relación con la insustancialidad divina, constituyendo así el mediador eterno entre Dios y Su obra.

Al fracasar Lucifer en su misión de enviado de la sustancialidad divina, tenía que venir a ocupar su puesto otro enviado más poderoso capaz de encadenarle y ayudar a la creación. Esta es la razón por la que el Hijo del Hombre, asignado para tal cometido, procede de la insustancialidad divina.

A continuación del plano de la insustancialidad divina, se halla la primera creación, el reino de Dios, constituido, en primer lugar, por la sustancialidad espiritual consciente, la cual está constituida, a su vez, por entidades espirituales de naturaleza eterna, también llamadas espíritus, los cuales personifican el idealismo más depurado al que los espíritus humanos pueden y deben aspirar en el curso de su evolución cada vez más perfecta. Esos seres ejercen hacia sí una especie de atracción magnética sobre los que procuran elevarse. Esta ligazón automática se deja sentir en los buscadores y aspirantes al encumbramiento, mediante un anhelo, a menudo inexplicable, que les infunde un gran ardor en su búsqueda y en sus esfuerzos encaminados a la ascensión.

Esos son los espíritus que nunca habrán de nacer en la materialidad, y que Dios mismo, la fuente originaria de todo lo existente y de todo lo que vive, creó como espíritus originarios, es decir, como seres que se asemejan a El extraordinariamente en cuanto a Su Perfección. Esos son, asimismo, los seres creados a Su imagen y semejanza.

No debe pasarse por alto el hecho de que en el Génesis se diga explícitamente: “a su imagen y semejanza”. Tal indicación tiene, en este caso también, su razón de ser; pues sólo pueden parecerse a El exteriormente, pero no en Su Esencia, es decir, sólo pueden ser una reproducción de sus manifestaciones, pues Su Esencia puramente divina es, por naturaleza, insustancial.

Como ya se ha indicado, Dios ha de rodearse de una envoltura sustancial divina para poder manifestarse. Pero aun así, sigue siendo invisible para los espíritus sustanciales, pudiendo ser visto únicamente por las divinidades sustanciales, y no por todas, sino por una pequeña parte de ellas. En efecto, por la absoluta perfección de su pureza y claridad, todo lo que sea netamente divino habrá de cegar a lo que no sea tal. Ni los mismos seres sustanciales divinos pueden contemplar la faz de Dios, pues la diferencia entre la divinidad insustancial y la sustancial es demasiado pronunciada para ello.

En ese Paraíso donde moran los espíritus sustanciales conscientes, viven también los espíritus sustanciales inconscientes, portadores de los mismos elementos fundamentales constitutivos de la sustancialidad espiritual consciente, si bien sólo en estado de gérmenes. Ahora bien, estos gérmenes llevan vida dentro de sí, y esa vida, como todo en la creación y conforme a la Voluntad de Dios, tiende a la evolución: llegar a ser conscientes. Es este un proceso completamente natural y saludable.

Pero salir del estado de inconsciencia para llegar a ser consciente sólo puede conseguirse mediante las experiencias vividas, y ese afán de evolucionar progresivamente mediante tales experiencias repele o expulsa — como quiera ser llamado — a esos gérmenes procedentes de la sustancialidad espiritual y aspirantes a la madurez llevándolos más allá de los límites de esa esfera. Comoquiera que la repulsión o expulsión de un germen no puede tener lugar en sentido ascendente, no le quedará otro remedio que tomar el camino que conduce hacia abajo, el único que se abre ante él.

He aquí en qué consiste esa expulsión del Paraíso o sustancialidad espiritual, tan natural y necesaria para los gérmenes espirituales ávidos de llegar a ser conscientes.

Este hecho está expresado simbólicamente y con toda precisión en las palabras: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”; es decir, bajo el impulso de las experiencias vividas, estimulado por la necesidad de defenderse y de luchar contra las influencias que se infiltran de los planos inferiores en los que ese germen entra como un extraño.

Esta exclusión, repulsión o expulsión del Paraíso no es, en modo alguno, un castigo, sino una necesidad indispensable, natural y espontánea nacida del acercamiento a una cierta madurez del germen espiritual mediante su afán de evolucionar para llegar a su consciencia personal. El hecho en sí no es más que un nacimiento en la materialidad partiendo de la sustancialidad espiritual inconsciente y pasando a través de la sustancialidad con fines evolutivos. Es, pues, un progreso, no una regresión.

Más adelante, se darán explicaciones más precisas sobre la caída en el pecado, que vino después y que constituyó por sí misma un proceso del que se derivó el pecado original. Tal caída no tiene nada que ver con el proceso que acabamos de describir y que se repite continuamente.

Muy acertada es también la indicación del Génesis cuando dice que el hombre sintió necesidad de “cubrir su desnudez” después de haberse despertado en él la noción del Bien y del Mal, es decir, al ponerse de manifiesto, poco a poco, la consciencia de sí mismo.

Ese deseo de llegar a ser consciente, cada vez más intenso, ocasiona la automática exclusión o expulsión del Paraíso, para penetrar en la materialidad a través de la sustancialidad. En el mismo instante en que el germen espiritual traspasa los límites de la sustancialidad espiritual a fin de hacer su entrada en un ambiente de naturaleza más densa y más diferente que la suya propia, se siente “desnudo”, es decir, “al descubierto”. Experimenta, entonces, no sólo la necesidad, sino también la obligación absoluta de cubrirse con una envoltura protectora de la misma naturaleza material y esencial del medio ambiente, con una especie de abrigo con el que envolver su íntimo ser: el cuerpo etéreo y, por último, el cuerpo físico.

Al cubrirse con el abrigo o cuerpo físico, se despierta en él, en toda su pujanza, el instinto sexual y, con él, el pudor corporal.

Cuanto más pronunciado sea ese pudor, tanto más noble será el instinto sexual y tanto más habrá evolucionado el hombre espiritual. La mayor o menor intensidad del pudor corporal del hombre terrenal es la medida que marca directamente su valor intrínseco espiritual.

Esta medida es infalible y fácilmente reconocible por cada uno de los hombres. Ahogando o desechando ese sentimiento externo del pudor, se ahoga simultáneamente el pudor del alma, que es un sentimiento mucho más sutil y de muy distinta naturaleza, con lo que el íntimo ser del hombre pierde todo su valor.

Una señal infalible de caída profunda e ineludible decadencia aparece cuando la humanidad, bajo el falaz pretexto del progreso, comienza a querer “elevarse” por encima del sentimiento del pudor, esa joya que estimula a la evolución en todos los sentidos. Poco importa que se ponga como pretexto el deporte, la higiene, la moda, la educación de los niños y tantas otras disculpas que vienen muy bien al caso. La decadencia y el hundimiento no podrán ser detenidos entonces, y solamente un pánico sin igual podrá hacer entrar en razón a alguno que otro, sobre todo a aquellos que se hayan dejado arrastrar hacia ese camino impensadamente.

A partir del momento en que el germen espiritual haya sido expulsado del Paraíso siguiendo el proceso normal, y en el curso de su periplo a través de la sustancialidad y de las materialidades de la creación, su presencia en los planos inferiores de ésta se hará cada vez más necesaria para el desarrollo de los mismos y para su encumbramiento, lo cual contribuirá, a su vez, con efecto retroactivo, a fortalecer y dar más firmeza a ese germen espiritual en su propia evolución hacia su consciencia personal, cosa que, de otro modo, resultaría absolutamente imposible.

Es un inmenso crear y tejer miles y miles de hilos entrecruzados que, a pesar de la absoluta autonomía de su viva actividad, se ven obligados a entrelazarse lógicamente junto con sus respectivos efectos recíprocos, de tal suerte que, en el curso del único periplo de uno solo de esos gérmenes espirituales — desde su origen hasta la plenitud de su desarrollo — ese conjunto aparece como un fragmento de un tapiz de vistosísimos colores tejido por la mano de un artista consciente del fin que persigue, ya sea dirigiéndose hacia arriba mediante la mayor consciencia personal, ya sea deslizándose cuesta abajo hacia la destrucción que la protección de otros espíritus hace necesaria.

Son tantas las leyes que trabajan tranquilas y seguras en la maravillosa obra de la creación, que se podría escribir un tratado de cada uno de los múltiples eventos de la existencia del hombre, pero todos ellos quedarían reducidos al mismo principio fundamental: el punto de partida de todas las cosas es la Perfección del Creador, cuya Voluntad es el Espíritu vivo y creador, el Espíritu Santo, cuya obra es todo lo espiritual.

Comoquiera que el hombre procede de esa obra sustancial espiritual, lleva dentro de sí una partícula de la Voluntad de ese Espíritu, lo cual, si bien lleva inherente la facultad de decidir libremente y, por consiguiente, la responsabilidad, no tiene, en modo alguno, equivalencia con la Divinidad misma, tal como se suele suponer y explicar tan erróneamente.

Todos los efectos de la labor remediadora y pujante de la Voluntad divina impuesta en las leyes naturales de la creación, deberían traducirse en un maravilloso y armonioso canto de alegría por parte de los que poseen amplios conocimientos del conjunto. Deberían convertirse en un único himno de gratitud y alegría, que, brotando de millones de gargantas, afluyera al punto de partida de todo lo existente.

El proceso evolutivo de la creación — eternamente repetido y causa de que el germen espiritual sea expulsado del Paraíso al alcanzar una cierta madurez — también se muestra visible a los ojos terrenales en los diferentes sucesos de la Tierra, puesto que todos ellos son una reproducción del mismo evento.

Esa expulsión que se efectúa a lo largo de la evolución natural, puede ser considerada como un proceso de separación espontánea, del mismo modo que una manzana o cualquier otro fruto maduro cae del árbol, conforme a la Voluntad creadora, para descomponerse y dejar libre la semilla, la cual, en ese mismo instante, rompe su pericarpio bajo la acción de influencias externas que afluyen a ella, pudiendo germinar y convertirse en una delicada planta, que, a su vez, sólo adquirirá resistencia y solidez mediante lluvias, tempestades y sol, y sólo así podrá convertirse en un robusto árbol.

Así, pues, la expulsión del germen espiritual maduro fuera del Paraíso es una consecuencia necesaria de la evolución, lo mismo que la creación sustancial, la creación material y, por último, la creación terrenal no son más que consecuencias de la creación sustancial espiritual en sus rasgos más fundamentales. Aunque los elementos fundamentales de la primera creación se repiten constantemente en las creaciones posteriores, existe siempre una gran diferencia: los efectos son distintos según la naturaleza material y esencial de los mundos.

También en el plano terrenal, la expulsión del alma fuera del cuerpo se produce igualmente cuando llega el tiempo de madurez. En este caso, es la muerte terrenal la que representa una separación o expulsión automática del alma fuera de la esfera física, lo cual supone, al mismo tiempo, un nacimiento en la materialidad etérea, en el más allá. Entonces, también caerán los frutos como los de un árbol. En tiempo de calma, sólo caerán los frutos maduros; pero en tiempo de tormentas y tempestades, caerán también los que aún no hayan madurado. Frutos maduros son aquellos que pasan al más allá etéreo en la hora precisa, cuando su semilla interior está madura. Son los espíritus “preparados” para la vida en el más allá, por lo que pronto echarán raíces y podrán elevarse con seguridad.

Frutos no maduros son, por el contrario, aquellos cuya caída o muerte, seguida de la descomposición del cuerpo físico que constituyó su envoltura protectora hasta ese instante, deja al descubierto una semilla aún no madura, quedando así expuesta prematuramente a toda clase de influencias, por lo que o se marchita, o será obligada a madurar posteriormente antes de echar raíces en el suelo etéreo, es decir, antes de adaptarse a las condiciones del otro mundo para poder emprender su ascensión.

Así es como todo va evolucionando progresivamente, paso a paso, mientras no se interponga la corrupción, que ocasiona la putrefacción de la semilla insuficientemente madura, echándola a perder y destruyendo, como es natural, la fuerza vital latente en ella, esa fuerza que la impele a crecer para convertirse en un árbol espontáneamente fructífero capaz de cooperar a la continuidad de la evolución.

El hombre que observe atentamente lo que pasa a su alrededor podrá ver, en los sucesos de su medio ambiente inmediato, una reproducción exacta y múltiple del conjunto de eventos de la creación, pues lo más grande siempre se refleja hasta en lo más pequeño.

* Conferencia II–39: “La diferencia entre el origen del hombre y el del animal”

Inmediatamente después de ese Paraíso situado en la sustancialidad espiritual, sigue, en sentido descendente, el reino de los seres sustanciales. La sustancialidad propiamente dicha se divide en dos zonas, siendo la primera de ellas la sustancialidad consciente, que se compone de todos los seres elementales y entidades naturales, entre los que también se cuentan, situados en último lugar, los elfos, los gnomos, las ondinas, etc. Esos seres elementales y esas entidades naturales fueron los preliminares de la evolución progresiva encaminada a la creación de la materialidad, pues ésta no podía surgir más que en relación con la sustancialidad.

Los seres elementales y naturales tuvieron que colaborar activamente en la creación de la materialidad, tal como siguen haciendo hoy día.

La segunda zona del mundo sustancial es la sustancialidad inconsciente, de la cual procede la vida del alma animal. * Es preciso tener en cuenta la diferencia que existe entre el plano de la sustancialidad espiritual y el de la sustancialidad. Sólo lo espiritual lleva inherente, desde sus primeros orígenes, la facultad de decidir libremente y, como consecuencia, la responsabilidad. Eso no es así en los seres sustanciales.

El surgimiento de la materialidad fue, pues, una consecuencia más de la evolución. También está subdivida en dos esferas: la etérea, que consta de numerosas secciones, y la física, que tuvo sus comienzos como niebla sutilísima y es visible a los ojos terrenales. Por tanto, es inconcebible un Paraíso sobre la Tierra, la última ramificación de la materialidad física. Un día, al comienzo del reinado de los mil años, cuando llegue el Hijo del Hombre, la vida sobre la Tierra deberá ser un reflejo del verdadero Paraíso, y habrá de surgir, al mismo tiempo, una reproducción terrenal de la Mansión del Grial, cuyo original está situado en la cumbre más alta de la creación y constituye el único verdadero templo de Dios.

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Esta conferencia fue extractada de:

EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio


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