martes, 20 de diciembre de 2022

44. LA CONCEPCIÓN INMACULADA Y EL NACIMIENTO DEL HIJO DE DIOS

 

44. LA CONCEPCIÓN INMACULADA
Y EL NACIMIENTO DEL HIJO DE DIOS

LA INMACULADA CONCEPCIÓN no debe ser considerada solamente desde el punto de vista fisiológico, sino, sobre todo, en sentido puramente espiritual, como muchas otras cosas de la Biblia. Únicamente quien reconozca y sienta la existencia real y la viva actividad del mundo espiritual podrá hallar la llave de la comprensión de la Biblia. Para todos los demás, seguirá siendo un libro sellado con siete sellos.

Físicamente hablando, es inmaculada toda concepción realizada por puro amor, con la mirada puesta fervientemente en el Creador, y sin que los instintos sensuales constituyan la base fundamental, sino que queden reducidos a meras fuerzas cooperadoras.

Este proceso es, en verdad, tan excepcional que bien merece una mención especial. La postergación del instinto sensual quedó garantizada mediante la Anunciación, que, por esta razón, también es mencionada de modo especial, ya que de otra forma faltaría un eslabón en la cadena de naturales acontecimientos y de estrechas colaboraciones con el mundo espiritual.

La Virgen María, ya dotada de cuantos dones debían permitirle cumplir su elevada misión, fue conducida espiritualmente de forma que, en el momento oportuno, entrara en contacto con personas profundamente versadas en las revelaciones y profecías relativas a la venida del Mesías. Fue este el primero de una serie de preparativos que habrían de empujar a María a seguir la trayectoria dirigida a la realización de su fin primordial y a su familiarización con todas las cosas en las que, más tarde, ella jugaría un papel importante, sin que, en aquel entonces, tuviera consciencia de ello.

La venda puesta ante los ojos de los escogidos siempre es levantada poco a poco y con gran precaución, a fin de no precipitar la necesaria evolución; pues es preciso vivir a fondo todas las etapas intermedias para que, por último, sea posible un cumplimiento de la misión. Un conocimiento prematuro de dicha misión daría lugar a lagunas en el proceso evolutivo, las cuales harían más difícil el ulterior cumplimiento de aquélla.

Con la mirada siempre puesta en la etapa final, se correría el peligro de avanzar demasiado precipitadamente, pasando por alto o apreciando sólo ligeramente muchas cosas que sería preciso vivir a fondo, para que el verdadero cometido pudiera ser cumplido. Pero el hombre sólo puede vivir a fondo aquello que, en cada momento, es considerado como el verdadero fin de su existencia. Tal se cumplió en María.

Al llegar el día de la plenitud de su preparación interior y exterior, en un instante de absoluto sosiego y de perfecto equilibrio espiritual, adquirió la clarividencia y la supersensibilidad auditiva, es decir, lo íntimo de su ser se abrió al mundo del más allá y experimentó personalmente la Anunciación descrita en la Biblia. La venda cayó y, con plena consciencia, aceptó su misión.

La Anunciación fue, para María, una experiencia espiritual tan intensa y conmovedora que, a partir de ese instante, toda su vida quedó impregnada de ella. Desde ese momento, su vida se mantuvo orientada en una única dirección: la justificada esperanza en una elevada gracia divina. Ese estado anímico provocado por la Anunciación fue requerido por la Luz, a fin de que, desde un principio, las excitaciones propias de los instintos inferiores quedaran relegadas a un último término, y pudiera haber terreno propicio para el desarrollo de un puro receptáculo terrenal (el cuerpo del niño), para la concepción espiritual inmaculada. Gracias a esa actitud de María sumida en un estado de extraordinaria intensidad espiritual, tuvo lugar, conforme a las leyes naturales, una concepción “inmaculada”.

María ya poseía todos los dones necesarios para su misión; es decir, antes de nacer fue elegida para ser madre terrenal de Jesús, el mensajero de la Verdad que había de venir. Este hecho no resultará difícil de comprender a poca idea que se tenga del mundo espiritual y de las múltiples ramificaciones de su actividad, la cual puede abarcar fácilmente miles de años cuando se trata de preparar un acontecimiento de gran importancia.

Puestas así las cosas, ese receptáculo absolutamente puro que, en el curso de su evolución, habría de constituir el cuerpo del niño, reunía todas las condiciones terrenales necesarias para “una concepción espiritual inmaculada”: la encarnación que tendría lugar a la mitad del embarazo.

En este caso especial, no podía tratarse de una de tantas almas o chispas espirituales que esperan encarnarse, por propio deseo o por obligación, a fin de poder desarrollarse peregrinando a través de toda una vida terrenal, y cuyo cuerpo etéreo es más o menos opaco, es decir, maculado, por lo que la directa comunicación con la Luz no puede realizarse límpidamente, quedando incluso interrumpida, de cuando en cuando, por completo.

Sólo podía entrar en consideración un fenómeno de irradiaciones emanadas del mismo Dios, ofrecidas por amor a la humanidad errante en tinieblas, y suficientemente intensas como para conseguir que nunca se interrumpiera la comunicación directa con la Luz originaria.

Ese Ser Único estableció entre la Divinidad y la humanidad una íntima unión semejante a una columna luminosa de inalterable pureza e intensidad, ante la cual había de desviarse todo lo vil, todo lo de baja condición. Así surgió la posibilidad de transmitir tanto la Verdad inalterada procedente de la Luz, como la fuerza requerida para una actividad aparentemente milagrosa.

El relato de las tentaciones en el desierto muestra cómo las corrientes tenebrosas fracasaron en su intento de mancillar la pureza de los sentimientos, no pudiendo ocasionar daño alguno.

Así, pues, una vez realizada la inmaculada concepción física de María, podía efectuarse, a la mitad del embarazo, la consiguiente encarnación procedente de la Luz. Esa encarnación tuvo lugar con una intensidad tal que se hizo imposible todo enturbiamiento al atravesar los distintos planos situados entre la Luz y el cuerpo materno, por lo que también se produjo una “inmaculada concepción espiritual”.

Por consiguiente, está perfectamente justificado hablar de una concepción inmaculada, que se realizó física y espiritualmente sin necesidad de derogar o modificar una sola de las leyes de la creación, ni de promulgar una nueva especial para este caso.

El hombre no debe pensar en una contradicción por el hecho de que esté escrito que el Salvador nacería de una virgen.

Esa aparente contradicción proviene únicamente de la falsa interpretación dada al término “virgen” empleado en las profecías. Cuando éstas aluden a una virgen, no lo hacen dando a la palabra un sentido restringido, ni tampoco según el carácter que le atribuye el Estado, sino que sólo puede tratarse de un concepto humano mucho más amplio.

Estrictamente considerado, es preciso admitir evidentemente que, sin pensar en la procreación, un embarazo y un nacimiento tienen que excluir ya por sí mismos la virginidad tal como es entendida comúnmente. Pero no se trata de eso en la profecía. Se ha dicho que Cristo nacería como hijo primogénito de una virgen, es decir, de una mujer que, hasta entonces, nunca hubiera sido madre. En ella, todos los órganos propios para la formación de un cuerpo humano estarían en estado virginal, es decir, nunca habrían ejercido sus funciones en ese sentido, ese cuerpo no habría engendrado aún ningún hijo. Siempre que se trate de un primer hijo, los órganos genitales maternos tienen que estar en estado virginal. Esta interpretación es la única que cabe admitir en una profecía de tal trascendencia; pues toda profecía ha de cumplirse siguiendo la rigurosa lógica de las leyes de la creación, y ha de ser dada con la certeza de que así se cumplirá.

En la profecía se hace referencia “al primer hijo”, y por eso se establece una distinción entre “virgen” y “madre”. Ninguna otra diferencia puede ser tomada en consideración, pues los conceptos de “virgen” y “mujer” han surgido únicamente de las instituciones públicas y sociales relativas al matrimonio, sin que tengan nada que ver con lo que se da a entender en tal profecía.

Dada la perfección de la creación, como obra que es de Dios, el acto de la procreación es absolutamente necesario, pues la suprema sabiduría del Creador ha dispuesto todo desde el origen de tal suerte que nada resulte superfluo o inútil en la creación. Pensar lo contrario es suponer también que la obra del Creador no es perfecta. Lo mismo se dirá de quien afirme que el nacimiento de Cristo se realizó sin la normal procreación prescrita por el Creador a la humanidad. ¡Hubo de tener lugar una procreación normal por parte de un hombre de carne y hueso! En este caso, también.

Todo hombre verdaderamente consciente de esta necesidad honra a su Creador y Señor más que aquellos que pretenden hacer intervenir otras posibilidades. Los primeros tienen una confianza tan inquebrantable en la Perfección de su Dios, que están plenamente convencidos de que no es posible en absoluto una excepción o modificación de las leyes impuestas por El. ¡Eso es tener una gran fe! Por otro lado, todos los demás hechos hablan por sí mismos a favor de tal creencia. Cristo se hizo hombre terrenal. Al tomar esa decisión, tuvo que someterse también a las leyes de Dios concernientes a la propagación material, puesto que la misma Perfección de Dios lo exigía.

Declarar a tal propósito que “para Dios no hay nada imposible”, constituye una explicación ficticia que no resulta satisfactoria; pues en esa máxima se encierra un significado muy diferente del que se imaginan muchos hombres en su pereza mental. Para contradecir el sentido literal de esa expresión, tal como es interpretada generalmente, basta afirmar que la imperfección, la falta de lógica, la injusticia, la arbitrariedad y muchas cosas más son imposibles para Dios. Si, según esa interpretación, para Dios no hubiera nada imposible, cabría argumentar también que, con un solo acto de Su Voluntad, hubiera podido hacer que todos los hombres de la Tierra fueran creyentes. Entonces, no habría habido necesidad de que Su Hijo se encarnara, ni de que tuviera que soportar los infortunios terrenales y la muerte en la cruz. Se hubiera evitado ese enorme sacrificio. Pero el hecho de que todo eso haya sucedido así, da testimonio de la inflexibilidad de las leyes divinas puestas en vigor en la creación desde los primeros comienzos. Por razón de su perfección, toda intervención violenta encaminada a modificarlas de algún modo, resultará imposible.

Por su parte, los ciegos litigantes podrían replicar obstinadamente que tales acontecimientos sucedieron así por Voluntad de Dios. ¡Cierto! Pero eso no es ninguna prueba en contra, sino, más bien, una admisión de los razonamientos dados anteriormente, a condición de que se haga abstracción de la ingenua interpretación y se acepte la más profunda, la que es exigida imperiosamente por todas las sentencias de carácter espiritual.

Efectivamente: ¡fue Voluntad de Dios! Pero eso no tiene nada que ver con una arbitrariedad, sino que, por el contrario, no es otra cosa que una ratificación de las leyes impuestas por Dios en la creación, portadoras de Su Voluntad, que exigen una entera obediencia y no permiten excepción o modificación alguna. ¡En la necesidad de cumplirlas se manifiesta precisamente la actividad de la Voluntad de Dios! Si no fuera así, habría sido innecesario que Jesús naciera de una mujer terrenal; lo mismo hubiera podido aparecer de repente sin más ni más.

He aquí por qué también Cristo tuvo que someterse ineludiblemente a todas las leyes naturales, es decir, a la Voluntad de Su Padre, para poder cumplir Su misión. Toda Su vida da testimonio de ello: su nacimiento fue normal, su crecimiento también padeció hambre, fatigas, sufrimientos y, por último, la muerte en la cruz. Se sometió a todo lo que el cuerpo humano está sometido en la Tierra. ¿Por qué solamente la procreación debía ser de otra manera, siendo así que no era necesario? La misma naturalidad de la misión del Salvador es lo que la hace más grande aún, y no la degrada en absoluto. Tampoco por eso, María fue menos colmada de gracias en su elevado cometido.


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Esta conferencia fue extractada de:

EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio


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