47. ¡ÉSTE ES MI CUERPO! ¡ÉSTA ES MI SANGRE!
DIJO EL HIJO DE DIOS a sus discípulos: “El que recibe mi palabra a mí me recibe, y en verdad que come mi carne y bebe mi sangre”.
Tal es el sentido de las palabras que el Hijo de Dios
pronunció al instituir la Eucaristía a, simbolizándolas en la cena como conmemoración
de Su paso por la Tierra. ¿Cómo es posible que, a tal respecto, se suscitaran
violentas discusiones entre eruditos e iglesias, siendo así que el sentido
aparece claro y sencillo si el hombre parte de la base de que el Hijo de Dios
era la Palabra divina hecha carne?
¡Cómo podía expresarlo más claramente que con las sencillas
palabras: “El que recibe mi palabra come mi cuerpo y bebe mi sangre”! Agregando
además: “La Palabra es verdaderamente mi cuerpo y mi sangre”. Es natural que
así hablara, pues Él era efectivamente la Palabra viva hecha carne y sangre. En
todas las versiones ulteriores quedó omitido lo fundamental: la alusión a la Palabra encarnada en la Tierra. Por
no ser comprendida, fue considerada como algo secundario, y, de ese modo, toda
la misión de Cristo fue mal interpretada y deformada.
En aquel tiempo, los discípulos del Hijo de Dios tampoco
estaban en condiciones, a pesar de su fe, de comprender exactamente las
palabras de su Maestro, tal como tantas otras cosas que Él dijo nunca fueron debidamente
interpretadas por ellos. A este respecto, el mismo Cristo dio a conocer
sobradas veces Su tristeza. Atribuyeron simplemente a la Cena el significado que ellos mismos le
dieron en su ingenuidad infantil. De aquí que, como es natural, también transmitieran
esas palabras — que para ellos no estaban claras del todo — de una manera que
se correspondía con su propia comprensión, pero no según el sentido en que
fueron dadas por el Hijo de Dios.
Jesús era la Palabra de Dios encarnada. Así, pues, el que
acogiera dentro de si el verdadero significado de Sus palabras, también le
acogería a El.
Y si un hombre permite que la Palabra de Dios que se le
ofrece, cobre vida dentro de sí, de suerte que siempre esté presente en sus
pensamientos y acciones como la cosa más natural del mundo, entonces, con ayuda
de la Palabra, también dará vida en sí al Espíritu de Cristo, ya que el Hijo de
Dios era la viva Palabra divina hecha carne.
Es preciso solamente que el hombre se esfuerce de una vez
en profundizar debidamente en esta
forma de pensar. No basta con leer y discutir sobre lo leído, sino que es
menester también intentar reproducir esos pensamientos en vivas imágenes, es
decir, experimentar con viveza y serenidad el contenido de los mismos.
Entonces, comprenderá también el
verdadero sentido de la Eucaristía, siempre y cuando reconozca en ella la
aceptación de la viva Palabra de Dios, siendo lógico que, anteriormente, haya
de conocer a fondo el sentido y el fin de la misma.
La cosa no resulta tan cómoda como creen muchos fieles.
Recibir la Eucaristía impensadamente no puede proporcionarles beneficio alguno;
pues algo tan vivo como la Palabra divina quiere y debe ser recibido también vivamente. La Iglesia
no puede infundir vida en la Eucaristía para los participantes si, previamente,
éstos no han preparado un lugar en su corazón para acogerla como es debido.
Existen también cuadros que tratan de plasmar la hermosa
expresión: “¡Llamo a tu puerta!” Tales imágenes son muy acertadas. El Hijo de
Dios está a la puerta de la choza y llama deseoso de entrar. Pero el hombre
también ha puesto ahí el sello personal de su forma de pensar: a través de la
entreabierta puerta de la choza, puede verse una mesa puesta. Eso hace pensar
que no debe ser rechazado nadie que pida de comer y beber. El pensamiento es
hermoso y está de acuerdo también con las palabras de Cristo, pero ha sido
expresado muy restringidamente. La expresión “llamo a tu puerta” significa
mucho más. La caridad sólo es una pequeña parte del contenido de la Palabra
divina.
Cuando Cristo dice: “Llamo a tu puerta”, quiere indicar que
la Palabra divina, de la cual Él es la personificación, llama a las puertas del
alma humana, no para solicitar acogida,
sino para exigirla. La Palabra transmitida a los hombres debe
ser acogida por éstos en toda su plenitud. El alma debe abrir sus puertas para
dar entrada a la Palabra después de haber preparado la mesa dentro de sí. La
palabra “mesa” ha de tomarse aquí como sinónimo de altar. Si el alma accede a
esa exigencia, las obras terrenales del ser humano habrán alcanzado esa
naturalidad requerida por la “Palabra”.
El hombre siempre trata de comprender mediante el intelecto
solamente, lo que le lleva a desmembrar y, por tanto, a depreciar los
conceptos, encerrándolos dentro de unos límites más estrechos. Por eso es que
siempre corre el riesgo de no comprender más que fracciones de cada conjunto,
como ha sucedido en el caso que nos ocupa.
La encarnación de la viva Palabra de Dios continuará siendo
siempre un misterio para el hombre, pues el origen de ese acontecimiento se
sitúa en la esfera divina, y como quiera que la capacidad comprensiva del
espíritu humano no puede remontarse hasta la divinidad, el primer eslabón de la
cadena de eventos que precedieron a la encarnación ha de quedar excluido de la
comprensión humana.
Por lo mismo, no es de extrañar que precisamente ese acto
simbólico de repartir el Hijo de Dios el pan y el vino no haya podido ser
comprendido hasta ahora por la humanidad. Si, después de estas explicaciones
que permiten hacerse una idea concreta, alguien persiste en combatirlas, lo
único que conseguirá demostrar es que el campo de acción de su capacidad de
comprensión termina en la espiritualidad. Pero quien salga a favor de la
antinatural interpretación que se ha venido dando de las palabras de Cristo
hasta nuestros días, dará testimonio de una obstinación desprovista de todo
escrúpulo.
* * *
Esta conferencia fue extractada de:
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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