martes, 20 de diciembre de 2022

49. LA MENTALIDAD HUMANA Y LA VOLUNTAD DIVINA EN LA LEY DEL EFECTO RECÍPROCO

 


49. LA MENTALIDAD HUMANA Y LA
VOLUNTAD DIVINA EN LA LEY DEL EFECTO RECÍPROCO

CUANDO SE HABLA de la mentalidad humana y de los puntos de vista humanos, a los cuales también está supeditada la jurisprudencia de los hombres, no hay que suponer que existe identidad entre la justicia terrenal y la Justicia divina, o que aquélla se aproxima a ésta. Al contrario, es preciso reconocer, desgraciadamente, que en la mayoría de los casos se pone en evidencia “todo un mundo” de divergencias entre ellas. En su sentido más estricto, la expresión popular “todo un mundo” se adapta perfectamente a esta comparación.

Esta diferencia podría explicarse por el hecho de que el intelecto humano, limitado por el espacio y el tiempo, no es capaz, dada su angostura, de distinguir lo justo de lo verdaderamente injusto, pues esto raras veces puede ser discernido a partir de circunstancias externas, ya que sus raíces se hallan en lo más íntimo de cada ser humano, y para juzgarlo resultan insuficientes los rígidos artículos legislativos y las filosofías escolásticas. Pero resulta desconsolador que, a causa de esto, tantos juicios terrenales tengan que oponerse directamente a la Justicia divina.

No es preciso remontarse a los tiempos medievales, a la triste época de las atroces torturas, de la quema de las llamadas brujas, y de tantos otros crímenes cometidos en nombre de la Justicia. Tampoco es menester tocar el tema de las numerosas hogueras, tormentos y asesinatos a cuenta de las comunidades religiosas, cuyos efectos recíprocos habrán de caer sobre los delincuentes de manera doblemente terrible por haber usado en vano el nombre del Dios perfecto, ya que todos esos delitos fueron cometidos en Su nombre, haciendo ver al mundo que eran gratos a Él y que, por tanto, Él era responsable de todo.

Esos abusos y horrores no deben ser olvidados rápidamente, sino que, sobre todo al emitir los juicios actuales, deben ser rememorados una y otra vez como una advertencia, puesto que aquellos que se hicieron culpables en aquel tiempo cometieron afanosamente esos abusos so pretexto de tener pleno derecho a ello, y bajo la apariencia de la mejor fe.

Muchas cosas han cambiado desde entonces. Y, sin embargo, como es natural, llegará también el día en que, al echar una mirada retrospectiva a la justicia actual, se despierte el mismo horror que hoy sentimos respecto a la época que acabamos de mencionar, en la que, según nuestros conceptos actuales, tantas injusticias tuvieron lugar. Tal es la marcha del mundo, lo que constituye un cierto progreso.

Pero, si nos fijamos más detenidamente, descubriremos que ese gran progreso aparente entre entonces y ahora no existe más que en las formas externas. Pues el poder absoluto del individuo, ejercido sobre la Tierra sin responsabilidad alguna y tan trascendental para la vida de muchos hombres, sigue siendo el mismo en muchos casos. Los propios hombres y los móviles de sus actos tampoco han cambiado mucho. Y si la vida interior sigue siendo la misma, los efectos recíprocos portadores del Juicio de Dios también serán los mismos.

Si, de repente, la humanidad se volviera vidente en ese dominio, un único grito de desesperación sería la consecuencia inmediata. El terror se apoderaría de los pueblos. Ni uno solo osaría levantar la mano acusadora contra su prójimo, pues cada individuo se percataría, de una forma o de otra, de que lleva sobre sí el peso de la misma culpa. Nadie tiene derecho a hacer reproches a otro; pues todos los juicios emitidos hasta ahora se han basado erróneamente en exterioridades, pasando por alto todo lo que constituye la Vida propiamente dicha.

Muchos dudarían de sí mismos en cuanto llegara el primer rayo de Luz si éste penetrara en ellos de modo imprevisto; mientras que otros, que, hasta ahora, nunca han encontrado tiempo para reflexionar, sentirían una inmensa exasperación por haber permanecido dormidos durante tanto tiempo.

He aquí por qué es tiempo de esforzarse en reflexionar tranquilamente, y de desarrollar la facultad de juzgar por sí mismo equitativamente, lo cual implica rehusar apoyarse en opiniones ajenas, aceptando, pensando, diciendo y haciendo únicamente lo que dicta el propio sentimiento.

El hombre no debe olvidar nunca que él solo habrá de responder de todo cuanto él mismo sienta, piense y haga, aun cuando se haya regido incondicionalmente por la forma de proceder de otros.

¡Dichoso aquel que alcance ese grado de elevación y examine detenidamente cada uno de sus juicios, a fin de obrar después según sus propios sentimientos! Ese tal no participará de la culpabilidad de tantos miles que, a menudo sólo por irreflexión, por afán de sensaciones, por prejuicios o a consecuencia de malévolos propósitos, echan sobre sí un pesado karma que los arrastrará a las regiones del sufrimiento y del dolor, regiones que no deberían llegar a conocer nunca. Ya durante su estancia en la Tierra quedan alejados frecuentemente de muchas cosas verdaderamente buenas, con lo que no sólo se privan a sí mismos de numerosos beneficios, sino que también se exponen a poner en juego todo, incluso su existencia.

Una cosa así sucedió cuando se elevó contra Jesús de Nazaret la llama del insensato odio, cuya verdadera razón no era conocida más que por unos pocos vociferadores malintencionados, mientras que todos los demás, arrastrados por un celo absolutamente ciego e ignorante, gritaban desaforadamente sin que nunca hubieran tenido contacto personal con Jesús. No menos perdidos están los que, por razón de falsos puntos de vista de otros, se han separado de El sin escuchar Sus palabras y, mucho menos, sin haberse molestado en analizarlas objetivamente, lo que, en definitiva, les habría permitido descubrir todo el valor de las mismas.

Sólo así pudo madurar la absurda tragedia de que el Hijo de Dios, precisamente el único mensajero directamente enviado por Dios para anunciarles la Verdad respecto a Él y a Su Voluntad, fuera acusado de blasfemo y llevado a la cruz.

El hecho en sí es tan grotesco que en él se manifiesta toda la estrechez humana con estridente claridad.

Y desde entonces hasta nuestros días, la humanidad no sólo no ha progresado interiormente, sino que, precisamente en esto, ha ido para atrás pese a todos sus descubrimientos e inventos.

Lo único que ha progresado es la vanidad, que pretende saber más por haber obtenido éxitos aparentes. Pero precisamente esa vanidad es engendrada y cultivada por la estrechez del espíritu humano; más aún: es el sello característico de los espíritus limitados.

Y en ese terreno, que ha ido haciéndose cada vez más fértil en el curso de dos mil años, han florecido los actuales puntos de vista humanos, de efectos decisivos y devastadores, mientras que los hombres mismos se enredan en ellos más y más sin darse cuenta, precipitándose así en su espantosa perdición.

Hasta el presente, resulta raro que alguien se percate de cuántos hombres aceptan, a menudo de buena fe, falsos puntos de vista, provocando así corrientes retroactivas de efectos perniciosos, es decir, obrando en contra de las leyes divinas. El número es grande, y muchos son los que, en su absurda vanidad, incluso se sienten orgullosos de ello, hasta que, poseídos de espantoso pánico, tengan que admitir la Verdad, que es muy distinta de lo que su convicción les hace suponer.

Pero, entonces, será demasiado tarde. La culpa de que ellos se han hecho reos tendrá que ser expiada luchando contra sí mismos durante un espacio de tiempo que puede abarcar decenas de años.

Escabroso y largo es el camino que conduce al conocimiento, cuando el hombre desaprovecha la ocasión propicia que le ofrece su vida terrenal y se carga además de nuevas culpas, ya sea conscientemente, ya sea por ignorancia.

En lo que a eso se refiere, las disculpas no serán tomadas nunca en consideración, pues cada uno puede saber lo que quiere.

El que aspire a descubrir en el proceso de los efectos recíprocos el contraste entre la Justicia divina y los puntos de vista terrenales, no tiene más que molestarse en tomar un ejemplo cualquiera de la vida cotidiana, y tratar de discernir dónde está verdaderamente lo justo y dónde lo injusto. Tales ejemplos pueden ser hallados diariamente en gran número.

Pronto se desarrollará, más intensa y más viva, la facultad de juzgar por si mismo, hasta que, por último, sean desechados todos los prejuicios propios de conceptos deficientes. Surgirá así un sentimiento de justicia capaz de fiarse de sí mismo, pues habrá nacido del conocimiento de todos los efectos recíprocos y estará de acuerdo con la Voluntad de Dios, manteniéndose y actuando siempre dentro de ese marco.

* * *

Esta conferencia fue extractada de:

EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

* * *

Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio


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