49. LA MENTALIDAD HUMANA Y LA
VOLUNTAD DIVINA EN LA LEY DEL EFECTO RECÍPROCO
CUANDO SE HABLA de la mentalidad humana y de los puntos de vista humanos, a los cuales también está supeditada la jurisprudencia de los hombres, no hay que suponer que existe identidad entre la justicia terrenal y la Justicia divina, o que aquélla se aproxima a ésta. Al contrario, es preciso reconocer, desgraciadamente, que en la mayoría de los casos se pone en evidencia “todo un mundo” de divergencias entre ellas. En su sentido más estricto, la expresión popular “todo un mundo” se adapta perfectamente a esta comparación.
Esta diferencia podría explicarse por el hecho de que el
intelecto humano, limitado por el espacio y el tiempo, no es capaz, dada su
angostura, de distinguir lo justo de lo verdaderamente
injusto, pues esto raras veces puede ser discernido a partir de
circunstancias externas, ya que sus raíces se hallan en lo más íntimo de cada
ser humano, y para juzgarlo resultan insuficientes los rígidos artículos
legislativos y las filosofías escolásticas. Pero resulta desconsolador que, a
causa de esto, tantos juicios terrenales tengan que oponerse directamente a la
Justicia divina.
No es preciso remontarse a los tiempos medievales, a la
triste época de las atroces torturas, de la quema de las llamadas brujas, y de
tantos otros crímenes cometidos en nombre
de la Justicia. Tampoco es menester tocar el tema de las numerosas hogueras,
tormentos y asesinatos a cuenta de las comunidades religiosas, cuyos efectos recíprocos habrán de caer sobre los
delincuentes de manera doblemente terrible por haber usado en vano el nombre
del Dios perfecto, ya que todos esos delitos fueron cometidos en Su nombre,
haciendo ver al mundo que eran gratos a Él y que, por tanto, Él era responsable
de todo.
Esos abusos y horrores no deben ser olvidados rápidamente,
sino que, sobre todo al emitir los juicios actuales, deben ser rememorados una
y otra vez como una advertencia, puesto que aquellos que se hicieron culpables
en aquel tiempo cometieron afanosamente esos abusos so pretexto de tener pleno
derecho a ello, y bajo la apariencia de la mejor fe.
Muchas cosas han cambiado desde entonces. Y, sin embargo,
como es natural, llegará también el día en que, al echar una mirada
retrospectiva a la justicia actual, se despierte el mismo horror que hoy
sentimos respecto a la época que acabamos de mencionar, en la que, según
nuestros conceptos actuales, tantas injusticias tuvieron lugar. Tal es la
marcha del mundo, lo que constituye un cierto progreso.
Pero, si nos fijamos más detenidamente, descubriremos que
ese gran progreso aparente entre entonces y ahora no existe más que en las formas externas. Pues el
poder absoluto del individuo, ejercido sobre la Tierra sin responsabilidad
alguna y tan trascendental para la vida de muchos hombres, sigue siendo el
mismo en muchos casos. Los propios hombres y los móviles de sus actos tampoco
han cambiado mucho. Y si la vida interior sigue siendo la misma, los
efectos recíprocos portadores del Juicio de
Dios también serán los mismos.
Si, de repente, la humanidad se volviera vidente en ese dominio, un único grito
de desesperación sería la consecuencia inmediata. El terror se apoderaría de
los pueblos. Ni uno solo osaría levantar la mano acusadora contra su prójimo,
pues cada individuo se percataría, de
una forma o de otra, de que lleva sobre sí el peso de la misma culpa. Nadie
tiene derecho a hacer reproches a otro; pues todos los juicios emitidos hasta ahora se han basado erróneamente en exterioridades, pasando por alto todo lo que constituye la Vida propiamente dicha.
Muchos dudarían de sí mismos en cuanto llegara el primer
rayo de Luz si éste penetrara en ellos de modo imprevisto; mientras que otros,
que, hasta ahora, nunca han encontrado tiempo para reflexionar, sentirían una
inmensa exasperación por haber permanecido dormidos durante tanto tiempo.
He aquí por qué es tiempo de esforzarse en reflexionar
tranquilamente, y de desarrollar la
facultad de juzgar por sí mismo equitativamente, lo cual implica rehusar
apoyarse en opiniones ajenas, aceptando,
pensando, diciendo y haciendo únicamente lo que dicta el propio sentimiento.
El hombre no debe olvidar nunca que él solo habrá de responder de todo cuanto él mismo sienta, piense y haga, aun cuando se haya regido
incondicionalmente por la forma de proceder de otros.
¡Dichoso aquel que alcance ese grado de elevación y examine
detenidamente cada uno de sus juicios, a fin de obrar después según sus propios sentimientos! Ese tal no
participará de la culpabilidad de tantos miles que, a menudo sólo por
irreflexión, por afán de sensaciones, por prejuicios o a consecuencia de
malévolos propósitos, echan sobre sí un pesado karma que los arrastrará a las
regiones del sufrimiento y del dolor, regiones que no deberían llegar a conocer
nunca. Ya durante su estancia en la Tierra quedan alejados frecuentemente de
muchas cosas verdaderamente buenas, con lo que no sólo se privan a sí mismos de
numerosos beneficios, sino que también se exponen a poner en juego todo,
incluso su existencia.
Una cosa así sucedió cuando se elevó contra Jesús de
Nazaret la llama del insensato odio, cuya verdadera razón no era conocida más
que por unos pocos vociferadores malintencionados, mientras que todos los
demás, arrastrados por un celo absolutamente ciego e ignorante, gritaban
desaforadamente sin que nunca hubieran tenido contacto personal con Jesús. No
menos perdidos están los que, por razón de falsos puntos de vista de otros, se
han separado de El sin escuchar Sus palabras y, mucho menos, sin haberse
molestado en analizarlas objetivamente, lo que, en definitiva, les habría
permitido descubrir todo el valor de las mismas.
Sólo así pudo madurar la absurda tragedia de que el Hijo de Dios, precisamente el único
mensajero directamente enviado por Dios para anunciarles la Verdad respecto a Él
y a Su Voluntad, fuera acusado de blasfemo
y llevado a la cruz.
El hecho en sí es tan grotesco que en él se manifiesta toda
la estrechez humana con estridente claridad.
Y desde entonces hasta nuestros días, la humanidad no sólo
no ha progresado interiormente, sino que, precisamente en esto, ha ido para
atrás pese a todos sus descubrimientos e inventos.
Lo único que ha progresado es la vanidad, que pretende
saber más por haber obtenido éxitos aparentes. Pero precisamente esa vanidad es
engendrada y cultivada por la estrechez del espíritu humano; más aún: es el
sello característico de los espíritus limitados.
Y en ese terreno, que ha ido haciéndose cada vez más fértil
en el curso de dos mil años, han florecido los actuales puntos de vista
humanos, de efectos decisivos y
devastadores, mientras que los hombres mismos se enredan en ellos más y más
sin darse cuenta, precipitándose así en su espantosa perdición.
Hasta el presente, resulta raro que alguien se percate de
cuántos hombres aceptan, a menudo de buena fe, falsos puntos de vista,
provocando así corrientes retroactivas de efectos perniciosos, es decir,
obrando en contra de las leyes divinas. El número es grande, y muchos son los
que, en su absurda vanidad, incluso se sienten orgullosos de ello, hasta que,
poseídos de espantoso pánico, tengan que admitir la Verdad, que es muy distinta
de lo que su convicción les hace suponer.
Pero, entonces, será demasiado tarde. La culpa de que ellos
se han hecho reos tendrá que ser expiada luchando contra sí mismos durante un
espacio de tiempo que puede abarcar decenas de años.
Escabroso y largo es el camino que conduce al conocimiento,
cuando el hombre desaprovecha la ocasión propicia que le ofrece su vida
terrenal y se carga además de nuevas culpas, ya sea conscientemente, ya sea por
ignorancia.
En lo que a eso se refiere, las disculpas no serán tomadas
nunca en consideración, pues cada uno puede
saber lo que quiere.
El que aspire a descubrir en el proceso de los efectos
recíprocos el contraste entre la Justicia divina y los puntos de vista
terrenales, no tiene más que molestarse en tomar un ejemplo cualquiera de la
vida cotidiana, y tratar de discernir dónde está verdaderamente lo justo y
dónde lo injusto. Tales ejemplos pueden ser hallados diariamente en gran
número.
Pronto se desarrollará, más intensa y más viva, la facultad
de juzgar por si mismo, hasta que, por último, sean desechados todos los
prejuicios propios de conceptos deficientes. Surgirá así un sentimiento de
justicia capaz de fiarse de sí mismo, pues habrá nacido del conocimiento de
todos los efectos recíprocos y estará de acuerdo con la Voluntad de Dios,
manteniéndose y actuando siempre dentro de ese marco.
* * *
Esta conferencia fue extractada de:
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
No hay comentarios.:
Publicar un comentario