martes, 20 de diciembre de 2022

50. EL HIJO DEL HOMBRE

 

50. EL HIJO DEL HOMBRE


DESDE AQUEL CRIMEN impetrado contra el Hijo de Dios, Jesús de Nazaret, el mensajero de la Verdad, una especie de maldición pesa sobre la humanidad por haber ignorado precisamente la profecía más importante para los hombres, la cual sigue estando, hoy día, ante sus ojos sin que se percaten de ello, como si tuvieran puesta una venda que les impidiese ver. La terrible consecuencia de tal proceder será que una gran parte de la humanidad pasará por alto la única posibilidad de librarse de la condenación, yendo así a su perdición.

Esa profecía es la relativa al advenimiento del Hijo del Hombre, y fue pronunciada por el Hijo de Dios — en medio de los continuos ataques de las masas, que, por vivir en tinieblas, tenían que odiar, naturalmente, al mensajero de la Verdad — para que sirviera de estrella de la esperanza, pero también como advertencia severa.

La misma masa ingente de erróneos sentimientos y falsos pensamientos que no permitieron reconocer al Hijo de Dios como tal en aquel tiempo, fue causa de que, desde el mismo momento de ser formulada, esa predicción fuera interpretada equivocadamente en cuanto a su importancia. El espíritu humano estaba demasiado entenebrecido, demasiado poseído de sí mismo como para poder asimilar en toda su pureza mensajes divinos de naturaleza tan elevada, pues todo mensaje procedente de un plano más elevado que el del origen del hombre pasaba rozando sus oídos sin dejar impresión ninguna.

Para poder comprender, hubiera sido necesario poseer una fe basada en una convicción consciente, y de eso no eran capaces ni siquiera los adeptos de entonces. El terreno sobre el que cayeron las palabras del Salvador era demasiado inculto todavía. Por otro lado, las profundas emociones y las conmociones espirituales acumuladas durante tan pocos años dieron lugar a que sus sentimientos vivieran pendientes sólo de Su persona, por lo que Sus alusiones a otra persona que habría de venir en un futuro próximo no fueron tomadas en su verdadero sentido, sino que fueron entendidas como referidas a Si mismo.

Así es como el entendimiento humano ha seguido manteniendo ese error hasta nuestros días, pues los incrédulos no se ocuparon en absoluto de las palabras del Salvador, y los creyentes, precisamente por su fe, se abstuvieron tenazmente de examinar las tradiciones con seriedad y espíritu crítico, ya que estaban poseídos del santo temor de no deber escrutar las palabras del Salvador. De esta manera, no se percataron de que tales palabras no eran las mismas que El pronunció verdaderamente en un principio, sino que se trataba de meras tradiciones escritas mucho después de Su paso por la Tierra. Resulta lógico que también quedaran sometidas a las inconscientes alteraciones propias del intelecto humano y de las opiniones personales de cada uno.

Cierto que también es una gran cosa esa respetuosa conservación de las tradiciones puramente humanas, por lo que no se ha de hacer ningún reproche a tal respecto.

Pero eso no impide que surjan inconvenientes como consecuencia de los equivocados puntos de vista derivados de tradiciones erróneas, pues las leyes del efecto recíproco no pueden ser abolidas; en este caso tampoco. Aun cuando el cumplimiento de esas leyes no surta otro efecto sobre el espíritu humano que el de una reja que impide proseguir la ascensión, no por eso dejará de ser un funesto detenimiento y una imposibilidad de seguir adelante mientras no cobre vida en los seres humanos la libertadora palabra aclaratoria.

Es natural que aquel que crea en el Hijo de Dios y en Sus palabras, y las haga vivir dentro de sí, es decir, el que las lleve en su corazón en su versión exacta y obre de acuerdo con ellas, no tendrá necesidad de esperar al anunciado Hijo del Hombre, pues Este no tendrá otra misión más que aportar lo mismo que aportó el Hijo de Dios. Pero es condición indispensable que haya comprendido realmente las palabras del Hijo de Dios y no se aferre obstinadamente a erróneas tradiciones. Pues, si está sujeto a errores de alguna manera, no podrá proseguir su ascensión hasta que reciba la oportuna aclaración que sólo el Hijo del Hombre puede dar, pues el espíritu humano, tan limitado, no es capaz de apartar por sí mismo la espesa vegetación que se ciñe apretadamente, hoy día, alrededor de la Verdad.

Jesús designó la venida del Hijo del Hombre como la última oportunidad de salvación, e indicó que con El vendría también el Juicio Final, es decir, que quien también entonces se niegue a aceptar explicación alguna o, dicho de otro modo, quien por propia obstinación o pereza no esté dispuesto a atender a las explicaciones, se condenará definitivamente. De donde es preciso concluir que a partir de ese instante no tendrá cabida otra posibilidad de reflexionar y decidir. Esas palabras son también el anuncio inequívoco de una enérgica intervención que pondrá fin a una paciente espera. Esto da testimonio una vez más de la futura lucha de la Luz contra las Tinieblas, lucha que terminará con el aniquilamiento total de todo lo tenebroso.

No es de suponer que todo esto suceda de acuerdo con los deseos, esperanzas y conceptos humanos, pues todos los acontecimientos que han tenido lugar hasta ahora contradicen tal suposición. En el pasado, nunca ha acontecido que la mentalidad humana haya coincidido con las manifestaciones de la Voluntad divina. La realidad siempre ha sido distinta de lo que los hombres imaginaron, y sólo de vez en cuando, al cabo de mucho tiempo, ha llegado poco a poco el conocimiento de lo sucedido.

Tampoco esta vez es de esperar que suceda de otra manera, pues la mentalidad humana y sus puntos de vista no han mejorado nada desde entonces. Al contrario, se han hecho mucho más “realistas” aún.

¡El Hijo del Hombre! Un velo se extiende todavía sobre El y Su tiempo. Si bien en muchos espíritus se despierta un vago presentimiento, un anhelo de que llegue el día de Su venida, es muy probable también que más de uno pase a Su lado sin sospechar nada, sin querer reconocerle, engañados por el hecho de que se haya cumplido de otra manera lo que ellos esperaban. El ser humano es muy reacio a admitir la idea de que, de acuerdo con las leyes de Dios, la Divinidad no puede presentar sobre la Tierra una apariencia exterior distinta a la del hombre. Pretende a toda costa que lo divino sea absolutamente supraterrenal, y, desgraciadamente, ya se ha encadenado de tal manera que no sería capaz de contemplar lo supra-terrenal en su aspecto real. ¡Pero eso no es necesario en absoluto!

El hombre que busque la Voluntad de Dios en las leyes naturales de toda la creación, allí la descubrirá pronto, y se dará cuenta por fin de que lo divino no puede llegar hasta él más que por el camino de esas férreas leyes, y no de otra manera. Como consecuencia de eso, permanecerá alerta y analizará meticulosamente todo lo que descubra, pero sólo desde el punto de vista de las leyes divinas, no según lo que opinen los hombres. De ese modo, en el momento oportuno, también reconocerá a Aquel que le proporcionará la liberación por la Palabra. Le reconocerá mediante el examen personal de lo que El aporte, y no por el griterío de las masas.

Todo ser pensante habrá comprendido ya por sí mismo, que el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre no pueden ser una misma persona. La diferencia se manifiesta con toda claridad en las propias palabras.

En el curso de Su misión y de Su venida como ser humano, la pura divinidad del Hijo de Dios llevaba inherente, como cosa natural y por razón de esa pura divinidad, la condición de la reunificación con la Divinidad. No podía ser de otro modo, como se desprende de la misma naturaleza de las cosas. También lo confirman las alusiones hechas por el mismo Hijo de Dios respecto a Su “reunión con el Padre” cuando hablaba de Su “regreso al Padre”.

Según esto, la misión del Hijo de Dios como mediador entre la Divinidad y la creación debía tener una duración limitada. El Hijo de Dios no podía ser eterno mediador entre la Divinidad por un lado y la creación con la humanidad por el otro, puesto que, por Su naturaleza puramente divina, tenía que regresar necesariamente al plano divino, donde tuvo Su origen, impulsado por la fuerza de atracción de las especies afines más potentes, y allí había de permanecer ineludiblemente una vez que se hubiera despojado de todos los elementos adheridos a El que no fueran de naturaleza divina. Por otra parte, el regreso del Hijo de Dios al Padre daría lugar a un nuevo abismo, se haría necesario otra vez un mediador entre la pura divinidad y la creación.

Así, pues, el mismo Hijo de Dios anunció la venida del Hijo del Hombre, el cual sí que será el eterno mediador entre lo divino y la creación. Se manifiesta ahí el inmenso Amor del Creador para con Su creación.

La diferencia entre el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre estriba en que Este, si bien es de origen puramente divino, quedó vinculado, no obstante, a la espiritualidad consciente, de modo que está con un pie en la esfera divina y con el otro en lo más elevado de la espiritualidad consciente. Posee una parte de cada una, y constituye así el imperecedero puente entre lo divino y la cumbre más alta de la creación. Pero esta unión implica la obligación de permanecer separado de la Divinidad Insustancial, la cual, no obstante, permite e incluso exige que El entre en la esfera divina.

El elemento espiritual añadido a lo divino impide la reunificación, que de otra forma habría tenido lugar inevitablemente. Apenas si la humanidad podrá comprender nunca que esto constituya una nueva ofrenda de amor por parte del Creador, y el cumplimiento de una profecía de tal magnitud que sólo puede ser anunciada y cumplida por el mismo Dios. Tal es, pues, la diferencia entre el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre.

La misión del Hijo del Hombre sobre la Tierra será la continuación y culminación de la misión del Hijo de Dios, puesto que la misión de Este sólo pudo ser provisional. Así, pues, la continuación y culminación de tal misión constituirá también una consolidación de la misma.

Mientras que el Hijo de Dios se encarnó sin transición para emprender Su misión terrenal, el Hijo del Hombre tiene que recorrer un periplo preparativo mucho más largo antes de poder iniciar Su misión propiamente dicha. Como condición para el cumplimiento de Su cometido, mucho más terrenal en comparación con el del Hijo de Dios, tendrá que venir de las cumbres más altas para descender a los abismos más profundos. Y no solamente en el más allá, sino también en el mundo terrenal, a fin de que pueda “experimentar” en Sí mismo todo el sufrimiento y todo el dolor de los hombres. Sólo entonces estará en condiciones de intervenir eficazmente en las deficiencias humanas para realizar saludables reformas cuando llegue Su hora.

Esta es la razón de que no pueda quedarse al margen de las experiencias vividas por la humanidad, sino que haya de vivir personalmente, en medio de los hombres, las mismas penas y amarguras. Una vez más, ese aprendizaje tiene que efectuarse así, sólo para ayudar al hombre. Pero precisamente eso será lo que intentarán echarle en cara para dificultar el cumplimiento de Su misión, tal como hicieron con Cristo en aquel tiempo; pues el limitado espíritu humano no puede comprender una conducta tan sublime, y sólo es capaz de juzgar por las apariencias.

Todo cuanto sufra a causa de los hombres para descubrir los puntos más débiles de sus descarríos, es decir, todos los conocimientos adquiridos mediante sufrimientos y experiencias personales con vistas al futuro bienestar de la humanidad, todo eso será empleado como piedra con la que intentarán herirle movidos por un odio creciente, avivado por las Tinieblas, temerosas de su aniquilamiento total.

Que una cosa tan increíble pueda suceder otra vez a pesar de la experiencia adquirida durante la vida terrenal del Hijo de Dios, tiene su explicación en el hecho de que a más de la mitad de los hombres que viven actualmente en la Tierra no les corresponde vivir en ella en modo alguno, sino que deberían madurar en otras regiones más profundas y tenebrosas. La razón de ello es la continua decadencia espiritual ocasionada por el aumento del número de esclavos de su propio instrumento, de su restringido intelecto.

Como soberano absoluto puramente terrenal, el restringido intelecto no hace otra cosa que fomentar exclusivamente el desarrollo de todo lo material y, por consiguiente, el desarrollo de las correspondientes concomitancias perniciosas. Esto tuvo como consecuencia que se atrofiara la facultad de comprender conceptos elevados, abriéndose así una brecha a través de la cual se tendió una mano hacia abajo para que las almas se asieran a ella con vistas a la encarnación. De no haber sido así, esas almas nunca habrían podido ascender hasta la superficie de la Tierra por sí mismas, pues su pesadez espiritual y su compacta oscuridad se lo habrían impedido.

Pero más que nada, los sentimientos puramente animales que entran a tomar parte de las procreaciones, y el continuo afán de goces terrenales, son los elementos que más han contribuido a que, durante las degeneradas épocas que han tenido lugar en el transcurso de los siglos, almas de ínfima condición consigan elevarse hasta el plano terrestre y permanezcan alrededor de las futuras madres, llegando a encarnarse en algunas ocasiones, pues siempre ha sido norma, hasta el presente, que lo luminoso se aparte voluntariamente de las Tinieblas para no enturbiarse.

A esto se debe que, poco a poco, el medio ambiente etéreo de la Tierra se haya ido haciendo cada vez más denso, más oscuro y, por tanto, más pesado, de una pesadez tal que hasta mantiene alejado al mismo mundo físico de una órbita más accesible a influencias espirituales más elevadas.

Y comoquiera que la mayoría de esas almas encarnadas pertenecen en realidad a regiones mucho más bajas que la propia Tierra, será un simple acto de Justicia divina barrerlas de la superficie terrestre y hundirlas nuevamente en las profundidades a que pertenecen, donde, en contacto con especies absolutamente afines, no tendrán ninguna otra ocasión de echar nuevas culpas sobre sí mismas, por lo que, expuestas a los sufrimientos propios de su esfera, tendrán más facilidad de enmendarse progresivamente.

No es la voluntad humana la que, un día, elegirá al Hijo del Hombre enviado de Dios, sino la Fuerza divina, que Le hará aparecer en la hora oportuna, cuando la desamparada humanidad implore sollozante su remisión. Entonces, cesarán las injurias, pues el espanto hará enmudecer a los que las profieran, y serán aceptados dócilmente todos los dones que el Creador conceda a Sus criaturas por intermedio de Aquel. Pero el que se niegue a tomarlos de Su mano, ése se condenará para toda la eternidad.

* * *

Esta conferencia fue extractada de:

EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

* * *

Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio


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