viernes, 23 de diciembre de 2022

52. ¡YO SOY LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA; NADIE VIENE AL PADRE, SINO POR MÍ!

 


52. ¡YO SOY LA RESURRECCIÓN Y LA
VIDA; NADIE VIENE AL PADRE, SINO POR MÍ!

HABIENDO VENIDO de la divinidad, Jesús tenía todo el derecho a emplear esas palabras, pues Él era capaz de abarcar todo con la mirada, y sólo Él podía dar las explicaciones oportunas. En medio de la confusión de las falsas interpretaciones, Su mensaje — que no puede ser separado de El — muestra claramente el camino ascensional hacia la Luz. Esto significa para todos los espíritus humanos la posibilidad de liberarse o de resucitar fuera de la materialidad en que han sido sumergidos con vistas a su evolución. Una resurrección tal constituye para cada uno la Vida.

Prestad oídos a esto: todo lo vil y maléfico, es decir, todo lo que está implícito en el concepto “Tinieblas”, sólo existe en la materialidad, tanto en la física como en la etérea. Quien comprenda esto debidamente habrá ganado ya mucho.

Si el hombre concibe pensamientos viles o vulgares, se perjudica a sí mismo en proporciones gigantescas. Entonces, la fuerza principal de su voluntad fluirá al encuentro del mal como si fuera un rayo magnético lanzado hacia allí. A consecuencia de su pesadez, atraerá elementos etéreos más densos y tenebrosos por razón de esa misma densidad, por lo que el espíritu humano, punto de partida de todo acto de voluntad, quedará envuelto de esa densa especie material.

Aun cuando la mentalidad humana no se rija fundamentalmente más que por lo terrenal, como si estuviera poseída de una pasión, que no tiene por qué ser necesariamente la inmoralidad, el juego o la bebida, sino que puede tratarse de una marcada predilección por un objeto material cualquiera, el espíritu humano quedará rodeado igualmente de una envoltura etérea más o menos densa, siguiendo el proceso que acabo de mencionar.

Esa envoltura densa y, por tanto, tenebrosa priva al espíritu de toda posibilidad de ascensión, y subsiste en tanto ese espíritu no modifique la naturaleza de su voluntad.

Sólo una grave voluntad y una sincera aspiración a las alturas espirituales pueden conseguir que una envoltura de ese género se haga menos compacta y acabe por desprenderse completamente; pues, entonces, ya no tendrán acceso a ella flujos de fuerza de la misma especie, por lo que perderá lentamente su consistencia y volverá a hundirse, una vez disuelta, para dejar libre al espíritu el camino hacia la cumbre.

La materialidad etérea no debe ser considerada como una especie de depuración de la visible materialidad física, sino que es de naturaleza completamente extraña a ésta, es de otra constitución, pero, no obstante, puede ser denominada materialidad. Es el plano de transición que conduce a la sustancialidad, de donde procede el alma animal.

Es natural que, si los seres humanos se mantienen atados a la materialidad, habrán de ser arrastrados, un día, a la desintegración a que está sometido todo lo material, porque no podrán desligarse de la materialidad en el momento oportuno, a consecuencia de su envoltura.

Esos espíritus que, por su propio deseo, fueron sumergidos en la materialidad con el fin de que evolucionaran, permanecerán atados a ella si no se mantienen en el recto camino. No serán capaces de emerger de nuevo, lo que significaría una resurrección hacia la Luz.

Sirva de aclaración el hecho de que toda evolución de un germen espiritual que pretende llegar a ser un “Yo” consciente y personal, exige una inmersión en la materialidad. Sólo puede desarrollarse en ese sentido mediante las experiencias vividas en la materialidad. Ningún otro camino queda abierto a tal fin. Pero no se crea que será obligado a recorrerlo, sino que eso sólo tendrá lugar cuando se despierte en él la imperiosa necesidad personal de hacerlo. Entonces, su deseo pondrá en movimiento el proceso evolutivo que habrá de seguir necesariamente; le expulsará del llamado Paraíso, donde reina la inconsciencia y, por consiguiente, la irresponsabilidad.

Pero si, a causa de sus impropios deseos, los seres humanos situados en la materialidad pierden el recto sendero que había de llevarlos nuevamente a las elevadas regiones de la Luz, permanecerán en la materialidad, yendo errantes de un lado para otro.

Intentad ahora echar una mirada a los acontecimientos que se desarrollan en la materialidad física, a ese continuo nacer y morir que tiene lugar en vuestro ambiente más próximo y visible.

Observad cómo la semilla germina, crece, madura y se pudre; descubriréis así las distintas fases de la formación, en que los elementos fundamentales se reúnen, maduran y vuelven a disgregarse por la descomposición, que no es otra cosa que la desintegración por la putrefacción.

Lo observaréis claramente en el agua, en la erosión de las piedras, en las plantas, en los cuerpos animales y en los cuerpos humanos. Ahora bien, lo que aquí tiene lugar en pequeño sucede también exactamente igual en grande, y, por extensión, en el universo entero. No sólo en la materialidad física visible al hombre terrenal, sino también en la materialidad etérea, en el llamado “más allá”, que tampoco tiene nada en común con el Paraíso.—

La materialidad entera, el plano más bajo de la creación, está suspendida como una gran corona que describe una trayectoria cíclica de proporciones gigantescas, para cuyo recorrido se requieren millones de años. En los sucesos de la inmensa creación, no sólo gira todo alrededor de si mismo, sino que el conjunto posee, además, un incontenible movimiento giratorio cuya órbita es inmensamente grande. Y así como se ha efectuado el recorrido desde la primera fusión de elementos fundamentales hasta el actual momento cumbre, el proceso proseguirá de la misma manera, sin desviación ninguna, hasta que la descomposición naciente llegue a consumarse produciendo la desintegración total y el retorno a la elemental materialidad originaria. Pero el ciclo seguirá su curso tranquilamente con esas partículas elementales, y de las sucesivas fusiones entre ellas se formarán nuevos mundos, que llevarán en sí fuerzas vírgenes intactas.

Tal es el gran ciclo evolutivo que se repite eternamente, tanto en los elementos más pequeños como en los más grandes. Y por encima de ese movimiento giratorio se encuentra la inmutable creación primera, la creación puramente espiritual, el Paraíso propiamente dicho. Contrariamente a lo que sucede en la materialidad formada, esa creación primera no está sujeta a la descomposición.

En esa eterna espiritualidad luminosa, situada por encima del perpetuo ciclo de la materia, se halla el origen del inconsciente germen espiritual del hombre. Esta espiritualidad es también la meta del espíritu humano al llegar a ser una entidad personal consciente de si misma, en el curso de su periplo por la materialidad.

Habiendo partido como germen inconsciente e irresponsable, regresará en calidad de personalidad autónoma, consciente y, por tanto, responsable si… si no se pierde durante su necesario caminar por la materialidad, quedando allí atado. Podrá celebrar, entonces, la resurrección como espíritu humano plenamente consciente; emergerá gozosamente de la materialidad para ir al encuentro de esa luminosa y eterna parte de la creación.

Pero mientras el espíritu humano se mantenga en la materialidad, participará con ella de ese gran circuito eterno, sin que, naturalmente, se dé cuenta de ello. Por último, día llegará en que ese espíritu alcance el punto límite al que tiende la parte cósmica en que él se encuentra, dirigiéndose así, lentamente, a la descomposición.

Habrá llegado entonces la hora en que todos los espíritus humanos que aún se encuentren en la materialidad deberán apresurarse a llegar a ser de tal manera que puedan elevarse hacia el seguro y luminoso puerto del reino eterno. Será hora de encontrar el recto camino y, sobre todo, el más corto para salir del campo de acción de los peligros que se ciernen sobre la humanidad, antes de que éstos puedan hacer mella en él.

Si no lo consiguiese, le resultará cada vez más difícil, hasta que, por último, sea demasiado tarde.

Entonces, será arrastrado, junto con los demás, al lento proceso de descomposición, y el “Yo” personal adquirido por él será desgarrado. Al cabo de un sinfín de torturas, quedará reducido otra vez a la categoría de germen espiritual inconsciente, lo más terrible que puede suceder al espíritu en estado de personalidad consciente.

Tal será lo que acontecerá a todos los que hayan desarrollado su personalidad en una falsa dirección. Quedarán privados de ella nuevamente por ser inútil y perniciosa. Bien entendido: la descomposición no equivale a un aniquilamiento. Nada puede ser aniquilado. Se trata solamente de un retorno al estado originario. En el caso de esos réprobos, lo único que sufrirá el aniquilamiento será el “Yo” personal adquirido hasta entonces, lo cual tendrá lugar en medio de terribles tormentos.

De este modo, tales réprobos o condenados dejarán de ser espíritus humanos completos, mientras que los otros, espíritus conscientes de sí mismos, podrán entrar en el eterno reino de la alegría y de la Luz, gozando conscientemente de todo su esplendor.

Así como un campo de trigo produce, después de varios años, cosechas cada vez más mediocres, y no recibe nueva fuerza más que cambiando de semilla, del mismo modo la materialidad se extenuará un día, y habrá de recuperar fuerzas mediante la descomposición y las renovadas combinaciones entre los distintos elementos fundamentales. Pero un proceso semejante requiere muchos millones de años. Y, sin embargo, también en el curso de un proceso de millones de años de duración llegará un año determinado que marcara el decisivo punto límite en que deberá procederse a la separación entre lo útil y lo inútil.

Y esa época en la evolución del gran ciclo ha llegado ya para la Tierra.

El espíritu humano situado en la materialidad tiene que decidirse definitivamente a emprender su ascensión; pues, si no, la materialidad se ceñirá más y más a él a medida que vaya acercándose la inminente descomposición… esa eterna condenación a partir de la cual resulta imposible una resurrección espiritual, personal y consciente, y una ascensión hacia la sublime, luminosa y eterna parte de la creación situada por encima de tal descomposición.

Por el natural desarrollo de todo el conjunto, ha tiempo que ya no existe posibilidad ninguna de que los gérmenes espirituales aspirantes a la consciencia se encarnen en el sobremaduro plano terrestre, pues necesitarían demasiado tiempo para convertirse en espíritus conscientes de si mismos, y no podrían abandonar la materialidad en el momento oportuno. Según el orden natural de las cosas, la trayectoria a seguir por los gérmenes espirituales sólo pasa por aquellos planos cósmicos que tienen afinidad con ellos. Esta afinidad consiste en el hecho de que la evolución de esos planos necesita un lapso exactamente igual al que precisa como máximo un germen espiritual para alcanzar su completa madurez. Solamente la analogía de los grados de evolución deja libre el camino al germen espiritual, por lo que la mayor madurez de una parte cósmica crea barreras absolutamente infranqueables para gérmenes espirituales insuficientemente maduros. También aquí es de todo punto imposible hacer reproches de injusticia o imperfección. Por consiguiente, al mismo tiempo que el medio ambiente en que él se mueve llega a su máximo grado de madurez, todo espíritu humano puede alcanzar el límite en que se encuentra la parte de la materialidad que actualmente poblamos.

No existe ni uno solo que no haya tenido la posibilidad de llegar a su madurez. La desigualdad que se manifiesta entre los hombres no es otra cosa que la consecuencia lógica de su propio libre albedrío. Y ahora, por exceso de madurez, la materialidad ha de sufrir la descomposición, que está encaminada al mismo tiempo a un renacimiento futuro.

He aquí, pues, que es llegado el tiempo de cosecha y selección para el trigal de los espíritus humanos. Lo que esté maduro se elevará hacia la Luz por efecto de la actividad de las leyes naturales, que irá raspando poco a poco la envoltura etérea, liberando al espíritu de forma que pueda elevarse libre y consciente hasta el reino de la eterna espiritualidad donde moran sus semejantes. En cuanto a lo inservible, quedará reducido a la esclavitud de la materialidad a causa de la densidad de su cuerpo etéreo, adquirida por propia voluntad.

Tal será el destino de estos últimos: su cuerpo físico quedará sometido a las alteraciones que hayan de tener lugar en la materialidad, y habrán de sufrir durante miles de años la más dolorosa desintegración. Esos tormentos serán de tal magnitud que acabarán por afectar al espíritu humano hasta hacerle perder la consciencia de sí mismo. Esto implica también la pérdida de la forma adquirida en virtud de la consciencia personal, esa forma humana imagen y semejanza de Dios.

Una vez que se haya consumado por entero la desintegración de la materia, volviendo ésta a su elemental estado original, lo convertido en elemento espiritual inconsciente quedará también libre y se elevará hasta el plano de sus afinidades. Pero no regresará como espíritu humano consciente, sino en calidad de semilla inconsciente, que un día, cuando su deseo vuelva a despertarse, habrá de emprender nuevamente su periplo en otra región cósmica.

Como siempre que Cristo quería describir un proceso completamente natural, al referirse a la resurrección de la semilla espiritual fuera de la materialidad en la que se hundió, eligió Sus palabras según un elevado punto de vista, es decir, de arriba a abajo.

Imaginaos a vosotros mismos situados por encima de la materialidad: a vuestros pies se extiende el conjunto de la materialidad con todas sus innumerables variantes, cual si fuera un inmenso campo de siembra. Los gérmenes espirituales vienen de arriba y se hunden en la materialidad. Poco a poco, en el curso de un largo espacio de tiempo y en numerosos intervalos, van surgiendo consumados espíritus humanos que han adquirido la consciencia de sí mismos mediante las experiencias vividas durante su existencia material, y que, impulsados por sus altas aspiraciones, pueden desprenderse de toda materia y abandonar el plano material, celebrando así la resurrección fuera de la materialidad.

Pero no todos los gérmenes salen a la superficie en estado de madurez. Muchos de ellos permanecen en la materialidad, y allí perecerán por ser inservibles.

Todo se realiza exactamente igual que en un campo de trigo.

Así como el verdadero y misterioso desarrollo del grano de trigo tiene lugar dentro de la Tierra, del mismo modo la evolución fundamental del germen espiritual se realiza en el seno del conjunto material.

Cada frase pronunciada por Cristo constituye siempre una explicación simbólica de un suceso natural de la creación.

Así, pues, al decir: “Nadie viene al Padre, sino por mi mensaje” o “por mi palabra” o “por mí”, que todo es lo mismo, supone tanto como afirmar: “Nadie encontrará el camino más que en lo que yo os digo”. Lo uno significa exactamente igual que lo otro. Lo mismo es cuando decía: “Yo os traigo con mi mensaje la posibilidad de la resurrección fuera de la materialidad y, con ella, también la vida”; o de otro modo: “Por mi Palabra, yo soy para vosotros la resurrección y la vida”.

Los hombres deben comprender el sentido y no confundirse a sí mismos una y otra vez mediante continuos verbalismos.

Los eventos expuestos aquí a grandes rasgos, que se realizan en el ciclo evolutivo de la materialidad, pueden presentar también algunas excepciones, las cuales no tienen como causa modificaciones o desviaciones de las leyes de la creación, sino que también ahí tiene lugar un perfecto e inmutable cumplimiento de las mismas.

A fin de evitar posibles errores, y aun cuando ello sea adelantarse a conferencias posteriores, voy a dar algunas indicaciones sobre el particular:

La mencionada disgregación periódica de todo lo material en un momento determinado de su ciclo, es consecuencia del hecho de que a los gérmenes espirituales humanos, portadores de la libre facultad de decidir, les sea dado evolucionar dentro de la materialidad.

Ahora bien, como esa libre facultad de decidir no siempre elige el camino ascendente hacia la Luz, resulta de ello un espesamiento de las materias —no querido por la Luz— que las hace más pesadas y las empuja a seguir una trayectoria que conduce a la sobremaduración, a ese embudo que actúa sobre el conjunto como un filtro purificador donde se efectúa simultáneamente la descomposición.

Una parte o cuerpo cósmico de la materialidad, en la que los espíritus humanos en evolución mantienen todos sus deseos y su pura voluntad orientados exclusivamente hacia la Luz, permanecerá más luminosa y, por tanto, más ligera, manteniéndose a un nivel al que podrán llegar sin interrupción las vivificantes fuerzas radiantes emanadas de la Luz, por lo que se conservará siempre lozana y saludable vibrando armónicamente con las leyes de la creación, y no seguirá la trayectoria que conduce inevitablemente a la sobremadurez y la descomposición.

Esas partes cósmicas se elevarán muy por encima de ese plano siguiendo el orden natural, es decir, según lo querido por la Luz.

Pero, desgraciadamente, esas partes son muy pocas, y la culpa es del espíritu humano susceptible de evolucionar, pues ha elegido falsos caminos y persiste en seguirlos a pesar de todas las exhortaciones.

Pero en la necesidad más apremiante, es decir, poco antes de quedar sometido a la fuerza absorbente del torbellino de la descomposición, Dios, por un acto de Su Gracia, puede acudir en su ayuda y cambiar el curso de los acontecimientos.

El anclaje de la Luz, obtenido por la venida de un enviado de Dios, intensificará la potencia luminosa de tal suerte que, sin el concurso del espíritu humano, sobrevendrá una purificación capaz de transportar hasta las alturas luminosas a esa privilegiada parte de la materialidad en el último instante, de modo que se librará de caer en el embudo de la descomposición y podrá subsistir.

Como es natural, esa purificación acabará con las Tinieblas, con sus engendros, sus prosélitos y obras, mientras que los espíritus humanos subsistentes habrán de tender a la Luz con todas sus fuerzas y con agradecimiento.

Este extraordinario acontecimiento también está en perfecta armonía con las leyes de la creación y no se desvía ni un ápice de ellas en sus consecuencias. Esa severa purificación, consecuencia del anclaje de la Luz, equivaldrá a un completo renacimiento.

* * *


EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio


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