52. ¡YO SOY LA RESURRECCIÓN Y LAVIDA; NADIE VIENE AL PADRE, SINO POR MÍ!
HABIENDO VENIDO
de la divinidad, Jesús tenía todo el derecho a emplear esas palabras, pues Él
era capaz de abarcar todo con la mirada, y sólo Él podía dar las explicaciones
oportunas. En medio de la confusión de las falsas interpretaciones, Su mensaje
— que no puede ser separado de El — muestra claramente
el camino ascensional hacia la Luz. Esto significa para todos los espíritus
humanos la posibilidad de liberarse o de resucitar
fuera de la materialidad en que han sido sumergidos con vistas a su
evolución. Una resurrección tal constituye para cada uno la Vida.
Prestad oídos a esto: todo lo vil y maléfico, es decir,
todo lo que está implícito en el concepto “Tinieblas”, sólo existe en la materialidad, tanto en la física como en la
etérea. Quien comprenda esto debidamente
habrá ganado ya mucho.
Si el hombre concibe pensamientos viles o vulgares, se
perjudica a sí mismo en proporciones
gigantescas. Entonces, la fuerza principal de su voluntad fluirá al encuentro
del mal como si fuera un rayo magnético lanzado hacia allí. A consecuencia de
su pesadez, atraerá elementos etéreos más densos y tenebrosos por razón de esa
misma densidad, por lo que el espíritu humano,
punto de partida de todo acto de voluntad, quedará envuelto de esa densa
especie material.
Aun cuando la mentalidad humana no se rija fundamentalmente
más que por lo terrenal, como si estuviera poseída de una pasión, que no tiene
por qué ser necesariamente la inmoralidad, el juego o la bebida, sino que puede
tratarse de una marcada predilección por un objeto material cualquiera, el
espíritu humano quedará rodeado igualmente de una envoltura etérea más o menos
densa, siguiendo el proceso que acabo de mencionar.
Esa envoltura densa y, por tanto, tenebrosa priva al
espíritu de toda posibilidad de ascensión, y subsiste en tanto ese espíritu no modifique la naturaleza de su
voluntad.
Sólo una grave voluntad y una sincera aspiración a las alturas espirituales pueden conseguir
que una envoltura de ese género se haga menos compacta y acabe por desprenderse
completamente; pues, entonces, ya no tendrán acceso a ella flujos de fuerza de
la misma especie, por lo que perderá lentamente su consistencia y volverá a
hundirse, una vez disuelta, para dejar libre al espíritu el camino hacia la
cumbre.
La materialidad etérea no debe ser considerada como una
especie de depuración de la visible materialidad física, sino que es de
naturaleza completamente extraña a
ésta, es de otra constitución, pero,
no obstante, puede ser denominada materialidad. Es el plano de transición que
conduce a la sustancialidad, de donde procede el alma animal.
Es natural que, si los seres humanos se mantienen atados a
la materialidad, habrán de ser arrastrados, un día, a la desintegración a que
está sometido todo lo material, porque no podrán desligarse de la materialidad
en el momento oportuno, a consecuencia de su envoltura.
Esos espíritus que, por su propio deseo, fueron sumergidos
en la materialidad con el fin de que evolucionaran, permanecerán atados a ella si no se mantienen en el recto camino. No
serán capaces de emerger de nuevo, lo que significaría una resurrección hacia
la Luz.
Sirva de aclaración el hecho de que toda evolución de un germen espiritual que pretende llegar a ser un
“Yo” consciente y personal, exige una
inmersión en la materialidad. Sólo puede
desarrollarse en ese sentido mediante las experiencias vividas en la
materialidad. Ningún otro camino queda abierto a tal fin. Pero no se crea
que será obligado a recorrerlo, sino que eso sólo tendrá lugar cuando se
despierte en él la imperiosa necesidad
personal de hacerlo. Entonces, su deseo
pondrá en movimiento el proceso evolutivo que habrá de seguir
necesariamente; le expulsará del llamado Paraíso, donde reina la inconsciencia
y, por consiguiente, la irresponsabilidad.
Pero si, a causa de sus impropios deseos, los seres humanos
situados en la materialidad pierden el recto sendero que había de llevarlos
nuevamente a las elevadas regiones de la Luz, permanecerán en la materialidad,
yendo errantes de un lado para otro.
Intentad ahora echar una mirada a los acontecimientos que
se desarrollan en la materialidad física,
a ese continuo nacer y morir que tiene lugar en vuestro ambiente más
próximo y visible.
Observad cómo la semilla germina, crece, madura y se pudre;
descubriréis así las distintas fases de la formación, en que los elementos
fundamentales se reúnen, maduran y vuelven a disgregarse por la descomposición,
que no es otra cosa que la desintegración por la putrefacción.
Lo observaréis claramente en el agua, en la erosión de las
piedras, en las plantas, en los cuerpos animales y en los cuerpos humanos.
Ahora bien, lo que aquí tiene lugar en pequeño sucede también exactamente igual
en grande, y, por extensión, en el universo entero. No sólo en la materialidad
física visible al hombre terrenal,
sino también en la materialidad etérea, en el llamado “más allá”, que tampoco
tiene nada en común con el Paraíso.—
La materialidad entera, el plano más bajo de la creación,
está suspendida como una gran corona que describe una trayectoria cíclica de
proporciones gigantescas, para cuyo recorrido se requieren millones de años. En
los sucesos de la inmensa creación, no sólo gira todo alrededor de si mismo,
sino que el conjunto posee, además, un incontenible movimiento giratorio cuya
órbita es inmensamente grande. Y así como se
ha efectuado el recorrido desde la primera fusión de elementos
fundamentales hasta el actual momento cumbre, el proceso proseguirá de la misma manera, sin desviación ninguna, hasta que la
descomposición naciente llegue a consumarse produciendo la desintegración total
y el retorno a la elemental materialidad originaria. Pero el ciclo seguirá su
curso tranquilamente con esas partículas elementales, y de las sucesivas fusiones
entre ellas se formarán nuevos mundos, que llevarán en sí fuerzas vírgenes
intactas.
Tal es el gran ciclo evolutivo que se repite eternamente,
tanto en los elementos más pequeños como en los más grandes. Y por encima de ese movimiento giratorio
se encuentra la inmutable creación primera, la creación puramente espiritual,
el Paraíso propiamente dicho. Contrariamente a lo que sucede en la materialidad
formada, esa creación primera no está
sujeta a la descomposición.
En esa eterna espiritualidad luminosa, situada por encima
del perpetuo ciclo de la materia, se halla el origen del inconsciente germen
espiritual del hombre. Esta espiritualidad es también la meta del espíritu humano al llegar a ser una entidad personal consciente de si misma, en el
curso de su periplo por la materialidad.
Habiendo partido como germen inconsciente e irresponsable,
regresará en calidad de personalidad autónoma, consciente y, por tanto,
responsable si… si no se pierde durante su necesario caminar por la
materialidad, quedando allí atado. Podrá celebrar, entonces, la resurrección
como espíritu humano plenamente consciente; emergerá gozosamente de la
materialidad para ir al encuentro de esa luminosa y eterna parte de la
creación.
Pero mientras el espíritu humano se mantenga en la materialidad,
participará con ella de ese gran circuito eterno, sin que, naturalmente, se dé
cuenta de ello. Por último, día llegará en que ese espíritu alcance el punto límite
al que tiende la parte cósmica en que él se encuentra, dirigiéndose así, lentamente,
a la descomposición.
Habrá llegado entonces la hora en que todos los espíritus
humanos que aún se encuentren en la
materialidad deberán apresurarse a llegar a ser de tal manera que puedan elevarse hacia el seguro y luminoso puerto
del reino eterno. Será hora de encontrar el recto camino y, sobre todo, el más corto para salir del campo de acción
de los peligros que se ciernen sobre la humanidad, antes de que éstos puedan
hacer mella en él.
Si no lo consiguiese, le resultará cada vez más difícil,
hasta que, por último, sea demasiado tarde.
Entonces, será arrastrado, junto con los demás, al lento
proceso de descomposición, y el “Yo” personal
adquirido por él será desgarrado. Al cabo de un sinfín de torturas, quedará
reducido otra vez a la categoría de germen espiritual inconsciente, lo más
terrible que puede suceder al espíritu en estado de personalidad consciente.
Tal será lo que acontecerá a todos los que hayan
desarrollado su personalidad en una falsa dirección. Quedarán privados de ella
nuevamente por ser inútil y perniciosa. Bien entendido: la descomposición no
equivale a un aniquilamiento. Nada puede ser aniquilado. Se trata solamente de
un retorno al estado originario. En el caso de esos réprobos, lo único que
sufrirá el aniquilamiento será el “Yo” personal adquirido hasta entonces, lo
cual tendrá lugar en medio de terribles tormentos.
De este modo, tales réprobos o condenados dejarán de ser
espíritus humanos completos, mientras que los otros, espíritus conscientes de
sí mismos, podrán entrar en el eterno reino de la alegría y de la Luz, gozando
conscientemente de todo su esplendor.
Así como un campo de trigo produce, después de varios años,
cosechas cada vez más mediocres, y no recibe nueva fuerza más que cambiando de
semilla, del mismo modo la materialidad se extenuará un día, y habrá de
recuperar fuerzas mediante la descomposición y las renovadas combinaciones
entre los distintos elementos fundamentales. Pero un proceso semejante requiere
muchos millones de años. Y, sin embargo, también en el curso de un proceso de
millones de años de duración llegará un
año determinado que marcara el decisivo punto límite en que deberá
procederse a la separación entre lo útil y lo inútil.
Y esa época en la evolución del gran ciclo ha llegado ya para la Tierra.
El espíritu humano situado en la materialidad tiene que decidirse definitivamente a
emprender su ascensión; pues, si no, la materialidad se ceñirá más y más a él a
medida que vaya acercándose la inminente descomposición… esa eterna condenación
a partir de la cual resulta imposible una resurrección espiritual, personal y
consciente, y una ascensión hacia la sublime, luminosa y eterna parte de la
creación situada por encima de tal descomposición.
Por el natural desarrollo de todo el conjunto, ha tiempo
que ya no existe posibilidad ninguna de que los gérmenes espirituales
aspirantes a la consciencia se encarnen en el sobremaduro plano terrestre, pues
necesitarían demasiado tiempo para convertirse en espíritus conscientes de si
mismos, y no podrían abandonar la materialidad en el momento oportuno. Según el
orden natural de las cosas, la trayectoria a seguir por los gérmenes
espirituales sólo pasa por aquellos
planos cósmicos que tienen afinidad con ellos. Esta afinidad consiste en el hecho de que la evolución de esos
planos necesita un lapso exactamente igual al que precisa como máximo un germen
espiritual para alcanzar su completa madurez. Solamente la analogía de los
grados de evolución deja libre el camino al germen espiritual, por lo que la
mayor madurez de una parte cósmica crea barreras absolutamente infranqueables
para gérmenes espirituales insuficientemente maduros. También aquí es de todo
punto imposible hacer reproches de injusticia o imperfección. Por consiguiente,
al mismo tiempo que el medio ambiente en que él se mueve llega a su máximo
grado de madurez, todo espíritu
humano puede alcanzar el límite en que se encuentra la parte de la materialidad
que actualmente poblamos.
No existe ni uno solo
que no haya tenido la posibilidad de llegar a su madurez. La desigualdad
que se manifiesta entre los hombres no es otra cosa que la consecuencia lógica
de su propio libre albedrío. Y ahora, por exceso de madurez, la materialidad ha
de sufrir la descomposición, que está encaminada al mismo tiempo a un
renacimiento futuro.
He aquí, pues, que es llegado el tiempo de cosecha y
selección para el trigal de los espíritus humanos. Lo que esté maduro se
elevará hacia la Luz por efecto de la actividad de las leyes naturales, que irá
raspando poco a poco la envoltura etérea, liberando al espíritu de forma que
pueda elevarse libre y consciente hasta el reino de la eterna espiritualidad
donde moran sus semejantes. En cuanto a lo inservible, quedará reducido a la
esclavitud de la materialidad a causa de la densidad de su cuerpo etéreo,
adquirida por propia voluntad.
Tal será el destino de estos últimos: su cuerpo físico
quedará sometido a las alteraciones que hayan de tener lugar en la
materialidad, y habrán de sufrir durante miles de años la más dolorosa
desintegración. Esos tormentos serán de tal magnitud que acabarán por afectar
al espíritu humano hasta hacerle perder la consciencia de sí mismo. Esto
implica también la pérdida de la forma adquirida en virtud de la consciencia
personal, esa forma humana imagen y semejanza de Dios.
Una vez que se haya consumado por entero la desintegración
de la materia, volviendo ésta a su elemental estado original, lo convertido en
elemento espiritual inconsciente quedará
también libre y se elevará hasta el plano de sus afinidades. Pero no regresará
como espíritu humano consciente, sino en calidad de semilla inconsciente, que
un día, cuando su deseo vuelva a despertarse, habrá de emprender nuevamente su
periplo en otra región cósmica.
Como siempre que
Cristo quería describir un proceso completamente natural, al referirse a la
resurrección de la semilla espiritual fuera de la materialidad en la que se
hundió, eligió Sus palabras según un elevado punto de vista, es decir, de arriba a abajo.
Imaginaos a vosotros mismos situados por encima de la materialidad: a vuestros pies se extiende el
conjunto de la materialidad con todas sus innumerables variantes, cual si fuera
un inmenso campo de siembra. Los gérmenes espirituales vienen de arriba y se
hunden en la materialidad. Poco a poco, en el curso de un largo espacio de
tiempo y en numerosos intervalos, van surgiendo consumados espíritus humanos
que han adquirido la consciencia de sí mismos mediante las experiencias vividas
durante su existencia material, y que, impulsados por sus altas aspiraciones,
pueden desprenderse de toda materia y abandonar el plano material, celebrando
así la resurrección fuera de la materialidad.
Pero no todos los gérmenes salen a la superficie en estado
de madurez. Muchos de ellos permanecen en la materialidad, y allí perecerán por
ser inservibles.
Todo se realiza exactamente igual que en un campo de trigo.
Así como el verdadero
y misterioso desarrollo del grano de trigo tiene lugar dentro de la Tierra, del mismo modo la evolución fundamental del
germen espiritual se realiza en el seno del conjunto material.
Cada frase
pronunciada por Cristo constituye siempre una explicación simbólica de un suceso natural de la creación.
Así, pues, al decir: “Nadie viene al Padre, sino por mi
mensaje” o “por mi palabra” o “por mí”, que todo es lo mismo, supone tanto como
afirmar: “Nadie encontrará el camino más que en lo que yo os digo”. Lo uno
significa exactamente igual que lo otro. Lo mismo es cuando decía: “Yo os
traigo con mi mensaje la posibilidad de la resurrección fuera de la
materialidad y, con ella, también la vida”; o de otro modo: “Por mi Palabra, yo
soy para vosotros la resurrección y la vida”.
Los hombres deben comprender el sentido y no confundirse a sí mismos una y otra vez mediante
continuos verbalismos.
Los eventos expuestos aquí a grandes rasgos, que se
realizan en el ciclo evolutivo de la materialidad, pueden presentar también
algunas excepciones, las cuales no tienen como causa modificaciones o
desviaciones de las leyes de la creación, sino que también ahí tiene lugar un
perfecto e inmutable cumplimiento de las mismas.
A fin de evitar posibles
errores, y aun cuando ello sea adelantarse a conferencias posteriores, voy a dar
algunas indicaciones sobre el particular:
La mencionada disgregación periódica de todo lo material en
un momento determinado de su ciclo, es consecuencia del hecho de que a los
gérmenes espirituales humanos, portadores de la libre facultad de decidir, les
sea dado evolucionar dentro de la materialidad.
Ahora bien, como esa libre facultad de decidir no siempre
elige el camino ascendente hacia la Luz, resulta de ello un espesamiento de las
materias —no querido por la Luz— que las hace más pesadas y las empuja a seguir
una trayectoria que conduce a la sobremaduración, a ese embudo que actúa sobre
el conjunto como un filtro purificador donde se efectúa simultáneamente la
descomposición.
Una parte o cuerpo cósmico de la materialidad, en la que
los espíritus humanos en evolución mantienen todos sus deseos y su pura
voluntad orientados exclusivamente hacia la Luz, permanecerá más luminosa y,
por tanto, más ligera, manteniéndose a un nivel al que podrán llegar sin
interrupción las vivificantes fuerzas radiantes emanadas de la Luz, por lo que
se conservará siempre lozana y saludable vibrando armónicamente con las leyes
de la creación, y no seguirá la trayectoria que conduce inevitablemente a la
sobremadurez y la descomposición.
Esas partes cósmicas se elevarán muy por encima de ese
plano siguiendo el orden natural, es decir, según lo querido por la Luz.
Pero, desgraciadamente, esas partes son muy pocas, y la
culpa es del espíritu humano susceptible de evolucionar, pues ha elegido falsos
caminos y persiste en seguirlos a pesar de todas las exhortaciones.
Pero en la necesidad más apremiante, es decir, poco antes
de quedar sometido a la fuerza absorbente del torbellino de la descomposición,
Dios, por un acto de Su Gracia, puede acudir en su ayuda y cambiar el curso de
los acontecimientos.
El anclaje de la Luz, obtenido por la venida de un enviado
de Dios, intensificará la potencia luminosa de tal suerte que, sin el concurso
del espíritu humano, sobrevendrá una purificación capaz de transportar hasta
las alturas luminosas a esa privilegiada parte de la materialidad en el último
instante, de modo que se librará de caer en el embudo de la descomposición y
podrá subsistir.
Como es natural, esa purificación acabará con las
Tinieblas, con sus engendros, sus prosélitos y obras, mientras que los
espíritus humanos subsistentes habrán de tender a la Luz con todas sus fuerzas
y con agradecimiento.
Este extraordinario acontecimiento también está en perfecta armonía con las leyes de la
creación y no se desvía ni un ápice de ellas en sus consecuencias. Esa severa
purificación, consecuencia del anclaje de la Luz, equivaldrá a un completo
renacimiento.
* * *
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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