53. MATERIALIDAD FÍSICA,MATERIALIDAD ETÉREA, IRRADIACIONES, ESPACIO Y TIEMPO
MUCHAS PREGUNTAS
se han suscitado sobre el sentido de mis expresiones: materialidad física y
materialidad etérea. La materialidad física es todo aquello que el hombre puede
percibir con sus ojos terrenales,
todo lo que siente y oye físicamente.
A esto pertenece también todo cuanto puede ver valiéndose de instrumentos
materiales, y todo cuanto habrá de ver aún gracias a los descubrimientos
posteriores, como, por ejemplo, las observaciones hechas con el microscopio. La
materia física no es más que una especie determinada
de la materialidad.
Ahora bien, el inmenso campo de la materialidad como conjunto abarca numerosas especies
que se diferencian fundamentalmente unas de otras, por lo que nunca se mezclan entre sí.
Las diferentes especies de la materialidad están situadas
en el punto más bajo de la creación, en el límite inferior de ésta. Como todo
lo que existe en la creación, primero están las más ligeras, y luego vienen, en
sentido descendente, las más pesadas y densas. El conjunto de esas especies de
la materialidad tiene como única finalidad servir de ayuda al desarrollo de
todo lo espiritual, lo cual se sumerge en ellas como lo hace el germen en un
fructífero campo de siembra, exactamente igual que una semilla necesita tierra
para germinar y crecer.
En sus distintas capas, la materialidad es en sí inerte,
sin vida propia. Sólo cuando queda impregnada y ligada por la sustancialidad
que se cierne sobre ella, obtiene calor y vitalidad, constituyendo las
envolturas o cuerpos de las formas y especies más variadas.
Como ya he dicho, las distintas especies de la materialidad
no pueden mezclarse, pero sí ligarse y relacionarse de múltiples maneras
mediante la sustancialidad. Esas ligazones y relaciones constituyen fuentes de
calor y de irradiaciones. Cada una de las especies materiales genera una
irradiación determinada y propia, la cual se mezcla con las irradiaciones de
otras especies relacionadas con ella, formando así, en conjunto, una corona
radiante, ya conocida en nuestros días, que es designada con el nombre de
emanación o, también, irradiación.
Es así que cada piedra, cada planta, cada animal, posee su
irradiación característica susceptible de ser observada y absolutamente
diferente según el estado del cuerpo,
es decir, de la envoltura o forma. Por eso es que pueden apreciarse anomalías
en esa corona radiante, lo que también permite localizar los puntos enfermizos
de la envoltura.
Por tanto, la corona radiante da a cada forma un ambiente
particular que sirve de protección en la defensa y como puente para pasar a
otro ambiente. Además, influye también en lo íntimo del ser a fin de cooperar
al desarrollo del núcleo sustancial, si bien influye de la forma más superficial, ya que, en realidad,
existen muchas otras cosas que colaboran en la verdadera actividad de la
creación, la cual sólo puede desplegarse lentamente, paso a paso, para
facilitar a los buscadores serios el conocimiento de las leyes de la creación.
Sin estar impregnada de elementos sustanciales, la
materialidad no es nada. Lo que hemos considerado hasta aquí no es otra cosa
que la unión de lo sustancial con las diferentes especies de la materialidad, y
esa unión es lo que constituye el terreno
propicio para el espíritu. La
sustancialidad liga, une y vivifica a la materia, pero el espíritu domina el conjunto de ambos elementos. Tan
pronto como el espíritu, es decir, el elemento espiritual, se hunde, con vistas
a su evolución, en ese conjunto ligado y vivificado por la sustancialidad, la
materia queda subordinada a él y, por tanto, también la sustancialidad, como se
desprende de la misma naturaleza de las cosas.
Así, pues, esa preeminencia del espíritu es impuesta de
manera completamente natural. ¡Lástima que se haga de ella un uso malo o
equivocado! La verdadera impedimenta del
espíritu, destinada a secundarlo en su evolución dentro de la materialidad,
está constituida únicamente de esas
irradiaciones que acabamos de mencionar. La sustancialidad prepara
cuidadosamente el terreno propio para el desarrollo del espíritu antes de la
inmersión de éste. Las envolturas se ciñen a él automáticamente sirviéndole de
protección, y su misión consiste en emplear debidamente la impedimenta que se
le ha prestado, utilizándola para su provecho y encumbramiento, pero no para su
detrimento y caída.
No resultará difícil de comprender, que la especie material más marcadamente
representada en la composición de la envoltura del espíritu será también la que
determinará la naturaleza de la mezcla, pues es natural que la irradiación de
la especie material más preponderante sea también la que predomine siempre. Lo
predominante es, asimismo, lo que más influye interior y exteriormente.
La mezcla de irradiaciones es, pues, de una importancia
mucho más grande que la asignada por la humanidad en las investigaciones efectuadas hasta ahora. De su verdadero
cometido no se ha llegado a concebir ni siquiera la décima parte.
La constitución de la corona radiante es lo que determina
la intensidad de las ondas encargadas de recoger las vibraciones emanadas del
sistema radiante del universo entero. Que el auditor y el lector no dejen pasar
esto por alto ligeramente, sino que profundicen en sus pensamientos, con lo que
verán desplegarse ante sí, repentinamente, todos los cordones nerviosos de la
creación, esos cordones que él debe aprender a pulsar para provecho propio.
Que se imagine la radiante fuerza originaria derramada
sobre la obra de la creación. Esa fuerza atraviesa cada parte y cada especie; y
cada una de esas partes y especies la transmiten modificada en su radiación, lo
que también transforma la tonalidad de la misma.
A eso se debe que toda la creación constituya un inmenso
cuadro de maravillosos colores radiantes imposible de reproducir por ningún
pintor. Y cada una de las partes de la creación, cada estrella, incluso cada
cuerpo individual, por pequeño e insignificante que sea, se asemeja a un prisma
minuciosamente pulimentado, que transforma todo rayo que pasa a su través en
radiaciones de colores diversos.
Por otro lado, los colores llevan en sí vibraciones sonoras
que resuenan como un estrepitoso acorde.
Frente a ese inmenso reino radiante se halla el espíritu
humano, pertrechado de las irradiaciones proporcionadas por su envoltura. Hasta
el momento del despertar de la fuerza sexual, el proceso es similar al que
sigue un recién nacido. Las envolturas materiales sólo absorben, mediante sus
irradiaciones, aquello que necesitan para madurar. Pero al entrar en funciones
la fuerza sexual, el espíritu se encuentra plenamente equipado, las puertas de
acceso a él quedan abiertas de par en par, y se realiza la unión inmediata. Se
establece entonces un contacto de acrecentada intensidad con las potentes
irradiaciones del inmenso universo.
Según la forma en que el ser humano, es decir, el espíritu,
desarrolle y domine los colores de sus propias irradiaciones, así ajustará sus
ondas — como un receptor de radio — y captará del universo los colores
correspondientes. En lugar de “captar” se puede decir también “atraer”, es
decir, entrar en funciones la fuerza de atracción de las afinidades. El proceso
sigue siendo el mismo cualquiera que sea el nombre que se le asigne. Los
colores no designan más que la especie, y la especie determina el color.
He ahí también el perdido secreto del verdadero arte real
de la astrología, el de los tratamientos con hierbas medicinales, el del discutido
magnetismo terapéutico. He ahí el secreto del arte de vivir, el que da acceso a
la escalera de la ascensión espiritual. Pues esa escalera, es decir, la
denominada escalera del cielo, no es otra cosa que un simple instrumento que se debe emplear. Los
filamentos de esta red de irradiaciones que recorren la creación son los
escalones de esa escalera. Ahí está contenido todo el saber y hasta el último secreto de la creación.
¡Buscadores!: ¡Recurrid a los filamentos de esa red de
irradiaciones! Asíos a ellos conscientemente, pero con buena voluntad y agradecidos a vuestro Dios, el cual os ha
concedido esta maravillosa creación que vosotros podéis emplear para vuestra
felicidad como si se tratara de un juego de niños, sólo con desearlo sinceramente y con desechar todo
pretencioso saber. Ante todo, es preciso arrojar el inútil lastre que pesa
sobre vuestros hombros, sobre vuestro espíritu; si no, no podréis erguiros y
elevaros libremente.
También es necesario que reine la armonía en la mezcla
radiante del cuerpo humano, a fin de dar al espíritu todo el valor de los
medios de protección, evolución y encumbramiento que le son concedidos en el
curso del normal desarrollo de la creación. Pero, precisamente por la elección
de los alimentos, de la actividad corporal y, en general, de todas las
condiciones de vida, las irradiaciones han sido desviadas y orientadas en una
única dirección, lo que hace necesario un restablecimiento del equilibrio para
que la ascensión sea posible. Este se el
mal de que adolece todo actualmente. Nada puede ser considerado como sano.
El hombre no puede concebir la influencia que ejerce sobre
ese sistema de radiaciones el simple hecho de elegir los alimentos. Mediante la
elección de los alimentos para la manutención del cuerpo, es posible restablecer
el equilibrio, es posible vigorizar, debilitar o rectificar la influencia de un
elemento predominante, según que sus efectos sean favorables o no, de suerte
que se impondrá la irradiación beneficiosa para él y, por consiguiente,
la irradiación normal, pues sólo lo beneficioso entra dentro de la normalidad.
Pero no se crea que todo eso puede determinar o provocar la
ascensión propiamente dicha, sino que únicamente constituye el terreno
apropiado para la plena actividad del espíritu, cuya voluntad tiene reservado el derecho de elegir el camino, ya
sea hacia arriba, hacia un lado, o también hacia abajo.
El cuerpo, lo mismo que el espíritu, debe fortalecerse en
cuanto sea capaz de elegir una alimentación adecuada. Pero, actualmente, en
casi todas partes se peca gravemente a tal respecto por ignorancia.
Al hablarse aquí de materialidad física y materialidad
etérea no debe suponerse que ésta constituye una depurada variedad de aquélla.
Lo etéreo es de naturaleza completamente diferente,
es de otra constitución. Nunca podrá convertirse en materia física, sino
que constituye un plano de transición hacia arriba. Lo mismo que la materia
física, la materia etérea no debe ser considerada más que como una envoltura que ha de unirse a la
sustancialidad para ser vivificada por ella.
Más al describir aquí estos dominios, es preciso admitir
que las subdivisiones enumeradas hasta ahora están muy lejos de ser todas. Por
eso, quiero resaltar hoy el hecho de que, además de la espiritualidad y
sustancialidad conscientes e inconscientes que vivifican las diferentes
especies de la materialidad, existen todavía corrientes de energía de distintas naturalezas, las cuales recorren
la creación y, según sus características personales, contribuyen igualmente, de
forma variada, a la evolución y al progreso.
A su vez, las corrientes de energía no son otra cosa que
los elementos más inmediatos que se adhesionan a la actividad de la
espiritualidad y de la sustancialidad; mejor dicho, son los que preceden a
éstas, los que preparan su campo de acción. A medida que vayamos analizando y
entrando en detalles, irán apareciendo otros factores, muchos más.
Lo uno se encadena a lo otro sucesivamente para dar lugar a
nuevos matices mediante la unión con los elementos ya existentes. Pero todo
tiene una explicación lógica, pues sólo lo lógico ha podido surgir desde la
creación primera. Otra cosa no existe. Y este hecho es también una garantía
absoluta de que existe una solución lógica para todos los problemas, y una
clara visión de conjunto. ¡En mis conferencias ofrezco la clave! Todo auditor puede servirse de ella para abrir las puertas
del conocimiento de la creación entera.
Sin embargo, revelar todo de una vez exigiría una obra de
tal complejidad, que podría inducir a confusión a los hombres. Pero si dejo
simplemente que las cosas vayan sucediéndose unas a otras en el curso de
décadas futuras, tal como he venido haciendo hasta ahora, entonces será fácil
seguir las explicaciones dadas, y se llegará a abarcar todo con plena claridad,
tranquila y conscientemente. Esto resultará fácil para quien haya querido
seguirme hasta aquí. Pero primeramente, antes de mencionar los detalles
pertinentes, quiero dar una aclaración de las bases fundamentales de la
creación.
Sin duda que el lector o el auditor se verá en la misma
situación que aquel a quien se le muestra primeramente un esqueleto humano, y a
continuación un hombre vivo en toda su actividad y en la plenitud de sus
energías. Si ese tal aún no tuviera
noción de lo que es el ser humano, sería incapaz de reconocer en el hombre vivo
su esqueleto, o acaso llegaría a afirmar que el uno no tiene relación con el
otro, o que no son la misma cosa.
Otro tanto sucederá a quienes no sigan mis explicaciones
atentamente hasta el fin. Aquel que desde un principio no se afane seriamente
en asimilar, llegado el momento, cuando
yo haya dado mis últimas explicaciones, no podrá comprender el conjunto de la
creación. Tiene que esforzarse en
seguirlas paso a paso.
Como quiera que me he visto obligado a exponer las cosas a
grandes rasgos, voy a pasar ahora gradualmente
a nuevas cuestiones, ya que de
otro modo daría saltos demasiado grandes. Se me ha dicho más de una vez que
sólo doy resúmenes difícilmente asimilables para la generalidad de los hombres.
No obstante, me es imposible proceder de otra manera si quiero llegar a exponer
todo lo que me queda por decir todavía, dado que, si no, no conseguiría
explicar ni la cuarta parte; pues, puesto a dar explicaciones, apenas si daría
tiempo para más. Otros vendrán que podrán escribir uno o varios libros sobre
cada una de mis conferencias. Hoy por hoy, yo no puedo pararme a hacerlo.
Dado que, como ya he dicho, la materialidad etérea es de otra naturaleza que la materialidad
física, se deriva de ahí algo que no había sido tratado hasta ahora. Hasta el
momento, he venido empleando en muchas cosas, a fin de evitar confusiones, expresiones
corrientes que ahora es preciso ampliar. Una de esas expresiones es, por
ejemplo, “estar por encima del espacio y
del tiempo”.
Esta expresión se ha referido siempre a lo supraterrenal. A
partir de hoy, con el fin de dar un paso más hacia adelante, deberemos decir:
la vida en la materialidad etérea está “por encima de los conceptos terrenales
de espacio y tiempo”, pues también en la materialidad etérea existe un concepto
de espacio y tiempo, si bien de naturaleza
distinta, adaptada al plano etéreo. Dicho concepto está presente incluso en toda la creación, pero siempre
supeditado a la naturaleza de los planos respectivos. La misma creación tiene
sus límites, por lo que en ella también tiene validez el concepto de espacio.
Del mismo modo, todas las leyes fundamentales, que se
extienden uniformemente a través de la creación entera, están siempre influidas
en sus manifestaciones por la
respectiva naturaleza del plano de la creación en que ellas se cumplen,
dependen de las características del mismo. De aquí que también las
consecuencias de una ley determinada en
las distintas esferas de la creación tengan que ser diferentes, lo que ha sido causa de grandes malentendidos y
contradicciones, y ha suscitado dudas en la uniformidad de las leyes de la
creación, llegándose incluso a creer en una arbitrariedad por parte del
Creador. Pero, en el fondo, la causa de todo eso fue, y sigue siéndolo hoy día,
la ignorancia del hombre en lo que se refiere a la creación en sí.
Pero de estas cosas hablaré más tarde con mayor amplitud,
pues hacerlo hoy supondría distraer y turbar la atención del auditor o del
lector. Abordaré este tema cuando sea necesario para una mejor comprensión. No
se dejará ninguna laguna.
* * *
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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