55. CLASES DE CLARIVIDENCIA
DURANTE LARGO TIEMPO
he vacilado en dar contestación a las diversas preguntas referentes a la
clarividencia, pues todo el que haya leído como
es debido mi Mensaje del Grial tiene que estar perfectamente informado de
la cuestión. Naturalmente, a condición de que no lo haya leído como una lectura
cualquiera, para pasar el tiempo, o con prejuicios, sino que haya profundizado
seriamente considerando la importancia de cada frase y esforzándose en descubrir el verdadero sentido de la misma y su
absoluta pertenencia al conjunto del mensaje, tal como se ha pretendido desde
un principio.
Es preciso que el espíritu se mantenga despierto. Los
hombres superficiales quedan, pues, automáticamente descartados.
Ya he repetido varias veces, que una especie sólo puede ser reconocida por otra especie afín. Al hablar de “especies” me refiero, naturalmente, a
los diferentes planos de la creación.
Considerándola de abajo a arriba, hallamos, en primer
lugar, la materialidad física; viene
luego la materialidad etérea, a
continuación la sustancialidad y, por
último, la espiritualidad. Cada una
de esas especies consta, a su vez, de numerosas subdivisiones, de suerte que
existe el inminente peligro de confundir la sutil materialidad física con la
densa materialidad etérea. Las transiciones son completamente imperceptibles,
pero la actividad y los acontecimientos que tienen lugar en cada una no están
íntimamente unidos, sino que sólo engranan entre sí.
En cada una de esas subdivisiones se manifiesta una vida de
distinta naturaleza. Ahora bien, el hombre posee una envoltura de la misma
especie que la de cada uno de los planos de la creación situados por debajo de la espiritualidad. Su
núcleo propiamente dicho es espiritual. Cada una de esas envolturas equivale a
un cuerpo. Así, pues, el hombre es un núcleo espiritual que va adquiriendo la
forma humana a medida que va siendo consciente de sí mismo; y esa forma humana
va idealizándose más y más en el curso del progresivo desarrollo hacia la Luz,
hasta obtener la belleza más perfecta; mientras que si la evolución es
regresiva, su transformación tendrá lugar en sentido completamente opuesto,
llegando a las deformaciones más grotescas. A fin de evitar errores, quiero
puntualizar especialmente que la envoltura física o cuerpo no sigue el ritmo de
esa evolución, pues no dispone más que de breve tiempo para actuar, por lo que
sólo puede quedar sometido a mínimas modificaciones en el plano
físico-terrenal. Por consiguiente, un hombre terrenal exteriormente hermoso
puede ser malo interiormente, y viceversa.
El hombre situado en la Tierra, es decir, en la
materialidad física, lleva al mismo
tiempo envolturas propias de todos
los planos de la creación. Cada una de esas envolturas o cuerpos
correspondientes a las distintas especies posee también sus propios órganos
sensorios. Por ejemplo, los órganos físicos no pueden tener actividad más que en el plano afín, o sea, en la
materialidad física. Una evolución más refinada en este dominio puede hacer
posible, en el caso más favorable, la percepción hasta un cierto grado de la
materia física sutil.
Esta materia física sutil es designada con el nombre de
“astral” por los hombres que se ocupan de estas cuestiones, un concepto que ni
siquiera es perfectamente conocido por quienes le han dado esa denominación, y
mucho menos por aquellos que la repiten.
Utilizo ese término
porque ya es conocido. De todos modos, ese nombre sólo designa, como suele
suceder en todas las investigaciones del ocultismo, una especie de concepto
global de todo lo que se sabe o se supone que existe, pero que aún no se
comprende del todo ni, mucho menos, puede ser explicado.
Todo el pretendido saber establecido hasta ahora por los
ocultistas no es otra cosa que un inmenso laberinto de ignorancia erigido por
ellos, un montón de presuntuosas hipótesis propias del pensamiento intelectual,
insuficiente para estas cuestiones. A pesar de todo, insisto en emplear la
denominación “astral”, tan extendida en nuestros días. Pero lo que los hombres
entienden y designan por “astral” no pertenece siquiera a la materialidad
etérea, sino solamente al plano de la materialidad física sutil.
Los investigadores, poseídos de un humano engreimiento, no
han conseguido llegar en sus investigaciones más allá de la materialidad
física. Al contrario• han quedado detenidos en el plano más bajo de la creación posterior. ¡Y para eso hacen tanto
ruido empleando los extranjerismos “más altisonantes”! Ni siquiera pueden ver
con los ojos etéreos, sino únicamente mediante sensaciones transitorias entre éstos y los ojos físicos. Podría
hablarse de una percepción transitoria o semipercepción.
Cuando un ser humano se desprende de su cuerpo físico
mediante la muerte terrenal, se desprende también, naturalmente, de los órganos
sensorios físicos, pues éstos sólo pertenecen a la envoltura en cuestión. Así,
pues, la muerte terrenal no es otra cosa que despojarse de la envoltura
exterior o corteza que permitía ver y actuar en la materialidad física.
Inmediatamente después de quedar despojado de esa envoltura, el hombre se
encuentra en el llamado otro mundo, o mejor dicho, en el plano de la
materialidad etérea, y allí no podrá valerse tampoco más que de los órganos
sensorios propios de la corteza más externa: su cuerpo etéreo. Por lo tanto,
verá con los ojos etéreos, oirá con los oídos etéreos, etc.
Como es natural, al entrar en la materialidad etérea, el
espíritu humano tendrá que aprender a valerse de los órganos sensorios propios
de la envoltura etérea obligada de repente a entrar en funciones, tal como tuvo
que hacer en aquel entonces con los órganos del cuerpo terrenal durante su
estancia en la materialidad física. Dado que la nueva materialidad no es tan
densa, el aprendizaje del adecuado empleo de los órganos tiene lugar también
con más rapidez, de manera más fácil. Lo mismo sucede en cada plano siguiente.
Para facilitar esa adaptación en los diferentes planos, se
ha dado la percepción transitoria o semipercepción de los planos intermedios.
Mediante una cierta tensión provocada por extraordinarias
disposiciones del cuerpo, los ojos físicos pueden presentir y entrever el plano
de transición entre la materialidad física y la etérea. Del mismo modo, en el
estado inicial de su actividad en la materialidad etérea, los ojos etéreos
pueden mirar retrospectivamente y semipercibir el mismo plano donde la materia
física sutil se da la mano con la
materia etérea más densa.
Esa semipercepción da al espíritu humano una cierta
seguridad durante su paso de un plano a otro, de manera que nunca se sentirá
perdido del todo. Otro tanto sucede en cada
límite de separación de dos planos cualesquiera. Radiaciones de energía
procedentes de la sustancialidad cuidan
de que esos dos planos de naturaleza distinta, que nunca pueden fusionarse, se
mantengan en contacto mutuo y de que no se abra entre ellos un abismo
infranqueable. Esas radiaciones establecen y mantienen la unión mediante una
especie de fuerza de atracción magnética.
Después de haber recorrido las diversas subdivisiones de la
materialidad etérea y una vez despojado del cuerpo etéreo, el ser humano entra
en la sustancialidad. Entonces, el
cuerpo sustancial será su envoltura
más externa, no pudiendo oír y ver más con los oídos y ojos propios de ese
cuerpo, hasta que, habiéndose desprendido de esa envoltura sustancial, pueda
entrar en el reino del espíritu. Sólo entonces será una personalidad individual, y desprovisto de toda envoltura, habrá
de ver, oír, hablar, etc. con sus órganos espirituales.
Su ropaje y todo lo que se encuentre a su alrededor también serán de
naturaleza sustancial-espiritual.
Los lectores deben reflexionar profundamente sobre mis
indicaciones, a fin de obtener una idea exacta de todo.
Las materializaciones de personas fallecidas no son otra
cosa que procesos en que, valiéndose de un médium, los difuntos que poseen un
cuerpo etéreo se rodean, además, de una envoltura física sutil. Esta es la
única excepción en que los hombres terrenales actuales pueden contemplar claramente, con sus ojos físicos, la
materialidad física sutil, y percibirla también con los demás sentidos físicos;
pues, debido a las extraordinarias irradiaciones de la sangre del médium, tiene
lugar una unión particularmente intensa, lo que da como resultado una
condensación de la materia física sutil. Pueden verla y sentirla por el hecho
de que, a pesar de toda su sutilidad, continúa siendo de la misma especie que
sus órganos sensorios, es decir, sigue siendo materia física.
Por lo tanto, el hombre debe tener presente que la materia
física no puede ser “percibida” más que con lo físico, la materia etérea con lo
etéreo, la sustancialidad con lo sustancial, y la espiritualidad con lo
espiritual. No existe ahí mezcla de ninguna clase. En cuanto a la
“sustancialidad” que acabamos de mencionar, constituye de por sí una especie
muy particular. La sustancialidad divina y la sustancialidad espiritual son
también de naturaleza completamente distinta.
Pero pasa una cosa: un hombre terrenal puede ver con sus
ojos físicos y, durante la misma existencia terrenal, entreabrir sus ojos
etéreos, aunque nada más sea temporalmente. Esto no significa que suceda
simultáneamente, sino sucesivamente. Al mirar con los ojos etéreos, los ojos
físicos permanecen cerrados por completo o parcialmente, y viceversa. Nunca
será capaz de percibir claramente lo etéreo con los ojos físicos, ni lo físico
con los ojos etéreos. Eso es imposible.
Afirmaciones en contra no pueden basarse más que en errores
derivados del desconocimiento de las leyes de la creación. Son espejismos que
sufren los hombres cuando pretenden apreciar cosas etéreas con sus ojos
físicos, o cosas espirituales con los ojos etéreos.
Quien someta esto a profunda reflexión e intente hacerse
una clara idea de todo ello, se dará cuenta del indescriptible desconcierto que
necesariamente tiene que reinar hoy día en todos los juicios emitidos sobre la
clarividencia en sus distintas clases. Se percatará de que resulta de todo
punto imposible obtener datos concretos sobre el particular, mientras no sean
dadas a conocer las leyes que rigen en ese terreno, lo cual no puede conseguirse mediante
inspiraciones o manifestaciones en las sesiones espiritistas, pues los mismos
seres del más allá que hacen tales inspiraciones o se manifiestan, tampoco
poseen una visión de conjunto, sino que cada uno tiene que moverse dentro de
los límites impuestos por el correspondiente estado de madurez.
Un orden verdadero en las explicaciones correspondientes a
la maravillosa trama de la creación posterior no puede ser establecido más que
a partir de un conocimiento general de todo el conjunto. De otro modo resulta
imposible. Pero los hombres, dado su notorio y enfermizo afán de querer saberlo
todo, no quieren reconocerlo así y rechazan hostilmente todo consejo desde un
principio.
Prefieren seguir orgullosos y ufanos en su lamentable
búsqueda, y, precisamente por eso, nunca pueden llegar a un acuerdo o a un
resultado positivo. Si, por una sola vez,
dieran prueba de su grandeza sobreponiéndose a su presunción y aceptando
sin prejuicios y con verdadera sinceridad
la explicación del universo dada en el Mensaje del Grial, si lo estudiaran
dejando a un lado su pretensión de saberlo todo por sí mismos, pronto se
abrirían ante ellos perspectivas que, en lógica sucesión, irían aclarando todos
los incomprendidos acontecimientos y allanarían impetuosamente los caminos que
conducen a horizontes desconocidos hasta ahora.
Pero ya es sabido que la terquedad no es precisamente más que uno de los signos más
irrefutables de la verdadera necedad y cortedad de entendimiento. Esos hombres
no se dan cuenta de que, obrando así, se imprimen el sello de una absoluta
nulidad, el cual será causa de su próxima eliminación, ya que quedará como
marcado a fuego y no podrá ser ni disimulado ni negado.
Para poder enjuiciar una cierta clarividencia, sería
preciso, como base fundamental, saber con qué ojos mira el clarividente en
cuestión, es decir, a qué plano pertenece su percepción y qué grado de
desarrollo ha alcanzado su facultad. Sólo entonces sería posible sacar las
consecuencias pertinentes. A tal fin, el encargado de hacer esas
investigaciones tendría que poseer un conocimiento completo de cada uno de los
escalones de las distintas especies, así como también de los múltiples efectos
y actividades que tienen lugar en ellas. Y ese es precisamente el mal de
nuestro tiempo: esos tales son los que pretenden ser competentes en cosas de
las que no entienden absolutamente nada.
Es lamentable leer ese diluvio de publicaciones, folletos y
libros que tratan de toda clase de observaciones y experimentos propios del
ocultismo y que van acompañados de comentarios más o menos ilógicos y sin
fundamento. En la mayor parte de los casos, esos comentarios llevan impreso el
sello de un presuntuoso saber; pues no sólo se apartan considerablemente de la
realidad, sino que, en general, incluso afirman lo contrario. Y cuán estrepitoso es el hostil bramido de ese
ejército de pretendidos inteligentes, cuando, siguiendo un orden simple por
demás, se les expone la verdadera estructura de la poscreación — susceptible de
ser comprobada fácilmente — sin cuyo conocimiento exacto nunca podrán comprender
nada. No hagamos aquí mención ninguna de la creación originaria.
El que quiera juzgar o, incluso, condenar a los
clarividentes, deberá conocer toda la creación, pero conocerla verdaderamente.
Si ese no es el caso, mejor será permanecer callado. Del mismo modo, el
apasionado defensor de las realidades de la clarividencia debe abstenerse de
hacer afirmaciones que no estén fundamentadas en un exacto conocimiento de la
creación.
Son tantos los perniciosos errores que se han extendido
respecto a los acontecimientos desarrollados fuera de la materialidad física,
que ya va siendo hora de restablecer definitivamente el orden y de implantar
una legislación.
Por suerte, ya no está lejana la época en que se efectuará
una limpieza a fondo de estos terrenos ocultos, en sí tan dignos de ser tomados
en serio, eliminando de ellos todas esas ridículas figuras que, como es sabido,
son las que más gritan y las más importunas con sus teorías. Pero, por
desgracia, precisamente el comportamiento de esos charlatanes ya ha inducido a
error a muchos buscadores. Cierto que esos tales no pueden eximirse de la
responsabilidad que, con terrible violencia, caerá sobre ellos por haber
abordado tan a la ligera las cuestiones más serias, pero eso no servirá de gran
ayuda para los que se hayan dejado seducir y engañar, porque también ellos
habrán de sufrir los daños derivados del hecho de haberse dejado arrastrar tan
fácilmente por falsos puntos de vista.
En general, puede afirmarse, sin más, que, precisamente en
el dominio del ocultismo, la expresión “charlatanear” es, por el momento,
equivalente a “investigar”, de donde se deduce que la mayoría de los
investigadores no son más que charlatanes.
Por consiguiente, en el campo de la clarividencia existe
una percepción de la materialidad física sutil, otra de la materialidad etérea,
y una tercera de la sustancialidad, y siempre mediante los ojos afines a los
respectivos planos. Pero la percepción espiritual queda excluida en el hombre,
pues el indicado para ello tendría que ser un escogido especial que poseyera,
durante cierto tiempo, el privilegio de poder abrir sus ojos espirituales en el
curso de su existencia terrenal.
Pero entre esos privilegiados no se encuentran los
numerosos clarividentes de hoy día. La mayoría de ellos no son capaces de ver
más que uno de los diferentes escalones de la materialidad etérea, y, con el
tiempo, tal vez lleguen a ver algunos más. Así, pues, sus ojos etéreos están
abiertos. Pero muy raramente sucederá que también los ojos del cuerpo
sustancial puedan ver.
Por tanto, si en especiales circunstancias terrenales,
tales como una investigación criminal o cosas semejantes, se quiere recurrir a
un clarividente con el fin de aclarar los hechos, el interesado debe tener
presente lo siguiente: el clarividente ve con sus ojos etéreos; por lo tanto,
no puede ver el suceso físico tal
como se ha efectuado realmente. Por otro lado, todo acontecimiento físico va
acompañado, al mismo tiempo, de fenómenos etéreos que o bien son afines con él,
o se le asemejan por lo menos.
Según esto, al tratar de reconstruir un crimen, el
clarividente percibirá esos fenómenos etéreos
que han tenido lugar al mismo tiempo, pero no percibirá el suceso físico
propiamente dicho, que es lo único decisivo para la Justicia, de acuerdo con
las leyes terrenales establecidas actualmente. Ahora bien, algunos detalles de
esos eventos etéreos pueden desviarse más o menos del suceso físico. Resultará,
pues, equivocado apresurarse a hablar de un fracaso del clarividente o de un
error de percepción.
Sigamos tratando el caso de un crimen o un robo. El
clarividente consultado a tal efecto percibirá en parte astralmente, y en parte
etéreamente. Desde el punto de vista astral, es decir, sobre el plano de la
materialidad física sutil, verá el lugar de la acción, mientras que el acto
propiamente dicho será percibido etéreamente. A esto hay que añadir, además, la
posibilidad de percibir formas mentales nacidas de los pensamientos del
asesino, de la víctima, o del ladrón. La correspondiente selección de los datos
obtenidos corre a cuenta del que dirige las investigaciones. Sólo así se
llegará a un resultado exacto. Pero un investigador tan competente no existe
por ahora.
Por grotesco que pueda parecer, ya que, en realidad, no
existe analogía ninguna, quiero mencionar, a título de ejemplo sobre un plano
inferior, la actividad de un perro policía, que también es utilizado para
aclarar delitos. En lo que respecta a dicho perro policía, es evidente que su
amo tendrá que estar perfectamente compenetrado con la forma de actuar del
animal y que habrá de colaborar estrechamente con él, siendo preciso incluso
una gran actividad, como muy bien saben los expertos. Basta situar esa
colaboración en un plano mucho más noble, para darse idea del trabajo en común
que debe existir entre el clarividente y el investigador, con vistas a la
aclaración de un delito.
También aquí es menester que el que dirige las
investigaciones participe activamente, combine, observe y asuma la mayor parte
del trabajo; mientras que la actividad del clarividente queda reducida
simplemente a la de un auxiliar pasivo. Es preciso que todo juez estudie
intensamente esa actividad antes de ocuparse de tales cuestiones. Esos estudios
son mucho más complejos que los de derecho.
* * *
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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