viernes, 23 de diciembre de 2022

55. CLASES DE CLARIVIDENCIA

 

55. CLASES DE CLARIVIDENCIA

DURANTE LARGO TIEMPO he vacilado en dar contestación a las diversas preguntas referentes a la clarividencia, pues todo el que haya leído como es debido mi Mensaje del Grial tiene que estar perfectamente informado de la cuestión. Naturalmente, a condición de que no lo haya leído como una lectura cualquiera, para pasar el tiempo, o con prejuicios, sino que haya profundizado seriamente considerando la importancia de cada frase y esforzándose en descubrir el verdadero sentido de la misma y su absoluta pertenencia al conjunto del mensaje, tal como se ha pretendido desde un principio.

Es preciso que el espíritu se mantenga despierto. Los hombres superficiales quedan, pues, automáticamente descartados.

Ya he repetido varias veces, que una especie sólo puede ser reconocida por otra especie afín. Al hablar de “especies” me refiero, naturalmente, a los diferentes planos de la creación.

Considerándola de abajo a arriba, hallamos, en primer lugar, la materialidad física; viene luego la materialidad etérea, a continuación la sustancialidad y, por último, la espiritualidad. Cada una de esas especies consta, a su vez, de numerosas subdivisiones, de suerte que existe el inminente peligro de confundir la sutil materialidad física con la densa materialidad etérea. Las transiciones son completamente imperceptibles, pero la actividad y los acontecimientos que tienen lugar en cada una no están íntimamente unidos, sino que sólo engranan entre sí.

En cada una de esas subdivisiones se manifiesta una vida de distinta naturaleza. Ahora bien, el hombre posee una envoltura de la misma especie que la de cada uno de los planos de la creación situados por debajo de la espiritualidad. Su núcleo propiamente dicho es espiritual. Cada una de esas envolturas equivale a un cuerpo. Así, pues, el hombre es un núcleo espiritual que va adquiriendo la forma humana a medida que va siendo consciente de sí mismo; y esa forma humana va idealizándose más y más en el curso del progresivo desarrollo hacia la Luz, hasta obtener la belleza más perfecta; mientras que si la evolución es regresiva, su transformación tendrá lugar en sentido completamente opuesto, llegando a las deformaciones más grotescas. A fin de evitar errores, quiero puntualizar especialmente que la envoltura física o cuerpo no sigue el ritmo de esa evolución, pues no dispone más que de breve tiempo para actuar, por lo que sólo puede quedar sometido a mínimas modificaciones en el plano físico-terrenal. Por consiguiente, un hombre terrenal exteriormente hermoso puede ser malo interiormente, y viceversa.

El hombre situado en la Tierra, es decir, en la materialidad física, lleva al mismo tiempo envolturas propias de todos los planos de la creación. Cada una de esas envolturas o cuerpos correspondientes a las distintas especies posee también sus propios órganos sensorios. Por ejemplo, los órganos físicos no pueden tener actividad más que en el plano afín, o sea, en la materialidad física. Una evolución más refinada en este dominio puede hacer posible, en el caso más favorable, la percepción hasta un cierto grado de la materia física sutil.

Esta materia física sutil es designada con el nombre de “astral” por los hombres que se ocupan de estas cuestiones, un concepto que ni siquiera es perfectamente conocido por quienes le han dado esa denominación, y mucho menos por aquellos que la repiten.

Utilizo ese término porque ya es conocido. De todos modos, ese nombre sólo designa, como suele suceder en todas las investigaciones del ocultismo, una especie de concepto global de todo lo que se sabe o se supone que existe, pero que aún no se comprende del todo ni, mucho menos, puede ser explicado.

Todo el pretendido saber establecido hasta ahora por los ocultistas no es otra cosa que un inmenso laberinto de ignorancia erigido por ellos, un montón de presuntuosas hipótesis propias del pensamiento intelectual, insuficiente para estas cuestiones. A pesar de todo, insisto en emplear la denominación “astral”, tan extendida en nuestros días. Pero lo que los hombres entienden y designan por “astral” no pertenece siquiera a la materialidad etérea, sino solamente al plano de la materialidad física sutil.

Los investigadores, poseídos de un humano engreimiento, no han conseguido llegar en sus investigaciones más allá de la materialidad física. Al contrario• han quedado detenidos en el plano más bajo de la creación posterior. ¡Y para eso hacen tanto ruido empleando los extranjerismos “más altisonantes”! Ni siquiera pueden ver con los ojos etéreos, sino únicamente mediante sensaciones transitorias entre éstos y los ojos físicos. Podría hablarse de una percepción transitoria o semipercepción.

Cuando un ser humano se desprende de su cuerpo físico mediante la muerte terrenal, se desprende también, naturalmente, de los órganos sensorios físicos, pues éstos sólo pertenecen a la envoltura en cuestión. Así, pues, la muerte terrenal no es otra cosa que despojarse de la envoltura exterior o corteza que permitía ver y actuar en la materialidad física. Inmediatamente después de quedar despojado de esa envoltura, el hombre se encuentra en el llamado otro mundo, o mejor dicho, en el plano de la materialidad etérea, y allí no podrá valerse tampoco más que de los órganos sensorios propios de la corteza más externa: su cuerpo etéreo. Por lo tanto, verá con los ojos etéreos, oirá con los oídos etéreos, etc.

Como es natural, al entrar en la materialidad etérea, el espíritu humano tendrá que aprender a valerse de los órganos sensorios propios de la envoltura etérea obligada de repente a entrar en funciones, tal como tuvo que hacer en aquel entonces con los órganos del cuerpo terrenal durante su estancia en la materialidad física. Dado que la nueva materialidad no es tan densa, el aprendizaje del adecuado empleo de los órganos tiene lugar también con más rapidez, de manera más fácil. Lo mismo sucede en cada plano siguiente.

Para facilitar esa adaptación en los diferentes planos, se ha dado la percepción transitoria o semipercepción de los planos intermedios.

Mediante una cierta tensión provocada por extraordinarias disposiciones del cuerpo, los ojos físicos pueden presentir y entrever el plano de transición entre la materialidad física y la etérea. Del mismo modo, en el estado inicial de su actividad en la materialidad etérea, los ojos etéreos pueden mirar retrospectivamente y semipercibir el mismo plano donde la materia física sutil se da la mano con la materia etérea más densa.

Esa semipercepción da al espíritu humano una cierta seguridad durante su paso de un plano a otro, de manera que nunca se sentirá perdido del todo. Otro tanto sucede en cada límite de separación de dos planos cualesquiera. Radiaciones de energía procedentes de la sustancialidad cuidan de que esos dos planos de naturaleza distinta, que nunca pueden fusionarse, se mantengan en contacto mutuo y de que no se abra entre ellos un abismo infranqueable. Esas radiaciones establecen y mantienen la unión mediante una especie de fuerza de atracción magnética.

Después de haber recorrido las diversas subdivisiones de la materialidad etérea y una vez despojado del cuerpo etéreo, el ser humano entra en la sustancialidad. Entonces, el cuerpo sustancial será su envoltura más externa, no pudiendo oír y ver más con los oídos y ojos propios de ese cuerpo, hasta que, habiéndose desprendido de esa envoltura sustancial, pueda entrar en el reino del espíritu. Sólo entonces será una personalidad individual, y desprovisto de toda envoltura, habrá de ver, oír, hablar, etc. con sus órganos espirituales. Su ropaje y todo lo que se encuentre a su alrededor también serán de naturaleza sustancial-espiritual.

Los lectores deben reflexionar profundamente sobre mis indicaciones, a fin de obtener una idea exacta de todo.

Las materializaciones de personas fallecidas no son otra cosa que procesos en que, valiéndose de un médium, los difuntos que poseen un cuerpo etéreo se rodean, además, de una envoltura física sutil. Esta es la única excepción en que los hombres terrenales actuales pueden contemplar claramente, con sus ojos físicos, la materialidad física sutil, y percibirla también con los demás sentidos físicos; pues, debido a las extraordinarias irradiaciones de la sangre del médium, tiene lugar una unión particularmente intensa, lo que da como resultado una condensación de la materia física sutil. Pueden verla y sentirla por el hecho de que, a pesar de toda su sutilidad, continúa siendo de la misma especie que sus órganos sensorios, es decir, sigue siendo materia física.

Por lo tanto, el hombre debe tener presente que la materia física no puede ser “percibida” más que con lo físico, la materia etérea con lo etéreo, la sustancialidad con lo sustancial, y la espiritualidad con lo espiritual. No existe ahí mezcla de ninguna clase. En cuanto a la “sustancialidad” que acabamos de mencionar, constituye de por sí una especie muy particular. La sustancialidad divina y la sustancialidad espiritual son también de naturaleza completamente distinta.

Pero pasa una cosa: un hombre terrenal puede ver con sus ojos físicos y, durante la misma existencia terrenal, entreabrir sus ojos etéreos, aunque nada más sea temporalmente. Esto no significa que suceda simultáneamente, sino sucesivamente. Al mirar con los ojos etéreos, los ojos físicos permanecen cerrados por completo o parcialmente, y viceversa. Nunca será capaz de percibir claramente lo etéreo con los ojos físicos, ni lo físico con los ojos etéreos. Eso es imposible.

Afirmaciones en contra no pueden basarse más que en errores derivados del desconocimiento de las leyes de la creación. Son espejismos que sufren los hombres cuando pretenden apreciar cosas etéreas con sus ojos físicos, o cosas espirituales con los ojos etéreos.

Quien someta esto a profunda reflexión e intente hacerse una clara idea de todo ello, se dará cuenta del indescriptible desconcierto que necesariamente tiene que reinar hoy día en todos los juicios emitidos sobre la clarividencia en sus distintas clases. Se percatará de que resulta de todo punto imposible obtener datos concretos sobre el particular, mientras no sean dadas a conocer las leyes que rigen en ese terreno, lo cual no puede conseguirse mediante inspiraciones o manifestaciones en las sesiones espiritistas, pues los mismos seres del más allá que hacen tales inspiraciones o se manifiestan, tampoco poseen una visión de conjunto, sino que cada uno tiene que moverse dentro de los límites impuestos por el correspondiente estado de madurez.

Un orden verdadero en las explicaciones correspondientes a la maravillosa trama de la creación posterior no puede ser establecido más que a partir de un conocimiento general de todo el conjunto. De otro modo resulta imposible. Pero los hombres, dado su notorio y enfermizo afán de querer saberlo todo, no quieren reconocerlo así y rechazan hostilmente todo consejo desde un principio.

Prefieren seguir orgullosos y ufanos en su lamentable búsqueda, y, precisamente por eso, nunca pueden llegar a un acuerdo o a un resultado positivo. Si, por una sola vez, dieran prueba de su grandeza sobreponiéndose a su presunción y aceptando sin prejuicios y con verdadera sinceridad la explicación del universo dada en el Mensaje del Grial, si lo estudiaran dejando a un lado su pretensión de saberlo todo por sí mismos, pronto se abrirían ante ellos perspectivas que, en lógica sucesión, irían aclarando todos los incomprendidos acontecimientos y allanarían impetuosamente los caminos que conducen a horizontes desconocidos hasta ahora.

Pero ya es sabido que la terquedad no es precisamente más que uno de los signos más irrefutables de la verdadera necedad y cortedad de entendimiento. Esos hombres no se dan cuenta de que, obrando así, se imprimen el sello de una absoluta nulidad, el cual será causa de su próxima eliminación, ya que quedará como marcado a fuego y no podrá ser ni disimulado ni negado.

Para poder enjuiciar una cierta clarividencia, sería preciso, como base fundamental, saber con qué ojos mira el clarividente en cuestión, es decir, a qué plano pertenece su percepción y qué grado de desarrollo ha alcanzado su facultad. Sólo entonces sería posible sacar las consecuencias pertinentes. A tal fin, el encargado de hacer esas investigaciones tendría que poseer un conocimiento completo de cada uno de los escalones de las distintas especies, así como también de los múltiples efectos y actividades que tienen lugar en ellas. Y ese es precisamente el mal de nuestro tiempo: esos tales son los que pretenden ser competentes en cosas de las que no entienden absolutamente nada.

Es lamentable leer ese diluvio de publicaciones, folletos y libros que tratan de toda clase de observaciones y experimentos propios del ocultismo y que van acompañados de comentarios más o menos ilógicos y sin fundamento. En la mayor parte de los casos, esos comentarios llevan impreso el sello de un presuntuoso saber; pues no sólo se apartan considerablemente de la realidad, sino que, en general, incluso afirman lo contrario. Y cuán estrepitoso es el hostil bramido de ese ejército de pretendidos inteligentes, cuando, siguiendo un orden simple por demás, se les expone la verdadera estructura de la poscreación — susceptible de ser comprobada fácilmente — sin cuyo conocimiento exacto nunca podrán comprender nada. No hagamos aquí mención ninguna de la creación originaria.

El que quiera juzgar o, incluso, condenar a los clarividentes, deberá conocer toda la creación, pero conocerla verdaderamente. Si ese no es el caso, mejor será permanecer callado. Del mismo modo, el apasionado defensor de las realidades de la clarividencia debe abstenerse de hacer afirmaciones que no estén fundamentadas en un exacto conocimiento de la creación.

Son tantos los perniciosos errores que se han extendido respecto a los acontecimientos desarrollados fuera de la materialidad física, que ya va siendo hora de restablecer definitivamente el orden y de implantar una legislación.

Por suerte, ya no está lejana la época en que se efectuará una limpieza a fondo de estos terrenos ocultos, en sí tan dignos de ser tomados en serio, eliminando de ellos todas esas ridículas figuras que, como es sabido, son las que más gritan y las más importunas con sus teorías. Pero, por desgracia, precisamente el comportamiento de esos charlatanes ya ha inducido a error a muchos buscadores. Cierto que esos tales no pueden eximirse de la responsabilidad que, con terrible violencia, caerá sobre ellos por haber abordado tan a la ligera las cuestiones más serias, pero eso no servirá de gran ayuda para los que se hayan dejado seducir y engañar, porque también ellos habrán de sufrir los daños derivados del hecho de haberse dejado arrastrar tan fácilmente por falsos puntos de vista.

En general, puede afirmarse, sin más, que, precisamente en el dominio del ocultismo, la expresión “charlatanear” es, por el momento, equivalente a “investigar”, de donde se deduce que la mayoría de los investigadores no son más que charlatanes.

Por consiguiente, en el campo de la clarividencia existe una percepción de la materialidad física sutil, otra de la materialidad etérea, y una tercera de la sustancialidad, y siempre mediante los ojos afines a los respectivos planos. Pero la percepción espiritual queda excluida en el hombre, pues el indicado para ello tendría que ser un escogido especial que poseyera, durante cierto tiempo, el privilegio de poder abrir sus ojos espirituales en el curso de su existencia terrenal.

Pero entre esos privilegiados no se encuentran los numerosos clarividentes de hoy día. La mayoría de ellos no son capaces de ver más que uno de los diferentes escalones de la materialidad etérea, y, con el tiempo, tal vez lleguen a ver algunos más. Así, pues, sus ojos etéreos están abiertos. Pero muy raramente sucederá que también los ojos del cuerpo sustancial puedan ver.

Por tanto, si en especiales circunstancias terrenales, tales como una investigación criminal o cosas semejantes, se quiere recurrir a un clarividente con el fin de aclarar los hechos, el interesado debe tener presente lo siguiente: el clarividente ve con sus ojos etéreos; por lo tanto, no puede ver el suceso físico tal como se ha efectuado realmente. Por otro lado, todo acontecimiento físico va acompañado, al mismo tiempo, de fenómenos etéreos que o bien son afines con él, o se le asemejan por lo menos.

Según esto, al tratar de reconstruir un crimen, el clarividente percibirá esos fenómenos etéreos que han tenido lugar al mismo tiempo, pero no percibirá el suceso físico propiamente dicho, que es lo único decisivo para la Justicia, de acuerdo con las leyes terrenales establecidas actualmente. Ahora bien, algunos detalles de esos eventos etéreos pueden desviarse más o menos del suceso físico. Resultará, pues, equivocado apresurarse a hablar de un fracaso del clarividente o de un error de percepción.

Sigamos tratando el caso de un crimen o un robo. El clarividente consultado a tal efecto percibirá en parte astralmente, y en parte etéreamente. Desde el punto de vista astral, es decir, sobre el plano de la materialidad física sutil, verá el lugar de la acción, mientras que el acto propiamente dicho será percibido etéreamente. A esto hay que añadir, además, la posibilidad de percibir formas mentales nacidas de los pensamientos del asesino, de la víctima, o del ladrón. La correspondiente selección de los datos obtenidos corre a cuenta del que dirige las investigaciones. Sólo así se llegará a un resultado exacto. Pero un investigador tan competente no existe por ahora.

Por grotesco que pueda parecer, ya que, en realidad, no existe analogía ninguna, quiero mencionar, a título de ejemplo sobre un plano inferior, la actividad de un perro policía, que también es utilizado para aclarar delitos. En lo que respecta a dicho perro policía, es evidente que su amo tendrá que estar perfectamente compenetrado con la forma de actuar del animal y que habrá de colaborar estrechamente con él, siendo preciso incluso una gran actividad, como muy bien saben los expertos. Basta situar esa colaboración en un plano mucho más noble, para darse idea del trabajo en común que debe existir entre el clarividente y el investigador, con vistas a la aclaración de un delito.

También aquí es menester que el que dirige las investigaciones participe activamente, combine, observe y asuma la mayor parte del trabajo; mientras que la actividad del clarividente queda reducida simplemente a la de un auxiliar pasivo. Es preciso que todo juez estudie intensamente esa actividad antes de ocuparse de tales cuestiones. Esos estudios son mucho más complejos que los de derecho.


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EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio


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