68. LA CRIATURA HUMANA
NUEVAS OLAS de indignación se levantan
de continuo y vierten su contenido sobre Estados y países, provocadas por mi
declaración de que la humanidad no lleva en sí nada divino. Esto prueba cuán
profundas raíces ha echado la vanidad en las almas humanas y cuán poco gustan
de separarse de ella, a pesar de que, de cuando en cuando, su sentimiento se
despierta advirtiendo de ello y haciéndoles reconocer que eso tiene que ser así
efectivamente.Pero esa obstinada resistencia no
modifica en nada la realidad de los hechos. Cuando los espíritus humanos,
después de grandes esfuerzos, lleguen al profundo convencimiento de que falta
en ellos todo vestigio de divinidad, se darán cuenta de que son aún más pequeños, más insignificantes de
lo que se imaginan.Por eso, quiero ir más lejos de
donde he llegado hasta ahora, y voy a desplegar algo más la creación, para
mostrar el plano al que pertenece el hombre. Apenas si es posible ya que el ser
humano inicie su ascensión sin antes conocer exactamente lo que él es y de lo que es capaz. Una vez que esté enterado de ello, sabrá también, por
fin, lo que debe hacer.Ahora bien, entre esto y lo que
él desea actualmente existe una gran diferencia…
¡y qué diferencia!Esto ya no inspira misericordia
al que le es dado ver con claridad. Entiendo por “ver” no la visión de un
vidente, sino la de un hombre de conocimientos. En la actualidad, en lugar de
compasión y misericordia, sólo puede surgir cólera.
Cólera y desprecio ante la monstruosa altanería frente a Dios, puesta de
manifiesto continuamente, cada día, cada hora, en el orgulloso comportamiento
de cientos de miles, en un orgullo que no alberga ni un hálito de sabiduría. No
merece la pena gastar ni una sola palabra a tal respecto.Lo que diga de aquí en adelante
irá dirigido a esos pocos que, poseídos de pura humildad, aún pueden alcanzar
un cierto conocimiento sin tener que ser quebrantados previamente, tal como
pronto tendrá lugar de acuerdo con las leyes divinas, a fin de dar acceso
definitivamente a la veraz Palabra y prepararle un terreno fértil.Toda obra mal hecha, vacía y
llena de palabrería, erigida por esos seudosabios terrenales, será reducida a
escombros junto con el terreno actual, completamente árido.Ya es hora también de que ese
torrente de palabras vacías, que es como un veneno para todo lo que aspira a
ascender, se desplome sobre sí mismo a causa de su total vaciedad.Apenas establecida por mí la
diferencia existente entre el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre, definiéndolos
como dos personalidades distintas, surgieron disertaciones que pretendían demostrar, por medio de complicados
razonamientos teológico-filosóficos, que eso no es así. Sin abordar
objetivamente mis indicaciones, se pretende mantener en pie a toda costa el antiguo error, incluso a
expensas de una lógica objetividad, según los confusos métodos de los dogmas
actuales. Se insiste obstinadamente en paisajes aislados de antiguas escrituras
excluyendo todo pensamiento personal y, por tanto, poniendo como tácita
condición que a los lectores y auditores no les sea dado igualmente ni pensar
ni, mucho menos, sentir nada; pues, si no, se pondría en evidencia rápidamente
que con todas esas palabras no se ha alegado prueba ninguna, ya que sigue siendo
imposible sacar una consecuencia lógica si se mira hacia atrás y hacia
adelante. Pero más evidente aún es la falta de relación entre esas muchas
palabras y la realidad de los hechos.El que llegue, por fin, a abrir
sus oídos y ojos estará obligado a reconocer sin más la futilidad de semejantes
“enseñanzas”. No se trata más que de un último intento de proseguir aferrados —
ya no se puede hablar de asirse — a un punto de apoyo mantenido hasta ahora,
que muy pronto dará pruebas de no ser nada.El único argumento lo constituyen
frases cuya exacta transmisión no puede ser demostrada; frases que, por el
contrario, muestran con toda evidencia que, al ser trasmitidas, su sentido tuvo
que quedar deformado por el cerebro humano, ya que no es posible incorporarlas
lógicamente en el orden universal. Ni una sola de ellas concuerda con los
sucesos cósmicos y con el sentimiento. Ahora bien, sólo allí donde todo se cierra según
un círculo completo, sin fantasías ni palabras ciegamente creídas, puede
explicarse exactamente todo
acontecimiento.¡Pero para qué molestarse, si el
hombre no quiere desembarazarse de
semejante testarudez! Dejemos tranquilamente, pues, que suceda lo que tiene que suceder dadas las
circunstancias actuales.Con indignación, vuelvo la
espalda a los creyentes y a todos cuantos, en su falsa humildad, no admiten la
simple Verdad nada más que por sabihondos, riéndose incluso de ella o
pretendiendo rectificarla de buena intención. Esos tales son precisamente los
que muy pronto se harán tan pequeños, pequeñísimos, y perderán todo punto de
apoyo, pues ya no podrá proporcionárselo ni la fe ni su saber. Nada les
impedirá recorrer el camino que ellos se obstinan en seguir, por el que nunca
más podrán regresar a la Vida. El derecho de elegir no se les ha denegado jamás.Los que me han seguido hasta aquí
saben que el hombre procede de la esfera más elevada de la creación: la
espiritualidad. El hombre terrenal, que se precia de ser grande, que no vacila
en hacer de menos a su Dios considerándole como lo más sublime de ese plano a que él pertenece, que a veces se atreve a renegar de Él o incluso a
blasfemar, no es, en realidad, ni siquiera lo que los más humildes — en el buen
sentido de la palabra — se imaginan ser. El hombre terrenal no es un ser creado, sino un ser evolucionado. Hay ahí una diferencia tan grande, que el ser
humano es incapaz de concebirla y nunca conseguirá abarcarla libremente en toda
su magnitud.Hermosas y muy bien acogidas por muchos son las palabras que
tantos maestros llevan siempre a flor de labios para aumentar el número de
adeptos. Pero esos ignorantes están convencidos verdaderamente de cuantos
errores propagan, y no saben cuán grandes son los daños que, con ello, causan a
la humanidad.La ascensión sólo puede derivarse de la certeza de poder contestar la
gran pregunta: “¿Qué soy yo?” Si esta
cuestión no es contestada a priori, sin miramientos de ninguna especie y de
manera que no deje lugar a dudas, la ascensión resultará extremadamente
difícil, pues los hombres no acceden
voluntariamente a una humillación semejante que les ayudaría a encontrar el
recto camino, el cual también puede ser recorrido por ellos efectivamente.
Todos los acontecimientos desarrollados hasta los tiempos actuales lo han
demostrado claramente.La misma humildad hizo a esos
hombres esclavos — lo que es tan equivocado como el orgullo — o bien éstos
trataron de conseguir lo que sobrepasaba el fin real de la misma y se pusieron
sobre un camino cuyo final nunca podía ser alcanzado, ya que la preparación del
espíritu era insuficiente. Por haber querido elevarse demasiado alto desde un
principio, se precipitan en un abismo que los aniquilará.Sólo los seres creados son imágenes de Dios. Son esas criaturas originarias
de la creación propiamente dicha, a partir de las cuales se ha formado todo lo
demás en evoluciones posteriores, y en cuyas manos está la suprema dirección de
todo lo espiritual. Son los seres ideales, prototipos eternos para todas las
generaciones humanas. El hombre terrenal, en cambio, no ha podido evolucionar
más que partiendo de esa perfecta creación y tratando de imitarla,
transformándose de germen espiritual insignificante e inconsciente, en una
personalidad consciente de si misma.Al alcanzar su perfección mediante la prosecución del recto camino
dentro de la creación, se convierte — sólo entonces — en una reproducción de
esas imágenes de Dios, pero sin llegar a ser jamás una imagen propiamente
dicha. Entre ésta y el hombre medio un inmenso abismo.Pero incluso partiendo de esas
verdaderas imágenes, el paso siguiente está aún muy lejos de llevar hasta Dios.
Por eso es que el hombre debe reconocer, por fin, lo mucho que le separa de la
majestad de la Divinidad, con la cual pretende compararse. El hombre terrenal
se imagina que, al completar su futura perfección, puede llegar a ser divino o,
por lo menos, a participar de la Divinidad, cuando lo cierto es que, aun
llegando al punto culminante de su ascensión, no puede pasar de ser una copia de una imagen de Dios. Sólo le está permitido llegar hasta el antepatio,
hasta la antesala de una Mansión del Grial: la máxima distinción a que puede
aspirar el espíritu humano.¡Desechad de una vez esa vanidad!
Sólo sirve para obstaculizar vuestra marcha y desviaros del camino luminoso.
Los seres del más allá que, en las sesiones espiritistas, pretenden daros
bienintencionadas enseñanzas, no están
debidamente enterados de estas cuestiones, pues a ellos mismos les falta el
conocimiento requerido. Se llenarían de júbilo si les fuera dado recibir
información sobre el particular. Tampoco cesarán sus lamentaciones en tanto no
reconozcan cuánto tiempo han perdido dedicándose obstinadamente a cosas
baladíes.Lo mismo que en el ámbito
espiritual, sucede también en la sustancialidad. En ésta, los líderes de todos
los Elementos son criaturas sustanciales
originarias. Todos los demás seres sustanciales, como las ondinas, los elfos,
los gnomos, los tritones, etc. no son
seres creados, sino que han surgido por evolución en el seno de la creación. Es
decir, partiendo de la sustancialidad en
calidad de gérmenes sustanciales inconscientes,
han ido evolucionando hasta convertirse en seres sustanciales conscientes,
tomando también, en el curso de ese desarrollo, forma humana, cosa que siempre
se efectúa simultáneamente con la adquisición de la consciencia. En la
sustancialidad existe la misma gradación que en el dominio espiritual.Las criaturas originarias de
entre los Elementos de la sustancialidad, al igual que las criaturas
originarias de la espiritualidad, toman, según la naturaleza de su actividad,
formas masculinas y femeninas. De aquí el concepto de dioses y diosas mantenido en la antigüedad, hecho este ya
mencionado en mi conferencia “Dioses – Olimpo – Walhalla”.¡Un soplo inmenso y único recorre
la creación y el universo!Que el auditor o lector de mis
conferencias profundice continuamente, que eche sondas y tienda puentes de una
conferencia a otra, así como también hacia el exterior, hacia los pequeños y
grandes acontecimientos universales. Sólo
así podrá comprender el Mensaje del Grial y descubrir, con el tiempo, que
constituye un Todo perfecto desprovisto de lagunas. En los eventos, el lector
descubrirá continuamente los rasgos fundamentales. Podrá explicar y seguir todo
sin tener que cambiar ni una sola frase. El que encuentre lagunas no habrá
comprendido del todo. Quien no se percate de la gran profundidad y de la
universalidad, es superficial y no ha intentado nunca penetrar vivamente en el
espíritu de la Verdad aquí aportada.Ese tal puede unirse a la
multitud de los que, en su
engreimiento y arrogancia, siguen el ancho camino en la creencia de poseer ya
el máximo de conocimientos. Esa pretendida sabiduría impide a semejantes
descarriados ver la vida contenida en lo dicho por otros, vida que todavía
falta en su ficticio saber. Miren adonde miren y oigan lo que oigan, siempre se
antepone su propia suficiencia respecto a lo que ellos creen tener firmemente
en sus manos.Más cuando lleguen a los límites
donde es desechado implacablemente todo lo que no es verdadero, todo lo
ficticio, reconocerán, al abrir su mano, que ésta no contiene nada capaz de posibilitar la prosecución del camino y,
por tanto, la entrada en el reino espiritual. Pero, entonces, será demasiado
tarde para volver a recorrer el camino; demasiado tarde para aceptar lo
desestimado y desdeñado. El tiempo resultará insuficiente para ello. La puerta
de acceso estará cerrada. La última posibilidad habrá sido desperdiciada.Mientras el hombre no sea tal como debe, en lugar de estar pendiente de lo que desea, no puede hablar
de verdadera humanidad. Ha de tener siempre presente que ha partido de la creación, pero no directamente de las
manos del Creador.“Todo eso son sofisterías. En el
fondo, es lo mismo sólo que expresado de otra manera”, dirán los pretenciosos y
negligentes, frutos podridos de esa humanidad; pues siempre serán incapaces de
apreciar la gran diferencia que existe entre una cosa y otra. Una vez más, se
dejan engañar por la simplicidad de las palabras.Sólo aquel que se mantenga vivo
interiormente no lo pasará por alto despreocupadamente, sino que se percatará
de las inconmensurables distancias y de las precisas delimitaciones.Si mostrara ahora mismo todas las gradaciones de la creación,
muchos de esos hombres que, hoy día, “se consideran” grandes, caerían al suelo
llenos de desesperación, al darse cuenta de la Verdad contenida en las palabras
y ante la evidencia de su propia insignificancia y nulidad. La expresión
“lombriz de tierra”, tan corrientemente usada, no viene mal para esas
“eminencias espirituales”, que todavía se vanaglorian de su sagacidad y que,
muy pronto, se convertirán en lo más bajo de toda la creación, a menos que no
figuren ya entre los réprobos.Tiempo es, pues, de ver al mundo
tal como es en realidad. No sin razón se hace distinción entre lo temporal y lo
espiritual en la vida terrenal. Sin
duda, estos conceptos han nacido del justo presentimiento de algunos hombres,
pues también reflejan fielmente las diferencias existentes en la creación entera.
También podemos dividir a la creación en Paraíso y universo: lo espiritual y lo
temporal. Tampoco ahí queda excluido lo espiritual de lo temporal, pero sí lo
temporal de lo espiritual.Llamemos al universo:
materialidad, la cual también está animada por las pulsaciones de la
espiritualidad, es decir, del reino espiritual de la creación: el Paraíso, del
que está excluido todo lo material. Así, pues, existe un paraíso y un universo,
es decir, espiritualidad y materialidad, o, lo que es igual, creación primera y
evolución, que también puede denominarse: formación posterior autoactiva. La
creación propiamente dicha está constituida solamente por el Paraíso: el actual
reino espiritual. Todo lo demás es producto
de la evolución, ya no ha sido creado. Y esos productos de la evolución constituyen lo que se llama universo. El universo es efímero. Se
desarrolla bajo la influencia de las corrientes emanadas de la creación, tiende
a asemejarse a ésta y es impulsado y sostenido por las corrientes espirituales.
Alcanza su madurez para volver a descomponerse por exceso de maduración. Lo
espiritual, sin embargo, no envejece con el universo, sino que se mantiene
eternamente joven o, expresado de otro modo, eternamente igual a sí mismo.Únicamente en el universo tienen cabida la culpa y el
castigo. Esto es debido a las deficiencias propias de la evolución posterior.
La culpabilidad, sea de la clase que sea, es completamente imposible en el
reino del espíritu.Para quien haya leído atentamente
mis conferencias, todo esto resultará absolutamente claro, pues sabe que
ninguno de cuantos elementos espirituales recorren el universo podrá regresar a
su origen mientras permanezca adherida a lo espiritual una sola partícula de naturaleza distinta,
procedente de la peregrinación. La partícula más pequeña hace imposible
traspasar uno de los límites de la espiritualidad. Esa partícula detiene al
espíritu, aun cuando éste haya conseguido llegar hasta el umbral. No puede
entrar si lleva consigo esa última partícula; pues, por su distinta y más baja
naturaleza, impide la entrada mientras se mantenga adherida a él.Mas en el instante preciso en que
tal partícula se desprenda y se hunda, el espíritu quedará completamente libre,
y adquirirá así la misma ligereza que es propia de la región más baja de la espiritualidad y que
constituye la ley en vigor dentro de ese plano, por lo que el espíritu en
cuestión no sólo podrá traspasar el umbral ante el que estaba detenido por la
última partícula, sino que se verá
obligado a hacerlo.Ya se puede considerar y
describir el proceso bajo cuantos aspectos se quiera: en el fondo, seguirá
siendo siempre exactamente el mismo, sean cuales fueren las palabras empleadas
para reproducirlo en forma de imágenes. Podría adornarlo con los relatos más fabulosos
y servirme de innumerables parábolas para hacerlo comprensible, pero el hecho
en sí es simple, sin complicación ninguna, provocado por la acción de las tres
leyes que tantas veces he mencionado.En definitiva, puede decirse
igualmente, con razón, que un pecado nunca puede surgir en el Paraíso: es
intangible para cualquier culpa. Por consiguiente, sólo lo creado posee valor
absoluto, si bien, más tarde, puede nacer la culpa dentro de lo evolucionado a
imagen de la creación, lo cual ha sido puesto a entera disposición del espíritu
humano, como campo de acción para su formación y vigorización. Esa culpa,
surgida a causa de la errónea voluntad de los indolentes espíritus humanos,
tendrá que ser eliminada mediante la expiación antes de que el espíritu pueda
regresar a su origen.Cuando, obedeciendo a un impulso
libremente elegido, gérmenes espirituales salen de la creación, o sea, del
Paraíso, para emprender un periplo a través del universo, puede decirse
metafóricamente que se trata de niños que se alejan de su país natal para
aprender y poder regresar plenamente maduros. La expresión tiene su
justificación tomándola en sentido metafórico.
Pero ha de quedar reducido todo a una metáfora, no debe ser trasformado en algo
personal, como se intenta en todas partes.Dado que es en el universo donde
el ser humano se carga de culpas, puesto que en la espiritualidad resulta
imposible, salta a la vista que tampoco podrá regresar a su patria, el reino
espiritual, antes de liberarse de las culpas que pesen sobre él. A tal
respecto, podría exponer miles de ejemplos, pero todos tendrían en común un sentido básico relativo al efecto de las
tres sencillas leyes fundamentales, ya expuestas repetidas veces por mí.A más de uno le resultará un
tanto extraño el que describa yo el proceso objetivamente,
porque lo metafórico halaga la vanidad y el egoísmo humanos. El hombre
prefiere seguir en su mundo imaginario, pues en él se escuchan cosas más
hermosas y uno parece ser mucho más de lo que es en realidad. De este modo,
incurre en la falta de querer ignorar la objetividad de esta explicación, da
rienda suelta a su imaginación, perdiendo así el camino y su apoyo, y se
indigna, tal vez hasta se escandaliza, cuando yo le muestro, con toda sencillez
y claridad, cómo es la creación y cuál
es el verdadero papel que él representa dentro de ella.Eso supone para él una transición
similar a la de un niño que, bajo las caricias de su madre o abuela, con ojos
refulgentes y mejillas encendidas por el entusiasmo, está escuchando
gozosamente cuentos maravillosos, y luego tiene que ver al mundo y a los
hombres tal como son en realidad. Cierto que esa realidad es muy distinta de
los hermosos cuentos, y sin embargo, en el fondo, al fijarse en ella más
detenidamente echando una mirada retrospectiva, se descubrirá que es muy
similar a dichos cuentos. El momento es duro, pero necesario, ya que, de otro
modo, el niño no podría seguir progresando y perecería, en medio de grandes
padecimientos, como un ser “ajeno al mundo”.Otro tanto sucede aquí. El que quiera
progresar tiene que decidirse a conocer la creación entera en toda su realidad. Ha de poner bien los pies
sobre el suelo, no debe dejarse arrebatar por sentimientos que, si bien pueden
ser convenientes para un niño irresponsable, no corresponden a un ser humano
cuya fuerza de voluntad atraviesa la creación fomentando o impidiendo su
evolución y, por tanto, elevando o aniquilando al hombre mismo.Las jóvenes que leen novelas
cuyos fantásticos relatos no contribuyen más que a velar la realidad de la vida,
pronto sufrirán amargas decepciones a causa de su exaltación, dándose el caso
frecuente de quedar destrozadas para toda su vida terrenal, presas fáciles de
una mixtificación sin escrúpulos a la que se acercaron confiadamente. No de
otro modo acontece en el proceso evolutivo de un espíritu humano en la
creación.¡Acabemos, pues, con todo ese simbolismo que el hombre nunca ha
sabido comprender por ser demasiado indolente para la seriedad de una justa
interpretación! Hora es, ya, de que caigan los velos y de que el hombre vea
claramente de dónde viene, qué deberes le impone su misión, y adónde ha de
regresar. Para eso precisa de un camino. Y
ese camino, claramente indicado en mi Mensaje del Grial, será descubierto si quiere verlo.La Palabra del Mensaje del Grial
es viva, de suerte que sólo a los hombres que llevan en el alma un anhelo
verdaderamente honrado les es dado encontrar sobreabundantemente. Todo lo demás
es repelido automáticamente por ella. Para los engreídos y los que sólo buscan
superficialmente, el Mensaje seguirá siendo un libro cerrado con siete sellos.Únicamente recibirá quien se abra de buen grado. Si, desde un
principio, aborda la lectura con espíritu justo y sincero, todo lo que busca le
dará como flor un maravilloso cumplimiento. Pero aquellos que no sean
completamente puros de corazón, serán rechazados por esa Palabra, o ésta
quedará oculta a las falsas miradas. ¡Esos tales no encontrarán absolutamente
nada!* * *
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
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