70. EL SENTIMIENTO
TODO SENTIMIENTO
forma inmediatamente una imagen. En esta formación de imágenes toma parte el
cerebelo, que debe ser, para el alma, el puente que conduce al dominio sobre el
cuerpo. Esa es la parte del cerebro
que os trasmite los sueños. Esa parte está siempre en contacto con el cerebro
anterior, el cual, por su actividad, engendra los pensamientos, más supeditados
al espacio y al tiempo, de los cuales se compone, en último término, el
intelecto.
¡Fijaos atentamente en el proceso! Así podréis distinguir
netamente si es el sentimiento quien os habla por medio del espíritu, o la
sensación por el intelecto.
La actividad del espíritu humano provoca el nacimiento del
sentimiento en el plexo solar e impresiona al mismo tiempo al cerebelo. Es,
pues, una manifestación del espíritu,
una onda de energía que emana de él. Como
es natural, esa onda es sentida por el hombre allí donde el espíritu, situado
dentro del alma, se mantiene unido al cuerpo: en el centro del llamado plexo
solar, que transmite ese impulso al cerebelo impresionándolo.
Como si se tratase de una placa fotográfica, ese cerebelo
reproduce inmediatamente, según la naturaleza específica de las diversas
impresiones, la imagen del evento que el espíritu ha querido o ha formado por
la poderosa fuerza de su voluntad. ¡Una
imagen sin palabras! Entonces, el cerebro anterior capta esa imagen y trata
de describirla con palabras, lo que exige una previa concepción de pensamientos
que, más tarde, encuentran expresión en el
lenguaje.
El proceso en sí es realmente muy simple. Voy a repetirlo:
el espíritu, con ayuda del plexo solar, impresiona al puente puesto a su
disposición, esto es, imprime un determinado acto volitivo, en forma de ondas
de energía, sobre el instrumento que se le ha dado para tal fin: el cerebelo,
el cual trasmite inmediatamente lo captado al cerebro anterior. En esa
transmisión, ya ha tenido lugar una pequeña modificación por efecto de la
condensación, puesto que el cerebelo añade su propia naturaleza.
Los instrumentos del cuerpo humano, puestos a disposición
del espíritu para servirse de ellos, funcionan como los entrelazados eslabones
de una cadena. Pero su actividad se reduce solamente
a formar, no pudiendo actuar de otro modo. Dan forma a todo lo que se les
trasmite, de acuerdo con la peculiar naturaleza que les es propia. De este
modo, el cerebro anterior también capta la imagen trasmitida por el cerebelo,
la comprime por primera vez conforme a su naturaleza ligeramente más densa, la
reduce a los estrechos límites del espacio y del tiempo, y, una vez condensada,
la impone en el mundo etéreo de las formas mentales, ya más palpable.
A continuación, engendra palabras y frases, que penetran en
la materialidad física sutil a través de los órganos del lenguaje y bajo la
forma de ondas sonoras, para volver a surtir allí un nuevo efecto que trae
consigo la propagación de tales ondas.
La palabra articulada es, pues, un efecto producido por las
imágenes con ayuda del cerebro anterior. Ahora bien, éste también puede variar
la dirección del efecto y orientarla hacia los órganos motores, en lugar de
hacerlo hacia los órganos del lenguaje, por lo que, en vez de palabras, nace la
escritura o la acción.
Ese es el curso normal de la actividad del espíritu humano
en la materialidad física conforme a los deseos del Creador.
He ahí el recto camino
que habría de aportar una saludable evolución posterior en la creación, con lo
que un extravío de la humanidad resultaría absolutamente imposible.
Sin embargo, el hombre se salió voluntariamente de esa
trayectoria prescrita por la misma constitución de su cuerpo. Obstinadamente,
se interpuso en la marcha normal de la cadena de sus instrumentos, haciendo del
intelecto su ídolo. De este modo, concentró unilateralmente toda su energía en
un punto único: el desarrollo del intelecto.
Su
promotor, el cerebro anterior, hubo de realizar un esfuerzo desproporcionado en
relación con los demás instrumentos colaboradores.
Como es lógico, eso no quedó sin consecuencias. El trabajo
en común de todos los órganos fue desequilibrado y obstaculizado, y con ello,
toda evolución real. La excesiva tensión a que fue sometido exclusivamente el cerebro anterior en el
transcurso de milenios, trajo consigo un desarrollo del mismo que sobrepasaba
con mucho el alcanzado por los demás órganos.
La consecuencia fue una reducción de la actividad de las
partes descuidadas, las cuales, al ser empleadas muy escasamente, tuvieron que
atrofiarse cada vez más. Una de ellas, la primera de todas, fue el cerebelo, el
instrumento del espíritu. Se infiere de ahí que la actividad del espíritu
humano propiamente dicho no sólo quedó fuertemente obstaculizada, sino también
absolutamente interrumpida, eliminada. La posibilidad de mantener relaciones
normales con el cerebro anterior, por medio del puente del cerebelo, quedó
suprimida, al mismo tiempo que se cortó toda comunicación directa entre el
espíritu humano y el cerebro anterior, pues la constitución de éste no se
prestaba para ello en modo alguno. El cerebro anterior depende absolutamente de
la íntegra actividad del cerebelo, de cuya continuación
él es el encargado según la Voluntad de Dios. Sólo así puede ejercer
debidamente las funciones que le corresponden.
Para captar las vibraciones del espíritu, es imprescindible
la naturaleza del cerebelo. Este no puede ser descartado en ningún caso, pues
el cerebro anterior tiene como misión preparar el tránsito a la materialidad
física sutil, y es, por tanto, de una constitución mucho más densa.
El unilateral desarrollo del cerebro anterior constituyó,
en efecto, el pecado original del hombre terrenal contra Dios o, dicho más
claramente, contra las leyes divinas, que aparecen tanto en la debida
distribución de todos los órganos corporales, como en la creación entera.
El mantenimiento de la debida distribución habría
constituido también, para el espíritu humano, el camino justo y directo de la
ascensión. Pero el hombre, en su orgullosa vanidad, manipuló en las mallas de
la saludable actividad, separó una parte de las mismas, y la cultivó con
particular esmero, desatendiendo por completo al resto. Esto tuvo que ocasionar desequilibrio y
estagnación; y cuando el curso de los acontecimientos naturales es perturbado
de tal modo, las consecuencias inmediatas e ineludibles han de ser la
enfermedad y el fracaso, a lo que seguirá, en último término, un inextricable
caos y el hundimiento total.
Pero en este caso no sólo entra en consideración el cuerpo,
sino también, ante todo, el espíritu. Por esa intrusión del desigual desarrollo
de ambos cerebros, el cerebro posterior fue atrofiándose en el curso de milenios,
a causa del abandono en que quedó sumido, con lo que también se entorpeció la
actividad del espíritu. Esa falta se convirtió en pecado original porque el exagerado desarrollo unilateral del
cerebro anterior ya es trasmitido a cada niño como una herencia física, con lo
que el despertar y el fortalecimiento espirituales están increíblemente
dificultados desde el principio, ya que el indispensable puente del cerebelo no
resulta fácil de franquear y, en muchos casos, está incluso cortado.
El hombre no puede imaginarse siquiera la flagrante ironía
acusadora que reside en los términos “cerebro” y “cerebelo” por él creados. Es
imposible formular una acusación más terrible contra su intrusión en las
disposiciones divinas. Con esos términos, el hombre expresa exactamente lo peor
de su culpa terrenal, puesto que, con criminal obstinación, ha mutilado el
delicado instrumento del cuerpo físico — que debía servirle de ayuda en la
Tierra — hasta el extremo de que, no sólo ya no puede servirle como el Creador
había dispuesto, sino que le conducirá fatalmente
a la sima de la perdición. Ha incurrido en una falta mucho más grave que la
cometida por los bebedores empedernidos o aquellos que arruinan su cuerpo bajo
la esclavitud de sus pasiones.
¡Y todavía tienen la desfachatez de exigir que Dios se les
revele de tal modo que puedan
comprenderle también con el organismo de su cuerpo, deliberadamente deformado!
¡Encima de impetrar semejante crimen, vienen con esa exigencia!
Si hubiera seguido la evolución natural y no hubiera metido
sus criminales manos en la obra de Dios, el ser humano habría podido subir, sin
dificultad y lleno de gozo, la escala que conduce a las alturas luminosas.
El hombre del futuro poseerá cerebros normales, que,
trabajando equilibradamente, se apoyarán mutuamente en completa armonía. El
cerebro posterior, llamado cerebelo por estar atrofiado, se fortalecerá por el
ejercicio de la actividad que le corresponde, y llegará a guardar la debida
proporción con el cerebro anterior. Entonces, se restablecerá nuevamente la
armonía, y toda contracción, todo lo malsano, desaparecerá.
Pero continuemos exponiendo las demás consecuencias de esa equivocada forma de vivir mantenida
hasta nuestros días:
Actualmente, el cerebelo, demasiado pequeño en proporción,
también dificulta, al buscador verdaderamente sincero, la facultad de discernir
lo que es auténtico sentimiento y lo que es mera sensación en él. Ya dije
anteriormente que la sensación es producto del cerebro anterior, cuyos
pensamientos influyen en los nervios del cuerpo, los cuales, por reflejo,
obligan al cerebro anterior a excitar la llamada imaginación.
La imaginación es el compendio de imágenes generadas por el
cerebro anterior. Estas imágenes no tienen ni comparación con las formadas por
el cerebelo bajo la presión del espíritu. He ahí la diferencia entre las
manifestaciones del sentimiento, consecuencia de la actividad del espíritu, y
los efectos de la sensación, provocada por los nervios del cuerpo. En ambos
casos se forman imágenes difíciles o casi imposibles de diferenciar por los no
entendidos, a pesar de la enorme disparidad que existe entre ellas. Las
imágenes propias del sentimiento son auténticas y llevan fuerza vital dentro de
sí, mientras que las nacidas de la sensación, esto es, de la imaginación, son
ficciones sin fuerza propia.
Pero el discernimiento resulta fácil para quien conoce el proceso
evolutivo de toda la creación y se observa a sí mismo detenidamente.
En el caso de las imágenes propias del sentimiento, nacidas
de la actividad del cerebelo como puente del espíritu, la imagen se forma directa e inmediatamente, luego se
transforma en pensamientos, y éstos influyen después en la vida sensitiva del
cuerpo.
En cambio, en el caso de las imágenes engendradas por el
cerebro anterior, sucede a la inversa: allí, los pensamientos han de preceder a las imágenes para servirles
de base. Pero todo esto se verifica tan rápidamente, que ambos procesos parecen
ser uno solo. Sin embargo, con cierta práctica en observar, el hombre puede conseguir, muy pronto, saber con
exactitud de qué proceso se trata.
Otra consecuencia del pecado original es lo confuso de los
sueños. A eso se debe que, en la actualidad, los hombres ya no puedan dar a los
sueños el valor que verdaderamente
les corresponde. El cerebelo normal, influenciado por el espíritu, reproduciría
los sueños con claridad y sin complicaciones. Es decir, no serían propiamente sueños, sino experiencias vividas por el espíritu, las cuales serían captadas y
reproducidas por el cerebelo mientras el cerebro anterior estuviera adormecido.
Pero la descollante potencia que posee actualmente el cerebro anterior o diurno
ejerce, incluso durante el sueño, una influencia radiante sobre el sensible
cerebelo, el cual, dado su deficiente estado actual, capta las intensas
irradiaciones del cerebro anterior al mismo tiempo que las experiencias vividas
por el espíritu, de donde resulta una mezcolanza comparable a la doble
exposición de una placa fotográfica. De ahí la confusión que existe en los
sueños de la época actual.
La
mejor prueba de que eso es así la proporciona el hecho de que en los sueños
suelen intervenir también palabras y frases que no pueden provenir más que del cerebro anterior, pues sólo él forma palabras y frases, porque está más
estrechamente ligado al espacio y al tiempo.
Esa es la razón de que las advertencias y los consejos
espirituales ya no puedan tener acceso en el hombre — o sólo muy
deficientemente — a través del cerebelo, por lo que está expuesto a muchos más
peligros, susceptibles de ser evitados por las advertencias del espíritu.
Además de las ya expuestas, existen otras muchas
consecuencias que el hombre ha provocado por su intromisión en las
disposiciones divinas. En realidad, todos los males se han derivado
exclusivamente de esa contravención, tan evidente para cualquiera hoy día, la
cual no fue otra cosa que un fruto de la vanidad nacida a raíz de la aparición
de la mujer en la creación.
Por consiguiente, ¡despójese el hombre definitivamente de
las consecuencias del mal hereditario, si no quiere perderse!
Naturalmente que eso, lo mismo que todo, requiere un
esfuerzo. El hombre debe despertar de su placidez para llegar a ser, por fin,
lo que debía haber sido desde un principio: impulsor de la creación y mediador
entre la Luz y todas las criaturas.
* * *
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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