viernes, 23 de diciembre de 2022

70. EL SENTIMIENTO

 

70. EL SENTIMIENTO

TODO SENTIMIENTO forma inmediatamente una imagen. En esta formación de imágenes toma parte el cerebelo, que debe ser, para el alma, el puente que conduce al dominio sobre el cuerpo. Esa es la parte del cerebro que os trasmite los sueños. Esa parte está siempre en contacto con el cerebro anterior, el cual, por su actividad, engendra los pensamientos, más supeditados al espacio y al tiempo, de los cuales se compone, en último término, el intelecto.

¡Fijaos atentamente en el proceso! Así podréis distinguir netamente si es el sentimiento quien os habla por medio del espíritu, o la sensación por el intelecto.

La actividad del espíritu humano provoca el nacimiento del sentimiento en el plexo solar e impresiona al mismo tiempo al cerebelo. Es, pues, una manifestación del espíritu, una onda de energía que emana de él. Como es natural, esa onda es sentida por el hombre allí donde el espíritu, situado dentro del alma, se mantiene unido al cuerpo: en el centro del llamado plexo solar, que transmite ese impulso al cerebelo impresionándolo.

Como si se tratase de una placa fotográfica, ese cerebelo reproduce inmediatamente, según la naturaleza específica de las diversas impresiones, la imagen del evento que el espíritu ha querido o ha formado por la poderosa fuerza de su voluntad. ¡Una imagen sin palabras! Entonces, el cerebro anterior capta esa imagen y trata de describirla con palabras, lo que exige una previa concepción de pensamientos que, más tarde, encuentran expresión en el lenguaje.

El proceso en sí es realmente muy simple. Voy a repetirlo: el espíritu, con ayuda del plexo solar, impresiona al puente puesto a su disposición, esto es, imprime un determinado acto volitivo, en forma de ondas de energía, sobre el instrumento que se le ha dado para tal fin: el cerebelo, el cual trasmite inmediatamente lo captado al cerebro anterior. En esa transmisión, ya ha tenido lugar una pequeña modificación por efecto de la condensación, puesto que el cerebelo añade su propia naturaleza.

Los instrumentos del cuerpo humano, puestos a disposición del espíritu para servirse de ellos, funcionan como los entrelazados eslabones de una cadena. Pero su actividad se reduce solamente a formar, no pudiendo actuar de otro modo. Dan forma a todo lo que se les trasmite, de acuerdo con la peculiar naturaleza que les es propia. De este modo, el cerebro anterior también capta la imagen trasmitida por el cerebelo, la comprime por primera vez conforme a su naturaleza ligeramente más densa, la reduce a los estrechos límites del espacio y del tiempo, y, una vez condensada, la impone en el mundo etéreo de las formas mentales, ya más palpable.

A continuación, engendra palabras y frases, que penetran en la materialidad física sutil a través de los órganos del lenguaje y bajo la forma de ondas sonoras, para volver a surtir allí un nuevo efecto que trae consigo la propagación de tales ondas.

La palabra articulada es, pues, un efecto producido por las imágenes con ayuda del cerebro anterior. Ahora bien, éste también puede variar la dirección del efecto y orientarla hacia los órganos motores, en lugar de hacerlo hacia los órganos del lenguaje, por lo que, en vez de palabras, nace la escritura o la acción.

Ese es el curso normal de la actividad del espíritu humano en la materialidad física conforme a los deseos del Creador.

He ahí el recto camino que habría de aportar una saludable evolución posterior en la creación, con lo que un extravío de la humanidad resultaría absolutamente imposible.

Sin embargo, el hombre se salió voluntariamente de esa trayectoria prescrita por la misma constitución de su cuerpo. Obstinadamente, se interpuso en la marcha normal de la cadena de sus instrumentos, haciendo del intelecto su ídolo. De este modo, concentró unilateralmente toda su energía en un punto único: el desarrollo del intelecto.

Su promotor, el cerebro anterior, hubo de realizar un esfuerzo desproporcionado en relación con los demás instrumentos colaboradores.

Como es lógico, eso no quedó sin consecuencias. El trabajo en común de todos los órganos fue desequilibrado y obstaculizado, y con ello, toda evolución real. La excesiva tensión a que fue sometido exclusivamente el cerebro anterior en el transcurso de milenios, trajo consigo un desarrollo del mismo que sobrepasaba con mucho el alcanzado por los demás órganos.

La consecuencia fue una reducción de la actividad de las partes descuidadas, las cuales, al ser empleadas muy escasamente, tuvieron que atrofiarse cada vez más. Una de ellas, la primera de todas, fue el cerebelo, el instrumento del espíritu. Se infiere de ahí que la actividad del espíritu humano propiamente dicho no sólo quedó fuertemente obstaculizada, sino también absolutamente interrumpida, eliminada. La posibilidad de mantener relaciones normales con el cerebro anterior, por medio del puente del cerebelo, quedó suprimida, al mismo tiempo que se cortó toda comunicación directa entre el espíritu humano y el cerebro anterior, pues la constitución de éste no se prestaba para ello en modo alguno. El cerebro anterior depende absolutamente de la íntegra actividad del cerebelo, de cuya continuación él es el encargado según la Voluntad de Dios. Sólo así puede ejercer debidamente las funciones que le corresponden.

Para captar las vibraciones del espíritu, es imprescindible la naturaleza del cerebelo. Este no puede ser descartado en ningún caso, pues el cerebro anterior tiene como misión preparar el tránsito a la materialidad física sutil, y es, por tanto, de una constitución mucho más densa.

El unilateral desarrollo del cerebro anterior constituyó, en efecto, el pecado original del hombre terrenal contra Dios o, dicho más claramente, contra las leyes divinas, que aparecen tanto en la debida distribución de todos los órganos corporales, como en la creación entera.

El mantenimiento de la debida distribución habría constituido también, para el espíritu humano, el camino justo y directo de la ascensión. Pero el hombre, en su orgullosa vanidad, manipuló en las mallas de la saludable actividad, separó una parte de las mismas, y la cultivó con particular esmero, desatendiendo por completo al resto. Esto tuvo que ocasionar desequilibrio y estagnación; y cuando el curso de los acontecimientos naturales es perturbado de tal modo, las consecuencias inmediatas e ineludibles han de ser la enfermedad y el fracaso, a lo que seguirá, en último término, un inextricable caos y el hundimiento total.

Pero en este caso no sólo entra en consideración el cuerpo, sino también, ante todo, el espíritu. Por esa intrusión del desigual desarrollo de ambos cerebros, el cerebro posterior fue atrofiándose en el curso de milenios, a causa del abandono en que quedó sumido, con lo que también se entorpeció la actividad del espíritu. Esa falta se convirtió en pecado original porque el exagerado desarrollo unilateral del cerebro anterior ya es trasmitido a cada niño como una herencia física, con lo que el despertar y el fortalecimiento espirituales están increíblemente dificultados desde el principio, ya que el indispensable puente del cerebelo no resulta fácil de franquear y, en muchos casos, está incluso cortado.

El hombre no puede imaginarse siquiera la flagrante ironía acusadora que reside en los términos “cerebro” y “cerebelo” por él creados. Es imposible formular una acusación más terrible contra su intrusión en las disposiciones divinas. Con esos términos, el hombre expresa exactamente lo peor de su culpa terrenal, puesto que, con criminal obstinación, ha mutilado el delicado instrumento del cuerpo físico — que debía servirle de ayuda en la Tierra — hasta el extremo de que, no sólo ya no puede servirle como el Creador había dispuesto, sino que le conducirá fatalmente a la sima de la perdición. Ha incurrido en una falta mucho más grave que la cometida por los bebedores empedernidos o aquellos que arruinan su cuerpo bajo la esclavitud de sus pasiones.

¡Y todavía tienen la desfachatez de exigir que Dios se les revele de tal modo que puedan comprenderle también con el organismo de su cuerpo, deliberadamente deformado! ¡Encima de impetrar semejante crimen, vienen con esa exigencia!

Si hubiera seguido la evolución natural y no hubiera metido sus criminales manos en la obra de Dios, el ser humano habría podido subir, sin dificultad y lleno de gozo, la escala que conduce a las alturas luminosas.

El hombre del futuro poseerá cerebros normales, que, trabajando equilibradamente, se apoyarán mutuamente en completa armonía. El cerebro posterior, llamado cerebelo por estar atrofiado, se fortalecerá por el ejercicio de la actividad que le corresponde, y llegará a guardar la debida proporción con el cerebro anterior. Entonces, se restablecerá nuevamente la armonía, y toda contracción, todo lo malsano, desaparecerá.

Pero continuemos exponiendo las demás consecuencias de esa equivocada forma de vivir mantenida hasta nuestros días:

Actualmente, el cerebelo, demasiado pequeño en proporción, también dificulta, al buscador verdaderamente sincero, la facultad de discernir lo que es auténtico sentimiento y lo que es mera sensación en él. Ya dije anteriormente que la sensación es producto del cerebro anterior, cuyos pensamientos influyen en los nervios del cuerpo, los cuales, por reflejo, obligan al cerebro anterior a excitar la llamada imaginación.

La imaginación es el compendio de imágenes generadas por el cerebro anterior. Estas imágenes no tienen ni comparación con las formadas por el cerebelo bajo la presión del espíritu. He ahí la diferencia entre las manifestaciones del sentimiento, consecuencia de la actividad del espíritu, y los efectos de la sensación, provocada por los nervios del cuerpo. En ambos casos se forman imágenes difíciles o casi imposibles de diferenciar por los no entendidos, a pesar de la enorme disparidad que existe entre ellas. Las imágenes propias del sentimiento son auténticas y llevan fuerza vital dentro de sí, mientras que las nacidas de la sensación, esto es, de la imaginación, son ficciones sin fuerza propia.

Pero el discernimiento resulta fácil para quien conoce el proceso evolutivo de toda la creación y se observa a sí mismo detenidamente.

En el caso de las imágenes propias del sentimiento, nacidas de la actividad del cerebelo como puente del espíritu, la imagen se forma directa e inmediatamente, luego se transforma en pensamientos, y éstos influyen después en la vida sensitiva del cuerpo.

En cambio, en el caso de las imágenes engendradas por el cerebro anterior, sucede a la inversa: allí, los pensamientos han de preceder a las imágenes para servirles de base. Pero todo esto se verifica tan rápidamente, que ambos procesos parecen ser uno solo. Sin embargo, con cierta práctica en observar, el hombre puede conseguir, muy pronto, saber con exactitud de qué proceso se trata.

Otra consecuencia del pecado original es lo confuso de los sueños. A eso se debe que, en la actualidad, los hombres ya no puedan dar a los sueños el valor que verdaderamente les corresponde. El cerebelo normal, influenciado por el espíritu, reproduciría los sueños con claridad y sin complicaciones. Es decir, no serían propiamente sueños, sino experiencias vividas por el espíritu, las cuales serían captadas y reproducidas por el cerebelo mientras el cerebro anterior estuviera adormecido. Pero la descollante potencia que posee actualmente el cerebro anterior o diurno ejerce, incluso durante el sueño, una influencia radiante sobre el sensible cerebelo, el cual, dado su deficiente estado actual, capta las intensas irradiaciones del cerebro anterior al mismo tiempo que las experiencias vividas por el espíritu, de donde resulta una mezcolanza comparable a la doble exposición de una placa fotográfica. De ahí la confusión que existe en los sueños de la época actual.

La mejor prueba de que eso es así la proporciona el hecho de que en los sueños suelen intervenir también palabras y frases que no pueden provenir más que del cerebro anterior, pues sólo él forma palabras y frases, porque está más estrechamente ligado al espacio y al tiempo.

Esa es la razón de que las advertencias y los consejos espirituales ya no puedan tener acceso en el hombre — o sólo muy deficientemente — a través del cerebelo, por lo que está expuesto a muchos más peligros, susceptibles de ser evitados por las advertencias del espíritu.

Además de las ya expuestas, existen otras muchas consecuencias que el hombre ha provocado por su intromisión en las disposiciones divinas. En realidad, todos los males se han derivado exclusivamente de esa contravención, tan evidente para cualquiera hoy día, la cual no fue otra cosa que un fruto de la vanidad nacida a raíz de la aparición de la mujer en la creación.

Por consiguiente, ¡despójese el hombre definitivamente de las consecuencias del mal hereditario, si no quiere perderse!

Naturalmente que eso, lo mismo que todo, requiere un esfuerzo. El hombre debe despertar de su placidez para llegar a ser, por fin, lo que debía haber sido desde un principio: impulsor de la creación y mediador entre la Luz y todas las criaturas.

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EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio

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