45. ¡HE AQUÍ LO QUE TE ES PROVECHOSO!
¡POR
QUÉ, oh hombres, siempre queréis algo distinto de lo que os es realmente necesario y provechoso
espiritualmente! Como una grave epidemia se extiende esta singular manera de
ser, causando efectos destructores entre todos los buscadores.
Tendría muy poco interés que yo os preguntase sobre el
particular; pues no podéis dar ninguna razón admisible, aun cuando os toméis la
molestia de pensar en ello día y noche.
Observaros a vosotros mismos con toda calma; considerad las
cuestiones que adquieren vida en vosotros; seguid el curso de vuestros
pensamientos y ved adónde conduce: pronto os daréis cuenta de que, en su mayor
parte, siempre se trata de terrenos que nunca alcanzaréis, porque se hallan por
encima de vuestro origen y, por consiguiente, jamás podréis concebirlos.
Ahora bien, la facultad de comprender es la condición
fundamental de todo lo que debe seros provechoso.
Poned esto en claro en todos vuestros pensamientos, en
todas vuestras acciones, y obrad en consecuencia. Entonces, todo resultará más
fácil para vosotros. Ocuparos, pues, únicamente de lo que podéis concebir, es
decir, de lo que está anclado en el marco de vuestra existencia humana.
Cierto que el dominio en que podéis llegar a ser
conscientes como espíritus humanos está rigurosamente limitado en cuanto a la
altura luminosa; pero no por eso resulta pequeño. Os ofrece espacio para toda
la eternidad y, por tanto, campos de acción proporcionalmente grandes.
Lo único que no tiene
límites para vosotros es la posibilidad de evolución, que se manifiesta en el creciente perfeccionamiento de
vuestra actividad en ese campo de acción. Observad, pues, con toda atención, lo
que aquí os anuncio:
La evolución ascensional de vuestro perfeccionamiento en la
actividad espiritual es absolutamente
ilimitada, nunca llegará a su fin. Ahí podéis haceros más y más fuertes
constantemente, y, a medida que vayáis fortaleciéndoos, se irá ampliando
también, automáticamente, el campo de acción, con lo que encontraréis la paz,
la alegría, la felicidad y la bienaventuranza.
También de la bienaventuranza se han hecho todos los
hombres, hasta el presente, una falsa idea. Consiste en la radiante alegría del
trabajo bienhechor, y no en el perezoso holgar y disfrutar, ni tampoco en esa “dulce ociosidad” conque se suele encubrir
astutamente todo lo falso.
Por esa razón, suelo llamar al paraíso humano: “el reino
luminoso del gozoso trabajar”.
No de otro modo podrá
alcanzar el espíritu humano la bienaventuranza, si no es trabajando gozosamente
para la Luz. Sólo así se llegará a imponerle la corona de la vida eterna, que
le ofrecerá la garantía de poder cooperar eternamente
en el movimiento cíclico de la creación, sin peligro de caer en la
descomposición como una piedra inservible para la construcción.
Por tanto, a pesar de la generosa ofrenda de la posibilidad
de un continuo perfeccionamiento del espíritu, los hombres no podrán traspasar,
jamás, el marco del campo de acción de su existencia en la creación; no podrán
destruir, nunca, los rigurosos límites impuestos a la facultad humana de
adquirir la consciencia. En la simple incapacidad
de franquear esos límites reside, para ellos, la imposibilidad evidente de franquearlos, lo cual siempre se
manifiesta espontáneamente y actúa, por tanto, ineludiblemente.
El perfeccionamiento consiste en la continua
intensificación de las irradiaciones del espíritu, lo cual se traduce en una
fuerza efectiva proporcionalmente intensa.
A su
vez, el aumento de la intensidad luminosa del espíritu nace del esclarecimiento
y purificación del alma, cuando su voluntad para el bien tiende a las alturas.
En estas cosas, lo uno se desarrolla siempre como estricta consecuencia de lo
otro.
Si os ocupáis seria y exclusivamente
de lo bueno, todo lo demás vendrá por sí mismo. No es, pues, difícil en
absoluto. Pero vosotros siempre ponéis vuestra voluntad en alcanzar cosas que
exceden a vuestras posibilidades, con lo que no sólo os ponéis, desde un
principio, extremadamente difícil lo más sencillo, sino que, a menudo, lo
hacéis imposible de realizar.
Pensad que, en el creciente perfeccionamiento, la más
intensa irradiación de vuestro espíritu nunca podrá modificar la especie de éste, sino solamente su estado.
Por eso, no es posible en modo alguno traspasar el marco de
los límites de la consciencia humana, ya que esos límites están determinados
por el género, y no solamente por el
estado. Ahora bien, dentro de ese marco inmenso del género espiritual, ese
estado construye, también, límites parciales especialmente pequeños que pueden
ser franqueados al verificarse la modificación del estado.
Gigantescos son los espacios que comprende ese marco;
mundos que también resultan inmensos, para vosotros, en el plano espiritual, y
en los que podéis permanecer para toda la eternidad en una actividad sin fin.
Ocuparos de eso minuciosa
e intensamente y, así, seréis
felices. En mi Mensaje, os he dado a conocer con exactitud las cosas que se
relacionan con vosotros y aquellas a las que estáis atados. Os he dicho cómo
podéis actuar ahí mediante vuestros pensamientos y acciones, y qué debéis de alcanzar con ello.
Sin embargo, en lugar de entregaros — en el sentido más
exacto de la palabra — a lograr con toda seriedad cuantas cosas se os ofrecen,
para, de ese modo, ejercer, por fin, las funciones que cada individuo ha de
asumir en la creación, dirigís vuestros pensamientos, vuestras pesquisas y
deseos cada vez más lejos, hacia regiones que el espíritu humano nunca podrá
alcanzar conscientemente.
Por eso, le resulta imposible concebir realmente algo de
eso. Toda la actividad, todas las irradiaciones, todas las aspiraciones, toda
la vida propiamente dicha que existe en esas regiones seguirá siendo
eternamente incomprensible para el hombre, eternamente lejana. De ahí que no
pueda proporcionarle ningún beneficio, ponerse a cavilar en esas cuestiones. No
hace sino desperdiciar tiempo y energías, que le han sido ofrecidos para su
propia y necesaria evolución, y, al final, desaparecerá como algo inservible.
Hora es, pues, de que empleéis todas vuestras fuerzas en
ser activos en ese dominio que el Creador os
ha dado, a fin de que lo conduzcáis hasta la belleza más pura y hagáis de
él un paraíso semejante a un jardín de Dios, el cual no es sino una acción de
gracias hecha forma, que se remontará gozosamente hasta las gradas del trono de
Dios para expresar con hechos un humilde agradecimiento al Creador de todas las
cosas, por los copiosos dones recibidos.
¡Cuán insignificantes sois, oh hombres, y, sin embargo,
cuán descomedidamente exigentes y engreídos! Si quisierais moveros tan sólo un
poco, tal como es debido, vibrando
armoniosamente con las leyes
originarias de la creación, y no, como hasta ahora, oponiéndoos a ellas por
vuestra ignorancia — entonces, brotarían abundantes bendiciones adondequiera
que pusieseis vuestra mano y fuera cual fuese lo que os esforzarais en
emprender.
No podría ser de otro modo. Y con la misma inquebrantable
seguridad con que os deslizáis hacia la decadencia desde hace, ya, mucho
tiempo, os veríais encumbrados por la misma fuerza que conduce a la riqueza
espiritual y al bienestar material.
Pero es preciso que,
en primer lugar, conozcáis vuestra
patria en la creación, así como todo lo contenido en ella capaz de ayudaros y
de haceros progresar. Tenéis que saber cómo habéis de caminar y actuar en ella,
antes de que pueda iniciarse el florecimiento.
Intentad, ante todo, adaptaros terrenalmente, como es debido, a las vibraciones de las leyes
divinas — que nunca podréis eludir sin causaros a vosotros mismos y a vuestro
medio ambiente cuantiosos daños — y orientad, también, las vuestras en ese sentido, haciendo que surjan a raíz de esas
vibraciones. De ese modo, lograréis en seguida la paz y la felicidad que da
impulso a esa edificación tan anhelada por vosotros; pues, de no ser así, todo
esfuerzo será vano, y hasta la mayor capacidad del intelecto más ejercitado
resultará inútil y conducirá al fracaso.
De vosotros depende;
de vosotros solamente; de cada uno en particular, y no de los demás, como
siempre tratáis de persuadiros a vosotros mismos. Intentadlo primero con
vosotros. ¡Pero eso no queréis hacerlo! Os creéis estar por encima de ello, u
os parece que semejantes comienzos son demasiado insignificantes y secundarios.
Pero, en realidad, sólo la pereza de vuestro espíritu es
capaz de haceros desistir de ello; esa pereza que os mantiene esclavizados a
todos desde hace, ya, milenios. Vuestro intelecto, que ha tomado las riendas de
vuestras facultades espirituales, ya no puede ayudaros ahora que se trata de
someterse a la pura Fuerza divina o de desaparecer.
Vuestro espíritu tiene que agitarse; tenéis que despertarlo
en vosotros para reconocer la Voluntad de Dios y oír lo que El exige de
vosotros; pues a El solo está sometido el ser humano desde los primeros
orígenes, y a ninguno otro. También a El habrá de darle cuentas de toda la
actividad desarrollada en la parte de la creación que le fue prestada para que
hiciera de ella su patria.
Y vuestra desdichada tendencia a querer alcanzar siempre lo
más alto, a anhelar lo que os es extraño — en lugar de alegraros de vuestro
medio ambiente — se volverá contra vosotros como testimonio de uno de vuestros
males más graves. Ese mal ha nacido de la pereza de vuestro espíritu, el cual
no se ha de confundir con el intelecto, pues el intelecto no es espíritu.
Pero lo cierto es que siempre habéis obrado así en el plano
terrenal. En lugar de dedicaros, con todas las fuerzas y toda la alegría, a dar
a vuestro ambiente una forma más bella cada vez; en lugar de procurar hacerlo
más perfecto y activarlo hasta alcanzar su máximo florecimiento, queréis saliros de él por pareceros más fácil y
porque os prometéis un éxito más rápido. Queréis desligaros de él para
encontrar la anhelada mejoría, ya que esperáis de todo lo extraño, que os
proporcione, al mismo tiempo, mejoras y embellecimiento.
¡Intentad, primeramente, apreciar en todo su valor lo que se os ha dado! Entonces, presenciaréis
un milagro tras otro.
Ahora bien: para poder apreciar algo en todo su valor, es
preciso conocerlo a fondo
previamente. ¡Y eso es de lo que vosotros carecéis por completo! Siempre habéis
sido demasiado perezosos para reconocer la Voluntad de vuestro Dios, que se os
manifiesta en la creación con claridad y precisión.
Siempre tengo que andar poniendo el dedo en la antigua
llaga que vosotros, hombres, lleváis dentro. ¡Cuántas veces he quitado las
vendas que la encubrían! Pero vosotros procuráis, una y otra vez, volver a
ponerlas cuidadosamente. Esa llaga, origen de todos los males que habréis de
sufrir hasta que os liberéis u os hundáis por completo, no es sino la
voluntaria pereza de vuestro espíritu.
Muchos de los hombres terrenales ya no serán capaces de
librarse del mortal abrazo del mal; pues han descuidado demasiado el esforzarse
convenientemente.
Es natural que la sagacidad del intelecto procure disimular
toda somnolencia espiritual; pues con el despertar de vuestro espíritu acaba
también, muy pronto, la dominación del intelecto.
Sólo la pereza de espíritu estima muy poco lo dado; no se
toma la molestia de descubrir su belleza y de perfeccionarlo constantemente,
sino que se imagina no encontrar en el cambio
otra cosa que mejoras, y busca la felicidad en todo lo que le parece extraño.
El hombre no piensa que el cambio implica, primeramente, un
desarraigo, y que, después, coloca al desarraigado en un terreno desconocido en el que es incapaz de
emprender nada, por lo que incurrirá con suma facilidad en graves faltas que
darán lugar a consecuencias insospechadas y fatales. El que pone todas sus
esperanzas en los cambios y no sabe
hacer nada de provecho con lo que se le ha
dado, carece de sincera voluntad y de saber. Desde un principio, se sitúa
en el suelo movedizo de un aventurero.
Conoceos, ante todo, a vosotros mismos como es debido, y
emplead lo que Dios os ofrece para vuestro provecho; utilizadlo de suerte que
también puede florecer, con lo que
tanto la Tierra como el plano entero de la creación que ha sido confiado al
hombre para que actúe en él, se convertirán
necesariamente en un paraíso, donde
sólo reinará alegría y paz; pues, entonces, la ley de la creación trabajará a vuestro favor con la misma seguridad
con que se ve obligada a actuar contra vuestra acción actualmente. Ahora bien, esa ley es inmutable, es más poderosa que
la voluntad de los humanos, pues está incluida en el rayo de la Luz Originaria.
Ya no está muy lejos la hora en que los seres humanos tendrán que reconocer que no será nada
difícil vivir de distinto modo que hasta ahora; vivir en paz con el prójimo. El ser humano podrá verlo porque Dios le
quitará toda posibilidad de obrar y pensar erróneamente
como hasta el presente.
Entonces,
lleno de vergüenza, se dará cuenta de cuán ridículamente se ha comportado en el
ajetreo de sus ocupaciones — que no tienen ningún valor para la verdadera vida — y cuán peligroso ha sido para la parte de la
creación que se le ha confiado generosamente para su uso y alegría.
En el futuro, vivirá exclusivamente para alegría de su prójimo y de sí mismo, sin
llevar consigo el envidioso afán de conseguir lo que aún no posee. Se
despertará en él la facultad de llevar la belleza de su medio ambiente hasta el
más maravilloso apogeo, y de darle una forma conforme por entero a su especie,
tan pronto como lo sitúe en la inmensa y beneficiosa vibración de las sencillas
leyes originarias de la creación, leyes que, por Amor de Dios, me es dado
enseñar con mi Mensaje. Sí, por el Amor de ese Dios que ayuda castigando, a fin
de salvar a los que todavía poseen buena voluntad y son humildes de espíritu.
Si queréis construir, esclareced
primeramente vuestro espíritu, hacedle
fuerte y puro. Esclarecerle significa:
hacerle llegar a su madurez. La creación se encuentra, ya, en la época de la cosecha, y, con ella, el ser humano,
como criatura que es.
Pero él se ha quedado atrás por la obstinación de su
errónea voluntad; él mismo se ha apartado de toda vibración querida por la ley,
de ahí que haya de ser expulsado ineludiblemente del gozoso y ya intensificado movimiento cíclico de la
creación, puesto que, dada su inmadurez, no podrá mantenerse en él.
El lenguaje popular habla muy acertadamente de espíritus esclarecidos. Un ser humano maduro o
esclarecido es muy fácil de reconocer; pues se encuentra en la Luz y rehuye
todo lo tenebroso. Su forma de ser también prodigará la paz a su alrededor.
Ya no habrá ningún acceso de cólera, sino una tranquila
objetividad en medio del gran ímpetu del gozoso trabajar, o bien una impasible
severidad que, aclarando amablemente, iluminará a los débiles que aún no hayan
podido fortalecerse espiritualmente y están, todavía, sometidos a la
fermentación, de la que resultará la purificación y la serenidad… o la
perdición.
Accesos de ira sólo pueden tenerlos las Tinieblas — jamás
la Luz, que siempre muestra impávida pureza y pacífico discernimiento en la
consciente fuerza de un inmenso saber.
Por consiguiente, dondequiera que un ser humano pueda tener
accesos de ira, allí habrá flaquezas
que extinguir, y ese espíritu estará expuesto, todavía, a los ataques de las
Tinieblas, o a servir de instrumento de ellas. Aún no está “esclarecido”, no
está suficientemente purificado.
Así sucede con todas las
flaquezas que lleváis en vosotros y que, al parecer, sois absolutamente
incapaces de vencer o, al menos, sólo podéis hacerlo con grandes dificultades.
En realidad, no sería difícil hacerlo si supieseis emplear
razonablemente lo que Dios os ha
dado; si supierais utilizar debidamente
lo que ya tenéis en vuestras manos, y os incorporaseis a la vibración de
las leyes, a cuyo conocimiento podéis llegar mediante mi Mensaje. Entonces,
resultaría facilísimo en el verdadero sentido de la palabra.
Prescindid, pues, de ocuparos preponderantemente de
cuestiones que sobrepasan los límites del plano que se os ha asignado, y
aprended primero a conocer a fondo todo lo
que lleváis en vosotros mismos y
lo que está a vuestro alrededor. De
ese modo, la ascensión se efectuará por sí sola; pues seréis encumbrados
automáticamente por las repercusiones de vuestras acciones.
Sed sencillos en
vuestra manera de pensar y obrar; pues en la sencillez reside la grandeza y,
también, la fuerza. Si así lo hacéis, no retrocederéis, sino que avanzaréis y
estableceréis una base sólida para
una nueva existencia, en la que cada ser humano sabrá desenvolverse, porque ya
no será confusa ni complicada, sino nítida, clara y perceptible en todos los
aspectos. En una palabra: será natural, sana.
Volveos hombres rectos
y veraces interiormente, con lo que estableceréis una íntima e inmediata
ligazón con toda la creación, que os hará progresar en todo lo útil y necesario
para la ascensión. ¡Por ningún otro camino podréis lograrlo!
Entonces, todo lo
que necesitéis afluirá a vosotros con gran profusión, colmándoos de alegría y
de paz. Pero, por mucho que os esforcéis en ello, eso no sucederá, en ningún
caso, antes de efectuarse esa transformación; pues ha llegado el tiempo en que
el ser humano ha de abrirse a la
Palabra de Dios, lo que equivale a someterse a las leyes que constituyen el
sostén y el progreso de la creación: ¡Las leyes de la sagrada Voluntad de Dios!
* * *
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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