sábado, 7 de enero de 2023

45. ¡HE AQUÍ LO QUE TE ES PROVECHOSO!

 

45. ¡HE AQUÍ LO QUE TE ES PROVECHOSO!

¡POR QUÉ, oh hombres, siempre queréis algo distinto de lo que os es realmente necesario y provechoso espiritualmente! Como una grave epidemia se extiende esta singular manera de ser, causando efectos destructores entre todos los buscadores.

Tendría muy poco interés que yo os preguntase sobre el particular; pues no podéis dar ninguna razón admisible, aun cuando os toméis la molestia de pensar en ello día y noche.

Observaros a vosotros mismos con toda calma; considerad las cuestiones que adquieren vida en vosotros; seguid el curso de vuestros pensamientos y ved adónde conduce: pronto os daréis cuenta de que, en su mayor parte, siempre se trata de terrenos que nunca alcanzaréis, porque se hallan por encima de vuestro origen y, por consiguiente, jamás podréis concebirlos.

Ahora bien, la facultad de comprender es la condición fundamental de todo lo que debe seros provechoso.

Poned esto en claro en todos vuestros pensamientos, en todas vuestras acciones, y obrad en consecuencia. Entonces, todo resultará más fácil para vosotros. Ocuparos, pues, únicamente de lo que podéis concebir, es decir, de lo que está anclado en el marco de vuestra existencia humana.

Cierto que el dominio en que podéis llegar a ser conscientes como espíritus humanos está rigurosamente limitado en cuanto a la altura luminosa; pero no por eso resulta pequeño. Os ofrece espacio para toda la eternidad y, por tanto, campos de acción proporcionalmente grandes.

Lo único que no tiene límites para vosotros es la posibilidad de evolución, que se manifiesta en el creciente perfeccionamiento de vuestra actividad en ese campo de acción. Observad, pues, con toda atención, lo que aquí os anuncio:

La evolución ascensional de vuestro perfeccionamiento en la actividad espiritual es absolutamente ilimitada, nunca llegará a su fin. Ahí podéis haceros más y más fuertes constantemente, y, a medida que vayáis fortaleciéndoos, se irá ampliando también, automáticamente, el campo de acción, con lo que encontraréis la paz, la alegría, la felicidad y la bienaventuranza.

También de la bienaventuranza se han hecho todos los hombres, hasta el presente, una falsa idea. Consiste en la radiante alegría del trabajo bienhechor, y no en el perezoso holgar y disfrutar, ni tampoco en esa “dulce ociosidad” conque se suele encubrir astutamente todo lo falso.

Por esa razón, suelo llamar al paraíso humano: “el reino luminoso del gozoso trabajar”.

No de otro modo podrá alcanzar el espíritu humano la bienaventuranza, si no es trabajando gozosamente para la Luz. Sólo así se llegará a imponerle la corona de la vida eterna, que le ofrecerá la garantía de poder cooperar eternamente en el movimiento cíclico de la creación, sin peligro de caer en la descomposición como una piedra inservible para la construcción.

Por tanto, a pesar de la generosa ofrenda de la posibilidad de un continuo perfeccionamiento del espíritu, los hombres no podrán traspasar, jamás, el marco del campo de acción de su existencia en la creación; no podrán destruir, nunca, los rigurosos límites impuestos a la facultad humana de adquirir la consciencia. En la simple incapacidad de franquear esos límites reside, para ellos, la imposibilidad evidente de franquearlos, lo cual siempre se manifiesta espontáneamente y actúa, por tanto, ineludiblemente.

El perfeccionamiento consiste en la continua intensificación de las irradiaciones del espíritu, lo cual se traduce en una fuerza efectiva proporcionalmente intensa.

A su vez, el aumento de la intensidad luminosa del espíritu nace del esclarecimiento y purificación del alma, cuando su voluntad para el bien tiende a las alturas. En estas cosas, lo uno se desarrolla siempre como estricta consecuencia de lo otro.

Si os ocupáis seria y exclusivamente de lo bueno, todo lo demás vendrá por sí mismo. No es, pues, difícil en absoluto. Pero vosotros siempre ponéis vuestra voluntad en alcanzar cosas que exceden a vuestras posibilidades, con lo que no sólo os ponéis, desde un principio, extremadamente difícil lo más sencillo, sino que, a menudo, lo hacéis imposible de realizar.

Pensad que, en el creciente perfeccionamiento, la más intensa irradiación de vuestro espíritu nunca podrá modificar la especie de éste, sino solamente su estado.

Por eso, no es posible en modo alguno traspasar el marco de los límites de la consciencia humana, ya que esos límites están determinados por el género, y no solamente por el estado. Ahora bien, dentro de ese marco inmenso del género espiritual, ese estado construye, también, límites parciales especialmente pequeños que pueden ser franqueados al verificarse la modificación del estado.

Gigantescos son los espacios que comprende ese marco; mundos que también resultan inmensos, para vosotros, en el plano espiritual, y en los que podéis permanecer para toda la eternidad en una actividad sin fin.

Ocuparos de eso minuciosa e intensamente y, así, seréis felices. En mi Mensaje, os he dado a conocer con exactitud las cosas que se relacionan con vosotros y aquellas a las que estáis atados. Os he dicho cómo podéis actuar ahí mediante vuestros pensamientos y acciones, y qué debéis de alcanzar con ello.

Sin embargo, en lugar de entregaros — en el sentido más exacto de la palabra — a lograr con toda seriedad cuantas cosas se os ofrecen, para, de ese modo, ejercer, por fin, las funciones que cada individuo ha de asumir en la creación, dirigís vuestros pensamientos, vuestras pesquisas y deseos cada vez más lejos, hacia regiones que el espíritu humano nunca podrá alcanzar conscientemente.

Por eso, le resulta imposible concebir realmente algo de eso. Toda la actividad, todas las irradiaciones, todas las aspiraciones, toda la vida propiamente dicha que existe en esas regiones seguirá siendo eternamente incomprensible para el hombre, eternamente lejana. De ahí que no pueda proporcionarle ningún beneficio, ponerse a cavilar en esas cuestiones. No hace sino desperdiciar tiempo y energías, que le han sido ofrecidos para su propia y necesaria evolución, y, al final, desaparecerá como algo inservible.

Hora es, pues, de que empleéis todas vuestras fuerzas en ser activos en ese dominio que el Creador os ha dado, a fin de que lo conduzcáis hasta la belleza más pura y hagáis de él un paraíso semejante a un jardín de Dios, el cual no es sino una acción de gracias hecha forma, que se remontará gozosamente hasta las gradas del trono de Dios para expresar con hechos un humilde agradecimiento al Creador de todas las cosas, por los copiosos dones recibidos.

¡Cuán insignificantes sois, oh hombres, y, sin embargo, cuán descomedidamente exigentes y engreídos! Si quisierais moveros tan sólo un poco, tal como es debido, vibrando armoniosamente con las leyes originarias de la creación, y no, como hasta ahora, oponiéndoos a ellas por vuestra ignorancia — entonces, brotarían abundantes bendiciones adondequiera que pusieseis vuestra mano y fuera cual fuese lo que os esforzarais en emprender.

No podría ser de otro modo. Y con la misma inquebrantable seguridad con que os deslizáis hacia la decadencia desde hace, ya, mucho tiempo, os veríais encumbrados por la misma fuerza que conduce a la riqueza espiritual y al bienestar material.

Pero es preciso que, en primer lugar, conozcáis vuestra patria en la creación, así como todo lo contenido en ella capaz de ayudaros y de haceros progresar. Tenéis que saber cómo habéis de caminar y actuar en ella, antes de que pueda iniciarse el florecimiento.

Intentad, ante todo, adaptaros terrenalmente, como es debido, a las vibraciones de las leyes divinas — que nunca podréis eludir sin causaros a vosotros mismos y a vuestro medio ambiente cuantiosos daños — y orientad, también, las vuestras en ese sentido, haciendo que surjan a raíz de esas vibraciones. De ese modo, lograréis en seguida la paz y la felicidad que da impulso a esa edificación tan anhelada por vosotros; pues, de no ser así, todo esfuerzo será vano, y hasta la mayor capacidad del intelecto más ejercitado resultará inútil y conducirá al fracaso.

De vosotros depende; de vosotros solamente; de cada uno en particular, y no de los demás, como siempre tratáis de persuadiros a vosotros mismos. Intentadlo primero con vosotros. ¡Pero eso no queréis hacerlo! Os creéis estar por encima de ello, u os parece que semejantes comienzos son demasiado insignificantes y secundarios.

Pero, en realidad, sólo la pereza de vuestro espíritu es capaz de haceros desistir de ello; esa pereza que os mantiene esclavizados a todos desde hace, ya, milenios. Vuestro intelecto, que ha tomado las riendas de vuestras facultades espirituales, ya no puede ayudaros ahora que se trata de someterse a la pura Fuerza divina o de desaparecer.

Vuestro espíritu tiene que agitarse; tenéis que despertarlo en vosotros para reconocer la Voluntad de Dios y oír lo que El exige de vosotros; pues a El solo está sometido el ser humano desde los primeros orígenes, y a ninguno otro. También a El habrá de darle cuentas de toda la actividad desarrollada en la parte de la creación que le fue prestada para que hiciera de ella su patria.

Y vuestra desdichada tendencia a querer alcanzar siempre lo más alto, a anhelar lo que os es extraño — en lugar de alegraros de vuestro medio ambiente — se volverá contra vosotros como testimonio de uno de vuestros males más graves. Ese mal ha nacido de la pereza de vuestro espíritu, el cual no se ha de confundir con el intelecto, pues el intelecto no es espíritu.

Pero lo cierto es que siempre habéis obrado así en el plano terrenal. En lugar de dedicaros, con todas las fuerzas y toda la alegría, a dar a vuestro ambiente una forma más bella cada vez; en lugar de procurar hacerlo más perfecto y activarlo hasta alcanzar su máximo florecimiento, queréis saliros de él por pareceros más fácil y porque os prometéis un éxito más rápido. Queréis desligaros de él para encontrar la anhelada mejoría, ya que esperáis de todo lo extraño, que os proporcione, al mismo tiempo, mejoras y embellecimiento.

¡Intentad, primeramente, apreciar en todo su valor lo que se os ha dado! Entonces, presenciaréis un milagro tras otro.

Ahora bien: para poder apreciar algo en todo su valor, es preciso conocerlo a fondo previamente. ¡Y eso es de lo que vosotros carecéis por completo! Siempre habéis sido demasiado perezosos para reconocer la Voluntad de vuestro Dios, que se os manifiesta en la creación con claridad y precisión.

Siempre tengo que andar poniendo el dedo en la antigua llaga que vosotros, hombres, lleváis dentro. ¡Cuántas veces he quitado las vendas que la encubrían! Pero vosotros procuráis, una y otra vez, volver a ponerlas cuidadosamente. Esa llaga, origen de todos los males que habréis de sufrir hasta que os liberéis u os hundáis por completo, no es sino la voluntaria pereza de vuestro espíritu.

Muchos de los hombres terrenales ya no serán capaces de librarse del mortal abrazo del mal; pues han descuidado demasiado el esforzarse convenientemente.

Es natural que la sagacidad del intelecto procure disimular toda somnolencia espiritual; pues con el despertar de vuestro espíritu acaba también, muy pronto, la dominación del intelecto.

Sólo la pereza de espíritu estima muy poco lo dado; no se toma la molestia de descubrir su belleza y de perfeccionarlo constantemente, sino que se imagina no encontrar en el cambio otra cosa que mejoras, y busca la felicidad en todo lo que le parece extraño.

El hombre no piensa que el cambio implica, primeramente, un desarraigo, y que, después, coloca al desarraigado en un terreno desconocido en el que es incapaz de emprender nada, por lo que incurrirá con suma facilidad en graves faltas que darán lugar a consecuencias insospechadas y fatales. El que pone todas sus esperanzas en los cambios y no sabe hacer nada de provecho con lo que se le ha dado, carece de sincera voluntad y de saber. Desde un principio, se sitúa en el suelo movedizo de un aventurero.

Conoceos, ante todo, a vosotros mismos como es debido, y emplead lo que Dios os ofrece para vuestro provecho; utilizadlo de suerte que también puede florecer, con lo que tanto la Tierra como el plano entero de la creación que ha sido confiado al hombre para que actúe en él, se convertirán necesariamente en un paraíso, donde sólo reinará alegría y paz; pues, entonces, la ley de la creación trabajará a vuestro favor con la misma seguridad con que se ve obligada a actuar contra vuestra acción actualmente. Ahora bien, esa ley es inmutable, es más poderosa que la voluntad de los humanos, pues está incluida en el rayo de la Luz Originaria.

Ya no está muy lejos la hora en que los seres humanos tendrán que reconocer que no será nada difícil vivir de distinto modo que hasta ahora; vivir en paz con el prójimo. El ser humano podrá verlo porque Dios le quitará toda posibilidad de obrar y pensar erróneamente como hasta el presente.

Entonces, lleno de vergüenza, se dará cuenta de cuán ridículamente se ha comportado en el ajetreo de sus ocupaciones — que no tienen ningún valor para la verdadera vida — y cuán peligroso ha sido para la parte de la creación que se le ha confiado generosamente para su uso y alegría.

En el futuro, vivirá exclusivamente para alegría de su prójimo y de sí mismo, sin llevar consigo el envidioso afán de conseguir lo que aún no posee. Se despertará en él la facultad de llevar la belleza de su medio ambiente hasta el más maravilloso apogeo, y de darle una forma conforme por entero a su especie, tan pronto como lo sitúe en la inmensa y beneficiosa vibración de las sencillas leyes originarias de la creación, leyes que, por Amor de Dios, me es dado enseñar con mi Mensaje. Sí, por el Amor de ese Dios que ayuda castigando, a fin de salvar a los que todavía poseen buena voluntad y son humildes de espíritu.

Si queréis construir, esclareced primeramente vuestro espíritu, hacedle fuerte y puro. Esclarecerle significa: hacerle llegar a su madurez. La creación se encuentra, ya, en la época de la cosecha, y, con ella, el ser humano, como criatura que es.

Pero él se ha quedado atrás por la obstinación de su errónea voluntad; él mismo se ha apartado de toda vibración querida por la ley, de ahí que haya de ser expulsado ineludiblemente del gozoso y ya intensificado movimiento cíclico de la creación, puesto que, dada su inmadurez, no podrá mantenerse en él.

El lenguaje popular habla muy acertadamente de espíritus esclarecidos. Un ser humano maduro o esclarecido es muy fácil de reconocer; pues se encuentra en la Luz y rehuye todo lo tenebroso. Su forma de ser también prodigará la paz a su alrededor.

Ya no habrá ningún acceso de cólera, sino una tranquila objetividad en medio del gran ímpetu del gozoso trabajar, o bien una impasible severidad que, aclarando amablemente, iluminará a los débiles que aún no hayan podido fortalecerse espiritualmente y están, todavía, sometidos a la fermentación, de la que resultará la purificación y la serenidad… o la perdición.

Accesos de ira sólo pueden tenerlos las Tinieblas — jamás la Luz, que siempre muestra impávida pureza y pacífico discernimiento en la consciente fuerza de un inmenso saber.

Por consiguiente, dondequiera que un ser humano pueda tener accesos de ira, allí habrá flaquezas que extinguir, y ese espíritu estará expuesto, todavía, a los ataques de las Tinieblas, o a servir de instrumento de ellas. Aún no está “esclarecido”, no está suficientemente purificado.

Así sucede con todas las flaquezas que lleváis en vosotros y que, al parecer, sois absolutamente incapaces de vencer o, al menos, sólo podéis hacerlo con grandes dificultades.

En realidad, no sería difícil hacerlo si supieseis emplear razonablemente lo que Dios os ha dado; si supierais utilizar debidamente lo que ya tenéis en vuestras manos, y os incorporaseis a la vibración de las leyes, a cuyo conocimiento podéis llegar mediante mi Mensaje. Entonces, resultaría facilísimo en el verdadero sentido de la palabra.

Prescindid, pues, de ocuparos preponderantemente de cuestiones que sobrepasan los límites del plano que se os ha asignado, y aprended primero a conocer a fondo todo lo que lleváis en vosotros mismos y lo que está a vuestro alrededor. De ese modo, la ascensión se efectuará por sí sola; pues seréis encumbrados automáticamente por las repercusiones de vuestras acciones.

Sed sencillos en vuestra manera de pensar y obrar; pues en la sencillez reside la grandeza y, también, la fuerza. Si así lo hacéis, no retrocederéis, sino que avanzaréis y estableceréis una base sólida para una nueva existencia, en la que cada ser humano sabrá desenvolverse, porque ya no será confusa ni complicada, sino nítida, clara y perceptible en todos los aspectos. En una palabra: será natural, sana.

Volveos hombres rectos y veraces interiormente, con lo que estableceréis una íntima e inmediata ligazón con toda la creación, que os hará progresar en todo lo útil y necesario para la ascensión. ¡Por ningún otro camino podréis lograrlo!

Entonces, todo lo que necesitéis afluirá a vosotros con gran profusión, colmándoos de alegría y de paz. Pero, por mucho que os esforcéis en ello, eso no sucederá, en ningún caso, antes de efectuarse esa transformación; pues ha llegado el tiempo en que el ser humano ha de abrirse a la Palabra de Dios, lo que equivale a someterse a las leyes que constituyen el sostén y el progreso de la creación: ¡Las leyes de la sagrada Voluntad de Dios!

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EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio


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