sábado, 14 de enero de 2023

48. EL PUENTE DESTRUIDO

 

48. EL PUENTE DESTRUIDO

ES LAMENTABLE ver con qué diligencia el hombre terrenal va labrándose su decadencia y, con ello, su hundimiento, en la falsa creencia de que camina hacia arriba.

¡El hombre terrenal! El nombre de esta criatura tiene un amargo sabor para todo lo que se agita en la creación según la Voluntad de Dios; y, al parecer, sería mucho mejor, para el ser humano, que no fuera pronunciado, ya que, cada vez que se menciona ese nombre, un sentimiento de indignación y de descontento recorre toda la creación, cayendo sobre la humanidad como una tara; pues esa indignación, ese descontento, es una viva acusación que surge espontáneamente sin poder menos de enfrentarse hostilmente a toda la humanidad terrenal.

Así es como, por culpa propia y a causa de esa ridícula pretensión de saberlo todo mejor, el hombre terrenal, en su falsa manera de obrar, que se ha destacado en la creación por sus efectos paralizantes, perturbadores y siempre perniciosos, ha llegado a ser un proscrito. El mismo se ha condenado al destierro obstinadamente, ya que se ha incapacitado para seguir recibiendo gracias divinas con sencillez y humildad.

Ha querido erigirse en creador, en consumador; ha querido someter servilmente la actividad del Todopoderoso a su absoluta voluntad terrenal.

No hay palabras capaces de expresar exactamente la inusitada estupidez de ese altivo engreimiento. ¡Profundizad vosotros mismos en esa conducta casi increíble! Imaginaos cómo el hombre terrenal, dándose importancia, pretende ponerse por encima del mecanismo — desconocido para él hasta ahora — de esa maravillosa obra de la creación de Dios, para dirigirlo en lugar de someterse voluntariamente a él como una pequeña parte del mismo … ¡No sabréis si reír o llorar!

Un sapo que se pusiera ante una enorme roca y se atreviese a mandarla apartarse de su camino, no resultaría tan ridículo como el hombre actual en su locura de hacerse el grande ante su Creador.

Imaginarse eso tiene que causar repugnancia a todo espíritu humano que despierta ahora, en la época del Juicio. Un escalofrío de horror e indignación le invadirá cuando, de repente, al reconocer la luminosa Verdad, todo eso se presente ante sus ojos tal como ha sido realmente desde hace, ya, mucho tiempo, pese a que, hasta entonces, no haya podido considerarlo de ese modo. Lleno de vergüenza, querrá huir hasta los últimos confines del universo.

Y ahora, el velo que lo cubre va a ser rasgado, va ser acosado por todas partes y desgarrado en grises girones, hasta que el rayo de la Luz pueda inundar por completo las almas atormentadas por un profundo arrepentimiento, las cuales, con humildad renaciente, se inclinarán ante su Señor y Dios, al que ya no podían reconocer por la confusión que el intelecto atado a lo terrenal ha causado en todas las épocas que se le ha permitido ejercer su absoluta dominación.

Pero es preciso que, en vosotros y a vuestro alrededor, experimentéis toda la repugnancia que causan los pensamientos y obras de los hombres terrenales, antes de que podáis liberaros de ello. Tenéis que sentir esa repugnancia tal como la humanidad terrenal, en su odiosa depravación hostil a la Luz, ha hecho sentir siempre a todos los enviados de la Luz. No hay otro modo de liberaros.

Es el único efecto recíproco capaz de eximiros de vuestra culpa, y tenéis que vivirlo vosotros mismos hasta en sus más mínimos detalles; pues, de lo contrario, no podréis ser perdonados.

Viviréis esas experiencias en una época ya muy próxima. Cuanto más pronto os toque hacerlo, tanto más fácil os resultará. Al mismo tiempo, podrá abrirse, para vosotros, el camino hacia las alturas luminosas.

Y, una vez más, la feminidad habrá de ser la primera en experimentar ese oprobio, puesto que su decadencia la expone a ello fatalmente. Ella misma se ha puesto a un nivel que la arroja a los pies de la masculinidad embrutecida. Henchida de ira y de desprecio, la masculinidad terrenal mirará desde arriba a todas las mujeres que ya no sean capaces de dar aquello para lo que el Creador las destinó: lo que el hombre precisa urgentemente para su actividad.

He ahí esa estimación personal por la que el hombre verdadero llega a ser tal. Bien entendido: se trata de la estimación de sí mismo, no del engreimiento en sí mismo. Pero el hombre no puede sentir su propia estimación más que cuando le es dado alzar sus ojos hacia la dignidad femenina. Y la acción de proteger esa dignidad es lo que le confiere la consideración de sí mismo y lo que le sostiene.

Ese es el gran enigma de las relaciones entre hombre y mujer; un enigma del que no se había hablado hasta el momento y que es capaz de incitar al hombre a acometer grandes y puras empresas en la Tierra, purificando todos sus pensamientos al enardecerlos, y, al mismo tiempo, bañando toda la existencia terrenal con sagrados reflejos de un inmenso anhelo de Luz.

Más todo eso ha sido robado al hombre por la mujer, que sucumbió en seguida a las seducciones de Lucifer, por la ridícula vanidad del intelecto terrenal. Sin embargo, al despertarse el conocimiento de esa gran culpa, el hombre no verá a la mujer más que como lo que ella pretende llegar a ser realmente, por propia voluntad.

Pero el dolor de esa afrenta supondrá, a su vez, una gran ayuda para las almas femeninas que, el despertar por efecto de los duros golpes de la Justicia, aún estén en condiciones de reconocer el monstruoso robo que, con su falsa vanidad, han impetrado contra el hombre. Entonces, harán acopio de fuerzas para poder recobrar la dignidad así perdida, esa dignidad que ellas mismas arrojaron de sí cual si fuera un objeto sin valor que se interponía en el camino descendente que ellas eligieron.

Todavía no os dais perfecta cuenta de todo el peso de las nocivas consecuencias que hubieron de recaer sobre la humanidad terrenal, cuando la feminidad de la Tierra intentó, con gran celo, destruir, mediante su errónea forma de obrar, la mayor parte de los puentes que la unían con las corrientes de la Luz.

Esas perniciosas consecuencias tienen cientos de matices y formas diferentes que ejercen su acción en todos los sentidos. No necesitáis más que imaginaros en el centro del mecanismo de las ineludibles repercusiones conformes a las leyes de la creación. Entones, no os resultará nada difícil adquirir ese conocimiento.

Pensad otra vez en el sencillo proceso que se cumple en conformidad con las leyes:

Tan pronto como la mujer intenta masculinizarse en sus pensamientos y obras, esa evolución causa, ya, los correspondientes efectos: primero, en todo lo que, partiendo de ella, se relaciona íntimamente con la sustancialidad; después, en la materialidad etérea, así como también, al cabo de un cierto tiempo, en la materialidad física más sutil.

La consecuencia es que, al intentar ejercer una actividad positiva contraria a su misión, los más delicados elementos pasivos, constitutivos de su naturaleza femenina, quedan reprimidos y llegan, por último, a desprenderse de ella, porque, al ir perdiendo más y más fuerza a causa de su inactividad, son retirados de la mujer por la especie fundamental idéntica.

Con eso, queda cortado el puente que da a la mujer terrenal, por razón de su naturaleza pasiva, la facultad de acoger irradiaciones más elevadas y trasmitirlas a la materialidad física más densa, en la que está anclada, mediante su cuerpo, con una firmeza muy determinada.

Ahora bien, ese puente también lo necesita un alma para su encarnación terrenal dentro de un cuerpo físico. Si ese puente falta, se hace imposible, para toda alma, la entrada en el cuerpo en gestación, ya que no puede salvar por sí sola el abismo que ha de abrirse ahí ineludiblemente.

No obstante, si ese puente está roto sólo parcialmente (lo cual depende de la naturaleza e intensidad de la voluntaria masculinización de la actividad femenina) pueden encarnarse almas de la misma especie, que no son ni enteramente masculinas, ni enteramente femeninas; es decir: son mixtificaciones desprovistas de toda belleza y armonía, las cuales albergarán en sí, más tarde, toda suerte de aspiraciones imposibles de satisfacer. Durante su existencia terrenal, se sentirán siempre incomprendidas, por lo que serán causa continua de inquietud y descontento, no sólo para sí, sino también para su medio ambiente.

Para esas almas — y lo mismo para su posterior ambiente terrenal — sería mejor que no tuvieran oportunidad de encarnarse, ya que, así, no hacen más que echar nuevas culpas sobre sí, sin conseguir expiar nunca lo más mínimo, puesto que, en realidad, no les corresponde estar en la Tierra.

La ocasión y posibilidad de esas encarnaciones que la creación — esto es, la Voluntad divina no desea, son ofrecidas únicamente por las mujeres que, por capricho, por ridícula vanidad y, también, por el indigno afán de aparentar, tienden a una cierta masculinización, sea de la clase que sea.

Almas delicadas y auténticamente femeninas no se encarnarán nunca por mediación de esas mujeres sin feminidad. Y así, poco a poco, el sexo femenino de la Tierra acabará por emponzoñarse totalmente, ya que esa deformación se extiende continuamente y va atrayendo a almas de esa especie; es decir, almas que no pueden ser, ni enteramente masculinas, ni enteramente femeninas, con lo que no se hace más que propagar la mixtificación y la disonancia en la Tierra.

Por suerte, las sabias leyes de la creación también han puesto un límite riguroso a cosas como esas; pues, por efecto de una desviación de ese orden, provocada violentamente por una falsa volición, tienen lugar, primeramente, nacimientos difíciles o prematuros de niños delicados, nerviosos y de sentimientos incoherentes. Luego, al cabo de un cierto tiempo, aparece, por fin, la esterilidad, de manera que el pueblo que permita a sus mujeres aspirar a una masculinidad que le es impropia, esté condenado a una lenta extinción.

Naturalmente que eso no sucede de la noche a la mañana, de suerte que los seres humanos que viven actualmente se percaten de ello repentinamente, sino que ese acontecimiento también tiene que seguir el curso de la evolución. ¡Pero, aunque lento, es seguro! Será preciso que pasen, por lo menos, algunas generaciones, antes de que las consecuencias de ese mal de la feminidad puedan ser atajadas o reparadas, permitiendo, así, que un pueblo se salve de la decadencia, se recupere y se libre de ser exterminado por completo.

Es una ley inamovible, que donde la grandeza y fortaleza de ambos tramos de la cruz de la creación no puedan vibrar en perfecta armonía y pureza; es decir, donde el elemento masculino positivo y el elemento femenino negativo no sean igual de fuertes y estén deformados — con lo que también estará deformada la cruz de tramos iguales — allí habrá de sobrevenir la decadencia y, por último, el hundimiento, para que la creación vuelva a quedar libre de semejantes contrasentidos.

Por consiguiente, ningún pueblo puede prosperar o ser feliz si no le es posible hacer ostentación de una feminidad auténtica y genuina, la única a partir de la cual puede y debe de desarrollarse la auténtica masculinidad.

Múltiples son las cosas que corrompen la auténtica feminidad de ese modo. Por eso también, las consecuencias que de ahí se derivan son muy diversas y más o menos rigurosas en sus perniciosos efectos. ¡Pero se manifiestan siempre! ¡En todos los casos!

No voy a hablar aquí, todavía, de las insensatas imitaciones, por parte de las mujeres, de las malas costumbres masculinas, entre las que se cuenta, en primer lugar, el fumar; pues es, de por sí, una epidemia que constituye un verdadero delito contra la humanidad, un delito como ningún ser humano es capaz de imaginar por el momento.

La injustificada e irreflexiva insolencia del fumador, de entregarse a su vicio incluso al aire libre, intoxicando, así, el aire puro y constructivo, que es un don divino que ha de ser asequible a toda criatura, desaparecerá muy pronto, cuando, al profundizar en el conocimiento de las leyes de la creación, el fumador tenga que reconocer que esa deplorable costumbre constituye el foco de infección de ciertas enfermedades, bajo cuyo azote gime la humanidad actual.

Prescindiendo por completo de los propios fumadores, ese humo de tabaco que los niños de pecho y, en general, todos los niños han de respirar inevitablemente, impide el normal desarrollo de ciertos órganos, sobre todo en cuanto a la imprescindible fortaleza y resistencia del hígado, ese órgano tan extraordinariamente importante para el ser humano, ya que un funcionamiento bueno y sano del mismo constituye el medio mejor y más seguro en la lucha contra la plaga del cáncer, pues impide la formación de un foco patógeno.

La mujer de hoy ha elegido, en la mayoría de los casos, un camino equivocado. Su aspiración es perder la feminidad, ya sea en el deporte, ya sea en los excesos o distracciones; pero, sobre todo, en la frecuentación de los círculos de acción positiva, que entran dentro de la competencia masculina y deben de seguir siendo de su exclusividad si se quiere que haya verdadera ascensión y reine la paz.

Con eso, todo lo de la Tierra se ha salido de su sitio, ha perdido el equilibrio. Los conflictos en crecimiento constante, así como también los continuos fracasos registrados, tampoco se deben a otra cosa sino a las mixtificaciones que todos los hombres terrenales han hecho obstinadamente entre la actividad positiva y la negativa, que debían haberse conservado puras necesariamente, lo que ha de tener como consecuencia inevitable la decadencia y el hundimiento, por la confusión que así se ha causado.

Cuán insensatos sois, hombres, que no queréis aprender a reconocer las sencillas leyes de Dios, tan fáciles de observar por razón de su absoluta lógica.

Y sin embargo, qué sabios son lo proverbios que vosotros tanto gustáis de citar. Solamente la frase: “Pequeñas causas, grandes efectos” ya os dice mucho. Pero vosotros no hacéis caso de ello. No pensáis nunca en buscar primeramente las pequeñas causas de todo cuanto os sucede, os amenaza, os aflige y oprime, a fin de evitarlas para que no puedan sobrevenir grandes efectos.

¡Eso es demasiado sencillo para vosotros! Por eso preferís arremeter solamente contra los efectos importantes — a ser posible, haciendo mucho ruido — de forma que vuestra acción sea estimada en todo su valor y ganéis los laureles de la gloria terrenal.

Pero, de ese modo, nunca lograréis la victoria, por muy bien equipados que os creáis, si no accedéis a buscar, con toda sencillez, las causas, de manera que, evitándolas, también puedan ser evitadas las graves consecuencias para siempre.

Por otro lado, no podréis hallar las causas si no aprendéis a reconocer humildemente las gracias de Dios, que os ha dado, en la creación, todo cuanto puede preservaros del dolor, sea cual fuere.

Mientras os falte humildad para recibir agradecidos los dones de Dios, seguiréis siendo prisioneros de vuestros falsos pensamientos y acciones hasta la última caída, que os arrastrará inevitablemente a la eterna condenación. ¡Y ese último instante está ante vosotros! Ya estáis con un pie en el umbral. El paso siguiente os precipitará en un abismo sin fondo.

¡Pensadlo bien! ¡Dad un cambio radical a vuestra forma de ser y dejad atrás esa insípida, informe y fría existencia terrenal que habéis preferido llevar hasta el presente! ¡Convertíos, por fin, en esos seres humanos que, a partir de ahora, serán los únicos a los que la Voluntad de Dios permitirá seguir en la creación para el futuro! De ese modo, lucharéis por vosotros mismos; pues vuestro Dios, que, por Su gracia, os ha concedido el cumplimiento de vuestro ardiente deseo de una existencia consciente, no os necesita. Grabadlo profundamente en vuestro pensamiento para todos los tiempos, y dadle las gracias con cada respiro que os es permitido dar por Su indecible Amor.

* * *



EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

* * *

Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

La fuerza secreta de la luz en la mujer 1

  La fuerza secreta de la luz en la mujer Primera parte   La mujer, ha recibido de Dios una Fuerza especial que le confiere tal delica...