martes, 17 de enero de 2023

58. LAS ESFERAS ESPIRITUALES ORIGINARIAS III

 

58. LAS ESFERAS ESPIRITUALES ORIGINARIAS III

RIATURAS ORIGINARIAS! La expresión ya os es familiar; y sin embargo, no podéis imaginaros nada sobre el particular; y si os lo imagináis, nunca podrá estar en correspondencia con la realidad.

Por eso, voy a facilitaros la comprensión un poco más, a fin de que os iniciéis en estas cosas hasta donde es posible al hombre.

Para hablaros del reino de las criaturas originarias, he de empezar por hablar, otra vez, de Parsifal, del que ha surgido la creación originaria.

Ya sabéis lo más importante sobre Parsifal. Sabéis de dónde viene y qué es.

Al insustancial núcleo de Luz de la Trinidad divina le sigue, inconcebible para todo lo creado, la esfera de la inmediata irradiación de Dios, la esfera que, en la proximidad divina, vive, de eternidad en eternidad, en la incontenible irradiación de la Fuerza de Dios. Así ha sido siempre.

Y cuando, por Voluntad de Dios Padre, la creación debió surgir, de ningún otro modo pudo evolucionar todo sino conforme al necesario curso de esa acción o ese acontecimiento que, hoy, os es dado imaginar lógicamente gracias al Mensaje.

La creación tenía que surgir por la Voluntad creadora de Dios Padre. Ahora bien, la Voluntad creadora de Dios Padre, como tal, es Emanuel, independiente en su acción creadora y, no obstante, siempre presente o permanente en el Padre. Y el Padre está en él al realizar su labor creadora.

Creo que, de este modo, muchas cosas os resultarán más y más comprensibles.

Lo mismo que la Voluntad creadora es Emanuel en persona, así también el Amor fue Jesús en persona en su actividad.

Como partes del Padre, ambos son uno con El y el Padre está en ellos. Desde toda la eternidad y para toda la eternidad.

Jesús es el Amor divino. Emanuel es la Voluntad divina. Por eso, la creación vibra en su nombre. Todo lo que sucede y se cumple en ella, está inscrito en ese nombre que lleva la creación, desde el acontecimiento más mínimo hasta el más importante. No hay nada que no venga de ese nombre, nada que no haya de cumplirse en él.

Vosotros, hombres, no tenéis la menor idea de la grandeza que ahí reside; pues ese nombre es la ley viva en su origen y en el cumplimiento; y sobre él descansa el universo con todo lo que contiene.

En ese nombre reposa el destino de cada uno, porque estáis obligados a dirigiros a él, ya que todos estáis sólidamente anclados en él.

¡Y ese nombre existe! Posee vida y es personal, porque el nombre y quien lo lleva son inseparables, son uno.

La obra de la creación tenía que recaer en la Voluntad creadora, o sea, en Emanuel, que es la Voluntad creadora en Dios.

Y comoquiera que la creación sólo podía cumplirse fuera de la inmediata e incontenible irradiación de la Luz originaria que existe de toda la eternidad, se impuso la necesidad de que una pequeña parte de la misma Voluntad creadora de Dios fuese implantada más allá de los límites de la irradiación inmediata. Esa parte se mantiene eternamente unida a la Voluntad creadora en la Insustancialidad y, sin embargo, actúa independientemente fuera de la esfera divina, para que, por su irradiación, la creación pueda formarse y mantenerse.

Y esa pequeña parte enviada fuera de la creadora Voluntad de Dios, para que la creación pudiera formarse y mantenerse gracias a su irradiación, es Parsifal.

Su núcleo insustancial, procedente de Emanuel, adquirió forma por medio de Isabel, la Reina originaria. Recibió, pues, una envoltura que le serviría de anda para poder permanecer fuera de la esfera divina. Y esa envoltura, esa forma, es el receptáculo sagrado en el que Emanuel está anclado y por el cual él actúa.

En su tiempo, Parsifal vino a la Tierra en la persona de Abd-ru-shin. Pero a la hora del cumplimiento, el mismo Emanuel tomará posesión de la envoltura terrenal de Parsifal, después de haber sido sometida a una minuciosa purificación.

Sólo entonces podrá depositarse, poco a poco, toda la fuerza en esa envoltura, para, por gracia de Dios, cumplir las promesas divinas hechas a los hombres.

Una vez más, despliego ante vosotros, ante vuestro espíritu, el inconmensurable evento que constituye la base de la comprensión concerniente a Parsifal.

Resulta infinitamente laborioso dar una imagen clara adaptada a la comprensión terrenal, y yo no debo tener reparo en aumentar el número de conferencias si quiero conseguirlo.

De ahí que, desde mi primera conferencia, haya prevenido claramente que estas explicaciones sólo pueden ir dirigidas a los hombres que ya hayan vivido íntegramente el Mensaje en lo íntimo de su ser. Sólo ellos pueden seguirme si se esfuerzan todo lo posible, una y otra vez, hasta poder comprenderlo, pues se lo doy resumido de forma que sea asequible a su espíritu.

Ante todo, no debéis interpretar la expresión “Hijo” en sentido humano, como si se tratase del hijo de una familia humana.

“Hijo” en la esfera divina significa “parte”: una parte del Padre que actúa de manera especial e independiente. Padre e Hijo son una unidad perfecta y no pueden separarse nunca.

Por consiguiente, no os lo imaginéis a la manera humana, porque la imagen obtenida habrá de ser completamente falsa. Ello os induciría a errores de concepto que eliminarían totalmente la realidad y, por esa razón, nunca os permitirían acercaros a la Verdad.

Acaso fuera mejor decir: Todo es únicamente Dios Padre. Su acción es triple, aunque Él es Uno.

Probablemente, esa imagen será más asequible a vuestra comprensión. Y, partiendo del origen, la descripción también es más exacta, pues no hay más que un Dios. Lo que hace Dios Hijo, lo hace por el Padre, en el Padre, para el Padre. Sin el Padre, no sería nada, pues Él es una parte del Padre, y el propio Padre está en El y actúa en El.

A tal respecto, tal vez podamos acercarnos un poco más a la comprensión terrenal si os imagináis lo siguiente: no es que el Padre obre a partir del Hijo, es decir, por medio de Él, sino en El. He ahí lo que, para la comprensión humana, es un misterio y seguirá siéndolo indudablemente a pesar de todos mis esfuerzos, pues no puede ser descrito con palabras terrenales. Al fin y al cabo, las palabras no son más que palabras estrechamente limitadas. No pueden reproducir, ni la movilidad, ni la Verdad viva que reside en todo lo concerniente a Dios y a lo divino.

Lo que está en Dios no puede encontrarse en los hombres jamás. En una familia humana, padre e hijo son seres individuales, son dos y lo serán siempre. Todo lo más, pueden tener una unidad de acción, pero nunca serán uno. En el caso de la expresión “Dios Hijo”, es muy distinto. Es, precisamente, lo contrario. Dios Padre y Dios Hijo son uno y no pueden ser considerados como dos más que en la actividad, lo mismo que los dos Hijos de Dios: Emanuel y Jesús, son uno en el Padre pero dos en la actividad, en la forma de su actividad.

Con eso, he intentado nuevamente explicaros el origen de Parsifal, que, mediante Emanuel, está en Dios y, por tanto, Dios está en él.

Y ahora, voy a hacer otro intento, a fin de mostrárosle como imagen, como persona, tal como es. Después, os le mostraré en su actividad.

Os resultará difícil imaginar que la Mansión luminosa también debía surgir de su irradiación, esa Mansión que le rodea protectoramente en la espiritualidad originaria o creación originaria, y que ha de ser considerada como una construcción anexa a la Mansión situada en los límites de la esfera divina desde toda la eternidad, la cual sirve de patria y de campo de acción en la divinidad, a los Ancianos, a los seres eternos. Bien entendido: en la divinidad, no en la inmediata irradiación divina, no en Dios mismo.

En el ciclo de mis explicaciones, no incluyo la Mansión de la divinidad, ya que la humanidad no tiene nada que ver con ella. Sólo hablo de la Mansión en la espiritualidad originaria, esa Mansión que constituye la cima y el punto de partida de la creación entera.

La Mansión en la espiritualidad originaria o creación originaria puede ser considerada como una construcción anexa de la Mansión en la divinidad. En su extremo superior se encuentra la reja de oro y la cortina infranqueable que, para las criaturas originarias, constituyen el límite.

En ese límite, imaginaos a Parsifal, el Primero y el Soberano de la creación entera, que ha procedido de él. Imaginadle en una sala columnaria que se ha formado a su alrededor y es la expresión de la voluntad más fiel y más pura de todas las criaturas originarias y de su amor a la Luz.

Las primeras criaturas originarias, las que se encuentran en el punto más alto de la creación originaria, sólo pudieron alcanzar el estado de consciencia en la irradiación creadora de Parsifal y a partir de ella, fuera de los límites de la esfera divina, esto es, fuera de la inmediata irradiación de Dios.

Repito las expresiones y denominaciones tan a menudo, para que se inculquen en vosotros como conceptos bien establecidos.

Así pues, Parsifal se encuentra allí y es el Primero. Ha salido de la esfera divina. De su irradiación surgieron, primeramente, las criaturas originarias superiores, adquiriendo la consciencia. Y de su amor y fidelidad a la Luz y a Parsifal, se formó — por su voluntad — esa sala maravillosa, ese templo, esa mansión.

Pero, hoy, sólo voy a mencionar ligeramente ese vivo proceso de formación y de actividad. Es posible que, más tarde, dé explicaciones más amplias sobre el particular. Por el momento, es preciso mencionar solamente el cuadro completo que quiero daros.

El propio Parsifal no es, para vosotros, más que fluctuante luz. Su núcleo insustancial, procedente de Emanuel, deja a todo lo demás en sombras, si es que puede hablarse de sombras en la Mansión luminosa. También esto se expresa solamente en sentido metafórico, pues allí no hay el menor rastro de sombra.

Para los seres espirituales originarios o criaturas originarias, sin embargo, el Hijo de la Luz toma forma, una forma espiritual originaria traspasada por la cegadora irradiación de su núcleo insustancial.

¿Qué puedo deciros de todo eso, si, en realidad, no puede ser definido con palabras terrenales?

Una cabeza radiante en su forma más perfecta, rodeada del eterno movimiento de la Luz viva que hace perder el sentido y desplomarse a toda criatura que la contempla. Su cuerpo está cubierto de una envoltura maravillosa semejante a una flexible coraza de escamas. Sobre esa cabeza, las alas de la paloma se abren protectoramente. Así podéis imaginárosle: poderoso, imperativo, invencible, inaccesible, la personificación de la Fuerza divina, el resplandor divino hecho forma: ¡Parsifal! ¡El Hijo de la Luz situado en la espiritualidad originaria, en la cima de la creación! ¡El Pórtico Puro que se abre hacia la creación desde la divinidad, el que conduce de Dios a los hombres!

El nombre de Parsifal significa, entre otras cosas y en cuanto al sentido; ¡De Dios al hombre! Es, pues, el pórtico o puente entre Dios y el hombre, el puro Pórtico de la Vida que se abre a la creación.

Para su obra depuradora de la creación, consentida por Dios Padre y necesaria a causa de la caída de los espíritus humanos encarnados en la materialidad, la voluntad de Parsifal tomó forma como una parte de él mismo, con el fin de emprender su peregrinación a través de los universos cósmicos, de manera que, acumulando experiencias, pudiera percatarse de todas las flaquezas y llagas de los espíritus humanos.

Parsifal permaneció en la Mansión siempre, mientras que su voluntad viva, esa parte de él hecha forma, recorrió los universos cósmicos aprendiendo.

Dado lo extraño de su naturaleza, sobre todo frente a lo falso, es natural que la forma de su voluntad para esa misión se presentara, primero, como niño; luego, como adolescente, para, más tarde, al ir aprendiendo, mostrarse como hombre maduro. Evidentemente, todo eso también se manifestó en el aspecto externo según correspondía a la especie de cada plano y en conformidad con la vibración de las leyes de la creación.

Cuando Parsifal, en el curso de su peregrinación hacia abajo, llegó a los límites donde daba comienzo la materialidad, ese plano que constituye el dominio de los espíritus humanos evolucionados a partir de semillas espirituales, llegó al punto donde, por primera vez, se manifestaban los efectos de corrientes tenebrosas, esas corrientes que también habían tocado a Amfortas.

En esos límites se sitúa la Mansión en que Amfortas era rey y sacerdote. Es la última y la más baja reproducción de la verdadera Mansión del Grial, la más alejada, tanto por la distancia como por la especie. Sin embargo, también es la más próxima a la Tierra, aun cuando, para el pensamiento humano, sigue estando a distancias apenas concebibles. En esa Mansión se encuentran, en efecto, los más puros de los espíritus humanos ejerciendo las funciones de caballeros guardianes del vaso sagrado.

Al entrar en esa esfera, Parsifal se vio obligado a revestirse de una envoltura correspondiente a la especie de ese plano, la cual, si bien era más ligera materialmente, constituyó, para él, una venda que borró momentáneamente todos los recuerdos de naturaleza más elevada.

Procedente de la Luz, se hallaba ahí, en la pureza de su candor, frente al mal que le era completamente desconocido y que sólo podía llegar a conocer por la obligación de sufrir las consecuencias del mismo. Así pues, tuvo que aprender penosamente de lo que los espíritus humanos son capaces en ese dominio.

De ese modo, adquirió efectivamente un conocimiento profundo, pero jamás pudo comprenderlo, ya que era de naturaleza completamente extraña a la suya.

Allí fue, por tanto, donde, por primera vez, las corrientes de las Tinieblas, que naturalmente, habían tomado forma, asaltaron al extraño caminante, el cual fue fortaleciéndose en las luchas que hubo de entablar y, como consecuencia de ello, despertó al conocimiento de sí mismo.

Ese camino penoso y lleno de sufrimientos es el que fue anunciado a la humanidad terrenal, ya que se desarrolló en la materialidad, si bien en sus límites más altos. A eso se debió, también, que pudieran surgir errores de interpretación, dado que el espíritu humano de la Tierra nunca puede concebir acontecimientos de ese orden, situados muy por encima de su propia naturaleza.

Pero de todo esto daré explicaciones más detalladas posteriormente, para arrojar luz y claridad sobre esos hechos.

* * *



EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

* * *

Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio

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