61. LAS ESFERAS ESPIRITUALES ORIGINARIAS VI
UNA VEZ MÁS,
evoco hoy, ante los ojos de vuestro espíritu, el cuadro de la creación
originaria tal como os lo he dado hasta aquí. Después de Parsifal, hallamos las
cuatro primeras criaturas originarias, que ocupan la más alta de las siete
gradas de la espiritualidad originaria: Odshi-mat-no-ke, Leilak, el León y
Mercurio.
En la grada siguiente se encuentran las tres criaturas
originarias femeninas ya mencionadas: Johanna, Cella y Josepha. Y un poco más
lejos, en la tercera grada o plano: Vasitha, la vigilante guardiana de la
salida de la parte superior de la creación originaria.
De ese modo, os he dado a conocer, en sus caracteres
fundamentales, las tres gradas o planos superiores de la creación originaria.
Antes de seguir desplegando y ensanchando el cuadro, voy a indicar las bases de
las otras cuatro gradas siguientes; pues la espiritualidad originaria, que yo
he denominado creación originaria, consta de siete gradas o divisiones fundamentales, lo mismo que, más
adelante, también aparecen siete gradas o partes cósmicas en las
materialidades.
Siempre descubriréis una división en siete partes dondequiera que entre en acción la Voluntad de Dios, la cual también lleva
en su propio nombre el siete: Emanuel.
Entremos, pues, en el cuarto plano del reino de la
espiritualidad originaria.
Una luz maravillosa e infinitamente bienhechora inunda esa
magnífica esfera que se extiende hasta lejanías centelleantes, como un inmenso
mar de cristalina pureza.
De ese fluctuante movimiento se alza, cual una isla, un
esplendoroso paraje lleno de la rosas más exquisitas. Un júbilo lleno de
agradecimiento atraviesa las terrazas, que, formando radiantes colinas de
indecible belleza, contienen una riqueza de colores tan perfecta que incite a
la adoración entusiasta a la mirada más exigente. Irradiando bendiciones, los
colores vibran con suntuosidad llena de gracia, formando encantadores jardines,
fuente de toda esperanza y de toda vida. En ellos juguetean innumerables niños
sonrosados, y por ellos camina, llena de gozo y de dicha, la feminidad adulta.
Pero no se crea que esos seres son los espíritus que se
encarnarán más tarde en las creaciones. Son, por el contrario, puntos de
partida de irradiaciones que, conforme a la naturaleza específica de la Isla de
las Rosas, influyen en la feminidad humana de la creación sirviendo de ayuda
para su evolución durante las peregrinaciones a través de las materialidades.
Los niños influyen sobre los niños en correspondencia con la talla, el género e
incluso el color, mientras que los adultos influyen sobre los adultos que, por el estado de madurez de su espíritu, se les
asemejan en la forma.
Por consiguiente, en la Isla de las Rosas, las tallas
corporales son réplicas de los diferentes grados de madurez en un momento dado,
y también lo son de esos espíritus humanos
que, partiendo como gérmenes, tienen la posibilidad de ir evolucionando poco a
poco hasta alcanzar una consciencia perfecta en el curso de sus peregrinaciones
por las materialidades.
De ahí que, en la Isla de las Rosas, también estén presentes
cuantos elementos espirituales originarios se repetirán, más tarde, en la
espiritualidad y en las materialidades, como reproducciones o imitaciones.
En realidad, todo lo que se encuentra en los universos
cósmicos es una repetición — conforme
a la ley — de todo lo que ya existe en la espiritualidad originaria: no podía
ser de otro modo, dada la sencillez y claridad de las leyes divinas,
inconcebibles para los hombres. Por lo tanto, en la espiritualidad se reproduce
exactamente todo lo que ya se ha cumplido en la espiritualidad originaria.
También en la espiritualidad originaria se verificó que
todo lo que no podía adquirir inmediatamente una consciencia personal en la
parte superior de la creación originaria, ni podía mantenerse allí bajo la
inmensa presión que ejerce el núcleo insustancial en esas proximidades, tuvo
que pasar ante Vasitha para ir hacia otro plano más alejado donde, en un
progresivo enfriamiento, pudiera mantenerse y evolucionar con vistas a adquirir
la consciencia de sí mismo. Entre esos elementos se encuentran, también,
gérmenes de la espiritualidad originaria que
ya evolucionaron hacia la consciencia en ese cuarto grado de enfriamiento, como
es el caso de la Isla de las Rosas.
Cuando yo hablo de grados o esferas de la creación, me
refiero a grados de enfriamiento; pues
no de otro modo pueden surgir las distintas esferas, que, en lugar de grados de
enfriamiento, también pueden ser llamadas grados de alejamiento; de ahí que,
según los conceptos terrenales, sean,
en realidad, grados o gradaciones.
Esa es, pues, la razón de que, en la Isla de las Rosas,
encontremos, por primera vez, al ir
descendiendo, niños y evolución en la espiritualidad
originaria. Es importante que sepáis esto, ya que constituye una etapa
importante en el gran capítulo de la creación.
Así pues, en las gradas más altas de la espiritualidad
originaria, se hallan, en primer lugar, los seres que pudieron adquirir
inmediatamente la consciencia de sí mismos. Esos tales son los más fuertes y,
por tanto, los más poderosos: las columnas. A continuación, en planos más
alejados, se encuentran los seres que aún pueden evolucionar en la espiritualidad originaria. Por eso encontramos
allí, por primera vez, niños espirituales
originarios.
En la siguiente gran división de la creación, en la espiritualidad, que es algo más débil
que la espiritualidad originaria, ya que sólo puede llegar a ser consciente de
sí misma a una mayor distancia del núcleo insustancial de Parsifal, se repite
el proceso exactamente igual que en la creación originaria.
Primeramente, se vuelven conscientes inmediatamente los más
fuertes de los seres espirituales, mientras que los demás son obligados a
retirarse a una distancia más grande donde poder madurar para alcanzar la
consciencia personal en un lento proceso evolutivo.
Asimismo, a partir de ese plano de gérmenes espirituales en
cuestión, es cuando, por primera vez, aparecen niños de naturaleza espiritual, los cuales son susceptibles de
lograr una mayor madurez espiritual o pueden seguir siendo niños; pues los
gérmenes espirituales que no lleguen a la plenitud de madurez, es decir, que no
despierten espiritualmente, no serán destruidos, ni desechados, mientras se
conserven puros.
He ahí un punto del que no había hablado hasta ahora. Se
conservan espiritualmente como niños
y, en calidad de tales, irradian sobre niños hasta que, por último, al ir
madurando poco a poco, llegan a ser adultos. Lo puro no puede quedar expuesto jamás a la descomposición.
Otra cosa quiero mencionar a tal respecto. La
espiritualidad originaria en esta creación no es que sea la parte más fuerte de
una especie absolutamente idéntica, y
la espiritualidad una parte más débil de la misma, sino que lo espiritual es de
naturaleza completamente diferente de
lo espiritual originario.
Cada una de ambas especies posee una parte más fuerte y
otra más débil. Cierto que la espiritualidad es un precipitado de la espiritualidad originaria, pero sólo por el hecho
de ser de otra naturaleza, que, a su
vez, es la única razón de que haya podido desligarse de ella para adquirir
forma a una mayor distancia del insustancial núcleo luminoso de Parsifal.
Si fueran especies idénticas, el elemento espiritual
originario no se desprendería de la especie afín, sino que, por el contrario,
la retendría firmemente en virtud de
la ley de atracción de las afinidades, aun cuando, por ello, no hubiera podido
tomar forma como elemento consciente.
A medida que voy ampliando mis explicaciones, me veo
obligado a extender la estructura de la creación. Eso hará que se modifiquen
algunas de las ideas que os habíais forjado hasta ahora. Pero no es más que
fraccionarlas en imágenes cada vez más numerosas, sin que la idea fundamental
propiamente dicha sea desvirtuada de algún modo.
Es algo parecido a lo que sucede cuando se describe un
largo viaje. Al empezar describiendo solamente las experiencias más importantes
por orden correlativo, la idea que se suscita es, aparentemente, completamente
distinta de la que surge cuando se van agregando, poco a poco, detalles
aislados propios de experiencias intermedias, a pesar de que el viaje en sí
sigue siendo el mismo.
Pero, por de pronto, volvamos otra vez a la Isla de las
Rosas.
En la cúspide de la isla se yergue un templo magnífico que
irradia destellos rosáceos. El que lo contempla, siente que su corazón se
invade de paz, y su pecho amenaza estallar de felicidad.
Y en esa paz, en esa melodiosa resonancia de colores, se
mezcla, además, el alegre canto de confiados pájaros que, con cada movimiento,
lanzan fulgurantes resplandores como si estuvieran cubiertos de brillantes, lo
que contribuye a un mayor esplendor del ambiente.
La expresión humana: “dicha”, es demasiado débil para poder
reducir — aunque sólo sea aproximadamente — ese ambiente de embriagadora luz
que ahí reina, a una forma comprensible para el espíritu humano de la Tierra. Y
por encima de todo eso se extiende una nobleza sagrada.
Cual copones de rubíes, rojas rosas de abiertos pétalos
florecen alrededor del templo.
¡La Isla de las
Rosas! El punto de anclaje del Amor de Dios para la creación. En esa isla,
se deja sentir la agitada actividad, eminentemente constructiva, del Amor que
da salud, une y compensa — ese Amor que irradia desde allí a todo el universo.
Esa isla está bajo la protección de Isabel, la Reina Originaria, lo mismo que
todo lo femenino de la creación entera.
A menudo, María se acerca a esa isla, protegida por la
Reina Originaria Isabel, y visita el templo a fin de dispensar directamente
nuevas fuerzas a los que sirven en esa isla, los cuales, después de transformar
esas fuerzas conforme a su naturaleza, las trasmiten al exterior para ayuda de
todas las criaturas.
De cuando en cuando, la mirada de los que sirven en la Isla
de las Rosas se extiende más lejos aún, y contemplan a Parsifal en la Sagrada
Mansión. Participan directamente de su fuerza como sagrado cumplimiento de
bienaventuradas promesas.
Sobre el mismo plano, una segunda isla surge de esa
luminosa fluctuación: la Isla de las
Azucenas.
Así como en la Isla de las Rosas predomina el fulgurante
esplendor de las rosas, las azucenas son, aquí, las únicas que irradian
preponderantemente hasta lejanías inmensas, con indecible pureza. También ahí
se suceden las terrazas en sentido ascendente hasta llegar a la cima coronada
por un templo.
En ese templo existe un brillo encantador semejante al
delicado centelleo de las perlas, al mismo tiempo que reina una luz rosácea y
se extiende sobre la isla, con rigurosa austeridad, una especie de beneficioso
frescor marino.
A quien le fuera dado contemplar ese templo, la visión que
se ofrecería a sus ojos le obligaría a sumirse en una adoración llena de
humildad; pues el templo expande su luz hacia abajo con intransigente rigor, en
tanto que el luminoso frescor de la soberbia serenidad de su pureza desciende y
penetra los espíritus, vivificándolos, confortándolos y arrebatándolos hacia lo
alto en liberadora adoración a la Magnificencia divina.
También ahí, todo ha surgido con belleza inconcebible para
los humanos. También ahí, vibra una maravillosa melodía que se eleva hacia el
Creador como una viva acción de gracias que resuena eternamente en Su honor.
Isabel, la Reina Originaria, es, asimismo, la soberana de
ese lugar, y bajo su protección, Irmingard — la Azucena Pura — se acerca a la
isla en épocas determinadas, a fin de renovar la Fuerza de la Pureza en los que
prestan allí sus servicios, los cuales la transforman y la transmiten al
exterior para confortamiento y ennoblecimiento de todas las criaturas.
Los habitantes de la Isla de las Azucenas, lo mismo que los
de la Isla de las Rosas, pertenecen únicamente al género femenino. Todas las
tallas están representadas ahí igualmente.
Ahí, lo mismo que en la Isla de las Rosas, reina únicamente
el principio constructivo en la
Voluntad divina; pero en la Isla de las Azucenas, sin embargo, ese principio es
de otra naturaleza: es exigente,
rigurosamente exigente y severo en tocante a la Pureza y a la Justicia.
Lo mismo que en la Isla de las Rosas, los servidores de la
Isla de las Azucenas también contemplan a Parsifal de cuando en cuando y
participan de su fuerza.
Y una tercera isla se eleva en la esfera luminosa de la
cuarta grada de la espiritualidad originaria: la Isla de los Cisnes. Está situada algo más abajo, entre las dos
islas anteriormente mencionadas.
Esa isla contiene frutos deliciosos en los que se deleitan
las vírgenes cisnes que allí moran. En ese lugar se concentran las
irradiaciones procedentes de la Isla de las Rosas y de la Isla de las Azucenas,
y son transmitidas a las creaciones inalteradamente, prestando así ejemplares
servicios.
Por eso, la Isla de los Cisnes también podría ser designada
como la isla o el centro del servir
ejemplar, del abnegado servir. Ahí, se impone y se ennoblece la acción de
servir por el Amor más puro. Los habitantes de la Isla de los Cisnes no son
espíritus, sino entidades de acción
que establecen la ligazón entre las
irradiaciones de la Isla de las Rosas y las de la Isla de las Azucenas.
En conformidad con su gentil naturaleza, esas entidades
vibran dichosas en las inmediatas irradiaciones de la Isla de las Rosas y de la
Isla de las Azucenas; y por esa su peculiar manera de servir ejemplarmente en
el Amor más puro, establecen una íntima unión entre las irradiaciones del Amor
y las de la Pureza, que si bien son transmitidas conjuntamente, no por eso son
alteradas.
La responsable guardiana de la Isla de los Cisnes es Schwanhild. Schwanhild es responsable
ante Isabel, la Reina Originaria, que también es protectora y soberana de la
Isla de Los Cisnes. Esa responsabilidad confiere a Schwanhild una mayor fuerza
y da a su ser un mayor realce.
Al igual que las vírgenes-cisnes, lleva una ondeante
vestidura que, semejante al brillante plumaje de los cisnes, se ciñe a su
cuerpo, ese cuerpo que, por lo perfecto de sus proporciones, supera a todo lo
que los artistas de la Tierra puedan imaginar.
La característica primordial de las vírgenes-cisnes es que
todas tienen ojos azules, y llevan en
la cabeza una estrella que despide resplandores azules. Se distinguen, sobre
todo, por lo maravilloso y conmovedor de su canto, y vibran en la armonía de
los sonidos, esa armonía que desciende a raudales hasta todas las partes de la
creación.
La adoración de las vírgenes-cisnes tiene su expresión en
los cautivadores cánticos que entonan en el templo de los cisnes, acompañados
delicadamente por maravillosos acordes de arpa. A eso se debe que la armonía de
los sonidos sea una parte constitutiva del elemento vital de cada virgen de la
Isla de los Cisnes. Esas vírgenes viven y vibran gozosamente en las ondas de
puros sonidos, y las absorben como un elixir de vida que les proporciona esa
alegre actividad que les es propia.
De ese canto tan cautivador y particular propio de las vírgenes-cisnes,
ya habían llegado noticias hasta aquí abajo, hasta la materialidad. Por eso es
que, aún hoy, se habla aquí y allá de un canto del cisne que, por su especial
carácter, debe ser algo conmovedor. Como siempre, en este caso también se ha
conservado únicamente una parte de
esos anuncios hechos en otros tiempos, y el intelecto los ha deformado y
materializado.
Ahora comprenderéis muchos de vosotros, por qué es
imprescindible que, al tener lugar los cumplimientos más sagrados en la Tierra,
cuando entran en acción la Rosa y la Azucena, una virgen-cisne descienda de la
Isla de los Cisnes y entre en un cuerpo terrenal preparado a tal efecto, de
suerte que, haciendo de elemento de unión, no pueda haber ninguna laguna en el
movimiento vibratorio.
Así de inmensa es
la Gracia de Dios, que permite la realización de una maravilla tras otra, con
el fin de que sea perfecta la ayuda proporcionada a la humanidad en el reino de
los mil años.
¡Inclinaos humildemente ante Su inmensa bondad!
* * *
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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