martes, 17 de enero de 2023

61. LAS ESFERAS ESPIRITUALES ORIGINARIAS VI

 

61. LAS ESFERAS ESPIRITUALES ORIGINARIAS VI

UNA VEZ MÁS, evoco hoy, ante los ojos de vuestro espíritu, el cuadro de la creación originaria tal como os lo he dado hasta aquí. Después de Parsifal, hallamos las cuatro primeras criaturas originarias, que ocupan la más alta de las siete gradas de la espiritualidad originaria: Odshi-mat-no-ke, Leilak, el León y Mercurio.

En la grada siguiente se encuentran las tres criaturas originarias femeninas ya mencionadas: Johanna, Cella y Josepha. Y un poco más lejos, en la tercera grada o plano: Vasitha, la vigilante guardiana de la salida de la parte superior de la creación originaria.

De ese modo, os he dado a conocer, en sus caracteres fundamentales, las tres gradas o planos superiores de la creación originaria. Antes de seguir desplegando y ensanchando el cuadro, voy a indicar las bases de las otras cuatro gradas siguientes; pues la espiritualidad originaria, que yo he denominado creación originaria, consta de siete gradas o divisiones fundamentales, lo mismo que, más adelante, también aparecen siete gradas o partes cósmicas en las materialidades.

Siempre descubriréis una división en siete partes dondequiera que entre en acción la Voluntad de Dios, la cual también lleva en su propio nombre el siete: Emanuel.

Entremos, pues, en el cuarto plano del reino de la espiritualidad originaria.

Una luz maravillosa e infinitamente bienhechora inunda esa magnífica esfera que se extiende hasta lejanías centelleantes, como un inmenso mar de cristalina pureza.

De ese fluctuante movimiento se alza, cual una isla, un esplendoroso paraje lleno de la rosas más exquisitas. Un júbilo lleno de agradecimiento atraviesa las terrazas, que, formando radiantes colinas de indecible belleza, contienen una riqueza de colores tan perfecta que incite a la adoración entusiasta a la mirada más exigente. Irradiando bendiciones, los colores vibran con suntuosidad llena de gracia, formando encantadores jardines, fuente de toda esperanza y de toda vida. En ellos juguetean innumerables niños sonrosados, y por ellos camina, llena de gozo y de dicha, la feminidad adulta.

Pero no se crea que esos seres son los espíritus que se encarnarán más tarde en las creaciones. Son, por el contrario, puntos de partida de irradiaciones que, conforme a la naturaleza específica de la Isla de las Rosas, influyen en la feminidad humana de la creación sirviendo de ayuda para su evolución durante las peregrinaciones a través de las materialidades. Los niños influyen sobre los niños en correspondencia con la talla, el género e incluso el color, mientras que los adultos influyen sobre los adultos que, por el estado de madurez de su espíritu, se les asemejan en la forma.

Por consiguiente, en la Isla de las Rosas, las tallas corporales son réplicas de los diferentes grados de madurez en un momento dado, y también lo son de esos espíritus humanos que, partiendo como gérmenes, tienen la posibilidad de ir evolucionando poco a poco hasta alcanzar una consciencia perfecta en el curso de sus peregrinaciones por las materialidades.

De ahí que, en la Isla de las Rosas, también estén presentes cuantos elementos espirituales originarios se repetirán, más tarde, en la espiritualidad y en las materialidades, como reproducciones o imitaciones.

En realidad, todo lo que se encuentra en los universos cósmicos es una repetición — conforme a la ley — de todo lo que ya existe en la espiritualidad originaria: no podía ser de otro modo, dada la sencillez y claridad de las leyes divinas, inconcebibles para los hombres. Por lo tanto, en la espiritualidad se reproduce exactamente todo lo que ya se ha cumplido en la espiritualidad originaria.

También en la espiritualidad originaria se verificó que todo lo que no podía adquirir inmediatamente una consciencia personal en la parte superior de la creación originaria, ni podía mantenerse allí bajo la inmensa presión que ejerce el núcleo insustancial en esas proximidades, tuvo que pasar ante Vasitha para ir hacia otro plano más alejado donde, en un progresivo enfriamiento, pudiera mantenerse y evolucionar con vistas a adquirir la consciencia de sí mismo. Entre esos elementos se encuentran, también, gérmenes de la espiritualidad originaria que ya evolucionaron hacia la consciencia en ese cuarto grado de enfriamiento, como es el caso de la Isla de las Rosas.

Cuando yo hablo de grados o esferas de la creación, me refiero a grados de enfriamiento; pues no de otro modo pueden surgir las distintas esferas, que, en lugar de grados de enfriamiento, también pueden ser llamadas grados de alejamiento; de ahí que, según los conceptos terrenales, sean, en realidad, grados o gradaciones.

Esa es, pues, la razón de que, en la Isla de las Rosas, encontremos, por primera vez, al ir descendiendo, niños y evolución en la espiritualidad originaria. Es importante que sepáis esto, ya que constituye una etapa importante en el gran capítulo de la creación.

Así pues, en las gradas más altas de la espiritualidad originaria, se hallan, en primer lugar, los seres que pudieron adquirir inmediatamente la consciencia de sí mismos. Esos tales son los más fuertes y, por tanto, los más poderosos: las columnas. A continuación, en planos más alejados, se encuentran los seres que aún pueden evolucionar en la espiritualidad originaria. Por eso encontramos allí, por primera vez, niños espirituales originarios.

En la siguiente gran división de la creación, en la espiritualidad, que es algo más débil que la espiritualidad originaria, ya que sólo puede llegar a ser consciente de sí misma a una mayor distancia del núcleo insustancial de Parsifal, se repite el proceso exactamente igual que en la creación originaria.

Primeramente, se vuelven conscientes inmediatamente los más fuertes de los seres espirituales, mientras que los demás son obligados a retirarse a una distancia más grande donde poder madurar para alcanzar la consciencia personal en un lento proceso evolutivo.

Asimismo, a partir de ese plano de gérmenes espirituales en cuestión, es cuando, por primera vez, aparecen niños de naturaleza espiritual, los cuales son susceptibles de lograr una mayor madurez espiritual o pueden seguir siendo niños; pues los gérmenes espirituales que no lleguen a la plenitud de madurez, es decir, que no despierten espiritualmente, no serán destruidos, ni desechados, mientras se conserven puros.

He ahí un punto del que no había hablado hasta ahora. Se conservan espiritualmente como niños y, en calidad de tales, irradian sobre niños hasta que, por último, al ir madurando poco a poco, llegan a ser adultos. Lo puro no puede quedar expuesto jamás a la descomposición.

Otra cosa quiero mencionar a tal respecto. La espiritualidad originaria en esta creación no es que sea la parte más fuerte de una especie absolutamente idéntica, y la espiritualidad una parte más débil de la misma, sino que lo espiritual es de naturaleza completamente diferente de lo espiritual originario.

Cada una de ambas especies posee una parte más fuerte y otra más débil. Cierto que la espiritualidad es un precipitado de la espiritualidad originaria, pero sólo por el hecho de ser de otra naturaleza, que, a su vez, es la única razón de que haya podido desligarse de ella para adquirir forma a una mayor distancia del insustancial núcleo luminoso de Parsifal.

Si fueran especies idénticas, el elemento espiritual originario no se desprendería de la especie afín, sino que, por el contrario, la retendría firmemente en virtud de la ley de atracción de las afinidades, aun cuando, por ello, no hubiera podido tomar forma como elemento consciente.

A medida que voy ampliando mis explicaciones, me veo obligado a extender la estructura de la creación. Eso hará que se modifiquen algunas de las ideas que os habíais forjado hasta ahora. Pero no es más que fraccionarlas en imágenes cada vez más numerosas, sin que la idea fundamental propiamente dicha sea desvirtuada de algún modo.

Es algo parecido a lo que sucede cuando se describe un largo viaje. Al empezar describiendo solamente las experiencias más importantes por orden correlativo, la idea que se suscita es, aparentemente, completamente distinta de la que surge cuando se van agregando, poco a poco, detalles aislados propios de experiencias intermedias, a pesar de que el viaje en sí sigue siendo el mismo.

Pero, por de pronto, volvamos otra vez a la Isla de las Rosas.

En la cúspide de la isla se yergue un templo magnífico que irradia destellos rosáceos. El que lo contempla, siente que su corazón se invade de paz, y su pecho amenaza estallar de felicidad.

Y en esa paz, en esa melodiosa resonancia de colores, se mezcla, además, el alegre canto de confiados pájaros que, con cada movimiento, lanzan fulgurantes resplandores como si estuvieran cubiertos de brillantes, lo que contribuye a un mayor esplendor del ambiente.

La expresión humana: “dicha”, es demasiado débil para poder reducir — aunque sólo sea aproximadamente — ese ambiente de embriagadora luz que ahí reina, a una forma comprensible para el espíritu humano de la Tierra. Y por encima de todo eso se extiende una nobleza sagrada.

Cual copones de rubíes, rojas rosas de abiertos pétalos florecen alrededor del templo.

¡La Isla de las Rosas! El punto de anclaje del Amor de Dios para la creación. En esa isla, se deja sentir la agitada actividad, eminentemente constructiva, del Amor que da salud, une y compensa — ese Amor que irradia desde allí a todo el universo. Esa isla está bajo la protección de Isabel, la Reina Originaria, lo mismo que todo lo femenino de la creación entera.

A menudo, María se acerca a esa isla, protegida por la Reina Originaria Isabel, y visita el templo a fin de dispensar directamente nuevas fuerzas a los que sirven en esa isla, los cuales, después de transformar esas fuerzas conforme a su naturaleza, las trasmiten al exterior para ayuda de todas las criaturas.

De cuando en cuando, la mirada de los que sirven en la Isla de las Rosas se extiende más lejos aún, y contemplan a Parsifal en la Sagrada Mansión. Participan directamente de su fuerza como sagrado cumplimiento de bienaventuradas promesas.

Sobre el mismo plano, una segunda isla surge de esa luminosa fluctuación: la Isla de las Azucenas.

Así como en la Isla de las Rosas predomina el fulgurante esplendor de las rosas, las azucenas son, aquí, las únicas que irradian preponderantemente hasta lejanías inmensas, con indecible pureza. También ahí se suceden las terrazas en sentido ascendente hasta llegar a la cima coronada por un templo.

En ese templo existe un brillo encantador semejante al delicado centelleo de las perlas, al mismo tiempo que reina una luz rosácea y se extiende sobre la isla, con rigurosa austeridad, una especie de beneficioso frescor marino.

A quien le fuera dado contemplar ese templo, la visión que se ofrecería a sus ojos le obligaría a sumirse en una adoración llena de humildad; pues el templo expande su luz hacia abajo con intransigente rigor, en tanto que el luminoso frescor de la soberbia serenidad de su pureza desciende y penetra los espíritus, vivificándolos, confortándolos y arrebatándolos hacia lo alto en liberadora adoración a la Magnificencia divina.

También ahí, todo ha surgido con belleza inconcebible para los humanos. También ahí, vibra una maravillosa melodía que se eleva hacia el Creador como una viva acción de gracias que resuena eternamente en Su honor.

Isabel, la Reina Originaria, es, asimismo, la soberana de ese lugar, y bajo su protección, Irmingard — la Azucena Pura — se acerca a la isla en épocas determinadas, a fin de renovar la Fuerza de la Pureza en los que prestan allí sus servicios, los cuales la transforman y la transmiten al exterior para confortamiento y ennoblecimiento de todas las criaturas.

Los habitantes de la Isla de las Azucenas, lo mismo que los de la Isla de las Rosas, pertenecen únicamente al género femenino. Todas las tallas están representadas ahí igualmente.

Ahí, lo mismo que en la Isla de las Rosas, reina únicamente el principio constructivo en la Voluntad divina; pero en la Isla de las Azucenas, sin embargo, ese principio es de otra naturaleza: es exigente, rigurosamente exigente y severo en tocante a la Pureza y a la Justicia.

Lo mismo que en la Isla de las Rosas, los servidores de la Isla de las Azucenas también contemplan a Parsifal de cuando en cuando y participan de su fuerza.

Y una tercera isla se eleva en la esfera luminosa de la cuarta grada de la espiritualidad originaria: la Isla de los Cisnes. Está situada algo más abajo, entre las dos islas anteriormente mencionadas.

Esa isla contiene frutos deliciosos en los que se deleitan las vírgenes cisnes que allí moran. En ese lugar se concentran las irradiaciones procedentes de la Isla de las Rosas y de la Isla de las Azucenas, y son transmitidas a las creaciones inalteradamente, prestando así ejemplares servicios.

Por eso, la Isla de los Cisnes también podría ser designada como la isla o el centro del servir ejemplar, del abnegado servir. Ahí, se impone y se ennoblece la acción de servir por el Amor más puro. Los habitantes de la Isla de los Cisnes no son espíritus, sino entidades de acción que establecen la ligazón entre las irradiaciones de la Isla de las Rosas y las de la Isla de las Azucenas.

En conformidad con su gentil naturaleza, esas entidades vibran dichosas en las inmediatas irradiaciones de la Isla de las Rosas y de la Isla de las Azucenas; y por esa su peculiar manera de servir ejemplarmente en el Amor más puro, establecen una íntima unión entre las irradiaciones del Amor y las de la Pureza, que si bien son transmitidas conjuntamente, no por eso son alteradas.

La responsable guardiana de la Isla de los Cisnes es Schwanhild. Schwanhild es responsable ante Isabel, la Reina Originaria, que también es protectora y soberana de la Isla de Los Cisnes. Esa responsabilidad confiere a Schwanhild una mayor fuerza y da a su ser un mayor realce.

Al igual que las vírgenes-cisnes, lleva una ondeante vestidura que, semejante al brillante plumaje de los cisnes, se ciñe a su cuerpo, ese cuerpo que, por lo perfecto de sus proporciones, supera a todo lo que los artistas de la Tierra puedan imaginar.

La característica primordial de las vírgenes-cisnes es que todas tienen ojos azules, y llevan en la cabeza una estrella que despide resplandores azules. Se distinguen, sobre todo, por lo maravilloso y conmovedor de su canto, y vibran en la armonía de los sonidos, esa armonía que desciende a raudales hasta todas las partes de la creación.

La adoración de las vírgenes-cisnes tiene su expresión en los cautivadores cánticos que entonan en el templo de los cisnes, acompañados delicadamente por maravillosos acordes de arpa. A eso se debe que la armonía de los sonidos sea una parte constitutiva del elemento vital de cada virgen de la Isla de los Cisnes. Esas vírgenes viven y vibran gozosamente en las ondas de puros sonidos, y las absorben como un elixir de vida que les proporciona esa alegre actividad que les es propia.

De ese canto tan cautivador y particular propio de las vírgenes-cisnes, ya habían llegado noticias hasta aquí abajo, hasta la materialidad. Por eso es que, aún hoy, se habla aquí y allá de un canto del cisne que, por su especial carácter, debe ser algo conmovedor. Como siempre, en este caso también se ha conservado únicamente una parte de esos anuncios hechos en otros tiempos, y el intelecto los ha deformado y materializado.

Ahora comprenderéis muchos de vosotros, por qué es imprescindible que, al tener lugar los cumplimientos más sagrados en la Tierra, cuando entran en acción la Rosa y la Azucena, una virgen-cisne descienda de la Isla de los Cisnes y entre en un cuerpo terrenal preparado a tal efecto, de suerte que, haciendo de elemento de unión, no pueda haber ninguna laguna en el movimiento vibratorio.

Así de inmensa es la Gracia de Dios, que permite la realización de una maravilla tras otra, con el fin de que sea perfecta la ayuda proporcionada a la humanidad en el reino de los mil años.

¡Inclinaos humildemente ante Su inmensa bondad!

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EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio

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